a Nación, Argentina, 16/1/2015
Hace pocos días, se publicó en el diario Perfil una entrevista que Magdalena Ruiz Guiñazú le realizó al ex rector de la UBA Guillermo Jaim Etcheverry, autor de La tragedia educativa, publicado en 1999 y que mereció en ese año el premio al mejor libro referido a educación.
Han pasado tres lustros y el contenido de ese texto mantiene su plena vigencia, pues no se han corregido las fallas allí señaladas acerca del proceso educativo desarrollado en nuestro país y, asimismo, persiste la curiosa dualidad de los padres que, al juzgar nuestro sistema de enseñanza en general, lo consideran "malo, muy malo", en tanto que, a la vez, el 70 por ciento del mismo conjunto de críticos rigurosos considera satisfactoria la formación recibida por sus hijos.
En esa diversidad estimativa gravitan indudablemente los sentimientos familiares, que reducen objetividad en los juicios vinculados al aprendizaje de los hijos. Pero, al mismo tiempo, ese modo de evaluar alienta indirectamente la continuidad de la declinación de nuestra enseñanza.
Otra cuestión llamativa, subrayada por el doctor Jaim Etcheverry, se relaciona con las pruebas de evaluación de la calidad educativa, principalmente las pruebas PISA, de aplicación periódica, administradas en una dimensión global. Al respecto, el rendimiento de chicos pertenecientes a una elite económica de nuestro país, que concurren a escuelas privadas dotadas de medios suficientes, fue superado por el de alumnos pobres de 30 países. Por lo tanto, las desigualdades previas en materia de recursos se invirtieron al comparar los resultados de las pruebas.
Ante una pregunta referida a la "indulgencia" existente en el ámbito escolar -tolerancia con la cual se procura evitar la repitencia de alumnos, aunque esa medida contribuya a que concluyan la escuela "sin formarse"-, el entrevistado aludió a algunos datos cuantitativos de interés, entre ellos, que menos del 50 por ciento de la gente que trabaja en nuestro territorio ha completado el secundario, mientras que en los países desarrollados el porcentaje está entre 70 y 80%. Con educación universitaria en el área laboral hay entre nosotros sólo un 14%; en Corea del Sur, por ejemplo, constituye el 44%. En cuanto a la calidad de la educación demostrada por nuestros chicos, los porcentajes son adversos. Un dato clave: no entienden lo que leen seis de cada diez alumnos; en Australia, sólo el 1,4% tiene este tipo de graves dificultades.
El ex rector de la UBA hizo notar sabiamente que aquí se suele acudir a "una pedagogía compasiva", con la que se busca que el alumno no repita, planteo equivocado que, si se extiende, como actualmente está ocurriendo, daña a todo el sistema educativo.
Estamos viviendo -opinó- una etapa opuesta a la del inmigrante que llegó al país en el siglo XIX y que fundamentalmente alimentaba dos proyectos: la casa propia y "m'hijo el dotor". Las generaciones actuales no se sacrifican como aquéllas, con las que incluso se llegó a superar la alfabetización de países europeos como España e Italia. Todavía en 1997, la Argentina estaba en segundo lugar, después de Cuba, en el nivel primario de América latina. Hoy nos superan los países que nos rodean en la región en cuanto a la calidad de los aprendizajes.
El doctor Jaim Etcheverry agregó observaciones de interés con respecto a la influencia de los medios electrónicos en la escuela, que promueven "lo cortito y rápido", aunque la educación sea -por el contrario- "larga y lenta".
En el prólogo del libro de Jaim Etcheverry, el autor hace referencia a una fábula de La Fontaine, que habla de un "tesoro": la capacidad de aprender "acumulada por la humanidad a lo largo de su historia". El riesgo de perder ese objetivo "configura la tragedia educativa". La misión que concierne entonces a la educación debiera ser preservar y enriquecer ese tesoro hoy en peligro..
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