Investigador de la Nación Argentina 2011: Alberto Kornblihtt
“Afuera causa asombro la ciencia argentina”
Kornblihtt:"El advenimiento de
Internet, pone a un país periférico
en tiempo real respecto de las
comunicaciones científicas".
Pedro Lipcovich / Periodista
“Internacionalmente, se asombran de la calidad de la investigación científica que se produce en un país periférico como la Argentina”, destacó Alberto Kornblihtt, el científico galardonado con la Distinción “Investigador de la Nación Argentina 2011”, conferida por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. El premiado enunció varias grandes razones para el avance de la ciencia argentina, como la tradición ligada a figuras como Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir y los avances de los últimos años en becas, subsidios y repatriación de investigadores; destacó que “la transferencia de tecnología no sólo debe hacerse a empresas privadas, sino también al sector estatal”
–La ciencia en la Argentina mejoró espectacularmente su calidad en los últimos 15 a 20 años. Internacionalmente, llama la atención que desde un país periférico como el nuestro puedan surgir trabajos de alto nivel. Es cierto que, en términos cuantitativos, en ciencias biomédicas la Argentina no tiene una presencia considerable, pero, en calidad, ha habido mejoras verificables. Así por ejemplo, sólo en este último tiempo, las publicaciones de José Estévez en la revista Science, de Marcelo Yanovsky en Nature, la de nuestro equipo en Cell; hablo, por supuesto, de revistas científicas de primera línea –destacó Kornblihtt, quien es investigador superior del Conicet en el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias y profesor en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
– ¿A qué se debe este avance?
–Hay un factor general como lo es el advenimiento de Internet, que pone a un país periférico en tiempo real respecto de las comunicaciones científicas. Antes había que enviar los trabajos por correo: tardaban meses en llegar y en recibir respuesta. Ahora la comunicación es inmediata y esto permite, también, que investigadores de acá puedan ser designados como referís para evaluar los trabajos que se presentan en esas revistas. Pero hay otras tres patas que sostienen este desarrollo. Uno de ellos es la larga tradición de las ciencias biomédicas en la Argentina: las escuelas generadas por Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari, Eduardo De Robertis, cuyos discípulos se perfeccionaron en el extranjero y muchas veces volvieron para crear nuevos discípulos. Esto se destaca en América latina.
– ¿Cuáles son las otras dos patas que sostienen el desarrollo contemporáneo de la ciencia argentina?
–La tercera es que, a partir de la llegada de la democracia, se fueron transparentando los métodos de evaluación y financiamiento: en la época de la dictadura, el Estado entregaba el dinero de manera feudal, a directores de institutos. Y la cuarta es la importancia que, especialmente con los dos últimos gobiernos, se le viene dando a la ciencia. No hay duda de que el tema de la ciencia pasó a formar parte de la política de Estado.
– ¿En qué acciones se revela esta política?
–En la construcción de edificios, la apertura de líneas de subsidios, las iniciativas para repatriar a investigadores jóvenes que quieren volver; en la reactivación de la carrera del Conicet, que prácticamente se había cerrado; el aumento de la cantidad de becas, la creación misma del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Yo pienso que la transferencia de tecnología es un aspecto importante en relación con la ciencia: pero no debe hacerse sólo a empresas privadas, sino a destinatarios estatales, como lo es el sistema de salud. Es válido generar organismos o empresas estatales que participen en la producción o utilización de servicios.
– ¿La transferencia de tecnología a organismos públicos ha avanzado en la Argentina al mismo paso que la transferencia a empresas privadas?
–El tema de la transferencia al sector público no depende sólo del Ministerio de Ciencia y Tecnología, sino también de los ministerios de Salud y de Industria, y en general de las políticas de Estado. El concepto es que la ciencia no sólo sea transferida a empresas privadas, sino directamente a la sociedad. Un ejemplo es el tema de la producción pública de medicamentos, donde hay ya una ley con media sanción de Diputados que debe tratarse en estos días en el Senado.
–Yendo al trabajo del laboratorio que usted dirige, ¿qué es el “splicing alternativo”, que viene investigando?
–Cada célula humana tiene unos 23 mil genes; a grandes rasgos, cada gen le ordena a la célula que produzca una determinada proteína. Pero, si todas las células tienen los mismos genes, ¿qué hace la diferencia entre una célula del hígado y una del cerebro?: el hecho de que no todos los genes se “expresan” al mismo tiempo. En cada tipo de célula sólo actúa un subconjunto de genes, y esto le da su especificidad. En este marco, se da el llamado splicing: es como si un sastre, a partir de la “tela” proporcionada por el gen, fabricara el traje, la proteína. Pero muchas veces este sastre, con la misma tela, hace dos o más trajes: eso es el splicing alternativo, propio de las especies más complejas. Nuestra especie no tiene muchos más genes que especies mucho más simples: la mosca de la fruta tiene 16 mil. Pero, gracias a este mecanismo, los 23 mil genes humanos se traducen en hasta 150 mil proteínas. Muchos laboratorios en el mundo estudian este proceso, y toman en cuenta nuestros aportes al tema.
– ¿Cuáles serían las posibles repercusiones de esta investigación en la clínica médica?
–Estudiamos, por ejemplo, cómo la luz ultravioleta afecta a este proceso: estos rayos, contenidos en la radiación solar, dañan el ADN de modo que se afecta el splicing alternativo; esto puede conducir a tumores, especialmente en las células de la piel. Nuestros estudios ayudan a entender cómo la célula repara el daño o cuáles son las consecuencias de que el daño no sea reparado.
–La ciencia en la Argentina mejoró espectacularmente su calidad en los últimos 15 a 20 años. Internacionalmente, llama la atención que desde un país periférico como el nuestro puedan surgir trabajos de alto nivel. Es cierto que, en términos cuantitativos, en ciencias biomédicas la Argentina no tiene una presencia considerable, pero, en calidad, ha habido mejoras verificables. Así por ejemplo, sólo en este último tiempo, las publicaciones de José Estévez en la revista Science, de Marcelo Yanovsky en Nature, la de nuestro equipo en Cell; hablo, por supuesto, de revistas científicas de primera línea –destacó Kornblihtt, quien es investigador superior del Conicet en el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias y profesor en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
– ¿A qué se debe este avance?
–Hay un factor general como lo es el advenimiento de Internet, que pone a un país periférico en tiempo real respecto de las comunicaciones científicas. Antes había que enviar los trabajos por correo: tardaban meses en llegar y en recibir respuesta. Ahora la comunicación es inmediata y esto permite, también, que investigadores de acá puedan ser designados como referís para evaluar los trabajos que se presentan en esas revistas. Pero hay otras tres patas que sostienen este desarrollo. Uno de ellos es la larga tradición de las ciencias biomédicas en la Argentina: las escuelas generadas por Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari, Eduardo De Robertis, cuyos discípulos se perfeccionaron en el extranjero y muchas veces volvieron para crear nuevos discípulos. Esto se destaca en América latina.
– ¿Cuáles son las otras dos patas que sostienen el desarrollo contemporáneo de la ciencia argentina?
–La tercera es que, a partir de la llegada de la democracia, se fueron transparentando los métodos de evaluación y financiamiento: en la época de la dictadura, el Estado entregaba el dinero de manera feudal, a directores de institutos. Y la cuarta es la importancia que, especialmente con los dos últimos gobiernos, se le viene dando a la ciencia. No hay duda de que el tema de la ciencia pasó a formar parte de la política de Estado.
– ¿En qué acciones se revela esta política?
–En la construcción de edificios, la apertura de líneas de subsidios, las iniciativas para repatriar a investigadores jóvenes que quieren volver; en la reactivación de la carrera del Conicet, que prácticamente se había cerrado; el aumento de la cantidad de becas, la creación misma del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Yo pienso que la transferencia de tecnología es un aspecto importante en relación con la ciencia: pero no debe hacerse sólo a empresas privadas, sino a destinatarios estatales, como lo es el sistema de salud. Es válido generar organismos o empresas estatales que participen en la producción o utilización de servicios.
– ¿La transferencia de tecnología a organismos públicos ha avanzado en la Argentina al mismo paso que la transferencia a empresas privadas?
–El tema de la transferencia al sector público no depende sólo del Ministerio de Ciencia y Tecnología, sino también de los ministerios de Salud y de Industria, y en general de las políticas de Estado. El concepto es que la ciencia no sólo sea transferida a empresas privadas, sino directamente a la sociedad. Un ejemplo es el tema de la producción pública de medicamentos, donde hay ya una ley con media sanción de Diputados que debe tratarse en estos días en el Senado.
–Yendo al trabajo del laboratorio que usted dirige, ¿qué es el “splicing alternativo”, que viene investigando?
–Cada célula humana tiene unos 23 mil genes; a grandes rasgos, cada gen le ordena a la célula que produzca una determinada proteína. Pero, si todas las células tienen los mismos genes, ¿qué hace la diferencia entre una célula del hígado y una del cerebro?: el hecho de que no todos los genes se “expresan” al mismo tiempo. En cada tipo de célula sólo actúa un subconjunto de genes, y esto le da su especificidad. En este marco, se da el llamado splicing: es como si un sastre, a partir de la “tela” proporcionada por el gen, fabricara el traje, la proteína. Pero muchas veces este sastre, con la misma tela, hace dos o más trajes: eso es el splicing alternativo, propio de las especies más complejas. Nuestra especie no tiene muchos más genes que especies mucho más simples: la mosca de la fruta tiene 16 mil. Pero, gracias a este mecanismo, los 23 mil genes humanos se traducen en hasta 150 mil proteínas. Muchos laboratorios en el mundo estudian este proceso, y toman en cuenta nuestros aportes al tema.
– ¿Cuáles serían las posibles repercusiones de esta investigación en la clínica médica?
–Estudiamos, por ejemplo, cómo la luz ultravioleta afecta a este proceso: estos rayos, contenidos en la radiación solar, dañan el ADN de modo que se afecta el splicing alternativo; esto puede conducir a tumores, especialmente en las células de la piel. Nuestros estudios ayudan a entender cómo la célula repara el daño o cuáles son las consecuencias de que el daño no sea reparado.
Video con Alberto Kornblihtt en TED-Buenos Aires, enero 2011
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