Mientras preparaba su proyecto ‘Génesis’, Sebastião Salgado encontró a la tribu de los awá en la remota Amazonia.
El cineasta Wim Wenders, autor del documental ‘La sal de la Tierra’ sobre la obra de Salgado, explica su relación con la obra y con el creador.
WIM WENDERS 19 OCT 2014 - El País
Conozco la obra de Sebastião Salgado desde hace casi veinticinco años, desde que compré dos fotografías suyas en una galería de arte de Los Ángeles, hace ya bastante tiempo. Aquellas dos imágenes me transmitieron algo y me emocionaron muchísimo. Fue entonces cuando por primera vez leí conscientemente el nombre de Sebastião Salgado en la parte posterior de las fotos. A continuación las enmarqué, y desde ese momento están colgadas detrás de mi escritorio de trabajo y me acompañan cada vez que viajo de ciudad en ciudad. El recuerdo de aquellas fotografías me llevó poco tiempo después a visitar su exposición Trabajadores. Desde entonces me convertí en un admirador incondicional de la obra de Sebastião. Unos años más tarde visité la muestra Éxodos y compré una colección completa de sus libros de fotografías.
Sin embargo, no le conocí en persona hasta hace cinco o seis años, cuando nos encontramos en su oficina de París (que, por cierto, estaba a la vuelta de la esquina de donde había vivido durante años, así que fácilmente podíamos haber coincidido en la tienda de comestibles). Me enseñó su estudio y pude observar de un vistazo las imágenes de Génesis. Un proyecto que aún estaba a mitad de camino, pero este nuevo trabajo ya parecía increíblemente interesante y, al igual que sus anteriores producciones, estaba previsto a largo plazo. Había dedicado hasta diez años para hacer las fotografías de algunas de sus series. Y había planeado terminar esta última en ocho. Me fascinaron su dedicación y su determinación. Una semana después nos volvimos a encontrar. Descubrimos nuestra común pasión por el fútbol y nos pusimos a hablar sobre la fotografía en general. Estaba deseando conocer mi opinión sobre un asunto en el que estaba trabajando. Me preguntó si se me ocurría alguna manera para que las imágenes de Génesis pudieran verse también en la gran pantalla y no solamente en libros y revistas. Me quedé pensando en su idea durante un rato. Pero antes de que le diera una respuesta, Sebastião ya me había contado un montón de historias sobre sus numerosos viajes, y en ese momento me di cuenta de que era un gran narrador. Así que finalmente le manifesté mi acuerdo y le dije que sus fotografías se verían en el cine como si se tratase de una presentación de diapositivas, siempre y cuando algún sonido o música, y por supuesto sus relatos, las acompañara. ¡Eso sería algo completamente diferente!
Cuando sebastião me contó numerosas historias sobre sus viajes, me di cuenta de que es un gran narrador”
En nuestra siguiente reunión me propuso con franqueza si podía considerar la posibilidad de unirme con él y con su hijo Juliano en una aventura que ellos dos ya habían vagamente concebido, pero que en realidad aún no sabían ni cuándo ni cómo ponerla en marcha. Juliano había recorrido con su padre varios de los lugares que fueron fotografiados para Génesis y los había filmado. Lo había hecho sobre todo para conocer otra faceta del hombre a quien siempre había visto como padre, y no como fotógrafo y viajero que recorre el mundo. En cierto modo, Sebastião había sido más bien un padre ausente durante la mayor parte de su infancia. Así que, con el objetivo de conocerse mejor mutuamente, los dos decidieron iniciar un proyecto. Pero mantenían muchas preguntas sobre lo que tenían que hacer para poner en marcha una película basándose en esa idea. No cabe duda de que necesitaban otro punto de vista, una opinión ajena.
Cuando me consultaron, no lo dudé ni un segundo y acepté allí mismo. ¡Sería una oportunidad magnífica para mí y, además, una forma de descubrir a fondo a Sebastião! Me daba igual su falta de preparación o de conceptualización. He empezado la mayoría de mis documentales respondiendo a un impulso, a partir de una primera impresión. Desde el principio vi con claridad mi papel en ese proyecto común como el de un socio profesional que iba a contar el trabajo de Sebastião, y que iba a permitirle narrar –ante la cámara y el público– todas esas historias de las que yo ya había sido testigo. Al principio pensaba que íbamos a grabar durante un par de semanas. Nunca imaginé que rodaríamos durante un año y medio en varios escenarios, incluidos París y Brasil.
En las entrevistas iniciales, yo estaba siempre presente mientras él disparaba. Pero cuanto más hablábamos, más sentía que debía “desaparecer” y ceder todo el protagonismo a Sebastião, pero sobre todo a sus fotografías: el trabajo debe hablar por sí mismo. Así pues, después de varias tomas, finalmente puse en marcha la idea que había concebido. Metí a Sebastião en un cuarto oscuro, sentado solo frente a una pantalla. Puse un espejo semitransparente con una cámara escondida detrás, desde donde filmaba sus fotografías. En ese espejo se proyectaban sus fotos de tal modo que él hablaba y hacía comentarios mientras las veía y, de vez en cuando, yo le hacía preguntas. Algo parecido, por así decirlo, a un teleprompter, solo que ese dispositivo no hacía la misma función. No le indicaba a Sebastião lo que tenía que decir, solamente mostraba sus fotos, permitiéndole hablar tranquilamente sobre ellas mientras miraba a la cámara. Pensé que esa era la mejor forma que tendría el público de oírle hablar y ver su trabajo al mismo tiempo.
En aquellas “sesiones de cuarto oscuro”, recorrimos durante una semana la obra fotográfica completa de Sebastião, más o menos en orden cronológico. Para él fue una experiencia bastante difícil. Bueno, y para nosotros, que estábamos detrás de la cámara también, porque algunos de esos viajes e historias son tremendamente conmovedoras y otras son terribles. Para Sebastião fue como volver a visitar todos esos lugares, pero para nosotros fue muy emocionante viajar al “corazón de las tinieblas” sin movernos del estudio. De vez en cuando nos deteníamos. Yo necesitaba dar un paseo para, en cierto modo, tomar cierta distancia de lo que estaba viendo y escuchando.
Obviamente, cuando comenzamos a editar solo podíamos utilizar un número limitado de historias, por lo que decidimos eliminar las “entrevistas habituales” iniciales. Solamente dejamos un par de ellas que nos sirvieron para ensayar en nuestras “sesiones de cuarto oscuro”. Es curioso, pero de algún modo grabé muchas de esas películas dos veces.
Y luego también quedó claro muy pronto que no podíamos hacer un filme solo sobre él, en el que solamente apareciera Sebastião, la persona a la que estábamos grabando. También estaba Leila, su mujer, con quien ha estado trabajando durante casi cincuenta años. Ella era (y es) la fuerza impulsora de Sebastião. Es la editora de sus libros y comisaria de sus exposiciones, y los dos han construido e investigado juntos la historia fotográfica de Sebastião. Así que ella también debía estar presente en la película. Es una señora encantadora, muy segura de sí misma, directa, honesta y amable. Además es muy divertida. Ríe mucho. ¡La verdad es que toda la familia Salgado ríe mucho!
Además, desde el principio fue necesario tener en cuenta que la familia Salgado tenía otra vida aparte de la fotografía: su compromiso con la ecología. Así que desde el primer momento supe que debía contar dos historias al mismo tiempo. Se podría decir que después de las terribles experiencias que vivió en Ruanda y los tremendos horrores que presenció, que le afectaron profundamente, hasta el punto de pensar en abandonar la fotografía, el programa de reforestación emprendido en Brasil y sus casi milagrosos resultados han tenido un “final feliz” para Sebastião. Ese es el motivo por el que no solo ha dedicado su último gran trabajo, Génesis, a la naturaleza, sino que la naturaleza le ha permitido además no perder la fe en la humanidad. Todo eso lo aprendí y comprendí lentamente, a medida que iba conociendo a la familia Salgado. Sin embargo, no solo terminamos filmando en París y en su laboratorio, sino también en Brasil, en su ciudad de residencia Vitoria y en la sede del Instituto Terra en Aimorés.
Al final, nuestro principal problema era la cantidad de material que teníamos. Antes de empezar con la película, Juliano había acompañado a su padre en muchos viajes alrededor del mundo. Así que ya disponíamos de horas y horas de imágenes documentales. Yo había pensado unirme a Sebastião en al menos dos “misiones”. Una al norte de Siberia y otra en una expedición en globo sobrevolando Ruanda. Pero tuve que cancelarlas porque me puse enfermo y me recomendaron no viajar. Por suerte, Juliano podía sustituirme, y yo me concentré más en el legado fotográfico de Sebastião.
Los dos podríamos haber hecho fácilmente dos películas por separado. Juliano podría haber filmado un hermosa película sobre el rodaje de Génesis. Y yo, una sobre la carrera de Salgado, su obra y su trabajo en el campo de la ecología. Pero enseguida nos dimos cuenta de que juntos podíamos hacer una sola película de mayor calidad. Pero, claro, pensarlo es una cosa y ponerse a trabajar es otra. Cuando nos pusimos a editar, los dos trabajábamos estrictamente con nuestro propio material y empezamos a cortar a lo loco muchas de las secuencias que pensábamos incorporar en la película. ¡Fue un desastre! Cuando vimos el resultado, comprendimos que aquello nunca podría llegar a ser una película. Y poco a poco entendimos que teníamos que superar esa “posesión” que tiene un director con su propio material y dejar de controlarnos el uno al otro. Entonces comenzamos un trabajo de edición auténtico. Mientras yo hacía sugerencias sobre cómo se vería una imagen con otro tipo de luz, le permitía a Juliano manejar mis escenas, y viceversa. Pero debo reconocer que aquella situación fue muy dolorosa. Surgieron necesidades diferentes y opiniones opuestas. Nunca antes había hecho algo así: ¡dejar que alguien tocara mis escenas! A Juliano le ocurría lo mismo. Hasta que decidimos tratar de respetar nuestras propias opiniones y superar nuestro orgullo y el ego tan típico de nuestra profesión. Lo cierto es que nos llevó tiempo. Pero valió la pena porque al final nos dimos cuenta de que gracias a nuestro esfuerzo colectivo habíamos conseguido crear un “tercer” punto de vista sumando su material y el mío, y profundizar en la vida y en la obra de Sebastião desde la perspectiva del hijo y del amigo (que es como ya nos considerábamos). En total estuvimos editando durante año y medio. Para el montaje nos ayudó Maxine, que había trabajado como ayudante de montaje en Pina y se las arregló muy bien para destacar las virtudes de los dos (y también los defectos, por supuesto). También estaba con nosotros David Rosier, el productor de la película, que fue decisivo cuando nos planteamos hacer una sola y no dos.
En principio, podríamos decir que yo me ocupé de hacer el rodaje de las fotografías en blanco y negro, y Juliano se encargó de las de color. De hecho, realicé la parte de mi trabajo que consistía en elegir las fotografías en blanco y negro para que, de ese modo, cuando tuviera que cortar alguna escena, ya las tuviera todas seleccionadas. Por decirlo de alguna manera, quería mostrar a Sebastião en su “propio mundo en blanco y negro”. Juliano filmó en color todos los viajes que hicieron juntos, algo que parecía bastante normal y obvio. Pero al final intercambiamos los papeles y una parte del metraje que grabé en el Instituto Terra lo pasé a color. ¡En realidad solo lo hice porque me parecía mucho más agradable presentar todos los árboles que habían plantado en varias tonalidades de verdes intensos!
En algún momento de nuestras conversaciones intercambiamos opiniones sobre si debíamos explicar en la película la decisión de Sebastião de hacer su obra en blanco y negro. Pero finalmente decidimos que no era necesario. Creo que ese aspecto de su fotografía se explica en gran medida por sí mismo. Luego está toda esa cuestión de que el trabajo de Salgado es “puramente estético”, tal como algunos críticos mantienen. En todo caso, no puedo estar más en desacuerdo. Cuando se fotografía la miseria y el sufrimiento es preciso resaltar la dignidad de cada individuo, incluso en las situaciones más delicadas y miserables. Y hay que tener mucho cuidado para no caer en el voyerismo. No resulta fácil. Solo se consigue sintiendo una profunda solidaridad hacia la gente que está delante de la cámara, logrando de ese modo sumergirse en sus vidas. Hay que hacer un esfuerzo muy grande de comprensión para entender esa realidad. Muy pocos fotógrafos tienen esa capacidad. La mayoría toman rápidamente unas cuantas fotos y se marchan. Sebastião no trabaja así. Pasa mucho tiempo en todos los escenarios que fotografía. Vive entre la gente. Se hace amigo de ellos. Comparte sus vidas tanto como sea posible. Y es compasivo. Hace su trabajo para esa gente. Para darles voz. Las imágenes tomadas sobre la marcha y las fotografías de estilo documental no pueden transmitir esas mismas cosas. Cuanto más trabajes por encontrar el marco perfecto, para contar una situación de la mejor manera posible; cuanto más luches por encontrar un lenguaje específico que te permitirá mostrar lo que tienes ante ti (es decir, cuanto más te esfuerces en hacer una “buena foto”), más nobleza tendrán los sujetos que fotografías y más únicos se sentirán. Creo que Sebastião intenta devolver la dignidad a todos esos seres humanos que con frecuencia la pierden en hambrunas, guerras y atrocidades. Él ha conseguido ennoblecer a las personas que estaban delante de su cámara. ¡Sus imágenes no son sobre él, sino sobre “ellos”! La película que he rodado rinde homenaje a su obra. ¡Me quito el sombrero ante este hombre!
Traducción de Virginia Solans
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