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Se ha hablado con frecuencia de la fuga de cerebros como una de las peores lacras para aquellos países que alcanzan un cierto nivel en la formación de sus profesionales, particularmente sus investigadores. Si mejoran con el tiempo las condiciones que ofrece el país de origen, a veces se produce el regreso y así la recuperación de una parte significativa de los que se han ido a completar su formación, a investigar o a ejercer en puestos profesionales de gran responsabilidad —la economía del conocimiento, de hecho, permite flujos humanos de emigración con retorno—. De ser así, la salida previa de su país puede ser vista como una inversión recuperada. Por el medio, y cada vez más, se da un fenómeno de circulación creciente de profesionales que no tienen reparos, bien al contrario, en moverse de un sitio a otro buscando mejores condiciones laborales, nuevos retos o nuevas experiencias. Hablamos en este caso de una circulación y distribución de cerebros. En las últimas décadas España ha participado en todos estos fenómenos con una intensidad creciente pero todavía estamos lejos de otros países científicamente desarrollados —un reciente estudio del National Bureau of Economic Research, de Massachusetts, indica que sólo el 7,3% de nuestros investigadores proceden de otros países y únicamente el 8,4 % de los investigadores españoles trabajan en el extranjero—. Somos un país en el que la movilidad todavía es escasa, salvo que la necesidad apriete hasta el aliento, lo que desgraciadamente está ocurriendo ahora, debido a la grave crisis económica que atravesamos.
La fuga de emprendedores, que yo denomino “fuga de corazones”, es al menos tan importante como la de cerebros, pero de ella se habla menos y, por tanto, también pasa más desapercibida en las intenciones y las acciones de quienes han de ponerle remedio o al menos paliarla. Tener una buena cabeza es imprescindible para emprender con éxito, pero se requiere también pasión y una fuerza vital que permita guiar el cerebro más allá de las dificultades, los sinsabores, las barreras y hasta el fracaso que, antes o después, aparece en la mayoría de las iniciativas emprendedoras. Como dijo Gracián: "De nada vale que el entendimiento se adelante si el corazón se queda".
No todos los emprendedores se van a otros países por necesidad. Los hay que se van, como en cualquier otra actividad, al hilo de una oportunidad. En todo caso, si las trabas burocráticas son muchas, la financiación insuficiente y no hay una especial protección al emprendedor, la puerta de la emigración parece encabezada por un gran letrero de neón chispeante que dice: ¡Pase usted! Precisamente, ¿Me quedo o me voy? fue el tema de la última jornada del foro Start-up Spain. Es lógico que los emprendedores se hagan esta pregunta, pero no que carezcamos de los argumentos suficientes para que se queden. El plan aprobado por el Gobierno de España es un avance insuficiente y la anunciada ley del emprendedor no acaba de cuajar. Es necesario cambiar y mejorar muchas cosas y cada día que pasa se pierden oportunidades y emprendedores.
Los medios son bien conocidos y no hay que improvisar: facilitar la financiación, sobre todo la privada y a través de productos financieros innovadores; aportar conocimientos, habilidades y experiencia a los emprendedores, ya que sus carencias aparecen con frecuencia ligadas al fracaso, aunque los emprendedores tiendan a subestimar su importancia, dicho sea de paso; trazar una política de impuestos realmente incentivadora; abordar la coordinación necesaria entre las diferentes administraciones y de éstas con otros agentes públicos y privados, clarificando el papel que cada uno puede y debe desempañar; eliminar barreras legales y administrativas —según el último informe Doing Business del Banco Mundial, la dificultad de poner en marcha un negocio en España nos sitúa en el puesto 136º de los 185 países analizados—; en un país en el que el éxito no tiene que dar explicaciones pero donde el fracaso no tiene disculpa, debemos apoyar al que después de la caída vuelve a levantarse; y ante todo, hay que escuchar a los emprendedores, que son los corazones de la aventura de emprender y deben estar en el centro de cualquier iniciativa diseñada para estimular y apoyar el emprendimiento.
España ni tiene ni ha de aspirar a tener la mano de obra más barata, pero sí tiene la juventud mejor formada de su historia, profesionales competentes y competitivos, ya que nuestros salarios están muy por debajo de los de otros países europeos o norteamericanos. Pero ni los cerebros ni los corazones funcionan bien sumidos en la tristeza y lo cierto es que la crisis que golpea España con especial intensidad no invita al optimismo. En todo caso, lo más preocupante, con diferencia, es el pesimismo que va más allá de cuestiones de ánimo y se fundamenta en la falta de medios, el desapego, la burocracia mal diseñada y la falta de implicación de quienes tienen entre sus responsabilidades ayudar a que otros emprendan. Pongamos pues manos, cerebro y corazón a la obra.
Senén Barro Ameneiro es presidente de RedEmprendia y exrector de la Universidad de Santiago de Compostela
La fuga de emprendedores, que yo denomino “fuga de corazones”, es al menos tan importante como la de cerebros, pero de ella se habla menos y, por tanto, también pasa más desapercibida en las intenciones y las acciones de quienes han de ponerle remedio o al menos paliarla. Tener una buena cabeza es imprescindible para emprender con éxito, pero se requiere también pasión y una fuerza vital que permita guiar el cerebro más allá de las dificultades, los sinsabores, las barreras y hasta el fracaso que, antes o después, aparece en la mayoría de las iniciativas emprendedoras. Como dijo Gracián: "De nada vale que el entendimiento se adelante si el corazón se queda".
No todos los emprendedores se van a otros países por necesidad. Los hay que se van, como en cualquier otra actividad, al hilo de una oportunidad. En todo caso, si las trabas burocráticas son muchas, la financiación insuficiente y no hay una especial protección al emprendedor, la puerta de la emigración parece encabezada por un gran letrero de neón chispeante que dice: ¡Pase usted! Precisamente, ¿Me quedo o me voy? fue el tema de la última jornada del foro Start-up Spain. Es lógico que los emprendedores se hagan esta pregunta, pero no que carezcamos de los argumentos suficientes para que se queden. El plan aprobado por el Gobierno de España es un avance insuficiente y la anunciada ley del emprendedor no acaba de cuajar. Es necesario cambiar y mejorar muchas cosas y cada día que pasa se pierden oportunidades y emprendedores.
Los medios son bien conocidos y no hay que improvisar: facilitar la financiación, sobre todo la privada y a través de productos financieros innovadores; aportar conocimientos, habilidades y experiencia a los emprendedores, ya que sus carencias aparecen con frecuencia ligadas al fracaso, aunque los emprendedores tiendan a subestimar su importancia, dicho sea de paso; trazar una política de impuestos realmente incentivadora; abordar la coordinación necesaria entre las diferentes administraciones y de éstas con otros agentes públicos y privados, clarificando el papel que cada uno puede y debe desempañar; eliminar barreras legales y administrativas —según el último informe Doing Business del Banco Mundial, la dificultad de poner en marcha un negocio en España nos sitúa en el puesto 136º de los 185 países analizados—; en un país en el que el éxito no tiene que dar explicaciones pero donde el fracaso no tiene disculpa, debemos apoyar al que después de la caída vuelve a levantarse; y ante todo, hay que escuchar a los emprendedores, que son los corazones de la aventura de emprender y deben estar en el centro de cualquier iniciativa diseñada para estimular y apoyar el emprendimiento.
España ni tiene ni ha de aspirar a tener la mano de obra más barata, pero sí tiene la juventud mejor formada de su historia, profesionales competentes y competitivos, ya que nuestros salarios están muy por debajo de los de otros países europeos o norteamericanos. Pero ni los cerebros ni los corazones funcionan bien sumidos en la tristeza y lo cierto es que la crisis que golpea España con especial intensidad no invita al optimismo. En todo caso, lo más preocupante, con diferencia, es el pesimismo que va más allá de cuestiones de ánimo y se fundamenta en la falta de medios, el desapego, la burocracia mal diseñada y la falta de implicación de quienes tienen entre sus responsabilidades ayudar a que otros emprendan. Pongamos pues manos, cerebro y corazón a la obra.
Senén Barro Ameneiro es presidente de RedEmprendia y exrector de la Universidad de Santiago de Compostela
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