En su nueva etapa deben modernizarse, atentas siempre a los nuevos desafíos que nos toca vivir
Hace unos días culminó la XXIII Cumbre Iberoamericana de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno en la Ciudad de Panamá, con la lamentable ausencia de su majestad el rey de España, verdadero inspirador y fundador de estos encuentros.
Casi un cuarto de siglo de cumbres anuales continuadas no deja de ser un logro destacable cuando en el mismo período de tiempo el sistema de Estados interamericano, el más antiguo colectivo político de las Américas, convocó en ocho oportunidades a sus jefes de Estado.
Antes del evento político y durante el mismo ocurrieron muchas cosas. En particular que 300 empresarios altamente representativos de las empresas iberoamericanas se encontraron para dialogar con varios jefes de Estado bajo los auspicios del Consejo Empresarial de América Latina (CEAL), constituyéndose en el mayor y más representativo encuentro empresarial que acompaña la Cumbre Iberoamericana.
Destacados representantes de los medios de comunicación evaluaron juntos los desafíos y las tendencias globales de la comunicación en el mundo moderno.
Más de 150 personas que representaban a ciudadanos, Gobiernos, empresas, instituciones y fundaciones de la sociedad civil iberoamericana fueron convocados para fundar un proceso de innovación ciudadana iberoamericana, semilla de una futura ciudadanía iberoamericana.
Una semana antes de la cumbre, presidentes y parlamentarios de 19 países se dieron cita en la Ciudad de Panamá para debatir los desafíos a futuro de nuestra comunidad. Lo mismo hicieron representantes de gobiernos locales y de la sociedad civil. Inspirados por las recomendaciones de un grupo de reflexión presidido por el presidente Ricardo Lagos, los jefes de Estado y de Gobierno aprobaron medidas para renovar el funcionamiento de las cumbres. Se trata de concentrar sus prioridades, cambiar su periodicidad y sostener un encuentro de alto nivel sobre la cooperación que prestan a la comunidad iberoamericana las cinco instituciones de cooperación, llamadas, también, a fortalecer su cooperación e integración de programas y acciones en sus países miembros.
Como en anteriores oportunidades, no todos los jefes de Estado convocados concurrieron a la cita por problemas de agenda que bien podemos entender cuando hoy las cumbres iberoamericanas, a diferencia de sus primeros años, deben compartir el tiempo de los mandatarios con una docena de eventos que reclaman su asistencia. Esas ausencias ocurren regularmente en todos los encuentros de este nivel. Las veteranas cumbres iberoamericanas no tienen por qué ser una excepción. Pero es importante destacar que, en todo caso, estuvieron presentes sus cancilleres o altos funcionarios. Ninguna silla estuvo vacía. Todos los países estuvieron en la cumbre.
¿Podría concluirse a partir de estos hechos que la comunidad iberoamericana se enfrenta a una pérdida de vigencia respecto a sus objetivos originales? El mundo cambia vertiginosamente; nuestros países también: por eso las cumbres deberán adaptarse a las nuevas realidades y cambiar con ellas. ¿Se habría agotado el ciclo de la cooperación iberoamericana?
Sería difícil que este inmenso espacio de más de seiscientos millones de personas que comparten dos lenguas predominantes, historia, tradiciones y cultura, dejen de constituir un colectivo único de naciones; un colectivo que mantiene una capacidad de diálogo político más allá de las diferencias ideológicas o la diversidad de sus sistemas políticos o económicos.
Sería difícil entenderlo, también, si no dejáramos de valorar la cooperación económica que comparte el espacio iberoamericano, donde España es el segundo inversor extranjero; donde más de 600 empresas operan en América Latina y muchas otras buscan hacerlo; donde se abre un inmenso potencial para el futuro de estas empresas en la región, y para las empresas latinoamericanas en la península Ibérica.
Sería difícil también de entender si no apreciamos las relaciones humanas que se han construido en el seno de esta comunidad y los múltiples vínculos de cooperación que han promovido los organismos de la cooperación iberoamericana, como son los programas de educación, la construcción de un sistema de seguridad social integrado, un entramado pujante de cooperación jurídica, o una creciente dinámica de conocimiento y trabajo conjunto de las juventudes iberoamericanas. Relación humana que, por decenas de años, alimentara vigorosos flujos migratorios de la península hacia América y de América hacia la península. Pero que en estos últimos años se concentran en flujos de talentos que migran desde España y Portugal hacia América Latina, fortaleciendo la calidad de sus recursos humanos, apoyo de un verdadero espacio laboral iberoamericano.
Sería igualmente difícil de entender que no se valorara el aporte de variados colectivos culturales trabajando conjuntamente desde el cine a los museos, desde el teatro a la música, desde las bibliotecas a las artesanías, a lo que los propios Gobiernos agregan nuevas áreas culturales de cooperación para fortalecer el espacio cultural iberoamericano.
Creo, por tanto, que las cumbres son solamente la punta de una pirámide de cooperación que tiene sus raíces en historias compartidas; en encuentros y desencuentros y en capacidad de diálogo y cooperación, más allá de sus diferencias, porque enfrentan problemas similares y comparten esperanzas y sueños.
Las cumbres deberán continuar como aporte a todo ese entramado de relaciones sociales, económicas, culturales o políticas; deberán hacerlo modernizándose, atentas siempre a los nuevos desafíos que nos toca vivir y que podemos compartir conjuntamente, siendo un punto de referencia único en la construcción de un mundo mejor en paz, en democracia y en bienestar.
Las instituciones no son meras burocracias, siglas y eventos sociales. En el espacio que ellas crean pueden resolverse innumerables problemas que así no llegan a la calle, a las fronteras, que se frenan antes de ser conflictos. En las instituciones se inventan soluciones, nuevas vías y colaboraciones. Participar en el fortalecimiento y desarrollo de una institución que envuelve a la comunidad iberoamericana no deja de ser un desafío. Lo fue hace 23 años y seguirá siéndolo, pero merece sin duda el esfuerzo.
He trabajado desde la Secretaría General en los últimos ocho años convencido de que este esfuerzo bien vale la pena. Al término de mis mandatos al frente de la Secretaría, salgo más convencido que cuando comencé sobre la nobleza del ideal, pero también sobre los grandes espacios de cooperación que operan en el mejor interés de los pueblos de ambas orillas del océano.
Enrique Iglesias es secretario general iberoamericano.
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