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El País
27/11/2011
Sería sorprendente que no hubiese protestas en las calles de Atenas,
Madrid o Nueva York. El desempleo y la precariedad económica bastarían
para convertir a millones de resignados en indignados. Pero, además, el
constatar que algunos de los causantes de la crisis ahora se están
lucrando de ella produce una reacción humana casi natural: apagar la
televisión y salir a la calle a protestar. Esto es fácil de entender.
Pero lo que no es fácil de entender es por qué esto también pasa en
Chile. ¿Y que importa que en Chile las calles estén encendidas? Es un
pequeño y remoto país sudamericano cuyas circunstancias afectan poco a
los demás. Esto es verdad, pero entender lo que está pasando en Chile da
pistas útiles para entender la ola de indignación y protestas que hoy
vemos en otras partes.
Los chilenos deberían estar celebrando, no protestando: este es uno de
los países más exitosos del mundo. A finales de los ochenta, el 45% de
su población era pobre, hoy es el 14%. Dos décadas de acelerado
crecimiento económico, el aumento del empleo y los salarios han
contribuido al progreso social. Además, la inflación, que siempre afecta
más a los pobres, cayó del 27% anual en 1990 al 3%. Cualquier país
europeo envidiaría las cifras de la economía chilena. Y, en casi
cualquier ranking de países, Chile se sitúa entre los primeros lugares
(y en todas las listas es el número uno de América Latina): baja
corrupción, desarrollo humano, competitividad internacional, libertad
económica, conectividad y muchos otros. Y sin embargo... desde hace
meses hay protestas en las calles. Estallaron durante el Gobierno
anterior, presidido por Michelle Bachelet, y después de las elecciones
-ganadas por la oposición- continuaron con el nuevo Gobierno. Comenzaron
con una protesta puntual por la construcción de una represa y escalaron
a masivas manifestaciones contra la baja calidad y el alto costo de la
educación.
En una reciente visita a Chile tuve la oportunidad de preguntarle al
presidente Sebastián Piñera su opinión sobre la paradoja del éxito
económico y la desazón social. "Comprendo las motivaciones de los
estudiantes que protestan por la situación", me dijo. "Chile se
concentró en aumentar a gran velocidad el acceso a la educación y
descuidamos la calidad. También hay un problema con los costos de la
educación y en qué proporción deben ser cubiertos por el Estado". Piñera
ha aumentado sustancialmente el presupuesto para la educación y está
intentado reformar el sistema educativo. Pero el presidente es
consciente de que el malestar de los chilenos va mas allá de la
educación. Y tiene razón: según el Latinobarómetro Chile, es el país
latinoamericano donde la percepción del progreso que tiene la gente ha
sufrido la mayor disminución. También es el país donde más ha caído la
satisfacción con la manera como está funcionando la democracia y hay una
fuerte caída del apoyo de los chilenos a su modelo económico. ¿Cómo se
explica todo esto?
Obviamente la historia, las luchas políticas y las personalidades de los
protagonistas moldean la situación. Pero hay dos factores que resultan
evidentes: el crecimiento de la clase media y la desigualdad económica.
La expansión de la clase media produce exigencias a las cuales pocos
gobiernos pueden responder con la velocidad o la agilidad requerida.
Construir una escuela o un hospital es más fácil que lograr que la
calidad de la educación o la salud mejoren. Y la nueva clase media
tiene, justificadamente, estas expectativas de mejora. Y rápido. Mi
conversación con un estudiante chileno que participa en las protestas
fue muy reveladora: "Mi familia siempre fue pobre y ahora somos clase
media. Pero el Gobierno ya no hace nada por nosotros: se concentra en
ayudar a los más pobres o a los más ricos, a los inversionistas. Nada
para nosotros, los del medio".
Y esto tiene también que ver con la inequidad. Si bien ha venido
declinando, Chile tiene un altísimo índice de desigualdad económica. Y
este tema apareció en todas las conversaciones que tuve durante mi
visita. Es obvio que en Chile y en otras partes del mundo la
coexistencia pacífica con la desigualdad se acabó. Disminuir más
aceleradamente la desigualdad es ahora una prioridad que los estudiantes
trajeron a la conversación nacional. El país les está en deuda por eso.
Queda por ver si el Gobierno, los estudiantes y el resto de la sociedad
chilena logran hacer cambios que ataquen la desigualdad económica sin
afectar a los demás logros del país. Otras naciones tienen este mismo
reto. Y quizás, también en esto, de Chile saldrán algunas lecciones
útiles para el resto del mundo.
El País
27/11/2011
Sería sorprendente que no hubiese protestas en las calles de Atenas,
Madrid o Nueva York. El desempleo y la precariedad económica bastarían
para convertir a millones de resignados en indignados. Pero, además, el
constatar que algunos de los causantes de la crisis ahora se están
lucrando de ella produce una reacción humana casi natural: apagar la
televisión y salir a la calle a protestar. Esto es fácil de entender.
Pero lo que no es fácil de entender es por qué esto también pasa en
Chile. ¿Y que importa que en Chile las calles estén encendidas? Es un
pequeño y remoto país sudamericano cuyas circunstancias afectan poco a
los demás. Esto es verdad, pero entender lo que está pasando en Chile da
pistas útiles para entender la ola de indignación y protestas que hoy
vemos en otras partes.
Los chilenos deberían estar celebrando, no protestando: este es uno de
los países más exitosos del mundo. A finales de los ochenta, el 45% de
su población era pobre, hoy es el 14%. Dos décadas de acelerado
crecimiento económico, el aumento del empleo y los salarios han
contribuido al progreso social. Además, la inflación, que siempre afecta
más a los pobres, cayó del 27% anual en 1990 al 3%. Cualquier país
europeo envidiaría las cifras de la economía chilena. Y, en casi
cualquier ranking de países, Chile se sitúa entre los primeros lugares
(y en todas las listas es el número uno de América Latina): baja
corrupción, desarrollo humano, competitividad internacional, libertad
económica, conectividad y muchos otros. Y sin embargo... desde hace
meses hay protestas en las calles. Estallaron durante el Gobierno
anterior, presidido por Michelle Bachelet, y después de las elecciones
-ganadas por la oposición- continuaron con el nuevo Gobierno. Comenzaron
con una protesta puntual por la construcción de una represa y escalaron
a masivas manifestaciones contra la baja calidad y el alto costo de la
educación.
En una reciente visita a Chile tuve la oportunidad de preguntarle al
presidente Sebastián Piñera su opinión sobre la paradoja del éxito
económico y la desazón social. "Comprendo las motivaciones de los
estudiantes que protestan por la situación", me dijo. "Chile se
concentró en aumentar a gran velocidad el acceso a la educación y
descuidamos la calidad. También hay un problema con los costos de la
educación y en qué proporción deben ser cubiertos por el Estado". Piñera
ha aumentado sustancialmente el presupuesto para la educación y está
intentado reformar el sistema educativo. Pero el presidente es
consciente de que el malestar de los chilenos va mas allá de la
educación. Y tiene razón: según el Latinobarómetro Chile, es el país
latinoamericano donde la percepción del progreso que tiene la gente ha
sufrido la mayor disminución. También es el país donde más ha caído la
satisfacción con la manera como está funcionando la democracia y hay una
fuerte caída del apoyo de los chilenos a su modelo económico. ¿Cómo se
explica todo esto?
Obviamente la historia, las luchas políticas y las personalidades de los
protagonistas moldean la situación. Pero hay dos factores que resultan
evidentes: el crecimiento de la clase media y la desigualdad económica.
La expansión de la clase media produce exigencias a las cuales pocos
gobiernos pueden responder con la velocidad o la agilidad requerida.
Construir una escuela o un hospital es más fácil que lograr que la
calidad de la educación o la salud mejoren. Y la nueva clase media
tiene, justificadamente, estas expectativas de mejora. Y rápido. Mi
conversación con un estudiante chileno que participa en las protestas
fue muy reveladora: "Mi familia siempre fue pobre y ahora somos clase
media. Pero el Gobierno ya no hace nada por nosotros: se concentra en
ayudar a los más pobres o a los más ricos, a los inversionistas. Nada
para nosotros, los del medio".
Y esto tiene también que ver con la inequidad. Si bien ha venido
declinando, Chile tiene un altísimo índice de desigualdad económica. Y
este tema apareció en todas las conversaciones que tuve durante mi
visita. Es obvio que en Chile y en otras partes del mundo la
coexistencia pacífica con la desigualdad se acabó. Disminuir más
aceleradamente la desigualdad es ahora una prioridad que los estudiantes
trajeron a la conversación nacional. El país les está en deuda por eso.
Queda por ver si el Gobierno, los estudiantes y el resto de la sociedad
chilena logran hacer cambios que ataquen la desigualdad económica sin
afectar a los demás logros del país. Otras naciones tienen este mismo
reto. Y quizás, también en esto, de Chile saldrán algunas lecciones
útiles para el resto del mundo.
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