17/8/2013, Clarin
POR MARCELO BELLUCCI
La escena: concentrarse en el smartphone o la tablet en medio de una conversación real. Rompe las etiquetas y se ve más entre los jóvenes. Molesta tanto que ya se creó un movimiento anti-phubbing.
El tiempo avanza y con él, las pautas de comportamiento social. Lo que para algunas generaciones resultaba un atropello a las buenas costumbres, para la siguiente es motivo de indiferencia. Ejemplo: el phubbing(del inglés, desairar con el teléfono) un desarreglo de la era tecnológica que consiste en ignorar a la persona que se tiene enfrente para curiosear en el propio celular.Las escenas de phubbing , definido como “el acto de desairar a alguien en un entorno comunal mirando el teléfono en vez de prestarle atención”, se pueden observar a diario. Y no es una conducta exclusiva de los más jóvenes sino que compromete a todas las edades y géneros.
“La sensación es descripta como un impulso que no se puede controlar, bajo la promesa mental de que la persistencia en la tarea va a otorgar algún rédito.
Esto deja al otro en un lugar de espectador que es muy ingrato.
El que lo efectúa, por lo general, se pone fastidioso cuando se lo hacen otros, pero sin embargo, no puede dejar de hacérselo a los demás” explica Gustavo Bustamante, director de la Fundación Fobia Club.
Con la aparición de los celulares la primera regla de cortesía en romperse fue atender el aparato en medio de una reunión. Pero esta actitud se justificó socialmente baja el pretexto “está bien que lo haga, puede ser una emergencia”. Con la llegada de los smartphones y las comunicaciones en las redes sociales, todo se agravó.
En la Argentina, los celulares inteligentes representan el 47% de las ventas de celulares, según Carrier & Asociados. Otro dato de América Latina (OM Latam) y la Mobile Marketing Association (MMA), asociación vinculada con el marketing móvil, indica que el 24% de la población mayor de 16 años usa estos aparatos.
Pero quienes ocasionan el phubbing no tienen rangos de edades específicos aunque es más frecuente ver a los jóvenes protagonizando alguno de estos desplantes. Cualquier excusa sirve para bajar la mirada y entrar en el universo de las redes. Desde una pequeña actualización del perfil, hacer clic en un Me gusta, publicar un comentario en Twitter, responder un mensaje por WhatsApp, pedir vidas en el Candy Crush, o sacar una foto de la comida y compartirla en Instagram. Durante cualquier conversación presencial, se producen múltiples interferencias externas (ruido de la calle, una bocina, el mozo que pasa, suena un celular), pero algunas personas son capaces de bloquear esas interferencias. Otras, no consiguen abstraerse. “Vivimos en una sociedad individualista: cada vez hay menos actividades en común dentro del núcleo familia.
Los miembros del clan ya disponen de su propia pantalla y puede elegir qué mirar en total privacidad.
Con el teléfono pasa algo similar. Uno tiene la ilusión de que puede estar en múltiples lugares al mismo tiempo. Y es esa fantasía de conectarse con un clic lo terrible. Porque la atención no puede estar en varios puntos en simultáneo. Lo que implica que, para ver la pantalla, algo se está descuidando” sostiene Bustamante”.
La sensación es que el teléfono da todo, pero también reclama subordinación absoluta. Actualizar a cada rato el perfil, fijarse si alguien hizo un comentario, estar pendiente de lo que otros dicen o hacen. En definitiva, convertirse en su prisionero.
Tal es la preocupación a nivel mundial sobre este tema que ya existe un movimiento anti-phubbing , iniciado por Alex Haigh, un joven australiano de 23 años. Su iniciativa tiene tanto éxito que incluso llegó a los titulares del diario británico The Guardian y del The New York Times . Tras haber experimentado en varias ocasiones esta nueva incomodidad tecnológica, Haigh creó Stopphubbing.com con la intención de reflexionar sobre el abuso del celular en entornos públicos. También tiene una página de Facebook para escrachar a famosos que hacen phubbing .
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