Nora Bär
Miércoles 26 de enero de 2011
Para los sufridos habitantes de Buenos Aires, el súbito tránsito de ayer entre una ciudad hirviente, donde nos cocinamos a fuego lento con temperaturas que excedieron los 43 grados de sensación térmica, y las lluvias que estallaron en una especie de violenta -aunque breve- erupción "al revés", seguramente ofreció una postal ilustrativa de las advertencias sobre los riesgos de un cambio climático descontrolado.Es obvio que, en ámbitos de extrema densidad poblacional, cualquier hecho que salga de lo común puede provocar un descalabro. El dato adquiere una singular relevancia si se tiene en cuenta que, en un mundo que marcha hacia los nueve mil millones de habitantes, se espera que en 2050 el 70% viva en grandes ciudades.
Precisamente, un nuevo estudio firmado por los especialistas de la Universidad de Toronto y el Banco Mundial, Daniel Hoornweg, Lorraine Sugar y Claudia Lorena Trejos Gómez, que acaba de publicarse en Environment and Urbanization , analiza en detalle el papel de más de 100 grandes urbes en el cambio climático. Sus conclusiones indican que éstas no sólo son particularmente vulnerables, sino que además cumplen un papel protagónico en los trastornos atmosféricos y en su solución.
Pero aunque tradicionalmente se atribuye a las ciudades más del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) generadas por los seres humanos (especialmente a las que se encuentran en países ricos), este trabajo demuestra que, si se consideran las emisiones per cápita, los residentes de las zonas más pobladas pueden emitir la mitad de los gases de efecto invernadero que originan sus vecinos de los suburbios.
Tenemos un ejemplo muy cerca: en los cuadros elaborados por Hoornweg, Sugar y Trejos Gómez, Buenos Aires figura con emisiones de 3,83 toneladas de GEI per cápita, casi la mitad de las de Avellaneda, con 6,53.
El récord lo anota Rotterdam, en los Países Bajos, con 29,8 toneladas de GEI per cápita, seguida por Denver, Estados Unidos, con 21,5; Sydney, Australia, con 20,3, y Calgary, Canadá, con 17,7.
"El cambio climático y la urbanización [...] están inextricablemente vinculados -afirman-. [...] La concentración de personas y actividad económica genera conocimiento, transformación social, innovaciones y nuevas tecnologías. Pero también pueden concentrar el riesgo, si no se manejan apropiadamente."
Lo bueno de todo esto es que, por su enorme influencia, las ciudades pueden impulsar los cambios que exige la continuidad de nuestra civilización. "Los gobiernos nacionales pueden poner las reglas del juego -escriben los científicos-. Pero las ciudades son los atletas..."
nbar@lanacion.com.ar
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