23 de outubro de 2012

El encadenamiento educación y empleo: entre eslabón perdido y reproducción de las desigualdades. Martín Hopenhayn



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Las dificultades que enfrenta la juventud latinoamericana para transitar desde la educación al empleo (y desde la dependencia hacia la autonomía económica) son conocidas.  Por cierto, hay fuertes brechas al interior de la propia población joven según origen socioeconómico, espacial y étnico-racial en cuanto a sus logros educacionales (años de escolaridad, conclusión de ciclos formales) y a sus aprendizajes efectivos en la escuela.  Estas brechas determinan en fuerte grado sus trayectorias ocupacionales posteriores, lo que estructura o reproduce fuertes desigualdades a lo largo del ciclo de vida y de una generación a la siguiente.

La educación constituye el principal mecanismo para acumular capital humano y tener buenas oportunidades de acceso al empleo en las trayectorias de vida.  A la vez es el expediente para contar con tasas de retorno a lo largo de la carrera laboral, que impliquen ingresos y consiguiente acceso a bienestar.  Y cada vez más, capital cultural y capital humano son los activos para participar de los códigos culturales que hacen de fuelle entre tradición y cambio, ejercer ciudadanía activa y comunicarse en la sociedad de la información.  Poca o mala educación es, por tanto, aguafiestas de la inclusión social.

En términos gruesos, el nivel decisivo para considerar la actual relación entre logro educativo y movilidad sociolaboral en América Latina, es el del ciclo secundario y su conclusión.  Allí está, además, el mayor problema, porque las brechas se hacen mucho más fuertes en este nivel.  Los datos son elocuentes y revelan la enorme brecha en logros educativos.  A excepción de la variable de género, en que hoy las mujeres ya tienen, en promedio, más logros educativos que los hombres jóvenes, el resto habla por si solo: en el primer quintil el porcentaje de jóvenes de 20 a 24 años que concluye educación secundaria en América Latina es poco más de una cuarta parte en relación al porcentaje que lo hace en el quinto quintil1 ; y en zonas rurales, mientras el porcentaje de conclusión de este nivel entre no indígenas ronda la mitad del promedio a nivel total, en el caso de los indígenas rurales en este tramo etario el porcentaje es aún más bajo (ver gráfico 1).  En términos de la conclusión de la educación universitaria, si bien son niveles bajos en todos los grupos (salvo hijos de padres con universitaria completa y en menor medida, en hogares del quinto quintil), las brechas son proporcionalmente aún mayores.  Con estos contrastes, es difícil pensar que la educación hace de palanca de movilidad social, de igualación de oportunidades y de compensación a las desigualdades de origen.  La reproducción intergeneracional de las brechas es lo primero que se tiende a pensar ante estas evidencias.
Gráfico 1.  Porcentaje de conclusión del nivel secundario superior entre jóvenes de 20 a 24 años según condición de nivel de ingreso per cápita y según sexo. América Latina (18 países), alrededor de 2008

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Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los países.
Nota: Las cifras respecto a jóvenes indígenas y no indígenas refieren a 8 países, y corresponden a 2007.
            La conclusión de secundaria es un umbral decisivo para las perspectivas de movilidad sociolaboral a lo largo de la vida activa.  De una parte, y mediando que los aprendizajes sean acordes con el nivel, supone un umbral de adquisición de competencias generales y desarrollo de capacidades que prepara para la vida productiva.  De otra parte, implica una credencial fuerte que el mercado de trabajo premia de manera significativa, marcando una diferencia significativa el tener o no tener dicha credencial. Y si bien en una década y media (entre 1990 y 2006) el porcentaje de jóvenes que culminaron la enseñanza secundaria completa pasó de 27% a 51% en América Latina, estamos muy lejos de consagrar por vía educativa una dinámica universal de movilidad ascendente. 

Se da así un bloqueo a la movilidad, porque con padres de bajos ingresos y baja educación, los hijos tienden a completar bajos logros educativos, lo que a su vez los confina a empleos de bajos ingresos, y así sucesivamente.  A continuación esto se ilustra con mayor detalle. Como se ve en el cuadro siguiente, hay una alta correlación entre clima educacional del hogar (años o logros educacionales de los padres) y logros educativos de los hijos.  Mientras sólo 3,4 de los hijos (línea azul, eje vertical) de padres con primaria incompleta (línea horizontal) concluye estudios terciarios, este índice asciende a 71,6% cuando los padres ostentan terciaria completa.  En conclusión de secundaria (línea verde) estos índices son de 32,7 y 91,1% respectivamente.  El vaso medio lleno indica, por el contrario, que 1 de cada 3 hijos de padres que no concluyeron la primaria, culminan la secundaria, y 85,5% concluye primaria. 
Gráfico 2.  Porcentaje de jóvenes de 25 a 29 años que completaron diversos niveles educacionales, según clima educativo del hogar*. América Latina (18 países), alrededor de 2006

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Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los países.  CEPAL, Panorama Social de América Latina 2010.
Nota: Promedio de años de estudio del padre y de la madre.
Lo que esto indica, entonces, es la alta correlación (y consecuente rigidez) entre estratificación educacional de padres y de hijos, pero al mismo tiempo una clara dinámica de superación en la educación de los hijos respecto de los padres.  Hay, pues, movilidad “sistémica” por expansión conjunta de los umbrales de logros, pero “rigidez de estratificación” en perjuicio de los niveles socioeconómicos más bajos, los rurales, los indígenas y afrodescendientes. 

El gráfico siguiente resume un ejercicio ilustrativo hecho por la CEPAL en relación a los años de escolaridad requeridos para tener perspectivas auspiciosas de movilidad social, en el ciclo inmediatamente posterior a la salida del sistema educativo.  Para ello toma la población ocupada en el tramo etario de 20 a 29 años, y en función de sus retornos salariales a la educación que ostentan, estima los años de escolaridad requeridos, actualizados en torno al 2006, para contar con mayores posibilidades de salir de la pobreza, o bien mantenerse fuera de la pobreza, o bien lograr ingresos laborales superiores al promedio.  Dicho de otro modo, la estimación marca el punto de separación, en umbral educativo, entre más o menos opciones de inclusión social. Tal punto de corte varía entre países, pero lo que llama la atención es que como promedio para el conjunto de países considerados, los 12 años de escolaridad equivalentes a secundaria completa serían un umbral aproximativo para tener ingresos laborales superiores al promedio (de ocupados jóvenes, de 20 a 29 años).  Y el promedio no es muy alto si se considera el altísimo nivel de desempleo y precariedad laboral en ese grupo de edad.
Gráfico 3.  Años de estudio requeridos para tener una menor probabilidad de estar en la pobreza, o ingresos laborales mayores al promedio de los ocupados de 20 a 29 años de edad. América Latina (18 países), alrededor de 2006
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Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los respectivos países.
Notas:
1. Ocupados que trabajan 20 o más horas a la semana.
2.  Zonas urbanas.
Los gráficos 4a y 4b resultan elocuentes en cuanto a la estrecha relación entre logro educativo y trayectoria laboral posterior.  Como se observa en el primer gráfico, tanto para la población juvenil que pasó en etapas más recientes por el sistema educacional, como para el ciclo de vida (casi) completo en el mundo del trabajo, solo a partir de la asistencia a alta secundaria se reduce a menos de la mitad la probabilidad de caer en la informalidad en las trayectorias del empleo, vale decir, a condiciones laborales que por lo general implican bajos ingresos, precariedad contractual y ausencia de protección social por vía ocupacional.  Si bien la tasa de informalidad es mayor en la población adulta (30 a 64) que en la PEA juvenil (15 a 29) para todos los niveles educativos, aun así resulta dramático que entre los jóvenes que sólo alcanzan primaria completa, 2 de cada 3 quedan confinados a la informalidad laboral.  Inversamente, cuando se mide la calidad del empleo en ingresos laborales, para todos los niveles educacionales los adultos de 30 a 64 años perciben mayores remuneraciones que los ocupados jóvenes (15 a 29 años). Esto tiene una doble explicación: la devaluación educativa que hace que quienes entran hoy al mercado laboral tengan un retorno por año educativo acumulado menor que quienes lo hicieron en generaciones precedentes; y que los ingresos discriminan negativamente a los jóvenes, quienes duplican o triplican la tasa de desempleo de los adultos. 

Con todo, importa destacar que para el caso de la PEA, tanto adulta como juvenil, los grandes saltos se producen entre quienes solo completaron secundaria y quienes accedieron a estudios universitarios incompletos y, muy especialmente, entre quienes tienen estudios universitarios incompletos y quienes tienen título universitario. El retorno a los distintos niveles educativos, estimado por incremento de ingresos con cada salto en logros educacionales es claramente diferenciado.  Considerando un promedio simple para 18 países de la región este retorno es de 4,9% por año adicional de educación en primaria, 7,3% por año adicional en secundaria, y 16,2% por cada año en postsecundaria. Estos datos promedio ocultan, empero, grandes diferencias por países: la educación primaria tiene un retorno desde 1% por año adicional de educación en Costa Rica a 9,1% en Honduras, de 3% en Bolivia a 13,2% por año en educación secundaria en Guatemala, y de 8,7% en Argentina a 29% en Brasil para educación postsecundaria (CEPAL, Panorama Social 2010).
Gráfico 4.  Tasas de informalidad e ingresos laborales mensuales de la población ocupada de 15 a 29 años, de 30 a 64 años y de 15 años y más, según el nivel educativo alcanzado. América Latina (18 países), circa 2008
(En porcentajes y dólares de 2000 ppa)

a. Tasas de informalidad por nivel educativo
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b. Ingresos laborales medios mensuales
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Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los respectivos países.
Nota: La definición de la duración de los ciclos educativos se realizó de acuerdo a la Clasificación Internacional Normalizada de la Educación (CINE) de 1997.
En este sentido, la educación tiende a reproducir las desigualdades socioeconómicas entre los hogares de origen, lo que a su vez reproduce y hasta amplifica las brechas de las y los jóvenes en el acceso al mercado laboral.  En este punto, resultan interpeladas tanto las políticas educativas como de empleabilidad juvenil. Al respecto merece destacarse que, en todos los países de América Latina, el retorno de la educación se incrementa más que en cualquier otro nivel con un año adicional de educación postsecundaria. En promedio, un año adicional de educación postsecundaria incrementa los ingresos laborales en 15%, mientras que en el caso de la enseñanza primaria lo hace sólo en 5%. La tasa de retorno de la educación postsecundaria es diferente para cada país, variando entre 8% en Argentina y 26% en Brasil.

Además, las mujeres son las más excluidas de las oportunidades laborales y a la vez presentan las mayores tasas de conclusión de los niveles educativos, lo que genera nudos críticos en esta articulación educación-empleo. El gráfico 5 muestra que si bien entre las mujeres las tasas de retorno son mayores en secundaria y terciaria respecto de primaria, como en los varones, los ingresos laborales de los hombres son algo más de 19% superiores a los de las mujeres a igual nivel educativo.  Lo más inquietante es que esta brecha no parece reducirse en años recientes. 
Gráfico 5.  Trayectoria de los ingresos según el número de años de estudio entre asalariados de 20 años de edad o más que trabajan 20 o más horas semanales, por sexo. América Latina (18 países).

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Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los respectivos países.
Notas:
1.Salarios con 0 años de estudio de la categoría de comparación con mayores ingresos = 100
2.Promedio simple de las trayectorias de cada segmento del mercado de trabajo por país. La trayectoria al interior de cada segmento se calculó con un modelo separado que no controla las restantes segmentaciones.
     
Finalmente, es importante notar que 16% de las y los jóvenes entre 15 y 29 años en América Latina no están insertos en el sistema educacional ni en el mercado del trabajo (véase Gráfico 6), evidenciando las dinámicas de exclusión juvenil. Este porcentaje no es significativamente menor en el caso de los jóvenes de 15 a 19 años respecto de quienes tienen entre 20 y 24 años y entre 25 y 29 años.

Detrás de las y los jóvenes que se encuentran en esta situación se combinan quienes realizan labores domésticas no remuneradas o bien viven con alguna discapacidad, así como quienes no realizan ninguna tarea determinada. Sin embargo, constituyen un grupo de tamaño considerable y que demanda atención en función de la gran vulnerabilidad a la que potencialmente están expuestos. Llama especialmente la atención la significativa diferencia en cuanto a quienes realizan quehaceres domésticos, entre quienes las mujeres jóvenes se encuentran sobre-representadas: 22% de las jóvenes entre 15 y 29 años se dedican exclusivamente a este tipo de labores, frente a 1,4% entre los varones jóvenes de esta edad.  Entre los 15 y 19 años, plena edad de inserción educativa, 15% de las jóvenes se dedican a esta actividad, porcentaje que aumenta a 27% entre quienes tienen 25 a 29 años, dato detrás del cual seguramente es posible encontrar mayores indicaciones de la desigual inserción laboral entre hombres y mujeres en América Latina.

Sin embargo, entre quienes asumen como jefes/as de familia, tan sólo 6% no estudia ni trabaja, y 82% de las y los jóvenes en esta situación sólo trabajan, indicando que las responsabilidades familiares fruto de la emancipación son un fuerte catalizador para ingresar al mercado laboral. Entre quienes tienen 15 y 19 años y son jefes/as de hogar, 58% se dedica exclusivamente a trabajar, abandonando tempranamente los estudios, porcentaje que sólo llega al 23% entre quienes no tienen obligaciones familiares. Nuevamente, se constata la precariedad de las condiciones que cimientan la emancipación entre las juventudes de América Latina.

Finalmente, también es relevante destacar que en América Latina quienes estudian y están ocupados representan 42% de los que tienen entre 15 y 19 años, 19% de quienes tienen entre 20 y 24 años, y 10% entre los del grupo mayor. En todos los casos, el porcentaje de mujeres jóvenes que estudian y trabajan supera al de los hombres. Dos comentarios se desprenden de este contexto. En primer lugar, es necesario consolidar políticas de apoyo para quienes se encuentran en esta situación, incentivando la continuidad de sus estudios y facilitando su acceso a empleos que les permitan combinar ambas actividades. En segundo lugar, el porcentaje decreciente de quienes mantienen ambas ocupaciones en el tiempo ilustra las dificultades propias que América Latina tiene para brindar oportunidades en esta línea, cuestión que se ratifica al analizar las políticas educativas y de empleo disponibles en la región. 
Gráfico 6. Porcentaje de jóvenes de 15 a 29 años que no estudian ni trabajan remuneradamente, según grupos de edad. América Latina (18 países), alrededor de 2009

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 Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los respectivos países. 
Notas:
  1. Promedios ponderados.
  2. Sólo urbano.
1 Tomo aquí ese rango etario porque siendo todavía jóvenes, suponemos que quienes no completaron secundaria a esa edad es porque ya no están, ni estarán, escolarizados en el sistema.

* Martín Hopenhayn es Master en Filosofía por la Universidad de París.  Posee una vasta trayectoria en docencia en América Latina y publicaciones en temas tales como cambios de paradigmas del desarrollo, impactos socioculturales de la globalización, políticas educacionales, situación de la juventud y cohesión social. Actualmente es director de la División de Desarrollo Social de la CEPAL.
** La información presentada en este artículo se nutre de tres publicaciones previas, a saber:Panorama Social de América Latina 2010 (CEPAL, 2011);  Informe regional de población en América Latina y el Caribe 2011. Invertir en Juventud  (CEPAL-UNFPA, 2012); y “Educación para la cohesión y la movilidad social” de mi propia autoría (en Educación, desarrollo y ciudadanía en América Latina, edit. Por Alicia Bárcena y Narcís Serra, CEPAL-SEGIB-CIDOB, Santiago y Barcelona, 2011).


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