Empezar las clases antes de las 8 de la mañana afecta negativamente el rendimiento académico
Por Luciana Vázquez | Para LA NACION, 4/3/2015
Las cuestiones son dos. Y están relacionadas. ¿Hay alguna evidencia empírica que demuestre que el mejor horario para que los adolescentes de secundaria, del turno matutino, empiecen su jornada escolar es entre las 7 o 7.30 y 8 de la mañana? Quiero decir: ¿están más frescos a esa hora y aprenden más por estar temprano en clase?
Y por el otro lado: ¿es una regla obligatoria que las clases de secundaria, en todos los sistemas del mundo, arranquen en esas horas en el turno mañana?
La respuesta a ambas cuestiones es no. Y hay datos concretos. Y también evidencia científica concluyente: empezar las clases antes de las 8 de la mañana afecta negativamente el rendimiento académico de los adolescentes no sólo en las clases que se dictan a esa hora. También el desempeño escolar a lo largo de todo el día.
Esto surge de un trabajo de investigación clave que finalmente muestra resultados palpables acerca de la relación causal, no ya la simple correlación o coincidencia o la mera hipótesis, entre el horario de inicio de clases en secundaria y el desempeño académico de los adolescentes. Cuanto más temprano empiezan, peor performance escolar. Cuanto más tarde, mejor.
Despertar a un adolescente a las 7 de la mañana es equivalente a despertar a un adulto a las 4 de la madrugada
Me refiero puntualmente al paper "A's from Zzzzz's? The causal effect of school start time on the academic achievement of adolescents", de los investigadores Carrell, Maghakian y West.
La lógica detrás de esta evidencia es puramente biológica y la neurociencia y la psicología cognitiva la conocen desde hace años. Breve: el ritmo circadiano -esa suerte de reloj biológico cableado en el cerebro que regula las horas de sueño y de alerta- funciona diferente en los adolescentes. Todo pasa por la hormona inductora del sueño, la melatonina, y sus ritmos y niveles de producción.
La historia sigue así: recién a las 11 de la noche, empieza la producción de melatonina en los adolescentes. Cerca de las 8 de la mañana, se detiene. Es decir, recién entonces el cerebro adolescente está despierto y alerta. Antes de esa hora, los cerebros adolescentes están inundados de hormona del sueño. Están dormidos. Literalmente.
El estudio lo pone en blanco y negro: "Despertar a un adolescente a las 7 de la mañana es equivalente a despertar a un adulto a las 4 de la madrugada".
Me importa subrayarlo: visto el panorama de la educación en la Argentina, no es un detalle menor esto del horario de clases y su impacto académico. La secundaria argentina tiene serios problemas a la hora de motivar y retener adolescentes de todos los sectores sociales. También tiene enormes desafíos para mejorar sus aprendizajes. Toda intervención que pueda torcer este rumbo debería ser al menos discutida.
El tema alcanza también un plano muy familiar. Cualquier padre de adolescentes lo sabe. ¿Estamos condenados a la batalla diaria para arrancar de la cama a ese hijo adolescente que se resiste a conectar con la realidad cuando el reloj todavía no dio las 7?
En la Argentina parece que sí. Adolescentes más o menos desganados tienen que estar en clase entre las 7 y poco antes de las 8 según el distrito escolar. Así pasa, por ejemplo, inclusive, en Santa Cruz, donde en pleno junio y julio es noche cerrada y el frío cae bajo cero y los chicos igual tienen que salir de la cama para llegar 7.30 a la escuela. O 7.20 en algunos casos, según explican desde el ministerio de Educación santacruceño.
En la provincia de Santa Fe, otro ejemplo, algunas secundarias esperan a los chicos a las 7 de la mañana. Los adolescentes mendocinos tienen algo más de suerte: el timbre suena de cerca de las 8. En la Ciudad de Buenos Aires entran a las 7.30, lo mismo que en provincia de Buenos Aires. El mapa de la Argentina confirma esta tendencia horaria para el nivel secundario.
En el Colegio Nacional de Buenos Aires el turno mañana empieza a las 7.30 y el turno vespertino, que arranca a las 17.25, tiene mala prensa entre los padres de los ingresantes.
¿Tiene algún sentido pedagógico esta consistencia horaria en nuestra organización escolar? Parece más bien que cada mañana, la secundaria argentina está dando la batalla equivocada: el estudio de Carrell y su equipo obliga a pensar de vuelta la lógica pedagógica nacional que administra la vida de millones de adolescentes argentinos.
Posponer tan sólo en 50 minutos el horario de inicio de clase de la secundaria por la mañana produce un efecto positivo en el desempeño académico de los alumnos
Porque hay otro resultado central en este paper: posponer tan sólo en 50 minutos el horario de inicio de clase de la secundaria por la mañana produce un efecto positivo en el desempeño académico de los alumnos, similar al efecto que produciría aumentar la calidad docente en un punto de desviación estándar.
Traduzco: una política educativa que produzca un impacto positivo de esas dimensiones es excepcional. Y además, según el trabajo, es más "costo efectiva".
Por eso lo interesante del trabajo: por primera vez hay resultados empíricos acerca de la relación causa efecto entre el horario de inicio de las clases y los niveles de aprendizaje. Hay que prestar atención al detalle de "relación causal". El hecho de que adolescentes que están temprano en la escuela rindieran peor podía atribuirse a otros factores: calidad del profesor o la materia en cuestión o diversidad de criterio para las calificaciones.
El estudio de Carrell y su gente da un salto cualitativo precisamente por el tipo de muestra con la que trabajó: más de 6 mil alumnos del primer año de la Academia de la Fuerza Aérea Americana (USAFA) asignados a cursos y a maestros de manera aleatoria, y cuyas evaluaciones son pruebas estandarizadas. Además, cuenta con muestra control, con tres horarios de clases distintos. La muestra perfecta. El resultado concluyente.
A no hacer objeciones rápidas: es cierto, el perfil de los alumnos de la academia militar es más uniforme que el universo de adolescentes. El estudio lo reconoce: más disciplinados e inclinados al alto rendimiento. Pero precisamente la conclusión es todavía más valiosa: si entre chicos proclives a cumplir y a esforzarse, un cambio de horario produce ventajas sustanciales, es de esperar que el impacto sea todavía mayor en chicos desmotivados a la hora de levantarse temprano para ir a estudiar. Los efectos sobre los adolescentes de la academia representan el "piso" de una mejora causada por el cambio de horario.
Al contrario de lo que pasa en la Argentina, las ventajas educativas del retraso de horario de clases está en la conversación social en otros países. Y en algunos casos ya está instalado en sus políticas educativas.
En los Estados Unidos, por ejemplo, la decisión de empezar las clases de secundaria a partir de las 9 llegó al Congreso para su aprobación en 2007. Y se convirtió en recomendación oficial. Hoy un 15 por ciento de las secundarias estadounidenses empieza las clases a las 8.30 o más tarde y el número va en aumento.
En buena parte de los distritos escolares de Canadá, las clases en secundaria también comienzan cerca de las 9. En 2009, era usual escuchar a padres de Toronto conversar sobre el modo en que "está cableado" el cerebro adolescente y las consecuencias para la escolarización.
En el sistema inglés, otro ejemplo, el timbre de ingreso suena entre 8.30 y 8.50. "A las 9 de la mañana ya están todos en su clases", me explica desde Londres una madre argentina con hijo británico, educado en la escuela pública londinense. En la Universidad de Oxford, el especialista en sueño Paul Kelley sostiene que las clases deberían empezar a las 10.
Por eso llama la atención la falta de debate local en torno a la política educativa argentina que regula las horas de inicio de clases. Como si estuviera respaldada por alguna evidencia que todos conocen y nadie cree necesario cuestionar.
"Es una tradición cultural y social, que respeta las costumbres familiares". Me dice desde La Plata Néstor Ribet, el subsecretario de Educación de la provincia de Buenos Aires, el distrito con más adolescentes en secundaria. Ribet asegura estar abierto a las novedades que llegan desde la ciencia. Sin embargo, se aferra a algunas convicciones venidas, según sostiene, de su experiencia como "viejo maestro de escuela".
"El problema no es la hora en que se levantan los chicos sino la hora en que se acuestan. Y eso es responsabilidad de la familia", afirma. "Si se acuestan temprano, pueden estar en la escuela a las 7.30. Si se van de juerga, es otra cosa", dice.
Sin embargo, la ciencia sostiene exactamente lo contrario. Los chicos se quedan despiertos hasta tarde no por razones sociales como el uso nocturno de redes sociales, aunque tienen algún peso, sino por pura biología. Aunque los obliguemos a ir a la cama temprano, sin el iPhone en la mesita de luz, no necesariamente se dormirán inmediatamente. Lo mismo con levantarse temprano.
Ribet no es un excepción en su reacción respecto del tema del horario de clases. La reacción se repite desde CABA y en varios de los funcionarios de otros ministerios provinciales. Como si la pregunta no tuviera sentido, aunque no sea la primera vez que la escuchan.
Al contrario, tanto Ribet como funcionarios de CABA se comprometieron a revisar el tema, sin suerte hasta el momento, cuando en agosto de 2014 la Academia Americana de Pediatría (AAP) lanzó una recomendación pública para las secundarias: empezar las clases a las 9.
El informe de la AAP se basa en 63 trabajos de investigación de primer nivel sobre el tema. Uno de ellos es, precisamente, el trabajo "A's from Zzzzz's". Pero ninguna evidencia científica parece ser suficiente para despertar el interés de responsables políticos del sistema educativo argentino.
Y esa desconexión entre gestión educativa y ciencia es todavía más curiosa en el caso de la Argentina. Lo digo por dos datos que subrayan esa desconexión. En 2010, un documento elaborado por el ministerio de Educación nacional, que reflexionaba sobre el desempeño de chicos de secundaria en las pruebas ONE, incluía referencias a un trabajo de investigación de 2007 sobre las pocas horas de sueño de 2500 alumnos secundarios argentinos, el impacto negativo de empezar las clases tan temprano y, finalmente, incluía el consejo de uno de los autores del estudio acerca de la decisión "ideal": demorar el horario de inicio de clases para secundaria.
Ese investigador es un de los especialistas de peso internacional en el estudio de la melatonina. Y es un argentino. Se trata del doctor en Ciencias Biológicas Daniel Cardinali, citado también en el estudio de Carrell. Investigador de la UBA. Del Conicet.
Paradojas: aún con la evidencia al alcance de la mano, no hubo una revisión pública de los horarios de clase.
Quiero ser clara: no digo que haya que aplicar recetas automáticamente. Cambiar el horario de la jornada escolar no es sencilla. Acarrea cuestiones de costos, infraestructura y logística social.
Lo que planteo es otra cosa: ¿en qué basan sus decisiones los gestores de la política educativa en pleno siglo XXI? La psicología cognitiva y la neurociencia están dando saltos cualitativos en lo que sabemos acerca de quiénes somos y cómo somos. Lo que creíamos tradición cultural queda muchas veces desmentido por la biología.
Administrar aluviones de adolescentes sin información precisa y científica acerca de cómo funcionan biológicamente se muestra poco efectivo a esta altura del desarrollo de la ciencia. La masa de adolescentes que resiste el formato de la escuela secundaria está ahí para desafiar certezas adquiridas.
Parece imponerse la necesidad de un debate sobre una organización escolar "cerebralmente amigable", dispuesta a revisarlo todo: horarios de clase, duración de la jornada, cantidad de recreos. Porque en ese debate pueden surgir respuestas innovadoras a problemas repetidos.
El debate educativo dominante, al contrario, es más bien ideológico o sociológico, en el mejor de los casos. Generalmente abstracto, proclive a cambios curriculares en el papel o a sancionar leyes de obligatoriedad de la secundaria que el comportamiento adolescente desdice.
Mientras tanto, contamos con recomendaciones expertas desde hace ocho años, también de total actualidad, locales y extranjeras, con conclusiones causales bien probadas por la ciencia, que los responsables de los sistemas educativos no tienen demasiado en cuenta y que hasta el momento ningún ministro de Educación invitó a debatir. A debatir en serio, me refiero..
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