6 de março de 2012

La persistencia de las desigualdades de género (2): Discriminación y anonimato Por: Pablo Gentili


 06 de marzo de 2012

El Servicio Diplomático es uno de los ámbitos más sexistas dentro de la administración pública de cualquier país del mundo. Las tradiciones corporativas y el espíritu aristocrático se combinan haciendo de éste uno de los espacios menos permeables a la igualdad de género dentro de los Estados democráticos.
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En Argentina, como en muchos otros sitios, el ingreso a la carrera diplomática se realiza mediante un complejo proceso selectivo. Desde los años ’60, esta tarea es ejecutada por el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Además de la selección de los nuevos diplomáticos, el ISEN tiene por función capacitarlos de manera permanente. El competitivo proceso de selección se lleva a cabo mediante un conjunto de pruebas de conocimiento en diversos campos académicos: Derecho Constitucional e Internacional Público, Historia Política y Económica Argentina, Historia de las Relaciones Políticas y Económicas Internacionales, Economía y Comercio Internacional, Teoría Política, Cultura General y temas de actualidad económica internacional. Además, se realizan pruebas de aptitud diplomática y exámenes psicológicos, entre otros.
Desde la creación del ISEN, hasta casi mediados de los ‘90, sólo un 15% de las 50 vacantes disponibles para el acceso a la carrera diplomática eran ocupadas por mujeres. La “cuota”, aunque no tenía carácter oficial, funcionaba de manera efectiva. Las pruebas no eran superadas por más de 5 o 6 mujeres en cada proceso selectivo. Sin embargo, hace casi 20 años, los exámenes de ingreso al servicio exterior argentino dejaron de ser nominales y pasaron a ser anónimos. Desde entonces, el acceso a la carrera diplomática se produce de forma casi equilibrada entre hombres y mujeres. De los 50 seleccionados en 2010, 23 postulantes eran de sexo femenino, mientras que en el 2011, 24.
Es evidente que el motivo que explica que antes del anonimato sólo 15% de las vacantes fueran cubiertas por mujeres, no tenía nada que ver con la capacidad académica de las aspirantes ni, mucho menos, con la “vocación” diferenciada entre hombres y mujeres para el ejercicio de la función diplomática. La selección nominal operaba como un eficiente mecanismo de discriminación en uno de los primeros países latinoamericanos en que las mujeres consiguieron transponer las puertas de las universidades.(1)
Entraban menos mujeres al servicio diplomático porque los encargados de corregir las pruebas sabían que eran eso: mujeres. Imagino que algunas razones de peso deberían tener para considerar que las candidatas de sexo femenino no tendrían las condiciones suficientes para ejercer el cargo al que aspiraban. Cuando dejaron de saberlo, algunos aristócratas de la diplomacia nacional quizás descubrieron que no es la inteligencia lo que separa a los hombres de las mujeres en las sociedades democráticas.
Siendo así, una vez superada la barrera de entrada, ¿se supone que, en los últimos 20 años, el servicio diplomático argentino, ha vivido una primavera democrática en lo que respecta a la igualdad de género? No tanto. Al asumir Cristina Fernández de Kirchner, apenas 5% de los embajadores a cargo de representaciones en el exterior eran mujeres. Algo más que las que había a comienzos del siglo XX, es verdad, aunque bastante poco si se consideran los avances que, en materia democrática, experimentó la sociedad argentina en los últimos 100 años. De hecho, desde inicios del siglo XIX hasta la actualidad, sólo una mujer ha ejercido el cargo de Ministra de Relaciones Exteriores de la Argentina. Y lo ha hecho por menos de dos meses. Se trató de Susana Ruiz Cerrutti, quien asumió el cargo mientras concluía el gobierno de Raúl Alfonsín en medio de una gravísima crisis institucional. Actualmente, de las 30 embajadas más importantes de la Argentina, sólo dos son ocupadas por mujeres: la de México y la de Gran Bretaña. Ninguno de los más de 70 embajadores que tuvo la Argentina en su principal representación diplomática, la de Estados Unidos, ha sido mujer.
Las desigualdades, decíamos, siempre buscan hacia delante su vía de escape. Es allí donde se instalan, para permanecer.
Las dificultades para que una mujer llegue a ocupar el cargo de embajadora por las vías corrientes de la promoción en la carrera diplomática, son enormes en la Argentina, como en casi todo el mundo. Superado el escollo del proceso selectivo, las mujeres del servicio diplomático argentino deben abrirse camino con un monumental esfuerzo en un universo sexista y discriminador. Algunas llegan, claro está. Y lo hacen gracias a su sacrificio y a su extraordinaria capacidad de trabajo. Muchas, con iguales méritos, sin embargo, van quedando por el camino, en un país en el que parece ser más fácil que una mujer llegue a la Presidencia de la República que a la Cancillería.
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Las mujeres argentinas han conseguido superar muchas de las barreras que les impedían ejercer los principales puestos de comando y de dirección dentro de la sociedad. Lo han hecho, entre otras razones, gracias a la democratización del sistema educativo. Falta, sin embargo, un largo camino por recorrer.
Las desigualdades de género persisten. La lucha por superarlas, también.

(Desde Río de Janeiro)
La persistencia de la desigualdad de género es una serie de cuatro breves artículos que concluirá el día 8 de marzo.

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