7 de dezembro de 2011

El mundo debe ser reorganizado, Fernando Henrique Cardoso


06-12-11 | OPINION, Infobae

Pasó más de medio siglo desde la creación de la ONU y los fundamentos del orden mundial se han transformado enormemente. Se necesitan líderes globales que, sin renunciar a los ideales universales de 1945, convoquen a la mesa a los nuevos protagonistas. EscribeFernando Henrique Cardoso


Ante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, los vencedores se dispusieron a crear la Organización de Naciones Unidas (ONU) y otras instituciones internacionales para impedir las grandes conflagraciones y regular, dentro de lo posible, los temas de interés general. Algunos de esos temas son el comercio, con laOrganización Mundial de Comercio, y los desequilibrios financieros globales y la ayuda a los países endeudados, con el Fondo Monetario Internacional. También se crearon otras para promover el desarrollo (el Banco Mundial) y para remediar las cuestiones básicas de los pueblos en materia de salud (la Organización Mundial de la Salud) y de educación (la Unesco).

Aunque todavía lejos del ideal, es innegable que esas organizaciones han logrado ciertos progresos. En por lo menos un punto muy importante la ONU salió victoriosa: a pesar de la guerra fría, no se dio ningún choque directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En el período de la posguerra fría tampoco se ven riesgos de confrontación militar entre China y las potencias occidentales.

Sin embargo, ocurre que ya pasó más de medio siglo desde la creación de la ONU y los fundamentos económicos y políticos del orden mundial se han transformado enormemente.

Por lo menos cuatro hechos significativos imponen una revisión de esas instituciones internacionales: el fin de la Unión Soviética, la increíble expansión económica deChina, la reaparición del mundo islámico en la escena internacional y la emergencia de nuevos polos de poder económico y político en el mundo (no solamente los BRIC - Brasil, Rusia, India, China - sino también Turquía, Irán, Sudáfrica, Corea del Sur, entre otros países asiáticos). Y no olvidemos que Japón y Alemania, que no tienen un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, se han colocado en la cumbre de la economía mundial.

En el mundo occidental, la transformación de mayor significado fue la construcción de la Unión Europea, por su alcance político y civilizatorio. Ese movimiento unificador fue consecuencia del mismo impulso que llevó a la formación de la ONU: cansadas de pelear, Alemania y Francia se convirtieron en el sostén de la Comunidad Europea, conjunto de naciones cuyas relaciones deben basarse en la solidaridad entre la Europa más rica y la más pobre, en un acuerdo supranacional que busque la paz cimentada en la prosperidad común.

Considerados en conjunto, los acontecimientos político-económicos de la posguerra mundial fueron capaces de sustituir la guerra con la lucha por mejores posiciones en la producción, en el comercio y en las finanzas mundiales. Los conflictos retrocedieron al ámbito regional y, en muchos casos, tuvieron, después del hundimiento de la Unión Soviética y los ideales comunistas, más fundamentos culturales y religiosos que propiamente económicos.

Las transformaciones en el sistema productivo de los últimos 40 años, con una serie de avances tecnológicos, permitieron una expansión económica a escala global sin guerras ni anexiones territoriales. La actual globalización, sin embargo, difiere de la anterior expansión capitalista, denominada generalmente como imperialismo, en que ésta imponía el poder de los Estados con ejércitos, guerras y ocupaciones coloniales.

¿Qué modificaciones sobrevendrán del cuadro de poder que se va esbozando en el mundo, sumado a la crisis financiera iniciada en 2007 y que perdura a la fecha? Una cosa parece cierta: el predominio de Occidente se ve disputado por la emergencia de factores económicos, demográficos e incluso culturales sino-céntricos o, mejor dicho, 'asiático-céntricos. Está reabierto el camino al extremo oriente.

El francés Dominique Moïsi, analista político de la escena internacional, ha insistido en una tesis, expuesta en el libro La geopolítica de la emoción (Anchor Books, New York, 2010). En un artículo reciente (publicado por el Project Syndicate), él mostró queEstados Unidos está tratando de adaptarse a lo que llama el ''siglo de Asia",formando una comunidad económica con los países de ese continente.

Desde los años '90, algunos países emergentes, como el mismo Brasil, se han idoaproximando a China y a Asia en general, siendo que, en nuestro caso, las relaciones con Japón son más antiguas y ya fueron más estrechas. Los países africanos, sin ser ''economías emergentes", del mismo modo se vinculan cada vez más con China como exportadores de materias primas, tendencia seguida por varios países de América Latina. Con las consecuencias económicas de la crisis financiera actual, es natural que se refuerce la tendencia a depender de Asia. Europa se ha escapado de ella, aunque no haya sido capaz de tomar decisiones que pongan fin a la debacle económico-financiera allí.

Viejas tensiones han vuelto a exaltar los corazones europeos. Berlín quiere mantenerse en la ortodoxia financiera; no acepta que el Banco Central Europeo les preste a las tesorerías nacionales; teme que los electores reaccionen negativamente a la ayuda otorgada a países que, desde su punto de vista, no supieron ser previsores. Por eso se niega a emitir bonos salvadores a cambio de títulos de deuda de los bancos y países europeos. Es como si, de alguna manera, volviéramos al lenguaje de la guerra. En algunos países europeos ocurrió la quiebra de la política: en cuanto los pueblos protestan indignados, los "mercados" reaccionan y consiguen imponer primer ministros, tal es la desmoralización de los partidos y de la clase dirigente.

En este panorama, es urgente que aparezcan líderes globales del calibre de los que lograron crear la ONU y sus diferentes organizaciones, y de los que construyeron la vieja-nueva Europa. Los gobiernos estadounidenses ya erraron mucho al no percibir el significado del mundo árabe e islámico y tratar de imponerle su estilo de democracia, cuando ellos mismos se debatían en dificultades económicas y políticas.

El mundo entero paga el precio de la expansión del terrorismo y de la casi imposibilidad de mantener unidas las diversas comunidades religiosas, culturales y nacionales bajo el dominio de un mismo Estado. Cayó Irak pero no llegó la paz. Afganistán padece entre la corrupción y los señores de la guerra y del opio. En Libia, una intervención que tenía propósitos humanitarios recorrió el camino de las atrocidades y por ahí vamos, sin mencionar las áreas más candentes, como Palestina e Israel, Irán y Pakistán.

Con realismo, pero sin perder de vista los ideales universales diseñados en 1945, es urgente que las potencias dominantes reconozcan las nuevas realidades e inviten a su mesa a los que tienen voz y voto en el mundo.

Ojalá que Moïsi tenga razón y que los dirigentes estadounidenses estén construyendo las bases para unas relaciones estables, de paz, prosperidad y respeto a los derechos humanos con Asia, sin ambicionar difundir ahí su ideología política ni, mucho menos, aceptar la generalización del modelo chino.


Fernando Henrique Cardoso fue presidente del Brasil de 1995 a 2003

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