29 de janeiro de 2013

Todos son críticos, Umberto Eco


Infobae,  


De vez en cuando veo a uno de mis contemporáneos haciendo algo que yo no haría, quizá porque sencillamente no han acumulado suficiente experiencia. Y por ello, aquí, me permitiré sembrar algunas semillas de sabiduría desde las alturas (o las profundidades) de mi avanzada edad. Si alguien expresa una opinión insultante sobre tu trabajo literario o artístico, no salgas corriendo ni llames a un abogado; incluso si las palabras de tu enemigo han cruzado la muy delgada línea entre la critica y el insulto.
En 1958, Beniamino dal Fabbro, un crítico musical italiano valiente y muy polémico, escribió un artículo periodístico en el cual masacró una actuación de María Callas, una estrella por quien él sentía muy poco respeto. No puedo recordar exactamente qué escribió, pero recuerdo muy claramente el epigrama que este afable y sarcástico personaje distribuyó entre sus amigos en el legendario Bar Jamaica en el distrito artístico de Brera en Milán: “La cantante d’Epidauro / meritaba un pomidauro”, que se traduce aproximadamente como “La cantante de Epidauro / merecía un jitomate”. Callas, quien era un personaje difícil también, se enfureció tanto que decidió demandarlo.
Naturalmente, el tribunal absolvió a Dal Fabbro y reconoció su derecho a criticar. Pero el aspecto más divertido de todo el asunto fue que el público en general -que siguió la disputa en la prensa, pero cuyo conocimiento de la jurisprudencia y el derecho constitucional a la libre expresión era, digamos, nebuloso- comprendió que el fallo del tribunal no era una afirmación del derecho de Dal Fabbro a criticar, sino una afirmación de la sustancia de su crítica: en otras palabras, que Callas había cantado verdaderamente mal. Consecuentemente, Callas salió del asunto considerada (injustamente) una cantante horrible, no sólo por un crítico sino ostensiblemente por un tribunal italiano.
Esto es prueba de la inconveniencia de que un artista responda a una crítica arrastrando a todas las personas que le menosprecien hacia un tribunal. No sólo el tribunal, con toda probabilidad, reconocerá el derecho del crítico a desdeñar al artista, sino que a los ojos del público este veredicto podría parecer significar que el juez considera al artista digno de ese desdén. Este es un corolario a dos añejos principios: que negar un reporte falso en ocasiones representa meramente ventilar la falsedad una segunda vez; y que si uno se encuentra hundido hasta el cuello en arena movediza, se debe mantener quieto, ya que revolcarse y responder con golpes sólo empeorará las cosas.
Entonces, ¿qué puede uno hacer cuando alguien lo insulta? Simplemente dejarlo pasar. Si uno está involucrado en las artes, ya ha hecho las paces con el hecho de que las calumnias y los juicios negativos abundan; a sabiendas, como es el caso, de que esas cosas vienen con la actividad. Todo lo que uno puede hacer es esperar que su público contradiga al crítico ingrato. Consideremos al compositor Louis Spohr, quiendescribió la Sinfonía No. 5 de Beethoven como una “orgía de ruido vulgar”; o a Thomas Bailey Aldrich, quien escribió sobre Emily Dickinson: “La incoherencia y falta de forma definida de la mayor parte de sus versos son fatales”; o al director de pruebas de MGM quien, como dice la leyenda de Hollywood, vio una prueba de pantalla de Fred Astaire y comentó: “No sabe actuar. No sabe cantar. Está ligeramente calvo. Sabe bailar un poco”. Con el tiempo, millones de fanáticas lo desmintieron.
Lo que es más, si una persona expresa un juicio negativo sobre su trabajo mientras compite con usted por algún premio u otro, simplemente está igualmente mal; al menos al nivel del buen gusto. Un escritor bien conocido y talentoso alguna vez destrozó un libro escrito por uno de los competidores de su esposa para un puesto universitario. Las virtudes literarias de este escritor eran innegables, pero finalmente muchas personas lo encontraron digno de la censura moral. Al final, la historia tiene una forma de corregir cosas como esa.

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