ARTEMI RALLO* 13/10/2010
Cada vez con mayor frecuencia se suceden informaciones en las que los protagonistas son los menores e Internet. A finales de 2009, investigadores de la Universidad de Navarra concluyeron que el 88% de los menores entre 10 y 18 años son usuarios de Internet y hasta un 71% de los niños de seis a nueve podrían también serlo. En 2010, el informe "Generación 2.0" ha elevado esta cifra al 93 % para edades comprendidas entre los dos y los dieciocho años. Lo más preocupante de estos datos no radica en la condición de internautas de menores, que son nativos digitales, sino en el hecho de que el primer contacto con este medio se realiza a través de amigos, con desconocimiento de padres o educadores y, lo que es más grave, con ignorancia de las consecuencias sobre la propia identidad digital. Si a ello añadimos que mayoritariamente se usan servicios como las redes sociales y que casi un 7% de los menores acepta como amigos a desconocidos, el escenario que se dibuja es realmente preocupante.
No se trata de demonizar a Internet. La red de redes ha transformado profundamente la sociedad en la que vivimos. Es indiscutible que, gracias a los recursos disponibles en Internet, la circulación de información, ideas y conocimientos enriquece nuestra sociedad y el potencial educativo, formativo y socializador del medio es incuestionable. Pero hay que tener presente que Internet no solo ofrece oportunidades, también tiene riesgos que hay que saber evitar.
Sin embargo, este fenómeno se desarrolla en una sociedad que carece de cultura digital. Una gran parte de la población, incluidos muchos de los usuarios habituales de Internet son analfabetos funcionales, respecto del funcionamiento real de los servicios de la Red.
En primer lugar, se aprecia una absoluta falta de cultura sobre control de la información personal. Los usuarios tienden a pensar que en Internet todo es gratis y a aceptar sin dudar cuantas condiciones les impone el proveedor de servicios. Con esta actitud el usuario desprecia absolutamente el valor que para él posee su información personal y suele configurar sus espacios de Internet permitiendo un acceso abierto. Paradójicamente, mientras en el mundo físico exigimos cada vez mayores medidas de seguridad, en Internet no le concedemos ningún valor. Esta situación se agrava en el caso de los menores que, por naturaleza, adoptan una actitud confiada y curiosa ante todo lo que les rodea y tienden a compartir información sensible sin filtro alguno.
A esta carencia se une la falta de conciencia del respeto que se debe a los otros, al resto de personas con las que nos relacionamos. Así, por ejemplo, se publican, cuelgan, etiquetan y comentan fotografías de otras personas sin su consentimiento y sin su conocimiento. No importa si son o no adecuadas, no importa si pueden afectar a la imagen pública o a las oportunidades laborales futuras del menor o adolescente. Basta con que sean "divertidas".
En un contexto así, no se es consciente de que el acceso a datos personales constituye, en muchas ocasiones, el primer paso de una cadena que puede conducir a graves violaciones de la intimidad y de la integridad psíquica, e incluso física, del menor.
El Derecho ofrece respuestas ante estos fenómenos tanto en el ámbito de la protección de datos personales como en el de la legislación relativa a la protección del menor. A través de las Agencias de Protección de Datos se constatan, día a día, graves carencias en nuestra sociedad. Las Agencias de Protección de Datos españolas han desarrollado una intensa actividad en su ámbito de competencia. Se ha tratado de fomentar la conciencia social mediante la elaboración de guías prácticas y de producciones multimedia, impulsando estudios, proporcionando documentación en entornos educativos e incluso a través de planes de voluntariado. Cuando ha procedido se han aplicado los mecanismos de sanción que la legislación ofrece. Asimismo, en los últimos años se ha señalado la importancia del fenómeno ante los órganos legislativos y las autoridades educativas.
También la sociedad civil ha participado intensamente en esta reivindicación de la privacidad y la seguridad de los menores y, afortunadamente, comienza a apreciarse el nacimiento de una cierta inquietud en nuestra sociedad. En particular, hemos asistido en los últimos meses, a movimientos de los usuarios de las redes sociales reivindicando su privacidad.
No obstante, todas estas iniciativas resultan manifiestamente insuficientes. Ha llegado el momento del compromiso, no se trata de prohibir, ni de generar miedo y desconfianza, se trata de educar y de enseñar desde el sistema educativo. La cultura de la privacidad y de la seguridad en Internet debe ser promovida desde la educación primaria, al menos desde los nueve años de edad, mediante la inclusión en los planes de estudio de elementos de protección de datos y la creación de herramientas educativas ad hoc, en las que se aprenda a comunicarse con seguridad e independencia. Para ello, las autoridades educativas deben abordar el reto de formar a los profesores a través de planes de formación continuada. Las universidades no pueden formar psicólogos, pedagogos o maestros sin competencias básicas en este ámbito. En todos los niveles debe superarse la idea de la enseñanza de informática entendida como manejo de un ordenador y de distintos programas para integrar en los currículos académicos módulos con un contenido estructurado y comprensivo de todos los aspectos básicos de protección de datos y de seguridad.
Internet, como la seguridad vial o la salud, forma parte la vida cotidiana de nuestros menores. Ha llegado pues el momento de formar en una cultura de uso positivo de Internet que debe comenzar por aprender cómo controlar nuestra privacidad en la Red. Es por ello que, ante la incorporación a las aulas en estas fechas de millones de alumnos en nuestro país, resulta necesario poner de manifiesto que esta materia ineludiblemente debe incorporarse a los planes de estudio, incluyendo un aprendizaje que ponga en valor el uso de la información personal.
En esta línea ya están trabajando las autoridades educativas de países como Alemania para impartir una asignatura sobre privacidad en la que se enseñe a los jóvenes cómo manejar su identidad digital en la red. También habrá que abordar la formación de padres, madres y personas adultas. No olvidemos que está en juego la seguridad de nuestros hijos.
Artemi Rallo es el director de la AEPD (Agencia Española de Protección de Datos). También firman el artículoEsther Mitjans, directora de la APDCAT( Agencia Catalana de Protección de Datos); Iñaki Vicuña, director de la AVPD (Agencia Vasca de Protección de Datos); y Santiago Abascal, director de la APDCM (Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid).
El País
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