Editorial I
Ya llega a su fin el año del Bicentenario, y es el momento propicio para reflexionar sobre el gran desafío que nuestro país enfrenta en el tema educativo. Sobre todo ahora, ya que en muchas provincias el ciclo lectivo va a terminar casi sobre las Fiestas o empezará antes de marzo, en 2011, para recuperar los días de clase perdidos y alcanzar, de esa manera, los exiguos 180 días necesarios que fija la ley de educación nacional.
Es un momento propicio porque también en otros países de América latina se está poniendo la atención en llevar adelante una importante reforma educativa, como en el caso de Chile, o avanzar integralmente en el aspecto tecnológico, como en Uruguay con el Plan Ceibal, por poner sólo dos ejemplos.
La calidad de la educación se ha vuelto un tema prioritario para muchos Estados latinoamericanos. La prueba está en que el tema de la educación como herramienta de inclusión social también ha reunido en Mar del Plata a los principales líderes del mundo iberoamericano para avanzar hacia metas educativas comunes a 2021. Y esta inclusión va más allá de nuestro continente, porque de lo que se está hablando, en realidad, es de la inclusión en la sociedad de la información, cuya velocidad de desarrollo no sólo no cede, sino que aumenta proporcionalmente con el tiempo.
En los últimos años, nuestro país ha logrado sancionar dos leyes educativas fundamentales: la de financiamiento educativo, en primer lugar, cuyas propuestas se han cumplido casi en su totalidad al alcanzarse, incluso antes de tiempo, la meta del 6 por ciento del PBI destinado a educación, y la de educación nacional, que vino a corregir numerosos errores de la ley anterior y a extender la educación a sectores sociales que habían quedado prácticamente excluidos de la enseñanza preescolar, primaria y secundaria; un hecho que, además, se ha visto ahora reforzado con la Asignación Universal por Hijo que asegura, entre otras cosas, la asistencia obligatoria a las aulas. Es decir, que se ha avanzado mucho en la cobertura educativa.
Sin embargo, el desafío hoy es otro: es el de la calidad educativa. No se trata sólo de alcanzar un piso mínimo de actualización tecnológica en todo el país, aunque se esté tratando de cumplir con el programa Conectar igualdad.com.ar. Recordemos que este programa, lanzado en abril pasado, se propone que tres millones de alumnos accedan entre este año y 2012 a su propia computadora portátil, además de la instalación de Internet inalámbrica en los colegios, lo cual requerirá de una inversión total de 750 millones de dólares.
Aunque necesaria, sabemos que la actualización tecnológica no es suficiente, porque los problemas educativos en la Argentina están en las bases. En primer lugar, con chicos desnutridos y en edificios mal acondicionados para dar clases, el resultado no puede ser el esperado. Volvemos a insistir en conceptos ya repetidos muchas veces desde estas columnas: un chico o un adolescente mal alimentado no está en condiciones físicas y psíquicas de integrar conocimientos y aplicarlos a la vida diaria. Y en las escuelas rancho, como lo han demostrado numerosos trabajos de ONG que se ocupan de las comunidades rurales, no se puede recibir una enseñanza digna del siglo XXI.
Por fin está también la capacitación de los docentes: de su formación y del prestigio que su figura deberá recuperar ante los ojos de sus alumnos y de los padres depende gran parte del éxito de toda la sociedad. Y, reconozcámoslo también, no hay materia mejor dispuesta a aprender que los maestros, que lo demuestran cada vez que les dan la oportunidad y las herramientas.
La ley 1420, tan criticada en las últimas décadas y por razones ideológicas bien superficiales, había logrado, para la educación de su tiempo, un ideal: que la ida a la escuela fuera obligatoria y gratuita, y, gracias a su cumplimiento a rajatabla, la Argentina gozó de generaciones y generaciones de ciudadanos "bien educados", según lo que se entendía antes.
Hoy pensar en la educación ideal requiere replantearse el modelo de sociedad en la que queremos vivir y que se eduquen nuestros hijos: aquélla en la que estén integradas las políticas de salud, vivienda, empleo e inclusión social, además de una igualitaria distribución de los fondos coparticipables desde el Estado hacia las provincias. En tanto esto no se logre, será difícil hablar de calidad educativa para todos.
Calidad educativa, el gran desafío
Aunque se ha avanzado en la cobertura educativa, falta ahora elevar el nivel de excelencia para alumnos y docentes
4 de diciembre de 2010 |
Ya llega a su fin el año del Bicentenario, y es el momento propicio para reflexionar sobre el gran desafío que nuestro país enfrenta en el tema educativo. Sobre todo ahora, ya que en muchas provincias el ciclo lectivo va a terminar casi sobre las Fiestas o empezará antes de marzo, en 2011, para recuperar los días de clase perdidos y alcanzar, de esa manera, los exiguos 180 días necesarios que fija la ley de educación nacional.
Es un momento propicio porque también en otros países de América latina se está poniendo la atención en llevar adelante una importante reforma educativa, como en el caso de Chile, o avanzar integralmente en el aspecto tecnológico, como en Uruguay con el Plan Ceibal, por poner sólo dos ejemplos.
La calidad de la educación se ha vuelto un tema prioritario para muchos Estados latinoamericanos. La prueba está en que el tema de la educación como herramienta de inclusión social también ha reunido en Mar del Plata a los principales líderes del mundo iberoamericano para avanzar hacia metas educativas comunes a 2021. Y esta inclusión va más allá de nuestro continente, porque de lo que se está hablando, en realidad, es de la inclusión en la sociedad de la información, cuya velocidad de desarrollo no sólo no cede, sino que aumenta proporcionalmente con el tiempo.
En los últimos años, nuestro país ha logrado sancionar dos leyes educativas fundamentales: la de financiamiento educativo, en primer lugar, cuyas propuestas se han cumplido casi en su totalidad al alcanzarse, incluso antes de tiempo, la meta del 6 por ciento del PBI destinado a educación, y la de educación nacional, que vino a corregir numerosos errores de la ley anterior y a extender la educación a sectores sociales que habían quedado prácticamente excluidos de la enseñanza preescolar, primaria y secundaria; un hecho que, además, se ha visto ahora reforzado con la Asignación Universal por Hijo que asegura, entre otras cosas, la asistencia obligatoria a las aulas. Es decir, que se ha avanzado mucho en la cobertura educativa.
Sin embargo, el desafío hoy es otro: es el de la calidad educativa. No se trata sólo de alcanzar un piso mínimo de actualización tecnológica en todo el país, aunque se esté tratando de cumplir con el programa Conectar igualdad.com.ar. Recordemos que este programa, lanzado en abril pasado, se propone que tres millones de alumnos accedan entre este año y 2012 a su propia computadora portátil, además de la instalación de Internet inalámbrica en los colegios, lo cual requerirá de una inversión total de 750 millones de dólares.
Aunque necesaria, sabemos que la actualización tecnológica no es suficiente, porque los problemas educativos en la Argentina están en las bases. En primer lugar, con chicos desnutridos y en edificios mal acondicionados para dar clases, el resultado no puede ser el esperado. Volvemos a insistir en conceptos ya repetidos muchas veces desde estas columnas: un chico o un adolescente mal alimentado no está en condiciones físicas y psíquicas de integrar conocimientos y aplicarlos a la vida diaria. Y en las escuelas rancho, como lo han demostrado numerosos trabajos de ONG que se ocupan de las comunidades rurales, no se puede recibir una enseñanza digna del siglo XXI.
Por fin está también la capacitación de los docentes: de su formación y del prestigio que su figura deberá recuperar ante los ojos de sus alumnos y de los padres depende gran parte del éxito de toda la sociedad. Y, reconozcámoslo también, no hay materia mejor dispuesta a aprender que los maestros, que lo demuestran cada vez que les dan la oportunidad y las herramientas.
La ley 1420, tan criticada en las últimas décadas y por razones ideológicas bien superficiales, había logrado, para la educación de su tiempo, un ideal: que la ida a la escuela fuera obligatoria y gratuita, y, gracias a su cumplimiento a rajatabla, la Argentina gozó de generaciones y generaciones de ciudadanos "bien educados", según lo que se entendía antes.
Hoy pensar en la educación ideal requiere replantearse el modelo de sociedad en la que queremos vivir y que se eduquen nuestros hijos: aquélla en la que estén integradas las políticas de salud, vivienda, empleo e inclusión social, además de una igualitaria distribución de los fondos coparticipables desde el Estado hacia las provincias. En tanto esto no se logre, será difícil hablar de calidad educativa para todos.
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