8 de março de 2010

En el Día Internacional de la Mujer

Contra la violencia de género

Alicia Dujovne Ortiz


Contra la violencia de género

Siempre he pensado que la verdadera celebración relacionada con este tema sería que el festejo perdiera razón de ser. Mientras exista un día consagrado a la mujer, querrá decir que la pobre continúa siendo lo que siempre ha sido: una criatura lateral, suerte de excrecencia al lado del hombre, de cuya costilla, justamente, proviene. Eliminar semejante lateralidad implicaría celebrar también el Día del Hombre, cosa que no se le ha pasado a nadie por las mientes, como si quedara muy claro que lo normal es ser hombre y que ser mujer constituye una excepción dentro de la norma. La prueba está en que se habla de "literatura femenina", presuponiendo que la masculina no necesita adjetivo: hay "literatura" por un lado y "literatura femenina" por otro.

Este carácter marginal dentro de lo humano convierte a la mujer, como a todo marginal, en una candidata a perseguida, de donde el 8 de marzo viene a representar dos cosas: un balance de los avances conseguidos, que no son pocos, y una comprobación de todo cuanto no se ha logrado, que es aún más.

El balance feliz lo conocemos de memoria. Cada 8 de marzo me llaman de algún lado para pedirme que me congratule por lo bien que le va a la mujer. Y como de verdad parece irle mejor, agarro dócilmente el bombo y el platillo, y me sumo a la fiesta. Esta vez, sin embargo, un acontecimiento sucedido en Francia -positivo, pero revelador de vastas zonas de sombra- me mueve a celebrar la fecha con más cautela.

Esas zonas de sombra son como para ensombrecer al más pintado: cada tres días, una mujer francesa, o que vive en territorio francés, muere a manos de su cónyuge. Esto lo sabíamos acerca de España o de la India, pero admitamos que la magnitud del fenómeno en el país de la cultura y la racionalidad causa una extraña impresión.

Lo positivo de eso a lo que acabo de referirme es lo siguiente: el jueves de la semana pasada, se aprobó en la Asamblea Nacional francesa un proyecto de ley sobre la lucha contra las violencias conyugales, que contiene un elemento nuevo: el acoso psicológico considerado delito.

¿Un delito de violencia no física, sino verbal? "Nunca hay violencias físicas sin violencias psicológicas preexistentes", sostienen los promotores de esta ley, que, milagrosamente, ha logrado ponerlos de acuerdo a todos, tanto a los del UMP, que gobierna, como a los socialistas, que no. "Las violencias físicas siempre derivan de una estrategia de su autor, de una toma de control -prosiguen-. Denigración sistemática, culpabilización? Destruidas psicológicamente, las mujeres ya no están en condiciones de reaccionar. Es cierto que se va a plantear el problema de la prueba: ¿cómo demostrar que ha habido acoso? Razón por la cual algunos habrían preferido que se considerara un delito más amplio, y que la figura de "violencia conyugal" incluyera también las violencias económicas (cuando, por ejemplo, el cónyuge endeuda a su compañera, haciéndole pagar la totalidad del alquiler, o quedándose tranquilamente con las ayudas estatales destinadas a la familia).

La medida fundamental e indiscutible del proyecto de ley es un "mandato de protección" que podrá ser decretado por un juez -y aquí está la novedad-, incluso antes de que la mujer formule su denuncia. ¿Por qué? Porque cuatro de cada cinco víctimas no abren la boca. Denunciar al padre de sus hijos y mandarlo preso se hace muy cuesta arriba, sobre todo si la mujer está aislada y sometida a presiones familiares del estilo de "Bueno, es tu marido..." o "El hogar es sagrado".

El mandato de protección permitirá alojar a la mujer en sitio seguro y alejar al cónyuge calamitoso. Una vez al abrigo de insultos y mamporros, la víctima podrá comenzar los trámites que quiera sin temor a represalias. Detalle importante: cuando consiga mudarse, podrá disimular su dirección.

Hasta ahora, al denunciar las violencias, tenía la obligación de comunicarle al marido el sitio en que vivía, para que éste visitara a sus hijos, lo que la mantenía en situación de peligro: el ejercicio de la patria potestad suele acarrear nuevos coscorrones.

El delito de violencia conyugal también contempla el caso de los hombres que la padecen, y que los hay, los hay. Eso sí: no llenarían un estadio de fútbol: apenas un cuatro por ciento de las llamadas recibidas en el 3919, el número nacional destinado a las víctimas, son hombres. "Nuestra sociedad, en la que el machismo, la dominación masculina, está muy presente, propicia la violencia hacia la mujer, y en todas las capas sociales, sin excepción", concluyen los legisladores, no sin agregar que la pulsera electrónica, que en Francia se utiliza para los maridos violentos (a imitación de esa gran ganadora en el terreno de la violencia machista, que es nuestra Madre Patria), tiene sentido si se la utiliza dentro de un dispositivo coherente que incluye, entre otras cosas, el trabajo en las escuelas para luchar contra los estereotipos entre los jóvenes.

Al leer esto, recordé a un alumno de un liceo parisiense donde alguna vez tuve la malhadada idea de enseñar español. Hablábamos en clase sobre una costumbre establecida en los suburbios de la ciudad, llamada la tournante (un grupo de muchachos elige a una chica del barrio, de preferencia muy joven y muy poco avispada, para violarla regularmente de a varios y lograr que se calle bajo amenaza), cuando mi alumno, que hasta el momento tampoco había dicho una palabra, en este caso sobre los verbos o el Quijote , pronunció la frase, breve, pero enjundiosa: "A ellas les gusta". Es cierto que se armó una batahola y que, mientras yo me agarraba del escritorio para no estrangularlo, los otros chicos y chicas se me adelantaron queriendo matarlo, pero en aquel momento me dije que ese pibe de pocas luces no era un caso aislado. El infeliz reproducía estereotipos.

Cuando hace unos días, en Buenos Aires, el día de San Valentín escuché una conocida radio porteña en la que se hacía votar a los oyentes para que definieran cuál era la mejor mujer, si la que se luce en la cocina o la que brilla en la cama, volví a pensar que uno de los frentes de lucha, acaso el más urgente, es el de la batalla contra el estereotipo, también llamado imbecilidad hereditaria.

Volviendo al maltrato psicológico, nuestro país implementó en 2008 una campaña contra la violencia de género con el auspicio de las Naciones Unidas, del Ministerio de Educación y, colmo de la dicha, de la Asociación del Fútbol Argentino. La campaña incluía una pieza audiovisual titulada "El dice". Mujeres de distintas edades contaban lo que su pareja les repetía a diario: "Yo no soy así: vos me ponés así", "El estudio no te sirve de nada; me tenés a mí, que te puedo mantener", "¿Que yo vaya a la psicóloga? ¿Con qué te desayunás?", o "Ridícula, así pintada, ¿adónde vas?", todas lindezas que desafío personalmente a que alguna mujer, del medio socioeconómico que sea, jure no haber oído jamás, y que apuntan a lo mismo: desvalorizar.

Es un primer paso: alguien que se siente como un trapo se dejará tratar como si lo fuera; alguien consciente de su propio valor nunca permitirá que le toquen un pelo. Así de simple.

En la Argentina, la ley referida a la violencia doméstica es la 26.485. Aunque la violencia tenida en cuenta, considerada delito y punible con la cárcel es la que saca moretones, la inclusión de los habituales denuestos en la campana de marras prueba que sus promotores también pensaron, y cómo, en la violencia psicológica.

Pero el gran paso adelante, que nos coloca a la vanguardia mundial del acceso a la justicia, es la Oficina de Violencia Doméstica, con sede en Lavalle 1250, inaugurada por la Corte Suprema de Justicia y que funciona las 24 horas del día durante el año entero, con médicos, psicólogos, asistentes sociales, psiquiatras y abogados.

Esta oficina tiene un doble papel: por un lado, "asistir a las víctimas de maltrato físico o psicológico propiciado por algún familiar" y, por otro, agilizar el trabajo de los jueces y "desjudicializar" los casos que no requieran ir a la Justicia, sencillamente porque el apoyo psicológico basta para que la víctima salga solita del círculo de la violencia. A esto se le agrega la casa donde las víctimas pueden refugiarse, y cuyo emplazamiento, por obvias razones (impedir que un marido con espuma en la boca se precipite a reapropiarse de lo suyo para seguir sacándole sangre), permanece secreto. Dos mujeres excepcionales, las doctoras Carmen Argibay y Elena Highton de Nolasco, están a la cabeza del organismo, que por ahora funciona, como prueba piloto, sólo en la Capital.

Hago votos, en este Día de la Mujer que acaso confiera a las palabras, al menos, una carga simbólica, por que la oficina de la calle Lavalle crezca, se multiplique y llegue a las más lejanas ciudades de provincia. Pienso, por ejemplo, en Comodoro Rivadavia, donde una chica de quince años, violada desde los once por su padrastro policía, amenaza con suicidarse si no se le presta oídos. Para no amargarnos de más, hagamos notar que, frente a dos jueces para los que la violación de una nena cuenta poco frente a sus acendrados y comprensibles principios, buena parte de la población de esa ciudad, incluida una asociación de mujeres católicas, ha salido a la calle en defensa de aquello mismo que dichos magistrados, seguramente de buena fe, creen honrar: la vida. Unos principios respetables a los que opondríamos el argumento de que el abuso sufrido desde la niñez y la consiguiente imposibilidad de defenderse (suponiendo que alguna mujer violada lo pudiera hacer), son asimilables a los casos de violación de menores con deficiencia mental, en los que la interrupción de embarazo ha sido legalmente posible.

¡Ah, si el 8 de marzo fuera una celebración de vida sonriente y florida, y no de rabia ante la repetición de un fenómeno que empezó en las cavernas y va en aumento! Pero lograr que la justicia reine también es fiesta, si se implementan los gestos necesarios para que al fin lo sea y para que este día de carácter tristemente específico termine siendo lo que debería ser: el Día de la Persona Humana.

© La Nación

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