LISBOA — Sobre unos escalones rotos, un pescador de 37 años llamado Mario mezcló heroína y cocaína y preparó una aguja hipodérmica. “Es difícil encontrar una vena”, dijo, pero finalmente halló una. La sangre chorreó por su brazo, pero le hizo caso omiso.
“¿Estás bien?”, le preguntó Rita Lopes, una psicóloga que trabaja para un programa de apoyo. Monitorea a los usuarios de heroína como Mario, los alienta a tratar de dejarla y les da agujas limpias para evitar la propagación del sida.
Hace décadas, Estados Unidos y Portugal lidiaban con las drogas ilícitas y tomaron acciones. EE.UU. impuso medidas severas, gastando miles de millones de dólares en encarcelar a los usuarios. Portugal emprendió un experimento: descriminalizó el uso de todas las drogas en 2001 y empezó una campaña extensa para abordar la adicción. Fue tratada más como un reto médico que un problema de justicia criminal.
La política antidrogas de EE.UU. ha fracasado de manera espectacular. Alrededor de la misma cantidad de estadounidenses murieron el año pasado de sobredosis —unos 64 mil— que los que murieron en las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak juntas.
Portugal podría estar ganando la guerra contra las drogas —al ponerle fin. Hoy, el ministerio de Salud indica que sólo unos 25 mil portugueses usan heroína, comparado con 100 mil cuando inició la política.
El número de portugueses que murieron de sobredosis se desplomó más de un 85 por ciento antes de subir un poco tras la crisis económica europea de años recientes. Aun así, la tasa de mortalidad por drogas de Portugal es la más baja en Europa Occidental y alrededor de una quincuagésima parte de la cifra más reciente de Estados Unidos. Fui a Portugal para hablar con narcotraficantes, usuarios y expertos en salud pública porque esta nación se ha convertido en un modelo de una política antidrogas que no sólo es compasiva, sino efectiva.
Esta problemática es personal para mí, porque mi pueblo natal en Oregon ha sido devastado por las metanfetaminas y, ahora, por los opioides. Algunos de mis ex compañeros de clase murieron o sus vidas fueron destruidas; la chica de la que me enamoré en el primer año de secundaria es una indigente debido a sus adicciones.
Delegaciones de alrededor del mundo vuelan a Lisboa para estudiar lo que se conoce como el “modelo portugués”.
“Esto es lo mejor que le ha pasado a este país”, me dijo Mario Oliveira, de 53 años, ex tipógrafo que se volvió heroinómano hace 30 años, mientras le daba sorbos a un vaso de papel con metadona suministrada por una camioneta tipo furgoneta. Las vans, un vínculo crucial en los esfuerzos lusos, recorren las calles de Lisboa todos los días del año y proporcionan metadona, un sustituto opioide, a los usuarios sin costo para estabilizar sus vidas.
Pero el enfoque de Portugal no es una varita mágica.
“Soy indigente y estoy desempleado y adicto de nuevo”, dijo Miguel Fonseca, mecánico eléctrico de 39 años. Gasta unos 100 dólares al día en su hábito, y ha recurrido al robo para costearlo.
Mario mostraba poco interés en el apoyo de Lopes. Se burló de la idea de usar metadona como alternativa a la heroína. Los trabajadores como Lopes tal vez nunca lograrán que Mario deje las drogas, pero ella puede ayudar a mantenerlo con vida.
Dejemos claro qué hizo y no hizo Portugal. Primero, no cambió las leyes contra el narcotráfico: los traficantes todavía van a la cárcel. Y no precisamente legalizó el uso de las drogas, sino que más bien hizo que la compra o la posesión de pequeñas cantidades (un suministro hasta para 10 días) no sea un crimen, sino un delito administrativo, como una infracción de tránsito.
Los infractores son citados a una audiencia con una “comisión de disuasión”, una reunión informal alrededor de una mesa de conferencia con trabajadores sociales que tratan de impedir que un usuario casual se vuelva adicto.
El enfoque de salud pública surge de una opinión cada vez más común a nivel mundial de que la adicción es una enfermedad crónica, comparable con la diabetes, y requiere cuidado médico en lugar de castigo.
Así que ¿qué tan efectivo es el programa? Pensé que les preguntaría a algunos verdaderos expertos: los traficantes de drogas.
“Hay menos clientes ahora”, reclamó un vendedor de heroína.
La evidencia es que el uso de las drogas se ha estabilizado o disminuido desde que Portugal cambió de enfoque, sobre todo en lo que respecta a la heroína.
En encuestas, la proporción de jóvenes de 15 a 24 años que dicen que han usado drogas ilícitas en el último mes cayó casi a la mitad desde la descriminalización.
En 1999, Portugal tenía el índice más alto de sida relacionado con las drogas en la Unión Europea; desde entonces, los diagnósticos del vih atribuido a inyecciones han bajado en más del 90 por ciento.
Otro factor a favor de Portugal: la economía creció y hay una robusta red de seguridad, así que menos personas se automedican con las drogas.
También es más barato tratar a las personas que encarcelarlas. El ministerio de Salud gasta menos de 10 dólares por ciudadano por año en su política antidrogas. EE.UU. ha gastado unos 10 mil dólares por familia a lo largo de las décadas como parte de una política antidrogas fallida que resulta en más de mil muertos por semana.
La lección que Portugal ofrece al mundo es que aunque no podemos erradicar la heroína, es posible salvar las vidas de los usuarios de las drogas —si estamos dispuestos a tratarlos no como criminales, sino como seres humanos enfermos que sufren y que necesitan unas manos que les ayuden, no unas esposas.
Nenhum comentário:
Postar um comentário