Editorial II
Clima de violencia escolar
Una alianza entre los docentes y la familia es decisiva para conducir a los estudiantes y promover una mejor integración social
Si bien estamos ya en tiempos de receso escolar, los meses que siguen dan oportunidad para proponer mejores respuestas a los problemas que deja abiertos el ciclo concluido.
Entre esas cuestiones que preocupan y, más aún, alarman, están los hechos violentos que a diario se han venido sucediendo en la escuela, desde insultos y amenazas entre los alumnos, actos de discriminación, peleas y maltratos, hasta alcanzar formas de humillación y de agresión que han sufrido numerosos docentes.
Así, en algunos colegios, parece gravitar una atmósfera de tensión que predispone a la descarga violenta.
Puede decirse que se padecen los males de una subcultura de la violencia enraizada en el entorno escolar. Esa realidad hiere injustamente al maestro y a los alumnos que aspiran a obrar constructivamente.
Es indudable que la situación reclama una atención especializada, así como la presencia de nuevos recursos psicopedagógicos y sociales, porque las raíces de los comportamientos violentos no están en la escuela, y se requiere trabajar con esa perspectiva para un mejor control de los problemas observados, que perturban los mejores planes de la actividad escolar.
Precisamente, la situación vivida en tantos colegios del Gran Buenos Aires, sobre todo, ha motivado el desarrollo de diversas vías de solución. Entre ellas, se incluyeron los programas cuyo fin fue la participación comunitaria para una mejor conciencia de los problemas y propuestas compartidas de solución; en otros casos se buscaron caminos que dieran mejor contención afectiva a los chicos y no se excluyó el análisis de las consecuencias que producen sanciones más rígidas.
Si bien esas y otras medidas examinadas merecen consideración, también es verdad que la diversidad de propuestas no suficientemente evaluadas ni elaboradas durante un plazo necesario no resuelven problemas que son complejos, de modo que el valor de algunos logros quedó limitado, pues la densidad de las causas sobrepasó a los medios accesibles.
Una verdad tradicional cuenta mucho: una firme alianza entre la escuela y la familia es decisiva para conducir y orientar a los menores. Por otra parte, en una dimensión amplia de la cuestión surgen las secuelas de los males sociales como el desempleo, la drogadicción, la inseguridad, que agravan la desorganización del núcleo familiar.
Ante la gravedad de las cuestiones comentadas, resulta oportuno el reciente anuncio de la creación de una Subsecretaría de la Convivencia en la provincia de Buenos Aires.
Es de esperar que las experiencias probadas en las escuelas que encararon programas de solución sirvan para ampliar y coordinar planes eficaces a fin de aminorar la violencia y promover mejor relación e integración social..
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