31 de março de 2015

Jovens britânicos entre 12 e 13 anos temem vício em pornografia, diz pesquisa





RIO — O consumo compulsivo de pornografia na internet não é mais uma preocupação apenas de adultos — ao menos no Reino Unido. Uma pesquisa conduzida pelo serviço "NSPCC ChildLine" com 700 jovens britânicos aponta que um em cada dez entrevistados entre 12 e 13 anos de idade teme estar "viciado" em pornografia, devido ao fácil acesso desse tipo de conteúdo na internet. Além disso, 20% dos participantes disseram que já viram imagens pornográficas que os chocaram ou que os deixaram perturbados.
Conduzida pelo serviço telefônico dedicado à proteção de menores, o levantamento faz parte de uma campanha da organização para atrair atenção ao tema e promover a oferta de informações para os jovens sobre as implicações negativas da exposição excessiva a pornografia na internet.
Cerca de 12% dos jovens entrevistados na pesquisa disseram já terem participado de um vídeo de sexo explícito, e grande parte dos menores afirmaram que assistir a pornografia é "parte do seu dia a dia".
— Crianças de todas as idades hoje têm acesso fácil a uma grande gama de pornografia — afirmou Peter Liver, diretor da ChildLine à britânica BBC. — Se nós, enquanto sociedade, nos desviarmos de falar sobre essa questão, estamos falhando com milhares de jovens que são afetados por isso.
De acordo com Liver, diversas crianças relatam ao seu serviço que assistir a pornografia está fazendo com que elas se sintam deprimidas, já que passam a lidar com questões relativas a imagem do próprio corpo, e pressionadas a iniciar atividades sexuais para as quais não estão prontas.
"Eu não achava que isso (a pornografia) estava me afetando no início, mas comecei a ver as garotas de forma diferente recentemente, e isso tem me preocupado. Eu gostaria de me casar no futuro, mas estou com medo de que isso nunca possa acontecer caso eu continue a pensar em garotas da forma que eu penso", relatou um adolescente na pesquisa.
Atento à questão, o governo britânico anunciou no início do mês passado que as escolas do país terão aulas de educação sexual para crianças a partir de 11 anos.

Umberto Eco: “Internet puede tomar el puesto del periodismo malo”



El filólogo italiano apunta al periodismo en su nueva novela, ‘Número Cero’. En ella habla de cómo se trata hoy la política, a base de sospechas y cotilleos

Una táctica que no es nueva, pero que Internet ha convertido en más creíble. Eco traza la historia de un editor que monta un periódico con el que chantajea a sus adversarios


Umberto Eco
Umberto Eco, junto a la librería de su casa en Milán, Italia. / ROBERTO MAGLIOZZI

Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe diariamente. Cuando le pedimos fotos de su juventud se fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su alephparticular, su despacho, y encontró las fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehúye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros.
Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una gloria conquistada en una batalla sin sangre. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Paseamos junto al escritor. Física y metafóricamente. Recorremos junto a él la imponente librería de su casa en Milán, donde también reposan algunos de sus libros más exitosos, como El péndulo de Foucault y Apocalípticos e integrados. En las mismas baldas también está su nueva novela, Número Cero, que Lumen publica el 9 de abril, una ficción sobre el periodismo inspirada en la realidad. Una mirada a la información en el siglo XXI y a Internet, campo de batalla de las ideas, las noticias y las falsedades. Controlar la veracidad de lo que aparece en la Red es, para Eco, imprescindible. Una tarea a la que deberían dedicarse los periódicos tradicionales, para que estos sigan siendo, en el futuro, garantes de la democracia, la libertad y la pluralidad.
Desde ese éxito que hubiera envanecido a cualquiera no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece (en numerosos países del mundo, y en este momento en España) con una nueva novela que le nace desde el centro mismo de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado durante décadas a hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero(traducción de Helena Lozano) pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve al magnate para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el gran magnate de los medios en Italia?, le pregunté a Eco. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.

Umberto Eco

Alessandria, 1932. Nació en el Piamonte, en Italia, donde fue educado por los salesianos. En 1954 se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Turín, centro en el que también fue profesor, además de en las Universidades de Florencia, Milán y Bolonia. Rozando los 50 años, Umberto Eco obtuvo uno de sus mayores éxitos literarios con su novela El nombre de la rosa, traducida a numerosos idiomas y llevada al cine. A lo largo de su trayectoria ha logrado numerosos reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2000. Es también caballero de la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana y caballero de la Legión de Honor francesa.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué? Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre. Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por aquel entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que al menos salga una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio [un periodista clave en la trama de Número Cero] sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando yo mismo no sabía qué automóvil quería…
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar… Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, un señor que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban enseguida en chantaje. Hasta que un día fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti, o de otros… Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro… Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.
¿En qué consiste? En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”. Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros… Muchos diarios se han reconocido en Número Cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.
El periodista en concreto está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla… Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material paraNúmero Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como esta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.
Y usted no la inventó, claro. Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías…
La prensa es todavía una garantía de democracia”
Ahora la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, Internet, que ha cambiado por completo el periodismo.Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo… Si sabes que estás leyendo un periódico como EL PAÍS, La Repubblica,Il Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con Internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o que se inventen historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio.
En este momento ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone o Indro Montanelli… ¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran! Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della SeraLe SoirLa TardeEvening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?
Dígalo usted. Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o ­me­ses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con ­noticias repetidas, cae en el cotilleo, no ­puede evitarlo… La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi cincuenta años y es un problema muy grave e importante.
¿Por qué es tan grave? Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!
¿De veras cree que no? El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de Internet, y es algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: “Mira qué hay en Internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona ante ello, yo te lo muestro”. Y eso se puede hacer tranquilamente. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos –ya que los jóvenes no leen—que además no usan Internet. Habría que hacer, pues, un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Este es un posible futuro para un buen periodismo.
El autor, en su casa. / ROBERTO MAGLIOZZI
En su novela un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede? Y no solo. En Número Cero profundizo en la técnica del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación, un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta: cada uno de nosotros tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de un dossier es fundamental. La técnica del expediente es como la técnica del secreto. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el niño dice (burlándose): “¡Yo sé una cosa que tú no sabes!”. Decir que sabes una cosa que el otro no sabe es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y solo son recortes de prensa. Se venden a un Gobierno y a los servicios secretos o a la policía y son dossieres vacíos, llenos de cosas que sabíamos todos menos los servicios secretos.
Número Cero es una novela de ficción, pero todo se puede verificar en la realidad… Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la máquina del fango existen. No todos los diarios usan esta máquina, pero existen los que la utilizan, y por una modesta suma de dinero te podría dar los nombres…
¿Y cómo se sale del fango? Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango? Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre cuestiones privadas. Quiero decir que en la época áurea si no te gustaba un presidente de Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra… En cambio, con Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su estudio… Esta es la máquina del fango. Podrías haber dicho, cosa que no ocurrió en Estados Unidos, que Kennedy se acostaba con Marilyn Monroe; la máquina del fango hubiera utilizado eso… A aquel juez de Rímini de mi libro (que existió realmente, en otra ciudad) le pusieron encima la máquina del fango: llevaba calcetines estrafalarios, fumaba demasiado. En realidad, había dictado una sentencia que por aquel entonces no le había gustado a Berlusconi. Y lo que hizo la maquinaria del ex primer ministro fue buscar su desprestigio a través de episodios menores. Puedes deslegitimar a Netanyahu por lo que hace con Palestina. Pero si lo acusas, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina del fango.
Frente a la máquina del fango… Las pruebas, las noticias contrastadas. Para la máquina del fango es suficiente con difundir una sombra de sospecha o trabajar sobre un cotilleo menor. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él, y se han dicho, cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que iba con una menor de edad entonces se le puso en dificultades. ¡Como ves, hasta defiendo a Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada más que por noticias sobre hechos verdaderos y otras cosas de las que es responsable.
Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo”
Cita usted en su libro la Operación Gladio en relación con sucesos que ocurrieron tras la Guerra Mundial… Entran ahí hasta las sospechas sobre la autoría de la matanza de los abogados de Atocha… Aquella sombra de la extrema derecha ahora vuelve al mundo con los atentados islamistas. Un mundo sombrío otra vez. ¿Qué opina de este momento otra vez sangriento, protagonizado esta vez por los terroristas yihadistas? Es como el nazismo: pensaba restablecer la dignidad del pueblo alemán matando a todos los judíos. ¿De dónde nace el nazismo? De una profunda frustración. Habían perdido una guerra y es en los momentos de grandes crisis cuando el cacique del pueblo puede congregar a la opinión pública alrededor del odio hacia un enemigo. Ocurre ahora con el mundo musulmán: tres siglos de frustración, tras el imperio otomano, tras el imperialismo, surge esa frustración en forma de odio y de fanatismo…
¿Y cómo se lucha contra eso? No lo sé. Estaba muy claro cómo se podía luchar contra el fanatismo nazi porque los nacionalsocialistas se encontraban en un territorio identificable. Aquí la cosa es más compleja.
¿Tiene miedo? No por mí: por mis nietos.
Usted ha escrito un libro en el que un periódico del fango da batallas sucias sin salir a la calle… ¿Concibe que un día no haya periódicos? Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque precisamente la pluralidad de los diarios ejerce una función de control. Pero para no morir el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse solamente a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la televisión. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía como si la Red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan de la Red. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan nunca de su mayor adversario!
¿Es su adversario? Sí. Porque lo puede matar.
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    Una exposición reexamina en París los tiempos de la colaboración con el régimen hitleriano

     la Francia de Vichy

     París 31 MAR 2015 - El País

    Hitler junto al arquitecto Albert Speer (i) y el escultor Arno Breker, ante la Torre Eiffel, una imagen de Heinrich Hoffmann, fotógrafo personal de Hitler.
    Hitler junto al arquitecto Albert Speer (i) y el escultor Arno Breker, ante la Torre Eiffel, una imagen de Heinrich Hoffmann, fotógrafo personal de Hitler.

    Dos episodios históricos siguen dando forma a la imagen que los franceses tienen de sí mismos: la Revolución de 1789 y la liberaciónposterior a la ocupación nazi en 1944. Pero no todos sus antepasados fueron aguerridos sans-culottes y, aún menos, héroes clandestinos de la Resistencia. Quienes se situaban en el bando contrario fueron eliminados durante décadas de la memoria colectiva, con la vana esperanza de hacer desaparecer ese incómodo recuerdo, hasta que la verdad histórica terminó por resurgir. En el marco del 70º aniversario de la Liberación, Francia ha decidido ceder tiempo y espacio para recordar a quienes colaboraron con el nazismo, a través de una exposición que cuenta con 300 documentos inéditos.
    En el Hôtel de Soubise, sede de los Archivos Nacionales, en pleno Marais parisiense, el mariscal Pétain da la bienvenida al visitante junto a la efigie circunspecta del mismo Adolf Hitler. La colaboración 1940-1945 es una muestra de pasillos estrechos y escenografía oscura que permite recordar, hasta el 5 de abril, lo sucedido durante el lustro que duró la colaboración con la Alemania nazi. Lo hizo Francia acomodándose a las exigencias del invasor, antes de abrazar su proyecto de civilización a través de una legislación manifiestamente antisemita. El régimen de Vichy, fundamentado en valores como "el trabajo, la familia, la patria, la piedad y el orden", excluyó a los judíos de la vida en común, prohibiéndoles ejercer oficios como los de funcionario, banquero, profesor, médico o artista. A partir de 1942, les obligó a lucir la funesta insignia amarilla y participó en su exterminio en nombre de la reconversión aria de Europa, con la deportación de 75.000 personas que residían en el territorio francés.
    Los cientos de documentos, en su mayoría desclasificados por primera vez por las autoridades francesas, permiten reexaminar la actitud de los autóctonos durante la ocupación y los distintos grados de implicación que tuvieron en el avance del nazismo, desde el compromiso convencido e incondicional con la causa hitleriana a un acercamiento circunstancial y no necesariamente sincero. El objetivo es demostrar que el colaboracionismo pudo tener distintos grados, pero también que en ningún caso se trató de un fenómeno marginal. "La colaboración no fue solo política, sino también económica, administrativa, policial, militar, ideológica y cultural. Vichy no fue una simple sucursal alemana, sino un sistema plenamente francés, ligado a la tradición de la extrema derecha local", afirma el historiador Denis Peschanski, comisario de la muestra y uno de los grandes especialistas en el periodo. El comisario lleva tres décadas investigando sus complejos mecanismos, así como sus repercusiones en términos de memoria e identidad colectiva.
    Peschanski desconfía ante quienes sostienen que toda Francia fue colaboracionista, igual que de aquellos que creen que todo el país sostuvo a la Resistencia. Más que esa minoría plenamente implicada en cada bando –"que no sumaba más de un millón de personas en cada lado", según el historiador–, el comisario se ha interesado por el comportamiento de las masas. "Hubo quienes se acomodaron a las circunstancias, pese a no ser colaboracionistas, básicamente por motivos económicos. Y después están los que rechazaron las delaciones, pese a no participar abiertamente en actos de resistencia, pero que fueron capaces de decir no. Este último grupo fue, claramente, el mayoritario".
    El itinerario es extenso y no se amedrenta ante los tabúes históricos. Arranca en junio de 1940, cuando la Asamblea Nacional otorgó los plenos poderes a Pétain, como recoge el acta constitucional que lo erigió en jefe de Estado, presente en la exposición. "He estado con vosotros en los días de gloria. Lo seguiré estando en los días oscuros. Permaneced a mi lado", clamó entonces ante sus conciudadanos, como recoge una postal conmemorativa. Además, la muestra recoge por primera vez fotografías inéditas del encuentro entre el mariscal Pétain, su vicepresidente Pierre Laval y el embajador alemán Otto Abetz a pocas horas del famoso apretón de manos entre Pétain y Hitler en Montoire, a la orilla del Loira. El trayecto termina con algunos de los 300.000 expedientes de purga política creados tras la liberación para represaliar al colaboracionismo. Entre los castigos ejemplares, figuraba la pena de muerte a Laval y la cadena perpetua a Pétain, desterrado a un fuerte en la Isla de Yeu, enclave de la costa atlántica convertido hoy en destino turístico para burgueses izquierdistas. Sin ir más lejos, dos ministros de Hollande veranean allí.
    Entre el inicio y el final, se multiplican los ejemplos de la violenta propaganda ejercida contra judíos y bolcheviques, además de numerosas fichas de los servicios policiales, que recogían las delaciones ciudadanas registradas durante esos cuatro años. Una carpeta contiene las denuncias contra la familia Cohen cerca de la Bastilla. Otra, la referente a los Blibaum en la rue Corbeau, y otra más, a los Bromberg en el barrio de Belleville. Forman parte de las más de 250.000 fichas que la policía parisiense aspira a desclasificar entre 2015 y 2019, al concluir el plazo de confidencialidad de 75 años que contempla la ley. Decenas de documentos e imágenes dan cuenta de ese régimen de terror cotidiano contra los judíos. Recogen historias como la del médico que exige a la policía que interviniera para evitar que su hijo se casara con su prometida judía. O como esa fotografía que describe el cambio de propietarios de una tienda de bolígrafos en 1940: "A partir del 1 de noviembre, la dirección será católica y francesa, igual que el personal".

    Series, documentales y ensayos, además del Nobel a Modiano, demuestran la fascinación francesa por este episodio
    La exposición también se detiene en la colaboración de los artistas. Contrariamente a lo que se cree, no fueron minoría. Ni tampoco "vivieron en una soledad amarga y deshonrada", como ya dijo Lucien Rebatet, autor de Les décombres, panfleto antisemita que se convirtió en un superventas en los tiempos de la ocupación. Además del conocido caso del escritor Louis-Ferdinand Céline, la muestra refleja la implicación de Pierre Drieu La Rochelle, Paul Morand o Ramón Fernández, que incluso fueron invitados por Goebbels al congreso de Weimar. El resto de artes tampoco se quedaron cortas: un reciente documental televisivo reveló el papel ambiguo que tuvieron personalidades tan conocidas como Maurice Chevalier, Edith Piaf, Sacha Guitry o Coco Chanel.
    La cultura popular francesa lleva años interesándose por el fenómeno. Una serie de éxito, Un village français, que ya alcanza la sexta temporada en la televisión pública, se centra en esa muchedumbre sin etiqueta, a la que la historia en mayúsculas no ha prestado suficiente atención. "Me interesa ese 95% de ciudadanos que no se identificaban ni como resistentes ni como colaboracionistas, que no eran ni monstruosos ni heroicos, sino simplemente humanos", ha dicho su creador, Frédéric Krivine. Peschanski señala otros ejemplos del ardor que este oscuro episodio sigue despertando entre los franceses, como el último premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano –premiado explícitamente por "desvelar la vida cotidiana durante la ocupación", según la Academia sueca– o el reciente escándalo originado por Le suicide français, exitoso ensayo del polemista Éric Zemmour, decidido a rehabilitar al régimen de Vichy, recordando que "salvó" a un 75% de los judíos franceses y se limitó a deportar a los extranjeros, argumento habitual en las filas de la extrema derecha francesa. Hoy supera las 300.000 copias vendidas. "Más que un trauma histórico, la ocupación constituye una obsesión francesa, porque se trata un capítulo definitorio de nuestra identidad como pueblo", afirma Peschanski.

    MEC, um desafio e tanto

    Na microrreforma ministerial em curso, a presidente Dilma Rousseff (PT) só colheu uma quase unânime reação positiva com a escolha de Renato Janine Ribeiro para o Ministério da Educação (MEC).

    Na Secretaria de Comunicação Social (Secom), a presidente curvou-se à pressão do PT e ali instalou Edinho Silva, seu tesoureiro de campanha eleitoral. Na pasta de Turismo, acena ao PMDB da Câmara com o nome do ex-deputado Henrique Eduardo Alves.
    Com a nomeação de Janine, Dilma aparenta disposição para enfim provar que "pátria educadora" é mais que um slogan. O professor de ética e filosofia política da USP ostenta boa reputação, apesar da limitada experiência administrativa como diretor de avaliação da Capes no primeiro governo Lula.
    Em artigo no jornal "Valor Econômico", Janine diz que o país precisa enfrentar a quarta "agenda democrática", após a democratização, a derrota da inflação e a inclusão social: a qualidade dos serviços públicos.
    A educação pública dá o exemplo acabado da instituição que logrou algo próximo de universalizar um serviço, ao menos no ensino fundamental, mas que patina na formação dada aos jovens.
    Tome-se o ensino médio, nível mínimo de qualificação exigido pelo mercado de trabalho. Somente 54,3% dos jovens de 19 anos tinham concluído o secundário em 2013, último dado disponível. E as notas médias em redação e matemática no Enem (Exame Nacional do Ensino Médio) de 2014 ficaram, respectivamente, 10% e 7% abaixo do registrado no ano anterior.
    Ao novo ministro cabe considerar, com urgência e seriedade, a adoção de um currículo nacional único. Não para tirar a autonomia do professor e fazer tábula rasa das disparidades regionais, mas a fim de oferecer-lhe uma plataforma sólida para desempenhar o mínimo que dele se exige.
    Janine defende ainda ampliar o Pronatec, iniciativa federal que subsidia a formação técnica. Antes, porém, terá de desfazer o imbróglio criado no primeiro mandato de Dilma com a expansão descontrolada do programa, mal que também acometeu o pródigo financiamento estudantil (Fies).
    Por fim, mas não menos importante, há que tirar do chão outra promessa de Dilma: construir 6.000 creches e pré-escolas em parcerias com prefeituras.
    Não faltarão tarefas para o novo titular do MEC, que ainda precisa demonstrar capacidade de conduzir a máquina pública.
      Folha de S.Paulo, 1/4/2015

    Mapas das Violencias

    CPI da Violência contra Jovens Negros vai promover audiências nos estados
    Além disso, os parlamentares querem debater o mapa da violência contra jovens negros e pobres no Brasil. A CPI é formada por 22 deputados, entre ...
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    As características sociais das vítimas
    Observaremos que geralmente elas são moradoras da capital, jovens e de cor negra, como demonstra os relatórios do Mapa da Violência 2012.
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    CPI vai percorrer o Brasil inteiro para investigar violência contra jovens negros e pobres
    O objetivo é elaborar um diagnóstico profundo que partirá das análises e dados contidos no “Mapa da Violência”, estudo elaborado pelo sociólogo ...

    Pela ampliação da maioridade moral!

    Por Eliane Brum, em Revista Época
    Eu acredito na indignação. É dela e do espanto que vêm a vontade de construir um mundo que faça mais sentido, um em que se possa viver sem matar ou morrer. Por isso, diante de um assassinato consumado em São Paulo por um adolescente a três dias de completar 18 anos, minha proposta é de nos indignarmos bastante. Não para aumentar o rigor da lei para adolescentes, mas para aumentar nosso rigor ao exigir que a lei seja cumprida pelos governantes que querem aumentar o rigor da lei. Se eu acreditasse por um segundo que aumentar os anos de internação ou reduzir a maioridade penal diminuiria a violência, estaria fazendo campanha neste momento. Mas a realidade mostra que a violência alcança essa proporção porque o Estado falha – e a sociedade se indigna pouco. Ou só se indigna aos espasmos, quando um crime acontece. Se vivemos com essa violência é porque convivemos com pouco espanto e ainda menos indignação com a violência sistemática e cotidiana cometida contra crianças e adolescentes, no descumprimento da Constituição em seus princípios mais básicos. Se tivessem voz, os adolescentes que queremos encarcerar com ainda mais rigor e por mais tempo exigiriam – de nós, como sociedade, e daqueles que nos governam pelo voto – maioridade moral.
    Ampliação maioridade moral - Eliane Brum
    Se é de crime que se trata, vamos falar de crime. E para isso vale a pena citar um documento da Fundação Abrinq bastante completo, que reúne os estudos mais recentes sobre o tema. Mais de 8.600 crianças e adolescentes foram assassinados no Brasil em 2010, segundo o Mapa da Violência. Vou repetir: mais de 8.600. Esse número coloca o Brasil na quarta posição entre os 99 países com as maiores taxas de homicídio de crianças e adolescentes de 0 a 19 anos. Em 2012, mais de 120 mil crianças e adolescentes foram vítimas de maus tratos e agressões segundo o relatório dos atendimentos no Disque 100. Deste total de casos, 68% sofreram negligência, 49,20% violência psicológica, 46,70% violência física, 29,20% violência sexual e 8,60% exploração do trabalho infantil. Menos de 3% dos suspeitos de terem cometido violência contra crianças e adolescentes tinham entre 12 e 18 anos incompletos, conforme levantamento feito entre janeiro e agosto de 2011. Quem comete violência contra crianças e adolescentes são os adultos.
    Será que o assassinato de mais de 8.600 crianças e adolescentes e os maus tratos de mais de 120 mil não valem a nossa indignação?
    Diante desse massacre persistente e cotidiano, talvez se pudesse esperar um alto índice de violência por parte de crianças e adolescentes. E a sensação da maioria da população, talvez os mesmos que clamam por redução da maioridade penal, é que há muitos adolescentes assassinos entre nós. É como se aquele que matou Victor Hugo Deppmanna noite de 9 de abril fosse legião. Não é. Do total de adolescentes em conflito com a lei em 2011 no Brasil, 8,4% cometeram homicídios. A maioria dos delitos é roubo, seguido por tráfico. Quase metade do total de adolescentes infratores realizaram o primeiro ato infracional entre os 15 e os 17 anos, conforme uma pesquisa do Conselho Nacional de Justiça (CNJ). E, adivinhe: a maioria abandonou a escola (ou foi abandonado por ela) aos 14 anos, entre a quinta e a sexta séries. E quase 90% não completou o ensino fundamental.
    Será que não há algo para pensar aí, uma relação explícita? Não são a escola – como lugar concreto e simbólico – e a educação – como garantia de acesso ao conhecimento, a um desejo que vá além do consumo e também a formas não violentas de se relacionar com o outro – os principais espaços de dignidade, desenvolvimento e inclusão na infância e na adolescência?
    É demagogia fazer relação entre educação e violência, como querem alguns? Mas será que é aí que está a demagogia? É sério mesmo que a maioria da população de São Paulo acredita que tenha mais efeito reduzir a maioridade penal em vez de pressionar o Estado – em todos os níveis – a cumprir com sua obrigação constitucional de garantir educação de qualidade?
    Não encontro argumentos que me convençam de que a redução da maioridade penal vá reduzir a violência. E encontro muitos argumentos que me convencem de que a violência está relacionada ao que acontece com a escola no Brasil. A começar pelo recado que se dá a crianças e adolescentes quando os professores são pagos com um salário indigno.   Aqueles que escolhem (e eles são cada vez menos) uma das profissões mais importantes e estratégicas para o país se tornam, de imediato, desvalorizados ensinando (ou não ensinando) outros desvalorizados. Será que essa violência – brutal de várias maneiras – não tem nenhuma relação com a outra que tanto nos indigna?
    Teríamos mais esperança de mudança real se, diante de um crime bárbaro, praticado por um adolescente a três dias de completar 18 anos, o povo fosse às ruas exigir que crianças e jovens sejam educados – em vez de bradar que sejam enjaulados mais cedo ou com mais rigor nas prisões que tão bem conhecemos. Vale a pena pensar, e com bastante atenção: a quem isso serve?
    É uma mentira dizer que os adolescentes não são responsabilizados pelos atos que cometem. O tão atacado Estatuto da Criança e do Adolescente (ECA) prevê a responsabilização, sim. Inclusive com privação de liberdade, algo tremendo nessa faixa etária. Mas, de novo, o Estado não cumpre a lei. Numa pesquisa realizada pelo CNJ, apenas em 5% de quase 15 mil processos de adolescentes infratores havia informações sobre o Plano Individual de Atendimento (PIA), que permitiria que a medida socioeducativa funcionasse como possibilidade de mudança e desenvolvimento.
    Alguém pensa em se indignar contra isso?
    Se você se alinha àqueles que querem que os adolescentes sejam encarcerados, torturados e sexualmente violados para pagar pelos seus crimes, pode se alegrar. É o que acontece na prática numa parcela significativa das instituições que deveriam dar exemplo de cumprimento da lei e oferecer as condições para que esses adolescentes mudassem o curso da sua história, como mostrou uma reportagem do Fantástico feita por Marcelo Canellas, Wálter Nunes e Luiz Quilião. Segundo a pesquisa do CNJ já citada, em 34 instituições brasileiras, pelo menos um adolescente foi abusado sexualmente nos últimos 12 meses, em 19 há registros de mortes de jovens sob a tutela do Estado, e 28% dos entrevistados disseram ter sofrido agressões físicas dos funcionários. Sem contar que, em 11 estados, as instituições operam acima da sua capacidade.
    Será que a perpetuação da violência juvenil decorre da falta de rigor da lei ou do fato de que parte das instituições de adolescentes funciona na prática como um campo de concentração? Antes de tentar mudar a lei, não seria mais racional cumpri-la?
    É o que o bom senso parece apontar. Mas é previsível que, num ano pré-eleitoral e com 93% dos paulistanos a favor da redução da maioridade penal, segundo pesquisa do Datafolha, o governador Geraldo Alckmin (PSDB) prefira enviar ao Congresso um projeto para alterar o ECA, passando o período máximo de internação dos atuais 3 anos para 8 anos em casos de crimes hediondos. Uma medida tida como enérgica e rápida, num momento em que o Estado de São Paulo sofre com o que o próprio vice-governador, Afif Domingos (PSD), definiu como “epidemia de insegurança” – situação que não tem colaborado para aumentar a popularidade do atual governo.
    Vale a pena registrar ainda que o número de crimes contra a pessoa cometidos por adolescentes diminuiu – e não aumentou, como alguns querem fazer parecer. Segundo dados da Secretaria Nacional de Direitos Humanos, entre 2002 e 2011 os casos de homicídio apresentaram uma redução de 14,9% para 8,4%; os de latrocínio (roubo seguido de morte), de 5,5% para 1,9%; e os de estupro, de 3,3% para 1%. Vale a pena também dar a dimensão real do problema: da população total dos adolescentes brasileiros, apenas 0,09% cumprem medidas socioeducativas como infratores. Vou repetir: 0,09%. E a maioria deles cometeram crimes contra o patrimônio.
    É claro que, se alguém acredita que os crimes cometidos pelos adolescentes não têm nenhuma relação com as condições concretas em que vivem esses adolescentes, assim como nenhuma relação com as condições concretas em que cumprem as medidas socioeducativas, faz sentido acreditar que se trata apenas de “vocação para o mal”. Entre os muitos problemas desse raciocínio que parece afetar o senso comum está o fato de que a maioria dos adolescentes infratores é formada por pretos, pardos e pobres. (São também os que mais morrem e sofrem todo o tipo de violência no Brasil.) Essa espécie de “marca da maldade” teria então cor e estrato social? Nesse caso, em vez de melhorar a educação e as condições concretas de vida, a única medida preventiva possível para quem defende tal crença seria enjaular ao nascer – ou nem deixar nascer. Alguém se lembra de ter visto esse tipo de tese em algum momento histórico? Percebe para onde isso leva?
    Há que ter muito cuidado com o que se deseja – e com o que se defende. Assim como muito cuidado em não permitir que manipulem nossa indignação e nossa aspiração por um mundo em que se possa viver sem matar ou morrer.
    Se eu estivesse no lugar dos pais de Victor Hugo Deppman, talvez, neste momento de dor impossível, eu defendesse o aumento do número de anos de internação, assim como a redução da maioridade penal. Não há como alcançar a dor de perder um filho – e de perdê-lo com tal brutalidade. Diante de um crime bárbaro, qualquer crime bárbaro e não apenas o que motivou o atual debate, os parentes da vítima podem até desejar vingança. É uma prerrogativa do indivíduo, daqueles que sofrem o martírio e estão sob impacto dele. Mas o Estado não tem essa prerrogativa.
    O indivíduo pode desejar vingança em seu íntimo, o Estado não pode ser vingativo em seus atos. Do Estado se espera que leve adiante o processo civilizatório, as conquistas de direitos humanos tão duramente conquistadas. E, como sociedade, nossa maturidade se mostra pelo conteúdo que damos à nossa indignação. É nas horas críticas que mostramos se estamos ou não à altura da nossa época – e de nossas melhores aspirações.
    De minha parte, sempre me surpreendi não com a violência cometida por adolescentes – mas que não seja maior do que é, dado o nível de violência em que vive uma parcela da juventude brasileira, a parcela que morre bem mais do que mata. E só testemunhei a sociedade brasileira olhar de verdade – olhar para ver essa realidade – uma única vez: quando o Brasil assistiu, em horário nobre do domingo, ao documentário Falcão – Meninos do tráfico. É um bom momento para revê-lo.
    Sabe por que a violência praticada por adolescentes não é maior do que é? Por causa de seus pais – e especialmente de suas mães. A maioria delas trabalha dura e honestamente, muitas como empregadas domésticas, cuidando da casa e dos filhos das outras. Contra tudo e contra todos, numa luta solitária e sem apoio, elas se viram do avesso para garantir um futuro para seus filhos. O extraordinário é que, apesar de sua enorme solidão, sem amparo e com falta de tudo, a maioria consegue. Àquelas que fracassam cabe a dor que não tem nome, a mesma dor impossível que vive a mãe de Victor Hugo Deppman: enterrar um filho.
    Em 2006, espantada com uma geração de brasileiros, a maioria negros e pobres, cuja expectativa de vida era 20 anos, andei pelo país atrás dessas mulheres. Elas respiravam, mas não sei se estavam vivas. Lembro especialmente uma, a lavadeira Enilda, de Fortaleza. Quando o primeiro filho foi assassinado pela polícia, ela estava com as prestações do caixão atrasada. O pai do menino tinha ganhado um dinheiro fazendo pão e, em meio à enormidade da sua dor, eles correram para regularizar o pagamento. Quando conversei com ela, Enilda pagava as prestações do caixão do segundo filho. O garoto ainda estava vivo, mas em absoluta impotência, essa mãe tinha certeza de que o filho morreria em breve. Diante da minha perplexidade, Enilda me explicou que se precavia porque testemunhava muitas mães nas redondezas pedindo esmola para enterrar os filhos – e ela não queria essa humilhação. Enilda dizia: “Meu filho vai morrer honestamente”.
    Nunca alcancei essa dor, que era não apenas de enterrar um filho, mas também de comprar caixão para filho vivo, o único ato de potência de uma mulher que perdera tudo. Enilda vivia numa situação de precariedade quase absoluta, tentando trancar nas peças apertadas da casa os filhos que restavam, num calor infernal, para que não fossem às ruas e se viciassem em crack. É claro que perdia todas as suas batalhas. A certeza de ser honesta era, para ela, toda a sanidade possível. (leia aqui).
    O que podemos dizer a mulheres como Enilda? Que agora podem ficar tranquilas porque o país voltou a discutir a redução da maioridade penal e o aumento do período de internação? Que é por falta de cadeia logo cedo que seus filhos vendiam e consumiam drogas, roubavam e foram assassinados? Que, ao saber que podem ir presos aos 16 em vez dos 18 anos, seus filhos ainda vivos aceitarão as péssimas condições de vida e levarão uma existência em que não trafiquem, roubem nem sejam mortos? Que é disso que se trata? Quando o primeiro filho de Enilda foi executado, ele tinha 20 anos – e já tinha passado por instituições para adolescentes e pela prisão.
    Antes de tornar-se algoz, a maioria das crianças e adolescentes que infringiram a lei foi vítima. E ninguém responde por isso.
    Não há educação sem responsabilização. É por compreender isso que o ECA prevê medidas socioeducativas. Mas, quando a solução apresentada é aumentar o rigor da lei – e/ou reduzir a maioridade penal –, pretende-se dar a impressão à sociedade que os adolescentes não são responsabilizados ao cometer um crime. Essa, me parece, é a falsa questão, que só empurra o problema para a frente. A questão, de fato, é que nem o Estado, nem a sociedade, se responsabilizam o suficiente pela nova geração de brasileiros.
    Educa-se também pelo exemplo. Neste caso, governantes e parlamentares poderiam demonstrar que têm maioridade moral cumprindo e fazendo cumprir a lei cujo rigor (alguns) querem aumentar.