El director de cine Steven Soderbergh es el último en iniciar una aventura literaria en la red social
TONI GARCÍA Barcelona 12 MAY 2013 - 00:39 CET2
En enero de este mismo año, un profesor de Historia afirmaba en la facultad de Cambridge, en Reino Unido, que el uso de las redes sociales estaba aniquilando el lenguaje escrito. Para este enseñante, David Abulafia, el uso de la escritura que se da en Twitter o Facebook era la causa de que “la gramática y la puntuación sean atroces”. Sus comentarios levantaron una controversia notable, especialmente porque muchos de sus estudiantes negaron que el —obvio— bajón del nivel intelectual relativo al adecuado uso de las palabras tenga que ver con la aparición de las redes sociales, siendo más un fenómeno sistémico que coyuntural.
Sea como fuere, la reflexión de Abulafia llega en un momento en que Twitter se ha convertido en la gran red social, desbancando a Facebook, y dejando por el camino la sensación de que el potencial de esta herramienta de comunicación está aún por descubrir. Por el mismo atajo se ha colado el estudio de la Universidad Carnegie Mellon, la Universidad de Stanford y el Instituto Tecnológico de Georgia en el que los autores analizaron a más de 14.000 usuarios de Twitter y centenares de miles de mensajes en busca de patrones de uso, evolución del lenguaje (teniendo en cuenta que en esta red social, y si se prescinde de aplicaciones para extender los tuits, el usuario solo dispone de 140 caracteres) y diferencias entre sexos a la hora de tuitear. Sus conclusiones, muy comentadas en Estados Unidos, hacían hincapié en la influencia femenina a la hora de escribir tuits y especialmente en la creación de nuevos códigos de comunicación, con la utilización de los emoticonos, los acrónimos y los signos de puntuación, que se extiende ahora a la totalidad de la red social sin distinción de sexo.
El hecho de que Twitter se haya convertido en objeto de estudio (a veces sesudo, en otras ocasiones anecdótico) es una prueba más del calibre de la red social, utilizado ahora por más de 100 millones de usuarios en todo el mundo, de los que un 40%, según los mandamases de la compañía, se limitan a ejercer el rol de mirón, mientras unos 400 millones de personas —no necesariamente usuarios— se conectan a la red mensualmente para saber lo que se cuece. Este potencial sin techo aparente (Twitter anunció en abril que a partir de ahora permitirá que los anunciantes puedan ponerse en contacto con sus usuarios para ofrecerles sus productos dependiendo de las palabras que estos —los tuiteros— usen en sus mensajes, lo que abre una nueva vía de ingresos para la controvertida red social) no ha pasado desapercibido en ningún ámbito, y el arte, uno de los sectores que mejor ha sabido aprovechar la tecnología y especialmente los monstruos como Facebook, Tumblr o la propia Twitter, no es una excepción. Hace unos días fue noticia la aventura que Steven Soderbergh, director de cine y polemista profesional (ha anunciado su retirada del séptimo arte en diversas ocasiones para a continuación rodar una nueva película), ha iniciado utilizando la red de los 140 caracteres. “Voy a intentar escribir una novela en Twitter”, anunció a los participantes de una conferencia privada (palabra algo arrojada en una época en que un rumor puede hundir la bolsa en cuestión de segundos). Dicho y hecho, a través de su usuario @bitchuation (que hasta hace pocos días era solo un tuitero más hasta que Soderbergh decidió desvelar que era su cuenta) ha publicado 14 capítulos de Glue, una extraña novela que se acompaña de imágenes tomadas por el propio realizador y que algunos medios han calificado de twitterature (o lo que es lo mismo, tuiteratura, en español, un híbrido entre Twitter y literatura). La tuiteratura no es nueva, si puede decirse así. Jennifer Egan, a través de The New York Times, allá por 2012, ya publicó un relato corto sobre una espía del futuro que después pudo leerse en la revista The New Yorker. Varias editoriales underground estadounidenses publican avances de sus libros a 140 caracteres la entrega.
Twitter no es ajena a estos intentos de implementar su red y hace un mes lanzó Twitter Music, un servicio para pequeños artistas que servirá de plataforma a músicos independientes, que llega apadrinada por Jason Mraz y Moby y que servirá para potenciar un aspecto sonoro (y melómano) que parecía olvidado, además de servir de banco de pruebas para la atormentada industria discográfica. La última locura en la red social ha sido convertir el lenguaje pictográfico japonés emoji en una tendencia después de que el artista Man Barlett hiciera un tuit al que se han sumado instituciones como los museos Paul Getty y el de Arte del condado de Los Ángeles o la Tate Gallery de Londres. Barlett parece seguir la estela de Takashi Fujita o Karen Eliot, que han sido capaces de convertir los 140 caracteres en auténticos cuadros. De hecho, si uno se pone a seguir el hashtag #twitterart en la red social se dará de narices con un montón de locos tratando de convertir cada tuit en un galimatías gráfico. Finalmente, artistas contemporáneos como Ai Wei Wei han empezado a usar la red que creó Jack Dorsey en 2006 para contar sus performances en tiempo real, convirtiendo lo que debía ser una herramienta de contacto en una auténtica plataforma mediática. Wei Wei, como Soderbergh o Barlett, ha encontrado en Twitter el martillo necesario para golpear la mesa sin ni siquiera tener que moverse de casa, dejando claro que las aparentes limitaciones de la red —los 140 caracteres— disparan la creatividad con más fuerza que la de cualquier espacio ilimitado que Internet pueda ofrecer. Si el arte buscaba un amigo, Twitter acaba de tenderle la mano.
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