Hace ya varios años, George
Steiner lanzó este “elogio de la transmisión” en un diálogo con una profesora
de literatura de escuelas secundarias parisinas. Su postulado provocó malestar
y estupor entre los especialistas en educación, para quienes la transmisión
siempre fue considerada como una operación propia de los enfoques más
tradicionales y conservadores en pedagogía. En su reemplazo, las diferentes
versiones de las pedagogías del siglo XX reivindicaron la construcción autónoma
del aprendizaje como la vía para diseñar estrategias acordes con los objetivos
educativos progresistas.
El postulado de Steiner, sin
embargo, no puede ser considerado como la reacción individual de un intelectual
alejado de la pedagogía ni tampoco como un producto de movimientos políticos
conservadores. Paradójicamente, no son los movimientos sociales alternativos al
capitalismo los que hoy combaten la práctica de la transmisión. Al contrario,
la idea según la cual no hay nada socialmente compartido que debamos transmitir
es uno de los rasgos más importantes de la cultura de lo que ha dado en
llamarse “nuevo capitalismo”. En este paradigma cultural del individualismo
extremo, el discurso dominante enfatiza la idea según la cual nada me une con
el otro. La competencia es el vínculo social básico, lo cual provoca una fuerte
ruptura con el pasado y con el principio de la transmisión del patrimonio
cultural común. En este contexto, el gran interrogante que enfrenta la cultura
contemporánea – y la educación como proceso social - consiste en saber si
tenemos algo legítimo que transmitir a las nuevas generaciones.
La transmisión es un proceso que tiene lugar tanto en la dimensión
cognitiva como en la dimensión social y cultural. Un reciente libro de tres filósofos
franceses (M-C. Blais, M. Gauchet y D. Ottavi, Transmettre, apprende, Stock,
2014), pone de relieve que la transmisión, a pesar de haber desaparecido de los
discursos culturales dominantes, sigue vigente en la realidad social. La
familia, la escuela, las instituciones culturales, los medios de comunicación,
siguen operando sobre la base de procesos de transmisión. Pero la negación de
la importancia de la transmisión en el discurso culturalmente dominante provoca
una significativa ausencia de legitimidad tanto en los actores como en los
contenidos asociados a dicho proceso. Las tecnologías de la información y sus
principales productos, por su parte, están erosionando la transmisión
“vertical” y promoviendo procesos de transmisión entre pares que, lejos de
estimular mayores niveles de autonomía, parecen estar asociados a nuevas formas
de dependencia y de uniformización particularmente entre los adolescentes.
Desde el punto de vista
cognitivo también se percibe un renovado análisis acerca del valor de
operaciones cognitivas denostadas por las teorías pedagógicas. Desde los
aportes de las neurociencias hasta la recuperación del tradicional debate entre
los enfoques de Piaget y Vigostsky, estamos ante un escenario que permite abrir
el abanico de posibilidades para la definición de estrategias de
enseñanza-aprendizaje que rompan el inmovilismo de las últimas décadas. Las
nuevas perspectivas se apoyan en un enfoque donde la construcción individual
brinde un lugar indispensable a la transmisión intergeneracional.
La transmisión, en este
enfoque, tiene un fuerte componente de explicación. No es
imposición irreflexiva pero tampoco es horizontalidad o indiferencia frente a
los resultados. Explicar supone querer compartir, querer vincularse con el
otro. Supone romper tanto la indiferencia que está detrás de los enfoques
individualistas (donde cada uno se las arregla como puede) como el
autoritarismo tradicional, donde el contenido de la transmisión debe ser
asumido sin comprensión.
Recuerdo haber leído, hace ya
unos meses, un reportaje a un músico de rock muy admirado por los jóvenes
argentinos donde agradecía a sus profesores de literatura de la escuela
secundaria haberlo obligado a leer a Quevedo. Ahora estaba en condiciones de
valorar ese esfuerzo. Nuestra tarea no es entretener ni satisfacer sólo
demandas. Una parte no menor del trabajo de la escuela es transmitir el
patrimonio cultural, que ha sido construido por todos y que debe estar al
alcance de todos, para que puedan enriquecerlo con su aporte.
Juan Carlos Tedesco
Universidad Nacional de San Martín (Argentina)
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