Las imágenes de los estudiantes chilenos enfrentándose con la Policía en reclamo de una educación pública y gratuitase volvieron muy recurrentes en los últimos años. También las historias de familias que comprometen su situaciónendeudándose para pagar la universidad de sus hijos.
Esto hacía suponer que Chile tenía un sistema educativo sumamente desigual, en el que los ricos accedían masivamente a una educación de calidad, mientras que los pobres debían dejar rápidamente truncas sus ilusiones de superación personal.
Sin embargo, las estadísticas muestran un panorama muy diferente. Chile es el país de América Latina con mayores niveles de equidad educativa, según SEDLAC (Socio-Economin Database for Latin America and the Caribbean), que depende del Banco Mundial y de la Universidad de La Plata, y que se basa en los datos oficiales de 18 países de la región.
El coeficiente de Gini mide de 0 a 1 el grado de desigualdad en la distribución de determinados valores. Aplicado a la cantidad de años de estudio alcanzado por los jóvenes de distintos sectores de la sociedad, Chile es el que mejor se ubica en América Latina, con 0,12 (ver gráfico 1). Lo siguen Argentina, con un Gini de 0,14; Uruguay con 0,19 y Perú, Panamá y Venezuela con 0,2.
En el extremo opuesto se ubican los países centroamericanos, que, con la excepción de Panamá, tienen índices que van de 0,23 a 0,39. Son República Dominicana, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala.
Chile es también el país con mayor nivel educativo entre sus jóvenes de 21 a 30 años (ver gráfico 2): su población estudia una media de 12,5 años. Además, es el país en el que aquellos de menores recursos llegan más lejos en el sistema educativo, ya que en el primer quintil de ingresos (el 20% que menos gana) promedian 11 años de estudio.
Argentina queda también en segundo lugar en ambos rubros. Con 12 años de estudio promedio en todas las personas de 21 a 30 años, y 10,3 entre las pertenecientes al primer quintil de ingresos.
Entre los más pobres la siguen Venezuela con 9,3, y Bolivia y Ecuador con 8,9. Nuevamente, los de peor rendimiento son los centroamericanos: Costa Rica, El Salvador, Honduras y Guatemala, donde el primer quintil promedia menos de 4 años de estudios.
"El sistema de educación superior chileno abarca al 40% de los jóvenes de 18 a 24 años. Es una cobertura bastante alta para la región. Según los quintiles de ingreso, es del 18% para el primero, 22% para el segundo y 26% para el tercero", explica Sebastián Donoso, doctor en Educación e investigador de la Universidad de Talca, en diálogo conInfobae.
Pero para hacer un análisis más completo del estado de la desigualdad educativa en la región no alcanza con ver la foto de la actualidad. Es necesario analizar el proceso, cómo fue la evolución en los últimos años.
El país que más avanzó entre 2001 y 2011 (último año del que hay datos oficiales en la mayoría de los casos) fue Bolivia, ya que, en ese lapso, el tiempo de estudio promedio entre los jóvenes aumentó 3 años. Los que le siguen en mejoramiento de la media de estudio son Brasil, donde se incrementó 2,4 años, y Perú, República Dominicana y Venezuela, que crecieron 2,2 años.
Es lógico que en un contexto mundial de expansión de la matrícula secundaria y universitaria, el aumento más pronunciado se manifieste en los países que tenían excluida del sistema educativo a amplios sectores de la población, y que en aquellos países más avanzados, el crecimiento se desacelere.
Pero mientras que Chile, que ya era el de mejor rendimiento hace una década, siguió avanzando y consiguió que lo jóvenes de menores ingresos alcanzaran 1,2 años más de estudio (ver gráfico 3), Argentina quedó completamente estancada. En el primer quintil el incremento fue de apenas 0,3 años, y en la totalidad de los jóvenes fue de 0,2.
Es decir que la situación de privilegio en la que aún se encuentra Argentina se explica más por su historia, por haber sido pionera en la escolarización de su población, que por su presente. Si la tendencia persiste en los próximos años, no sería extraño que países como Bolivia, Venezuela y Perú terminen superándola.
Claves para entender la desigualdad educativa
Más allá de los casos exitosos, y de los avances producidos en los últimos años, basta ver los gráficos para notar que la desigualdad sigue siendo un serio problema en la región.
Chile está lejos de haber solucionado sus problemas educativos. Por ejemplo, en lo que respecta a los altos niveles de deserción que afectan a los sectores de menores ingresos, que si bien llegan a la universidad en una mayor proporción, tienen serias dificultades para graduarse.
"Las tasas regulares de fracaso en la educación superior (estudiantes que ingresan y no siguen estudiando después de 2 años y medio) son del orden del 30%. Al menos la mitad de ellos pertenece a los primeros quintiles", cuenta Donoso.
Una de las principales causas de este fracaso se relaciona con la escasez de recursos económicos de los alumnos de los primeros quintiles. "Hay muchos estudiantes que se ven obligados a trabajar y a estudiar -dice Donoso-. Además suelen vivir más lejos y tienen que viajar más tiempo, y el valor de la educación superior en Chile es muy alto, por más que haya sistemas crediticios. Las familias se endeudan y no les alcanzan los recursos".
Si bien las desigualdades económicas parecen las más determinantes, muchos estudios demuestran que lasdesigualdades en el reparto de recursos educativos suelen ser aún más importantes.
¿De dónde salen esos recursos? De las familias. Aquellos estudiantes con padres que pasaron por la universidadya manejan sus códigos lingüísticos y de comportamiento antes de ingresar, además de tener en casa en quien apoyarse para saber cómo encarar ese mundo. En cambio, los alumnos de primera generación están completamente solos, frente a un contexto que les resulta desconocido.
"La reprobación, el lento ritmo de avance y finalmente la deserción ocurren en gran medida por dificultades académicas. Aquí la cuestión es la brecha entre el capital cultural esperado por las instituciones y el real de buena parte del alumnado", dice a Infobae la psicóloga Ana María Ezcurra, doctora en Estudios Latinoamericanos, Ciencias Políticas y Sociales, y Directora General del Instituto de Estudios y Acción Social.
La brecha se produce porque las instituciones académicas presumen que los estudiantes poseen los conocimientos prácticos y teóricos necesarios para aprender disciplinas complejas. Pero nadie nace con ese capital cultural*, sino que se adquiere en los primeros años de vida si uno crece en un contexto familiar con experiencia en instituciones educativas. Los que no crecen en ese marco, que son la mayoría, ingresan a la universidad sin los conocimientos que ésta da por sabidos.
Por eso no es extraño que las instituciones educativas sean incapaces de revertir esas desigualdades. En América Latina, sólo el 3,1% de los jóvenes con padres que no terminaron la escuela primaria llega a concluir el ciclo superior, según el Panorama Social 2007 de la Cepal. En cambio, el 71,6% de quienes concluyen el ciclo superior tienen padres que también lo terminaron.
Cómo combatir la desigualdad en la distribución de capital cultural
"Lo más efectivo que hicimos fue implementar programas propedéuticos de asistencia a estudiantes, con sistemas de apoyo en habilidades cognitivas y tutores con los cuales conversar y tener un vínculo más directo. Fueron exitosos para aquellos que no tienen la práctica social ni manejan los códigos de la educación superior", cuenta Donoso.
Pero no alcanza con estrategias que estén focalizadas en los alumnos con dificultades, ya que el problema es de la institución, que niega sus necesidades.
"Tiene que haber una reforma educativa que mire al conjunto. Hay que dar al primer año una prioridad real, a por medio de una asignación sustancial de recursos humanos y financieros", dice Ezcurra.
"Se pueden establecer seminarios de primer año que apunten al desarrollo del capital cultural en el punto de partida, pero vinculados al resto de la currícula. Hay que disminuir la fragmentación mediante la creación de comunidades de aprendizaje", agrega.
Pero mientras que las instituciones educativas y el Estado no reconozcan el problema ni asuman lo profundas que son las desigualdades educativas y culturales existentes en la sociedad, difícilmente puedan resolverlo.
Infobae, 28/9/2013
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