Ns cruzábamos en el aire, poco antes de las nueve de la noche, e improvisábamos una pequeña conversación radial de cinco o seis minutos. Gran lector y exquisito melómano, Pepe se las arreglaba igualmente para derivar nuestras charlas públicas hacia la perplejidad. No terminaba de aceptar el carácter salvaje y desaprensivo del poder, y la pasividad con que se aceptaba en la Argentina la adulteración permanente de las reglas democráticas.
La primera vez que lo vi en mi vida fue hace veintitrés años, cuando lo entrevisté para El hombre que se inventó a sí mismo, una biografía no autorizada que escribí sobre Bernardo Neustadt. AllíEliaschev me contaba descarnadamente sus comienzos. Alumno del Nacional de Buenos Aires, compañero y amigo de Rolando Hanglin y de Mario Sábato, pertenecía a un grupo con inquietudes: activistas políticos, poetas, escritores y fabricantes de publicaciones estudiantiles. Muchachos enamorados de la política y la literatura, que hacían una pequeña revista llamada Para hoy y que planteaban la incomunicación generacional, la educación sexual y otros temas absolutamente vanguardistas. "Todo con una línea sartreana y procastrista, aunque sentíamos desprecio por la Unión Soviética", me aseguraba. A través del padre de Hanglin conocieron a Neustadt y participaron en aquellos paneles de televisión desde donde ametrallaban a preguntas a grandes personajes de la vida nacional. Bernardo lo llevó a la revista Todo -donde su primer sueldo como redactor fue de 10.000 pesos-.
Para el lanzamiento de la revista se había confeccionado un folleto donde cada integrante de la redacción debía presentarse y escribir lo que quisiera. En las flamantes máquinas Olivetti, Eliaschev escribió una carilla y media. Neustadt, al leerla, lo mandó llamar, le dijo que estaba escrita como los dioses y que, a partir de ese momento, iba a ganar 12.000 pesos. "Me había revaluado a partir de esos simples párrafos donde un muchacho de 19 años contaba quién era; qué significaba su viejo, que había fallecido ese mismo año; cómo era su novia; qué gustos tenía, y cuáles eran sus libros preferidos", recordaba. Duró nueve meses y recibió una indemnización cuando la revista cerró. Luego colaboró con Extra, otra ocurrencia de Bernardo.
Varios años más tarde, y luego de muchas correrías periodísticas, Pepe fue amenazado por la Triple A y debió viajar a Venezuela y finalmente vivir su amargo exilio en los Estados Unidos. Cubrió la guerra civil en Nicaragua y desde Panamá salió por primera vez para Radio Mitre comentando el suceso, a instancias de Julio Lagos. El productor del programa lo llamó más tarde y le dijo: "Pepe, nos gusta mucho tu trabajo. Vos vivís en Nueva York. ¿Querés ser nuestro corresponsal?". Trescientos dólares por mes. Corría 1979, en la Argentina reinaba Videla, recién se ponía en marcha el satélite, no existía la CNN y Pepe vivía frente a las Naciones Unidas: desde su ventana fue relatando la llegada de Fidel Castro, del Papa y de Yasser Arafat. El éxito de aquellas transmisiones resultó espectacular e inesperado. Cuando Lagos se fue a radio El Mundo, Julio Moyano le ofreció a Pepe 2000 dólares y un pasaje a Buenos Aires para que siguiera su rutina, aunque esta vez para el programa que conducía Neustadt.
A pedido de Bernardo fue a ver al productor Fernando Marín, a quien no conocía. Se presentó de parte de Neustadt y los responsables de Videoshow (Canal 11) le ofrecieron 5000 dólares, un departamento en Nueva York y un camarógrafo de para que enviara notas "calientes" desde el Primer Mundo. Esto lo convirtió en una especie de celebridad. Pepe aprovechaba además para tocar permanentemente el tema de los derechos humanos. En ese momento Radio Mitre era estatal y Eliaschev se las ingeniaba siempre para abordar asuntos peligrosos de los que no se hablaba. Un día de septiembre, Neustadt le dijo por teléfono: "No sé qué pasa, pero hay una traba para que salgas al aire. Dejame averiguar a ver de qué se trata". Al segundo día, Eliaschev tomó conciencia de que había sido prohibido.
Bernardo no mencionó al aire la prohibición, pero habló con el general Viola y éste le dijo: "Lo que los servicios prohíben no lo podemos tocar". Se le achacaba a Eliaschev haber viajado a Cuba, lo cual era cierto, y que era comunista, lo que cual resultaba falso. Así terminó 1980, con un Neustadt diciendo por teléfono: "Lo siento, Pepe, todo esto me duele y perjudica".
Con la llegada de la democracia, Eliaschev regresó al país y debutó en TV con Badía y Cía. Para el Día del Periodista, en julio de 1984, se armó una producción en la que el invitado central era Neustadt. Para hacer un contrapunto, Eliaschev invitó a Santo Biasatti, Silvina Walger y Gabriel Levinas. Esa tarde, Bernardo entró a Canal 13, Pepe lo recibió y Neustadt no reprimió el abrazo ni el entusiasmo. Luego Biasatti, Walger y Levinas lo pulverizaron por haber sido un periodista que no denunció la falta de derechos humanos ni la censura. Bernardo se fue golpeado y circunspecto. "Nunca pensé que me ibas a hacer una zancadilla así", murmuró, mirando a los ojos de Eliaschev, ese hijo pródigo que supuestamente lo había traicionado, pero que alguna vez volvería al redil. En 1985, Bernardo volvió a llamarlo a su casa y le confesó que quería llegar a la radio a las ocho y que alguien arrancara a las seis. "Yo estaba en Splendid. Bernardo me proponía lo que siete años después haría con Hadad. Le dije que no, a pesar de que era tocar el cielo con las manos. No acepté una relación filial, tal como él quería."
La esperada revancha de Neustadt se produciría recién un año después, cuando en Cable a tierra Pepe salió a preguntar sobre la relación entre el tamaño del pene y el goce sexual de las mujeres, y fue atacado crudamente por todos los sectores. "Bernardo se dedicó entonces a hablar con gente diversa y a matarme -contó-. Luego en el 88 los radicales me rajaron de ATC y cuando intenté, para defenderme, un espacio de TV, Bernardo sólo me invitó al cable." En 1989 Pepe fue designado al frente de Radio Municipal. Tenía un programa semanal y un día decidió invitar a Bernardo. Neustadt se estaba separando, parecía más gordo y deprimido. Olvidó viejos rencores y llegó solo. En un momento de la charla, Bernardo se largó a llorar. "Ante cada atardecer, me pregunto cuántos me quedan, Pepe." A Pepe se le hizo un nudo en la garganta.
La historia de Eliaschev es pródiga en recuerdos periodísticos y en libros testimoniales. Fue censurado por el kirchnerismo de diversas maneras y por diferentes medios, y cobijado por Alfredo Leuco en Le doy mi palabra. Después todos juntos recalamos en la nueva etapa de Radio Mitre. Esto que pasa se transformó en un clásico. La manera en que Eliaschev articulaba ideas sin necesidad de escribirlas previamente, con elocuencia, alto nivel intelectual y una precisión milimétrica, lo volvió legendario. Se fue uno de los grandes columnistas radiales de todos los tiempos.
En los últimos meses, yo lo veía salteado: Pepe no conseguía asistir todas las tardes a su programa. Lo hacía dos veces por semana y se lo notaba realmente fatigado y fatídico. También por el tratamiento médico que Pepe llevaba obedientemente a cabo día tras día. A veces lo acompañaba hasta la calle y nos abrazábamos como si fuera la última vez. Pero la última vez aconteció hace dos viernes, cuando se fue antes de tiempo y me sonrió de una manera especial. Sentí ternura y escalofríos. Presentí que estaba entrando en un túnel que no tenía salida. Recordé aquel pensamiento negativo que asaltaba a Bernardo.
La muerte de alguien querido nos recuerda nuestra propia partida. La muerte de un periodista talentoso nos recuerda que el verdadero talento no abunda. Pepe fue siempre crítico, tuvo problemas con todos los gobiernos y sólo se mantuvo fiel a su oficio de ver y pensar por su cuenta. Al recordarlo, en esta hora final, releo a Manuel Chaves Nogales, cuyo libro A sangre y fuego, sobre la Guerra Civil española, compartí con él pocas semanas atrás: "De mi pequeña experiencia personal puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y los otros".
No tengo más palabras.
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