El Nobel peruano presenta su novela 'El héroe discreto' y habla de su vuelta literaria a Perú, de la corrupción y del buen momento de América Latina
WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 11 SEP 2013 - 11:11 El País
¿Hablará de la Diada? ¿Hablará de Siria? ¿Hablará de la corrupción? ¿Hablará de la crisis? ¿Hablará del buen momento que vive América Latina? ¿Hablará de los 40 años del golpe de Estado en Chile?
Una nube de posibles preguntas presidían la intervención de Mario Vargas Vargas Llosa y amenazaban con eclipsar al novelista en la presentación de su nueva obra, El héroe discreto (Alfaguara). Más de un centenar de periodistas y amigos y familiares del Nobel peruano acudieron a la cita en Casa de América, en Madrid. Unos aplausos tímidos anunciaron la llegada del escritor al anfiteatro Gabriela Mistral, y cincuenta minutos después otros aplausos más sonoros lo despidieron.
Cincuenta minutos que el autor de obras como Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo inauguró hablando del proceso de creación para dejar claro que “la imaginación no trabaja en abstracto sino a partir de imágenes reales. La fantasía necesita trabajar con recuerdos y la fantasía es el corazón de toda ficción”. Esto venía a cuento para referirse al origen de la novela cuyas pistas esparció en toda la intervención.
El héroe discreto es la vuelta literaria de Vargas Llosa a Perú, a su vez un doble reencuentro con su vida y su literatura y de los lectores con él y su mundo literario. Primero porque, después de 15 años, Lima y Piura, las dos ciudades peruanas donde se crio el autor, vuelven a protagonizar sus ficciones; y, segundo, porque ha recuperado a varios de sus personajes como el sargento Lituma, de Lituma en los Andes, y a don Rigoberto, de Los cuadernos de don Rigoberto. La nueva novela,en clave de melodrama salpicado de humor, cuenta la historia de dos hombres, Felícito Yanaqué e Ismael Carrera, que luchan contra sus destinos adversos más allá de las mezquindades y según sus ideales y deseos.
Un viaje a un Perú que ya no es el mismo. Vargas Llosa se muestra complacido por la actual situación de América Latina: “Vive desde al año 2000 un periodo positivo debido a la apertura económica, al libre mercado y su apuesta por la empresa privada. La clase media ha mejorado. Esto ha creado oportunidades que antes no existían”. Pero las desigualdades continúan, pregunta un periodista. Él le da la razón, pero acto seguido asegura que aunque haya problemas y obstáculos los países van bien encaminados como resultado del consenso de la gente por un sistema democrático, la apertura económica y la inversión privada.
El cáncer, se lamenta, es la corrupción y se apresura a recordar que su novela también habla de las consecuencias negativas del desarrollo, como corrupción y mafias: “Si hay algo que amenaza el desarrollo es la corrupción. Y eso propaga el cinismo, la idea de que todos los políticos son corruptos y eso es malo”.
La vida cotidiana, el dinero, la apuesta en favor de la invención, las relaciones familiares y otros temas ya han sido señalados por los críticos como aspectos esenciales de esta novela. Pero Vargas Llosa destaca uno: la decencia: “La gente decente es la reserva moral para el futuro de un país y cuando un país pierde esa reserva moral entra en bancarrota aunque las cifras económicas digan que progresa. Lo que hace que verdaderamente progrese una sociedad son los héroes anónimos”. Y eso es uno de sus dos protagonistas, Felícito Yanaqué, que no acepta el chantaje de la mafia y lo hace saber en un periódico local. Un hecho inspirado en el caso real de un empresario en Perú.
Hasta que llegó el tema de la Diada. Se saltó con humor la petición de su mujer y de su editora de que hoy tocaba solo hablar de Li-te-ra-tu-ra. Se escudó en que lo iba a hacer literariamente, y buscó como cómplice a Karl Popper quien decía que “salir de la tribu es el comienzo de la civilización, del progreso de la adquisición de soberanía. Pero el llamado de la tribu nunca desaparece y, a veces, es muy fuerte. El nacionalismo es ese regreso a la tribu, es la abdicación de elegir por uno mismo. Ha traído guerras. Es una tara de la que es difícil librarse. Es terrible que el nacionalismo vuelva a sacar la cabeza”.
A sus 77 años, Mario Vargas LLosa habló como un adolescente del paso del tiempo, de que “lo importante es vivir como si uno fuera inmortal. Con ilusión, con la cpacidad de proyectarse. Me gustaría mucho morir escribiendo, con la pluma en la mano. Hay que vivir hasta el final”.
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