16 de abril de 2015

Los retornos sociales de la educación: A pesar de que la sociedad gana, algunos pueden perder


Una versión de esta entrada fue publicada previamente en Portafolio.
El debate iniciado por el profesor Jim Robinson sobre la oportunidad de hacer o no una reforma agraria en Colombia ha generado un nuevo debate, principalmente entre los economistas Luis Fernando Medina y Felipe Barrera, respecto a los retornos sociales de la educación. Si bien no me arriesgaría en ponerme en el primer debate por mis conocimientos limitados del sector agrícola, en esta columna voy a intentar explicar porque estoy de acuerdo con ambos, a pesar de que cada uno parece defender unas tesis antagónicasLuis Fernando Medina en El Espectador explica que la educación es un juego de suma cero (como el sector agrícola para Jim Robinson), mientras que Felipe Barrera en Portafolio defiende que la inversión en educación tiene retornos sociales importantes.
Empiezo con la tesis de Felipe Barrera. Comparto plenamente su visión de que el dinero que se destina a la educación es la mejor inversión que se puede hacer en un país. Efectivamente la economía de un país funciona mucho mejor a medida que aumenta la proporción de gente educada por los incrementos de productividad que genera la educación, tal como lo señalé también en una entrada publicada en la Silla Vacia que analiza el programa de becas “Ser pilo paga”. Eso se debe en particular al grado de complementariedad al nivel de los procesos de producción en los cuales intervienen trabajadores con diferentes niveles de calificación. Para ilustrar lo anterior, supongan que un equipo está compuesto de varios trabajadores, todos muy calificados menos uno. Es bastante probable que este último trabajador menos capacitado genere cuellos de botella en el proceso de producción de este equipo, a pesar del alto rendimiento de todos los demás. Lo que es cierto a la escala de un pequeño equipo se aplica también a la escala de un país y por lo tanto, la economía genera mejores resultados cuando hay trabajadores más calificados.
Otro punto que subraya Felipe es el de la cohesión social. En efecto, los países que tienen mayores niveles de educación suelen tener menos problemas sociales. En pocas palabras, en los países con sistemas educativos de calidad e incluyentes, se puede observar un “saber vivir juntos” que adolecen los países con menor acceso a la educación. La educación de calidad e incluyente no solamente hace que algunos aspectos de la vida sean más agradables en estos países, sino que además la educación sensibiliza a la gente sobre las ganancias que crea la cooperación entre los individuos, lo que a su turno afecta positivamente el funcionamiento de la economía. Este resultado ha sido comprobado en Colombia por Juan Camilo Cardenas y sus co-autores en los experimentos que diseñan para estudiar los comportamientos de cooperación: casi siempre el nivel educativo de los participantes se relacionan positivamente con sus decisiones de cooperación (ver un par de estudios acá y acá).
Uno de los aspectos incluidos en la problemática de la cohesión social merece una atención particular y es el de las actividades criminales. Ya se ha documentado de manera amplia que es principalmente la falta de oportunidades que caracterizan algunos países lo que explica la presencia de mayores tasas de actividades criminales. Esta falta de oportunidades proviene en gran parte de las bajas remuneraciones de los trabajadores pocos calificados. Como economistas nos quejamos a veces de que el salario mínimo es demasiado alto porque constituye una barrera para que las empresas puedan contratar a más empleados. El razonamiento económico no es necesariamente erróneo, no obstante, quienes decimos lo anterior no sabríamos cómo hacer para vivir con este salario mínimo durante un mes; por ende lo más razonable es aclarar que no es el salario mínimo que es demasiado alto, sino que es la productividad que lo determina que se encuentra en niveles demasiado bajos. En consencuencia, dar un mayor acceso a una educación de calidad que aumente la productividad de todos, en particular de los menos productivos, aumentaría todas las remuneraciones y, por tanto, serían menos atractivas las carreras criminales (les recomiendo al respecto el análisis teórico de Darwin Cortés, Guido Friebel y Dario Maldonado).
Este argumento de la cohesión social nos lleva ahora al tema de la movilidad social. Una sociedad con mayor nivel educativo es una sociedad que se caracteriza por una mayor movilidad social, lo que fomenta a su turno una mayor equidad (les recomiendo el excelente libro que recopliaron Armando Montenegro y Marcela Meléndez sobre este tema). No solamente los países que se caracterizan por una mayor movilidad social tienden en ser menos desiguales, sino que hace que la desigualdad sea más justa porque se ha construido sobre un sistema más meritocrático. Además, cuando la movilidad social es alta, la desigualdad se puede convertir en incentivos muy positivos para que la gente se esfuerce más, mientras que por el contrario, una sociedad muy rígida en su movilidad social suele presentar niveles de desigualdad que desmotiva los esfuerzos (ver la entradade Andrés Álvarez sobre este tema).
Ahora explico la paradoja que es inherente a la movilidad social: a pesar de lo anterior, es decir que la sociedad en su globalidad se beneficia de ella, los individuos que la componen sí se encuentran en un juego de suma nula. En efecto, la movilidad social implica que si unos suben, otros bajan[1], pues por construcción, no podemos estar todos en el 1% más afortunado de un país. En este orden de idea, concuerdo con el punto de Luis Fernando Medina: una de las mejores consecuencias de la inversión en educación es la de fomentar una mayor movilidad social, la cual genera rendimientos sociales muy valiosos pero entre los individuos que componen la sociedad esta movilidad fomentada es efectivamente de suma cero. En el juego de la movilidad social y de la competencia, ganar menos, ya es perder un poco. De hecho, creo haber entendido que Felipe Barrera y Luis Fernando Medina coinciden en este punto, pues ambos resaltan que es ese fenómeno que puede complicar los aspectos de economía politica alrededor de las inversiones en educación: los más afortunados de un país, son generalmente los que más pueden influir sobre las leyes y no tienen nada que ganar con una mayor movilidad social (¡solamente pueden bajar!).
Para terminar, quiero resaltar que los estilos de vida de los más ricos de un país son muy distintos según el nivel de educación de la población. Más precisamente, los más ricos en Colombia se benefician también de la baja productividad de una gran parte de su población y por tanto pueden disfrutar de servicios muy baratos. En países con mayores niveles de educación, la gente que pertenece al 10% más rico pero que no se ubica en el 1% más rico no tiene empleadas del servicio, los que juegan tenis no tienen caddies, las mujeres se pintan ellas mismas las uñas (¡es más facil de lo que uno cree!), los restaurantes son más costosos porque los meseros ganan más, se usan más los transportes públicos que los taxis,etc. Cuantas veces desde que vivo en Colombia he escuchado que la vida es muy cómoda acá porque podemos delegar muchas tareas aburridas a otros, y a veces con un poco de cinísmo, que además eso “no cuesta nada”. En un país con un mayor acceso a una educación de calidad, todo eso cuesta, lo que hace que puede haber ganadores y perdedores con la inversión en la educación. En otras palabras, si queremos invertir en educación, la vida será más comoda para un 90% de la población, lo cual me parece magnífico, pero no necesariamente para los que están actualmente en el 10% de los más afortunados. Si a los más afortunados les convienen estos cambios por todo lo positivo que he recordado en esta columna (mayor seguridad, mayores oportunidades, mayor productividad, etc.) todos ganan, de manera distinta, pero todos ganan y no hay tensiones. Pero si algunos de los más afortunados prefieren el sistema actual para disfrutar de su posición, o para asegurar una posición similar para sus hijos, existe una tensión. Prefiero evitar la expresión “suma cero” que introdujo Jim Robinson y que retomó de Luis Fernando porque eso implica poder equiparar los que ganan con los que pierden, lo que me parece filosóficamente complicado. Para concluir, diría que son nuestras inversiones en la educación que determinan el tipo de sociedad que queremos mañana…
[1] De paso les recomiendo el excelente libro de Alejandro Gaviria “Los que suben y los que bajan: Educación y movilidad social en Colombia”.

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