Opinión |5 Mayo 2011 ,El Espectador, Colombia
La inseguridad tomó el país y las aulas no son la excepción. A diario nuestros planteles son asaltados; pero ahora se está presentando, además de la delincuencia común, otra muy específica y preocupante: las agresiones verbales y físicas de los estudiantes contra los docentes.
Esta práctica ya es un modus operandi de intimidación de los escolares con sus maestros. Claro, esto no solamente es Colombia, ya es común en otras naciones. La diferencia es que en esos países, cuando se presenta este tipo de hechos delictivos contra integrantes del magisterio, se prenden las alarmas para tomar acciones correctivas rápidamente. El Estado siente la necesidad de proteger a sus educadores. En cambio, en nuestro país, el magisterio para ellos parece que fuera el patio trasero de la República.
La culpa, en parte, de ese tratamiento del Gobierno hacia los profesores, es, en primer lugar, la falta de solidaridad de la sociedad con sus maestros. Luego, esas divisiones de los gremios, donde prevalecen intereses partidistas e individuales y no los del colectivo magisterial.
Otras desventajas que tiene un pedagogo violentado por sus propios colegiales se deben a que se inculcan mucho los deberes pero no los derechos. Conjuntamente de la mano de muchos padres y representantes alcahuetes a quienes no se les puede reprender sus hijos, porque, según papás, las instituciones educativas deben ser centros escolares, para aguantar cuanta patanada se le ocurra realizar a su grosero y malcriado heredero.
Al parecer, hoy día ejercer la profesión de educador es convivir con el enemigo. Pudiéramos estar hablando de una minoría; pero una minoría peligrosísima de educandos.
Alejandro Moreno. Cúcuta.
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