26 de agosto de 2011

¿Y si la ciencia apasionara tanto como el fútbol?




Por Jorge Werthein

 

Jorge Werthein es Doctor en Educación por la Universidad de Stanford. Es presidente de Sangari Argentina y fue Director de UNESCO Brasil




Países como la Argentina y Brasil, que conozco muy bien, están siempre atentos a los partidos de sus respectivos seleccionados nacionales de fútbol. Son millones de 'técnicos', que elogian o critican a los convocados. Y están siempre los fans, especialmente de los cracks del momento, como Messi y Neymar. Al fin y al cabo, esos muchachos cargan en sus pies mucho más que talento con la pelota. Encarnan la expectativa de victoria de millones de jóvenes, que sueñan con obtener, como ellos, éxito, prestigio, respeto, admiración, dinero. Curiosamente, el frenesí en torno al fútbol y a sus cánones no se repite en áreas como las ciencias y la tecnología, para quedarnos en dos ejemplos. ¿Por qué?

En primer lugar, se puede observar que el fútbol, especialmente en la Argentina y en Brasil, a diferencia de las ciencias, entra en la vida de los niños -y eventualmente de algunas niñas también- espontáneamente, como esparcimiento. Este deporte es un juego. Sólo con el paso del tiempo comienza a tomárselo en serio. Los que demuestran un talento mayor suelen recibir un incentivo y pueden incluso ingresar a un club infantil, en el que reciben entrenamiento profesional. Muchas veces, los hijos tienen el apoyo de los padres para seguir una carrera en el deporte. En las familias de bajos ingresos, al menos, puede tratarse de una salida honrosa, una perspectiva de vida próspera para los chicos. Parece haber consenso en algunos países sobre la importancia de invertir en los deportes y, sobre todo, en la carrera de los talentos infantiles.

Mientras tanto, dentro de las aulas, chicos y chicas enfrentan mañanas o tardes de sol, o días de frío intenso, para escuchar a docentes que explican fórmulas, describen fenómenos naturales, siempre llenos de términos científicos complicados, difíciles de memorizar. Pocos realmente comprenden la razón de todo eso, la aplicabilidad de esas leyes, principios, postulados. Vuelven a sus casas cansados, desmotivados, y sus padres rara vez recuerdan esos contenidos para ayudarlos en las tareas. La situación puede ser aún peor: docentes legos en ciencias dan cursos improvisados, inevitablemente limitados, a veces desestimulantes.

No resulta extraño, por lo tanto, que miles de adolescentes argentinos y brasileños presenten un desempeño mediocre en exámenes nacionales e internacionales, como el PISA. Salieron de una escuela primaria que no los estimuló lo suficiente y no tomó en cuenta los desafíos de la contemporaneidad en términos de ciencia, tecnología e innovación. Se acostumbraron a las clases burocráticas, centradas en el pizarrón y la tiza, que contrastan tanto, por ejemplo, con la excitación de una cancha de fútbol. Más allá de la metodología obsoleta, se han topado con la ausencia o con la presencia sólo esporádica de ídolos en esas áreas en los que puedan sentirse reflejados. Los que existen no recibieron el mismo tratamiento mediático de las celebridades del deporte o del show bizz, cosa que, en sí, también es sintomática.

Los resultados de la menor importancia otorgada a la enseñanza en general, y a la enseñanza de ciencias y materias afines en particular, quedan más a la vista a mediano o largo plazo. Esto es: las consecuencias de la inversión insuficiente del pasado se ven en el presente. El cuadro general de países como la Argentina y Brasil es el de naciones en desarrollo, que están cosechando las inversiones que ya realizaron en ciencias, tecnología e innovación, pero que todavía poseen un largo camino por delante. Se trata, en definitiva, de promover un crecimiento durable y eso involucra educación de calidad para todos a lo largo de toda la vida. Preferentemente, una educación renovada, compatible con los desafíos de la contemporaneidad, como la formación de capital humano en ciencia y tecnología. Sin una inversión sólida en esa área, que incluya un estímulo para los más jóvenes, esos países corren el riesgo de figurar entre las grandes promesas del siglo XXI, avanzar unos pasos más e interrumpir una trayectoria que podría ser brillante.

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