13 de março de 2010

El signo de la escuela pública

Por Ines Dussel

¿Cuál es el signo con el que recordaremos a la escuela pública de esta última década? ¿Será que habrá espacio para ver avances, o todo quedará acotado por la impresión de deterioro que se expande como diagnóstico implacable sobre la educación y la sociedad argentinas? 2010 llega en el marco de "ánimos crispados". La década que termina abrió con una crisis de grandes proporciones. El 2001 es todavía una herida abierta entre nosotros, lo que se evidencia en las conductas políticas y también en los climas sociales. En las escuelas públicas, la sensación de desamparo y caída abrupta de esa crisis hizo que creciera su función social de contención y refugio a expensas de sus tareas más propiamente instruccionales. La matrícula escolar creció consistentemente, sobre todo en el nivel inicial y en el tramo inicial de la escuela secundaria, impulsada por una renovada apuesta social por la educación como medio de salir del pozo.

La clase media urbana siguió migrando a la escuela privada, y el sector público se concentra en los sectores más pobres, rurales y con trayectorias escolares más difíciles y desafiantes. Las nuevas tecnologías imponen otras condiciones de trabajo en las aulas y prometen trastocar las relaciones de poder y los criterios de verdad en pocos años. En otras palabras, hay ampliación, cambio de funciones, crecimiento desigual, y no se revierte una tendencia a la fragmentación social que, por otra parte, está ocurriendo en muchos otros ámbitos de la sociedad (salud, vivienda, políticas de seguridad ciudadana).

Es interesante detenerse a pensar en los efectos que produjo esta ampliación de la oferta y de la obligatoriedad en las escuelas públicas. Por el lado de quienes se incorporan a la escuela por primera vez en generaciones, implica un salto importante en su horizonte social, aunque todavía hay que darle contenido más sustantivo a esa promesa de acceso al saber que hace –y cumple débilmente– la escuela.

Por el lado de los docentes, estas demandas son recibidas con respuestas polarizadas. Un grupo importante vuelve a afirmar un sentido de compromiso militante y de orgullo del oficio que hacía décadas no se veía, muy apoyado en discursos sindicales y en una perspectiva casi heroica de la profesión. Pero también se afirma en otros docentes la frustración y el resentimiento, que se expresan en la nostalgia de la vieja escuela argentina y en una supuesta superioridad moral para condenar y expulsar a los recién llegados. Habrá que elaborar políticas educativas de largo alcance y de ambiciones generosas para que volvamos a tejer algo de lo que viene fracturándose, y para que la escuela cumpla esa función de abrir nuevas puertas al saber y a un futuro mejor en la que seguimos confiando.

Revista Ñ de Cultura, Argentina, 13 de Marzo, 20010

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