2 de julho de 2012

México: Jóvenes en red toman la calle



El movimiento mexicano #Yosoy132 se suma a otras experiencias globales que cuestionan inequidades del sistema político económico. Micropolítica en busca de “un relato de futuro”, define la antropóloga mexicana Rossana Reguillo.

POR HORACIO BILBAO




Más allá de su futuro incierto, la vertiginosa aparición del movimiento #Yosoy132 en México confirma una tendencia que se ha hecho evidente en varios países. Los estudiantes recuperan de a poco el protagonismo que alguna vez tuvieron en el debate político mayor. Con matices, diferencias, estrategias y consignas locales frente a un universo global construyen un poder circunstancial y todavía endeble, pero ocupan la escena. Y cobran todavía más relevancia frente a un escenario electoral inmediato, como el mexicano. La mayor población de habla hispana elige presidente mañana, 1° de julio, y entre los votantes el 30 por ciento son jóvenes: más de 10 millones irán por primera vez a las urnas para elegir presidente.
La antropóloga mexicana Rossana Reguillo, autora de Culturas juveniles. Formas políticas del desencanto (Siglo XXI), pasó meses siguiendo las actividades y asambleas de Occupy Wall Street, compartió con ellos sus acampes en el parque Zuccotti de Nueva York, y está impresionada con el rápido ascenso de #Yosoy132. Tras su reciente visita a Buenos Aires, donde dictó un taller de periodismo, compara los matices de estos movimientos. El surgimiento meteórico del colectivo #Yosoy132, que explotó ante un hecho que parece casual pero no lo es, puede verse como un caso de laboratorio. El 11 de mayo un debate en la Universidad Iberoamericana (de orientación jesuita) terminó en escándalo. Los estudiantes pidieron explicaciones al candidato del PRI Enrique Peña Nieto por la brutal represión contra los pobladores de San Salvador Atenco durante su gestión como gobernador en el Estado de México. Peña Nieto respondió que lo había hecho para salvaguardar el Estado de derecho. Hubo abucheos e insultos televisados, que el PRI adjudicó a activistas encubiertos. La respuesta no se hizo esperar. Con el hashtag(un tema de debate en Twitter) #131alumnosdelaIbero, los alumnos viralizaron un video en el que mostraban sus credenciales universitarias. Y así empezó este movimiento. Muchos jóvenes mexicanos se pusieron la camiseta 132. Empezaron batallando contra Peña Nieto y contra los medios de comunicación. Pero pronto tuvieron el desafío de ampliar su agenda, de articularla con la gran masa estudiantil que compartía sus consignas. “Ahora las noticias las damos nosotros”, dijeron, en sintonía con el “Rescaten a la gente, no a los bancos” de los Indignados españoles o con el “Somos el 99%”, de Occupy Wall Street. Se apoyan en tácticas innovadoras y son portadores de un lenguaje nuevo que intentan adaptar a las viejas discusiones. En eso están, no sin problemas. De ellos habla Reguillo, de esta contracultura que esgrimen los jóvenes del continente, vanguardia estudiantil modelo siglo XXI.
El estudiantado vuelve a ser un actor político en tiempos en los que la entidad joven es banalizada, pensada como sujeto de consumo. ¿Cómo se explica?
La crisis estructural que ha venido agudizándose en la región en los últimos años impacta, entre otras cosas, en la inversión en educación. En México, un promedio de doscientos mil jóvenes son rechazados anualmente por falta de cupos en las universidades públicas. La educación privada es muy costosa. A esto se suma el desgaste de un modelo sociopolítico y económico que ha evidenciado su principal contradicción: una oferta constante y prácticamente ilimitada de posibilidades para ser y para tener frente a un acceso cada más limitado; el consumo al centro de la identidad. Saben, además, que la educación no es garantía de movilidad social. Están hartas y hartos. Pero quizás a todas estas consideraciones habría que añadir el aceleramiento de la tecnología con sus redes, que los conecta al mundo de maneras inéditas. El ciberespacio ha reconfigurado el ágora pública; el “usuario” es un actor, que desde la primera persona, desestabiliza el monopolio de la palabra “legítima”. Las redes les permiten descubrirse y escucharse; las crisis, encontrarse cara a cara en las plazas, desde una condición identitaria que nadie les puede rebatir, son estudiantes. Pero los estudiantes hoy están aquí, porque nunca han dejado de estar; ellas y ellos habían estado en pequeños colectivos, a favor de la diversidad sexual, a favor de la paz, en contra de la guerra; optaron, después del fracaso de los movimientos de los 70, por la micropolítica, esa que suma causas y no organizaciones. Son, fundamentalmente una legión que apuesta por la política, como la posibilidad de desarreglar el mapa de lo posible.
Parafraseando a un clásico, me atrevería a decir que “el mercado ya no tiene quien le escriba”…por ahora.
A grandes rasgos, ¿qué diferencia hoy a los movimientos argentinos de los 132 en México?
Me impresiona el retorno de la política formal entre los jóvenes argentinos. No lo puedo creer. Vuelven a la política por la vía partidista. Es un caso otra vez excepcional en América Latina.
No lo sigo desde la lógica de la política, sino de la configuración de las identidades juveniles. Lo que me impresiona es que están muy convencidos de que la alternativa es formal e institucional.
Vuelve la política partidaria…
Eso. El partido. La institución. En México el movimiento 132 es justamente lo contrario. Son muchos los jóvenes que no quieren saber nada con los partidos.
¿Qué paralelismos podemos trazar entre esos movimientos? 
Es complejo. A pesar de que podemos pensar en insurgencias globales, es peligroso. Podemos pensar en un movimiento viral, de contaminación interplanetaria que sin embargo mantiene las experiencias locales muy diversas. Ocuppy Wall Street tiene mucho que ver con sus acampadas hoy pero se potencia desde su contexto local. En Nueva York viví la invención de una nueva polis, con otras lógicas, en el interior de un parque, el Zuccoti.
¿Qué podemos aprender de su forma de organización?
Al spoke council , consejo de hablantes, en español lo tradujeron como el consejo de rayas, porque funciona como los rayos de una bicicleta. Tienen esa asamblea de hablantes, configurada por grupos de interés y grupos de trabajo. De cada grupo hay dos representantes que llegan a la asamblea, pero no pueden ser siempre los mismos, tienen que rotar. De esa manera no acumulan poder.
Atentan contra su principal necesidad, construir el poder…
Claro. Esa es la gran pregunta. Pero yo estoy en otro tono de preguntas, y por eso me molestaron tanto las declaraciones de intelectuales como Slavoj Zizek y de Zygmunt Bauman, que los regañan porque se divierten o porque son pura pasión. Es todo lo contrario. Pero la cuestión de fondo es que de esa manera no acumulan poder, de momento. Estamos acostumbrados a esas formas tradicionales.
Por un lado tenemos este debate floreciente y por el otro el agotamiento del sistema, ¿dónde confluyen?
Hay mucha claridad en que este sistema no da más. Saben que sus protestas no son contra los accionistas de tal o cual empresa, contra políticos como Mariano Rajoy o contra Enrique Peña Nieto, aunque sean encarnaciones de lo que ellos combaten. Pero lo que articula estas reacciones es el enorme cansancio de una generación a la que le fue expropiado el futuro.
En México surgieron frente a un desafío coyuntural, las elecciones, ¿con qué expectativa?
Estamos hablando de semanas. Han hecho cosas espléndidas. Obligaron a TV azteca y Televisa a transmitir el debate de candidatos. Se habían negado, querían pasar fútbol, que les da más rating. Obligan también a cambiar las estrategias de los partidos políticos. Pero lo más importante es que abrieron su agenda y buscan articularse con movilizaciones que vienen de mucho tiempo atrás, para ver cómo incorporarlos. Pasaron de ese grito Fuera Peña Nieto a proclamas por los periodistas asesinados, por los muertos del narcotráfico… En México, es una conversación sin precedentes.
Los zapatistas también tuvieron adhesión estudiantil, ¿qué los diferencia?
Sí, lo de Chiapas fue importantísimo. Hay un México antes y después de 1994. Pero tenía otra composición, estaba de por medio la guerrilla, una izquierda radical que incomodaba, entonces la conversación quedó reducida a un sector de la sociedad. Aquí tenemos hijos de empresarios, hijos de sindicalistas, hijos de los activistas muertos en el 68, hay un nivel de diversidad sin precedentes.
Usted celebra el hecho de que los jóvenes no adscriban a verdades absolutas, ¿no conlleva eso a un gran nivel de confusión?
Lo principal es pensar en términos de la enorme diversidad que cabe en ese universo que llamamos jóvenes. Tienes ahí chavos que catapultan su visión del retorno a lo natural, sectores que siguen reivindicando al Che, otros que se apalancan en figuras de corte religioso, hay de todo. Lo que sí creo es que en estas expresiones de micropolítica está presente la búsqueda de un relato de futuro. Esas verdades múltiples pueden articularse en una verdad que es el compromiso del nombre propio, eso me parece relevante.
Tenemos que abrir las categorías para pensar estos movimientos sin exigirles una agenda teleológica, un programa ya.
Pero no vamos a dejar de preguntarnos cómo pasarán de una lucha focalizada a otra como la búsqueda de un mundo mejor…
Sus propuestas son de una generosidad tremenda. Trabajan por una sociedad mejor. Incluso desde aspectos como dejar los automóviles y usar bicicletas. Es una apuesta política, quizá no como la entendemos nosotros. Todavía no están en la tesitura de abrirse a la pregunta por lo que significa la gestión del poder. Probablemente todas la crisis y todas las trabas que les están poniendo, los desalojos, las represiones que vemos contra los indignados los lleven a esa agenda. Es un momento interesantísimo
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