Para LA NACION
Martes 28 de junio de 2011 | Publicado en edición impresa
Estas palabras son una constante en el trabajo que acaba de finalizar el Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP) sobre relaciones entre jóvenes, escuela secundaria y mercado de trabajo. "El problema es de socialización"; "es muy difícil lograr que asuman los valores de la organización", dicen los responsables de recursos humanos de las compañías.
En muchos casos, las compañías hacen esfuerzos para adecuarse, cuando eso no afecta sus objetivos o cuando quieren retener a los jóvenes. Intentan acercarse a su "cultura", a su modo de "estar en el mundo".
"Me parece que la diferencia no es por sectores sociales, sino por el tamaño de las ciudades en las que viven. Un chico de la ciudad de Buenos Aires es más parecido a uno de Rosario o de Córdoba que al de alguna ciudad chica del interior de Córdoba", dice una directiva de una empresa constructora de escala nacional.
Una nueva generación llega al mercado de trabajo, vienen de casas más horizontales, discutieron de igual a igual con sus padres, negociaron con ellos normas, horarios, cantidades de alcohol. Fueron a escuelas más democráticas, están acostumbrados a que los escuchen, a plantear sus ideas, a discutir con sus docentes y directores en una relación simétrica.
"Ellos te explican que tienen derecho a ser tratados bien. Les explicamos que no pueden pelearse con 10 personas por día, de las que vienen a comprarles una tarjeta, porque se sintieron maltratados. Algunos tienen dificultad para entenderlo y se tienen que ir", dice el director de RR.HH. de una empresa de ferrocarriles. Se adaptan mejor a los encuadres más acotados de las metalúrgicas, automotrices, constructoras. Esos contextos laborales de pautas y referencias claras los ordenan, los tranquilizan.
Pero lo mismo les ocurre con la escuela secundaria: allí más de la mitad fracasa y la abandona. Y para los que no terminan la escuela, el destino es realmente incierto. En aquellos programas en los que tienen tutores, personas que los "miran", los contienen, los controlan, les plantean metas claras, sus resultados mejoran.
"Les dimos la opción de estudiar y terminar la secundaria en la empresa, en horarios pautados y con un sistema de tutores. Y, sin mayores problemas, prepararon las materias, las rindieron y lograron graduarse. Parece difícil comprender por qué tienen tantas dificultades en la escuela", dice la responsable de RR.HH. de una cadena de hipermercados.
Sin duda, la secundaria no es una organización que los esté ayudando, que los motive y, fundamentalmente, que los contenga.
"Los que son buenos, los que pueden adaptarse a un orden, son mucho mejores de lo que éramos hace 20 años; son rápidos, manejan mayor cantidad de información -dice el director de recursos humanos de una empresa de telecomunicaciones-. Pero la mayoría tiene dificultades para entender la asimetría, la autoridad, para identificarse con la organización de la que forma parte."
Hemos formado una nueva generación de jóvenes, los educamos para defender sus derechos, para no soportar autoritarismos (ni autoridades, en muchos casos), para "romper los moldes", ser innovadores y originales. El problema es que han crecido, y más allá de que son más libres, más creativos, tienen muchas dificultades para participar de encuadres que ellos no han creado, para "hacer convivir" su libertad con las normas de las organizaciones de las que participan. Y eso les hace muy difícil crecer, insertarse en la sociedad como ciudadanos, trabajadores, constructores de su propio proyecto de vida.
¿Cómo los ayudamos? ¿Qué necesitan? Todas las pistas nos muestran que demandan referencias claras, cuidado, contención, atención, más allá de que a veces parezca lo contrario. Necesitan encuadres con los que pelearse y amigarse, hasta encontrar el modo en que se van a insertar en ellos.
Ganaron mucho, defienden con más claridad sus derechos, fundamentalmente a una mejor calidad de vida. Pero si no los ayudamos, no podrán concretar sus sueños, desarrollar sus proyectos y ser felices.
© La Nacion
El autor es director del Centro de Estudios ?en Políticas Públicas (CEPP)
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