Uno de los mejores antropólogos brasileños analiza la situación politica del gigante suramericano y asegura que el partido gobernante no ha cumplido con las promesas de honestidad
CECILIA BALLESTEROS São Paulo 10 FEB 2014 - El País
Roberto Da Matta (Niterói, 1936), uno de los más prestigiosos antropólogos brasileños, analiza el momento por el que atraviesa su país en este año electoral. El autor de obras fundamentales como ¿Qué es Brasil?,La casa y la calle: espacio, ciudadanía, mujer y muerte en Brasilo Carnavales, malandros y héroes, clásicos todos de la antropología urbana, en los que ha interpretado el qué y el cómo de Brasil, afirma que el gigante suramericano, en una encrucijada económica, social y política, tiene “un partido en el poder que prometía un gobierno honesto y avanzado, pero que que ha hecho justo lo opuesto". Por razones de salud, Da Matta contestó por email a las preguntas de EL PAÍS.
Pregunta: Se cumplen 10 años de la publicación de ¿Qué es Brasil? ¿Qué ha cambiado desde entonces?¿Qué corregiría?
Respuesta: No corregiría nada porque mi objetivo en aquel libro no fue "definir" o "explicar" Brasil, sino caracterizarlo o interpretarlo. Quien quiera entender Brasil tendrá que analizarlo desde la dicotomía o la oposición que existe entre la casa y la calle, considerar el trabajo como un castigo y no como un valor como ocurre en el mundo moderno, europeo y americano, y ver las fiestas como una riqueza, como algo positivo, lo mismo que ocurre con la comida.
P. ¿Por qué desde fuera se ve a Brasil con tanta simpatía?
R. Porque es un país que unió a pueblos distintos, pese a que existen separaciones. De una forma muy desigual, a buen seguro, pero la segregación no se hizo desde las instituciones. Pasamos de ser una nación basada en una economía esclavista a la libertad, pero sin guerra civil como Estados Unidos. Conciliamos o construimos puentes entre posiciones extremadas e irreconciliables que nos hacen, a la vez, impacientes y pacientes. Brasil no ha protagonizado tampoco guerras imperialistas sistemáticas en sus fronteras y siempre ha puesto el énfasis en aquello que unía a las disttintas clases y estratos sociales: la música, la playa, el cuerpo, la sensualidad, el baile, el carnaval y, en el siglo XX, el fútbol. Creo que esos "defectos" contribuyen, paradójicamente, a despertar esos sentimientos de simpatía mundial. Somos maestros de las relaciones personales y maestros en deshonestidad pública cuando estamos en el gobierno.
P. ¿Brasil vive una crisis de madurez? ¿De cansancio, después del éxito? ¿Cuáles serían los motivos de ese malestar y de esa incertidumbre que parecen palpables?
R. Tenemos una enorme disfunción entre instituciones que funcionan muy bien (como el sistema bancario, las comunicaciones y la prensa) y un Estado que no se corresponde o no responde con eficacia a las nuevas demandas. Hace más de una década que el partido en el poder [el Partido de los Trabajadores, PT, centroizquierda] que prometía un gobierno honesto y avanzado ha hecho lo opuesto.
P. Parece que las protestas de junio de 2013 cambiaron el humor de los brasileños. ¿Cree que ese espíritu influirá en las elecciones legislativas y presidenciales de octubre, que se articulará o se consolidará de alguna forma?
R. Ciertamente, influirán. Todo dependerá de los meses venideros y del proyecto que presente la oposición.
P. En casi diez meses se elige un presidente. ¿Cuáles son las atribuciones que debe tener para liderar un país tan grande y diverso?
R. Pienso que lo ideal en Brasil es tener un presidente (mujer u hombre) capaz de lidiar bien con las crisis. Cosa que Dilma Rousseff no tiene. Es más, esperamos un presidente en el poder coherente con ciertos valores. Y la democracia liberal, que pocos entienden en el mundo ibérico en general, no es algo fácil, porque somete a todos a un mismo conjunto de reglas y es una afrenta formal contra la premisa aristocrática y jerárquica que rige en Brasil y en toda Latinoamérica.
P. ¿Cómo ve a la sociedad civil? ¿Aún la ve articulada y compacta?
R. Es uno de los pocos países del mundo con una sola lengua y un solo sistema de valores. Y ese es un patrimonio increíble y poderoso.
P. A un extranjero le llama la atención la reverencia al poder, público y privado. ¿A qué lo atribuye?
R. Entre otras razones, como afirmo en mi obra, está que Brasil pasó de la monarquía a la república sin abandonar la jerarquía y la desigualdad. Hoy, sufrimos las dificultades de ese dilema que, a veces, se revela sin máscaras.
P. Usted escribió en La casa y la calle que había una dicotomía en Brasil entre el espacio público y el privado. ¿Continúa con ese pensamiento?
R. Ese es el mayor problema del país. En Brasil, es la sociedad la que sirve al Estado y no al revés, como sería de esperar en una república.
P. ¿Cuál sería el pecado original de Brasil?
R. El dilema de no escoger de modo más claro la igualdad, la descentralización y la educación como valores fundamentales.
P. ¿Estamos ante un país bipolar, triste y festivo? ¿Un país que celebra el sexo, pero es machista y conservador?
R. Es más festivo y confiado que triste. Hoy es más sexista que machista. Es más impaciente que que pasivo en lo que concierne al gobierno y a sus administradores públicos y sus políticas.
P. Jorge Amado dije que era "un país no racista, con racistas".¿Está de acuerdo? Lo es?
R. Es un país racista sin segregación. Tenemos muchos prejuicios, pero no legislamos sobre y a favor de esos prejuicios. De ahí la observación de Jorge Amado.
P. Casi treinta años después del final de la dictadura, ¿qué queda de ella, si es que aún queda algo?
R. Quedan la arrogancia de quien ocupa cargos en el Estado, la certeza de ciertas élites en el poder de que son ellas la que tienen las soluciones, el gusto por fórmulas gastadas y viejas y una inmensa ignorancia sobre lo que es una democracia igualitaria.
P. Usted es un gran aficionado al fútbol, ¿qué sucedería si se repitiera el "Maracanazo" en este Mundial?
R. No creo que eso vaya a ocurrir.
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