Su papel públicoHugo Caligaris
Una voz contra viento y marea
Hugo Caligaris
LA NACION
Martes 11 de enero de 2011
"Nunca aceptó que le dijeran lo que tenía que pensar o hacer." Tal vez éste sería un epitafio adecuado para María Elena Walsh, aunque no sea el primero que venga a la mente de quienes la recordarán para siempre por su imaginación, por la ternura de sus canciones infantiles y por la presunción de una dulzura que si bien era real, sólo salía a la luz después de haber atravesado ciertas barreras.
En su "Balada del ventarrón", María Elena describe con claridad su propia independencia y también su curiosidad inagotable por todo lo que ocurre en el mundo: " Antes de que atardeciera/ crucé mares, vi países./ Contra el viento y la marea/ hice todo lo que quise ". En ese querer y en ese hacer no entraban sólo las cosas del arte, sino también la política; la lucha contra la injusticia y la desigualdad sexual, y el rechazo de las modas culturales y de las opiniones por conveniencia.
Su primera rebeldía fue contra el modelo paterno. Se fue de casa, a los Estados Unidos, siguiendo a Juan Ramón Jiménez. Cuando volvió, era la primera época del peronismo. No aguantó el clima de sospecha y censura y se marchó de nuevo: a París, con Leda Valladares. A una antiperonista debería haberle venido bien el estilo de Onganía, pero fue justamente bajo ese gobierno militar cuando ella comenzó a percibir el fenómeno peronista con otros matices. En su canción "El 45", mentó la soga en casa del ahorcado: "¿Te acordás de la Plaza de Mayo/ cuando el que te dije salía al balcón?". Años después, en 1979, se animó a tocar la cola de otro tigre uniformado, pero más feroz, con su artículo de Clarín sobre el país jardín de infantes. Allí advierte que la Argentina puede llegar a parecerse a la España de Franco "si seguimos apañando a sus celadores".
Como para demostrar que su idea de la rebeldía no consistía en pararse siempre en la vereda de enfrente, María Elena fue casi oficialista en tiempos de Alfonsín. Cuando los años 80 y los 90 demostraron que la ilusión y las buenas intenciones rara vez progresan mucho hacia la meta en el campo de la política, Walsh se retrajo un poco, pero no se privó nunca de opinar. En su caso, opinar significaba exponerse. Así ocurrió con su conmovedora oposición a la pena de muerte, en tiempos en que el presidente Menem amenazaba cada dos por tres con aplicarla a alguien distinto, y con el artículo "La patria muchachista", publicado en La Nacion también en esa época.
Su última aparición polémica fue también la más costosa para ella. Walsh había osado criticar la carpa blanca, levantada por tiempo indefinido ante el Congreso por los gremialistas del sector docente. "La carpa es intolerable por autoritaria -escribió-, ya que piensan usurpar indefinidamente espacios públicos."
Corría 1997, y la lluvia de acusaciones "progresistas" contra María Elena fue tan fuerte que después de eso le dio pudor o hastío seguir saliendo al ruedo. No estaba interesada en el escándalo, por eso calló tanto en los últimos tiempos. Si peleaba, era porque consideraba que había una buena causa para hacerlo. Como lo había sido, en un pasado en que la mera idea del matrimonio igualitario hubiera sido prueba de herejía, su defensa del feminismo y de la libre elección sexual. En plena época de Lanusse, publicó una carta abierta que decía, sin pelos en la lengua: "El movimiento de liberación femenina es una ideología revolucionaria, no exprimida de libracos apolillados, sino del cotidiano martirio de la mitad de la humanidad".
Esto escribía Walsh hace 40 años, bajo la plena vigencia del pudor y el recato castrenses. ¿Se entiende ahora por qué en el párrafo anterior nos referimos a las acusaciones "progresistas" vertidas contra María Elena Walsh poniendo la palabra "progresistas" entre comillas?
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