24-10-11 | OPINION, Infobae
Jorge G. Castañeda, ex ministro de Relaciones exteriores de México, es Profesor Global Distinguido en la Universidad de Nueva York y autor, más recientemente, de Ex Mex: From Migrants to Immigrants
La guerra de México contra las drogas va de mal en peor. A medida que el período del presidente Felipe Calderón se acerca a su fin (deja el cargo en diciembre de 2012), es evidente que dejará un conflictivo legado a su sucesor.
Si el número de asesinatos mantiene el ritmo actual, para finales del año entrante más mexicanos habrán muerto como consecuencia de la violencia del narcotráfico que estadounidenses caídos durante la Guerra de Vietnam - y ese total fue de 58.000 bajas. Para el fin del sexenio de Calderón, más de 50 mil millones de dólares se habrán gastado en el combate contra los cárteles de la droga.
Desde 2008, la violencia se ha elevado vertiginosamente: homicidios, secuestros, extorsiones y robos. Las violaciones a los derechos humanos, en declive desde los primeros años de la década de 1990, han aumentado a medida que los soldados mexicanos recurren a la violencia, incluyendo la tortura, en la lucha contra el narcotráfico. El turismo se está desplomando como resultado de la aterradora imagen que tiene México en el extranjero.
Pese a todos los sufrimientos que ha causado, la guerra contra los cárteles ha tenidomagros resultados. Los índices oficiales recientes de decomiso de drogas, que reflejan la demanda del mercado, son mixtos; los de la marihuana y heroína han descendido; los de cocaína son estables; y los de metanfetaminas, al alza. Han sido capturados o abatidos algunos grandes narcotraficantes, pero los peces grandes siguen en libertad: Juan José Esparragoza, ''El Azul''; Vicente Carrillo Fuentes;Joaquín Guzmán Loera, ''El Chapo'', e Ismael Zambada, ''El Mayo''.
No es sorprendente, entonces, que el pueblo se esté cansando de la guerra. La mayoría de los mexicanos sigue apoyando la política gubernamental contra las drogas y el papel de los militares en el combate, y rechazan la opción de negociar con los cárteles. Pero esa mayoría está disminuyendo a medida que una atrocidad sigue a otra: en fecha reciente 49 cuerpos fueron arrojados en una de las avenidas más importantes de Veracruz; 52 personas murieron víctimas de un ataque incendiario contra un casino de Monterrey; y dos cabezas decapitadas fueron encontradas en una autopista en la Ciudad de México.
Ahora un video subido a Internet muestra a cinco hombres enmascarados que aseguran ser parte de un grupo de justicieros dedicados a exterminar al cártel de Los Zeta.
A nadie sorprende que diversos mexicanos influyentes hayan empezado a contemplar alternativas a la fracasada guerra de Calderón. Los ex presidentesErnesto Zedillo y Vicente Fox se han declarado partidarios de alguna forma de legalización de las drogas. Carlos Fuentes, el más afamado novelista del país, y los editores de tres destacadas revistas mensuales - Este País, Letras Libres y Nexos - también han hecho un llamado en favor de la legalización.
Y ahora Carlos Slim, el magnate de las telecomunicaciones considerado el hombre más rico del mundo, se ha unido al debate. En una entrevista concedida el mes pasado para la publicación en línea La Bestia Diaria, se le preguntó: ''¿Ayudaría legalizar la drogas y, como con la Prohibición, eliminaría el incentivo para la criminalidad?''
''No 'ayudaría''', replicó Slim. ''Acaba con él''. (O sea: la legalización pone fin al incentivo criminal.)
Luego, Slim matizó: ''No conocemos las consecuencia para la salud - hasta qué grado son malas estas drogas. Pero creo que nosotros (México y Estados Unidos) deberíamos estar trabajando más juntos".
Si un personaje tan conservador en lo personal y tan cauto en lo político como Slim opina que la legalización debería ser considerada, entonces algo está empezando a ceder en la psiquis colectiva de México con respecto a este dilema, tan doloroso y difícil de manejar.
Quizá la señal reveladora de este cambio de opinión en México proviene del propio presidente. Calderón siempre ha declarado su oposición a legalizar las drogas, al grado incluso de hacer público su rechazo a la Proposición 19 de California, la iniciativa sobre la marihuana que fue derrotada por escaso margen el pasado noviembre.
Calderón ha colocado sus principios morales en el centro de la política gubernamental, y repetidamente ha condenado a Estados Unidos por su falta de disposición en cuanto a combatir el consumo interno de drogas y la venta desenfrenada de armas a lo largo de la frontera con México. Nadie puede poner en duda la posición antidrogas de Calderón.
Así que, cuando el presidente mexicano dice que debe hacerse algo diferente, sus palabras deben tomarse en forma literal. ''Debemos hacer todo para reducir la demanda de drogas", declaró el mes pasado en Nueva York, en un discurso ante la Sociedad de las Américas y el Consejo de las Américas. ''Pero si el consumo de drogas no puede ser limitado, entonces los que toman decisiones deben buscar más soluciones -entre ellas alternativas de mercado- con el fin de reducir las utilidades astronómicas de las organizaciones criminales".
Dada la tendencia mexicana al uso de eufemismos, las palabras de Calderón pueden ser traducidas al inglés o español llanos como una forma de decir lo que Slim había sugerido: para reducir las utilidades del narcotráfico, hagamos legales las drogas.
México elegirá un nuevo presidente o presidenta el año entrante. Su primera responsabilidad será decidir cómo manejar la guerra contra el narcotráfico: librarla, ponerle fin o simplemente seguir como se pueda.
Después de más de 50.000 muertes, poner fin a una guerra perdida que nunca debió haber sido declarada parece ser la única elección posible. Y la legalización quizá sea la mejor opción.
Distribuido por The New York Times Syndicate
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