7 de março de 2013

“HABILIDADES BLANDAS”, Juan Carlos Tedesco


7/3/2013

Hace algunas semanas participé de una reunión convocada por organismos
internacionales del sistema de las Naciones Unidas para discutir los logros y
perspectivas de algunas de las iniciativas que llevan adelante en el campo de la
educación y el desarrollo social. Más allá del análisis de los temas específicos de
esos programas y de sus agendas futuras, me llamó mucho la atención el concepto
de “habilidades blandas”, con el cual se aludió (y así fue incluido en la declaración
final de la reunión) al aprendizaje de las competencias vinculadas con el desempeño
ciudadano que no responden a la dimensión cognitiva.

Una mirada superficial sobre este concepto permitiría suponer que enseñar y
aprender algo “blando” es más fácil que algo “duro” y, por lo tanto, menos importante
y menos prestigioso. Por esa razón, entre otras, se evalúan logros en matemáticas y en
ciencias pero no en ética ni en compromiso social, por ejemplo. Es muy probable, sin
embargo, que enseñar y aprender a respetar al diferente, desarrollar fuertes sentimientos
de adhesión a la justicia social, asumir valores de solidaridad y de resolución pacífica
de los conflictos así como cambiar hábitos de consumo para contribuir a la protección
del medio ambiente sea más “duro” que enseñar y aprender el teorema de Pitágoras.
El aprendizaje de este conjunto de valores y actitudes exige más tiempo, moviliza
más dimensiones de la personalidad y obliga a modificar representaciones que fueron
elaboradas con una carga afectiva muy fuerte.

En otras columnas de este mismo espacio ya me he referido a estos temas,
pero la divulgación de la dicotomía entre lo “duro” y la “blando” en documentos
políticamente importantes, me lleva a insistir sobre la idea según la cual no es posible
disociar la dimensión ética de la dimensión cognitiva y de la dimensión emocional del
desempeño ciudadano.

Los análisis sobre las exigencias cognitivas de la sociedad actual han puesto de
relieve la necesidad de enseñar y aprender al menos dos capacidades fundamentales. La
primera es la capacidad de abstracción, ya que vivimos en un contexto sobrecargado de
informaciones; la segunda es la capacidad de pensar en forma sistémica o compleja, que
nos permita comprender la realidad en la que nos movemos. La historia nos muestra que
enseñar estas capacidades sin contenido ético puede ser socialmente muy peligroso para
la convivencia democrática. A la inversa, pretender promover valores democráticos sin
conocimientos e informaciones científicas suele conducir a una adhesión superficial y
puramente discursiva.

La división entre lo cognitivo, lo emocional y lo ético está asociada en el
plano curricular con la división entre ciencias duras y blandas, o entre las disciplinas
científicas por un lado y las artes y las humanidades por el otro. Los análisis recientes
sobre este tema muestran el carácter obsoleto de este enfoque. La ciencia y la técnica ya
han superado ampliamente el ámbito reducido de la producción económica y hoy están
presentes en todos los ámbitos de desempeño de un sujeto. Esta omnipresencia de la
tecnología pone en evidencia su carácter social. A la inversa, el desempeño social hoy
exige el manejo y el dominio de las tecnologías.

En síntesis, es absolutamente necesario salir de la lógica binaria entre lo
“blando” y lo “duro”. Este tipo de razonamientos, que simplifican y distorsionan los
problemas, suele provocar errores de diagnóstico que conducen luego a estrategias
ineficaces desde el punto de vista de la solución y del logro de los objetivos de las
políticas educativas. Pero salir de la lógica binaria implica asumir que estamos ante
tareas y desafíos muy difíciles. Enfrentamos obstáculos propios de la estructura
productiva capitalista (tendencia al aumento de la desigualdad económica, precariedad
en el empleo, concentración y privatización de la capacidad de investigación y
desarrollo) que tienden a promover fragmentación social, xenofobia y debilitamiento de
los lazos que nos vinculan con nuestros semejantes.

Para enfrentar esos obstáculos contamos con los mismos factores con los cuales
vastos sectores de la sociedad promueven movimientos orientados a la construcción
de sociedades más justas. En ese sentido, no podemos reducir el desafío a una
cuestión sectorial, escolar o pedagógica. Promover el aprendizaje de estas habilidades
“sistémicas” (ni duras ni blandas) implica un fuerte compromiso cognitivo, ético y
emocional, así como un trabajo riguroso destinado a identificar las experiencias de
aprendizaje, en el sentido con el cual J. Dewey definía este concepto, que nuestros
estudiantes deben realizar a lo largo de su trayectoria escolar. La dificultad y la
complejidad no deben paralizarnos sino, al contrario, extremar el esfuerzo y evitar el
optimismo ingenuo al que somos proclives los educadores.

Juan Carlos Tedesco

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