7 de setembro de 2011

Inquietantes ecuaciones demográficas


Viceversa
Por Nora Bär | LA NACION, 7 de septiembre


No hace mucho, el Centro Danés de Investigación en Envejecimiento anunció que, en este siglo, los chicos que hayan tenido la suerte de nacer en países ricos llegarán a los 100 años. Si este vaticinio se cumple, convertirse en "centenario" ya no será mucho más que una rutina.
Los datos del último censo sugieren que vamos en esa dirección: hoy ya viven en el país 3487 adultos que tienen más de cien años. ¡Tres mil cuatrocientos ochenta y siete! No se puede negar que la cifra impresiona. Especialmente si uno tiene en cuenta que a fines del siglo XIX, la esperanza de vida rondaba los 50. Es más: según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en sólo un lustro la esperanza de vida en Canadá aumentó de 73,2 a 79,9; en Japón, de 73,3 a 81,9; en Grecia, de 72,3 a 78,2, y los ejemplos siguen. En la Argentina, la expectativa de vida es hoy de más de 72 años para los hombres y de casi 80 para las mujeres.
Fuera de las varias hipótesis que explicarían esta acelerada extensión de nuestra existencia en las últimas décadas (acceso a los alimentos, vacunación, sanidad urbana, avances médicos y científicos), hay experimentos que apuntan a un fenómeno desconcertante: después de un cierto momento, las tasas de muerte, en lugar de aumentar, descienden. Dicho de otra manera: más allá de los noventa, el envejecimiento ¡se hace más lento!
Según cuenta el biólogo evolucionista Michael Rose en un reciente artículo para New Scientist , en 1939 los estadísticos británicos Greenwood e Irwin fueron los primeros en observar este fenómeno. Luego, Jim Carey, de la Universidad de California en Davis, y Jim Curtsinger, de la de Minnesota, lo sometieron a prueba en trabajos que se publicaron en Science . En poblaciones de moscas, determinaron que primero la mortalidad crecía exponencialmente, pero después se amesetaba.
Rose tiene su propia teoría para explicarlo a partir de los mecanismos de la evolución (y una receta para no sólo vivir más, sino también mejor: adoptar un estilo de vida y de alimentación "paleolíticos" a medida que envejecemos). Si está en lo cierto o no, habrá que verlo. Pero la verdad es que estas ecuaciones demográficas plantean interrogantes que van más allá de si dispondremos de los recursos necesarios para mantener una población con necesidades crecientes.
¿Es sostenible una sociedad cuya existencia ociosa duplicará la laboral? Además de alargar la vida, ¿es posible prolongar la salud? ¿Es factible una vejez con potencialidad cognitiva y autonomía? Por ahora, uno no puede menos que arquear las cejas en señal de duda...

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