Lunes 26 de diciembre de 2011 | Publicado en edición impresa
Editorial I, La Nación
Las pruebas a que se sometieron tanto estudiantes como profesores muestran una realidad deficitaria que es preciso corregir
El ministro de Educación porteña, Esteban Bullrich, dio a conocer los resultados de pruebas de evaluación en matemática y lengua, administradas en los últimos meses del año lectivo a un total de 25.505 alumnos que concluían el secundario y a otros 9168 de tercer año de la escuela media. Asimismo, fueron evaluados 255 maestros del primer ciclo de la enseñanza que se presentaron voluntariamente a rendir pruebas, también de matemática y práctica del lenguaje, así como de conocimientos y técnicas de enseñanza.
Los rendimientos alcanzados, en lo que concierne a los alumnos, se distribuyeron así: el 40,4 por ciento no completó ningún requerimiento; el 37% tuvo un bajo nivel de rendimiento; el 21%, regular, y sólo el 1,6% logró ser calificado como bueno. En el caso de los docentes, el 2,3 por ciento fue muy bueno; el 19,4, bueno; el 50,4%, regular, y el 27,9% obtuvo una baja calificación.
Indudablemente, los datos numéricos reflejan una realidad deficitaria en los aprendizajes de alumnos que han cumplido los años del secundario. En cuanto a la evaluación docente, los resultados muestran una desalentadora mayoría ubicada entre lo regular y bajo (78,3%).
Es evidente que el cuadro que se percibe confirma el reiterado juicio de la declinación de nuestra escuela. La verdad es ingrata, pero necesaria; lo negativo es eludirla. Algo de eso pareció ocurrir, cuando algunos días atrás el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, al hacer referencia a los resultados del Operativo Nacional de Evaluación 2010 (ONE), dijo que revelaba "mejoras sustantivas".
No coincidió ese juicio con el que emitió la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al asumir su nuevo mandato, ocasión en que dijo: "Creo que todavía nos falta y mucho. Tenemos que ir por mayor calidad educativa y la evaluación no solamente debe ser de los alumnos, sino que también tiene que ser evaluación de los docentes".
Ahora bien, el reconocimiento de las fallas tiene que ser seguido de nuevas respuestas para modificar una dura realidad que compromete el futuro de las generaciones y del país. Un paso nuevo se ha dado en el espacio jurisdiccional: la evaluación de los docentes.
El ministro Sileoni ha anunciado ese propósito ahora, también, en el marco nacional. Al respecto conviene subrayar que es lógico considerar la periódica información que proveen las evaluaciones como un modo de seguimiento de los cambios que puedan operarse; pero es en las innovaciones que se introduzcan donde reside la clave que permita superar el estado insatisfactorio de nuestra educación en la actualidad.
Sería oportuno, también, servirse del instrumento de las evaluaciones para establecer la influencia de la incorporación de las computadoras en la escuela. Descontada su utilidad, crecen, sin embargo, las dudas sobre los efectos que ejercen en el aprendizaje de la lengua oral y escrita. En este sentido, cabe aludir al expresivo testimonio de un docente colombiano citado en un editorial del diario El Tiempo, de Bogotá. Ahí se dice que "las jergas fragmentarias" intercambiadas en las redes sociales han llevado "a la incapacidad de comunicarse por escrito con coherencia, claridad y sin graves atentados ortográficos ni gramaticales".
Confiamos en que este nuevo impulso que está recibiendo la evaluación de alumnos y docentes en todos sus niveles sea el preludio de una reactivación profunda -tan necesaria para un país que debe y puede crecer- de la educación argentina..
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