El 8 de mayo de 2017 falleció en Buenos Aires Juan Carlos Tedesco, uno
de los más destacados académicos en educación en América Latina. Fue un gran
investigador, maestro y político, que participó en varias de las iniciativas
que marcaron la educación en la región en las últimas décadas.
Formado en la Universidad de Buenos Aires en los años ‘60, fue
protagonista de la renovación epistemológica y político-educativa de esa época.
Su libro “Educación y sociedad en la Argentina, 1880-1900”, publicado
originalmente por una pequeña editorial en 1970 pero que pronto se convirtió en
un clásico, signó un modo renovado de entender la educación a la luz de las nuevas
teorías sociológicas y económicas. En debate con las teorías del capital humano
pero también con las teorías marxistas reproductivistas, Tedesco afirmó que la
educación cumplió una función política de formación de los ciudadanos en
América Latina. Su preocupación en ese y otros trabajos fue comprender la
especificidad de lo educativo, sin perder de vista su relación con la política
y la sociedad pero sin reducirla a ella. Era maestro y pedagogo, interesado
tanto en pensar en las leyes educativas y los cambios socioeconómicos como en
la didáctica de la lectoescritura y las condiciones de trabajo de los docentes.
Fue un autor prolífico, un hombre de pensamiento pero también de acción.
A su temprana actividad universitaria en las Universidades de La Plata, La
Pampa y Comahue en Argentina, pronto se sumó su trabajo en los equipos de la
UNESCO, CRESALC y OREALC. En la CEPAL y con apoyo de la UNESCO, creó junto con
Germán Rama el programa “Desarrollo y Educación en América Latina y el Caribe”,
que entre 1976 y 1982 elaboró los diagnósticos y propuestas que sentarían las
bases de las políticas educativas en las recuperadas democracias del Cono Sur
en los años ’80. Estuvo en el grupo fundador del área Educación de
Flacso/Argentina, y allí creó la primera maestría con orientación educativa en
ese país. Tedesco siguió su curso en Caracas, al frente de la CRESALC, y en
Santiago de Chile dirigió la OREALC; en 1992 se mudó a Ginebra, donde fungió
como Director de la Oficina Internacional de Educación (BIE) de la UNESCO.
Entre 1997 y 2005 fue director de la oficina regional del IIPE-UNESCO en Buenos
Aires. Desde ese momento y hasta el 2011 estuvo en los primeros puestos de la
política educativa argentina, primero como Secretario de Educación y luego como
Ministro y encargado de la planeación estratégica educativa; su trabajo de
coordinación y redacción fue central para la promulgación de la Ley de Educación
Nacional de ese país en 2006. Durante sus últimos años estuvo al frente del
Programa para la Mejora de la Enseñanza de la Universidad Nacional de San
Martín. Siguiendo los pasos de su admirado Sarmiento, que después de Presidente
de la Nación Argentina se convirtió en Ministro de educación de una provincia,
Juan Carlos Tedesco no pensaba jubilarse nunca de su entusiasmo y su compromiso
con la educación; encontraba en cada uno de los espacios que se iban abriendo nuevas
posibilidades para crear políticas y cambiar las prácticas educativas.
Hay aspectos menos conocidos de su vida que merecen, en este momento del
recuerdo colectivo, ser visibilizados. Juan Carlos fue especialmente solidario
y generoso en los años oscuros de la Argentina; escondió a varios de sus amigos
pedagogos que estaban siendo perseguidos por los militares, y los ayudó a
escaparse. También tenía un compromiso grande con la educación popular; cuando
fue echado de las universidades nacionales, pasó a trabajar en el Club Atlanta,
en la ciudad de Buenos Aires, en sus programas culturales y deportivos. Dicen
sus amigos que tenía una foto del Club en su oficina en Ginebra, y que lo
consideraba uno de sus grandes orgullos como pedagogo. Fanático de Racing,
tanguero, buen lector de literatura y de sociología, Tedesco siempre encontraba
algún punto de contacto con su interlocutor, y solía calmar los debates
encendidos con algún chiste. Pero eran sobre todo sus ideas, su lucidez y su
honestidad intelectual las que le ganaron el respeto de todo el arco político.
Tuve la suerte de trabajar cerca de él en varios momentos de mi vida,
vínculo en el cual tuvo mucho que ver mi maestra Cecilia Braslavsky. Elijo dos
momentos distintos para incluir en esta despedida colectiva de un maestro, pero
también de un amigo y un compañero. El primero es la carta que me envió desde
Ginebra, cuando fue sinodal de mi examen de maestría. En mi tesis sobre la
historia del curriculum de la escuela secundaria argentina lo criticaba por su
visión de la función política de la educación, que a mi entender estaba apegada
a una perspectiva liberal de lo político como variable aislada. Su carta era un
modelo de elegancia y generosidad de un colega que no solamente iba adelante en
el camino sino que además ya era director del BIE, y que se dignaba a responder
a una joven bastante impertinente con honestidad y con altura intelectual,
señalando lo que sería bueno que yo revisara de mis argumentos pero también lo
que le habían dado a pensar mis críticas. Hay algo del maestro que no perdió
nunca, para suerte de los que trabajamos con él. El segundo momento fue cuando
ya era Ministro de Educación de Argentina; en ese entonces, yo dirigía la
revista oficial del ministerio, “El Monitor de la Educación Común” –fundada por
Sarmiento, que reaparece otra vez-, y él era mi jefe. Recuerdo su preocupación
inicial por impulsar temas nuevos para la agenda educativa kirchnerista, como
la evaluación o la enseñanza de las ciencias; yo insistía con temas pedagógicos
más amplios, como la formación cultural de los maestros o las prácticas
institucionales de las escuelas. Me acuerdo que la idea de un número dedicado a
los rituales escolares le causaba especial rechazo, por considerarlo
innecesario en una época donde se demandaban otras intervenciones; sin embargo,
cuando salió editado y leyó la entrevista a un director de escuela que hablaba
de la importancia de recibir y despedir a los alumnos, marcar los ciclos del
año y de la vida, resguardando la noción de un adentro y un afuera de la
escuela, me llamó para decirme que le había gustado. En ese y otros muchos
gestos cotidianos, Tedesco mostraba que se podía dialogar y aprender con los
otros, aunque pensaran distinto. Nos ayudaba a ser mejores.
Gracias, Juan Carlos, por el tiempo compartido. Ya te estamos
extrañando.
Inés Dussel
DIE-CINVESTAV
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