18 de setembro de 2011

Lo divertido de la Ciencia



Entrevista

¡Ciencia, allá vamos!

Respetado tanto por su trayectoria académica como por su capacidad para hacer del conocimiento algo divertido, Diego Golombek se sumará desde el próximo domingo a LNR para dar respuesta a esos enigmas científicos de todos los días. Con ustedes, un doctor en Biología con pocos humos y mucha sabiduría
Por Emilse Pizarro  | LA NACION


Es el tipo con el que quisieras que el azar te siente cerca en un cumpleaños de los que duran un lustro. Campeón de palabras por minuto, sin pausa, Diego Golombek abre la boca y conmina a la memoria a hurgar. Todo se transforma en pregunta; responde una duda y genera trescientas. La incertidumbre es comida y Golombek te pone la mesa para un atracón cerebral.
-¿Cualquiera puede ser científico?
-Habría que dividir entre científico profesional y alguien con actitud científica; no sólo cualquiera puede tener actitud científica, sino que la debe poseer, es parte de lo que nos hizo evolucionar. Sobre ser científico profesional, no lo separaría de otras carreras. Cualquiera puede serlo si tiene ganas y perseverancia. Hay mucho de rutina, creatividad y sentarse a entender de qué se trata.
-¿Es tenacidad?
-Mucho, mucho de encontrar el hueco de lo que te ofrece la naturaleza para entender, robarle una porción de desconocimiento para convertirlo en algo conocido. El sentido de oportunidad de dónde está esa pregunta esperando. Requiere perseverancia intelectual, decir no me sale, no entiendo, e insistir. Con un grado de educación se llega.
-La creatividad asociada a una ciencia dura..., no se escucha eso todos los días.
-Es un error. La ciencia nace como una respuesta al miedo. Le tenés miedo a los mamuts, inventás una trampa; a la oscuridad, dominás el fuego. Para hacer esas cosas, si no sos creativo, fuiste. La naturaleza te ofrece tantas variabilidades que una única solución no se adapta a todo. La ciencia busca distintas maneras de pensar el mundo: para mí, ésa es la definición de creatividad, y es la misma que tienen otras áreas de la cultura, como el arte. Inventar otras formas de mirar.
-Cuando te sentás a desayunar con tu familia, ¿podés pensar sólo en si querés manteca o mermelada?
-¡Sí! Los científicos no son el arquetipo de Hollywood, el tipo que está todo el tiempo maquinando y tiene un pizarrón en el bolsillo por si se le ocurre una fórmula. Que, además, se queda con la chica... eso no siempre sucede. Por ahí la relación con los hijos en crecimiento es distinta, pero tanto para un científico como para alguien que tiene ganas de pensar científicamente. Porque tratás de fomentar sus ganas de hacer preguntas. Y no te preguntás, amenazadoramente: "¿Qué pasa si le digo a mi hijo no tengo idea? ¿Pierdo autoridad?" El científico puede decir no sé con total algarabía, como una ganancia. Propone: "Pensemos, hagamos un experimento, busquemos la respuesta juntos". Así genera una relación interesante, tanto en lo familiar como si es un maestro con sus alumnos.
-¿A qué misterio cotidiano le buscás respuesta?
-El comportamiento humano no tiene explicación.
Ríe. Es imposible no seguirlo y atender al jenga que armará con anécdotas universales y citas bibliográficas. La aleación es perfecta y sugiere ser el camino para hacer popular lo que creemos exclusivo. Golombek podría hablarnos desde el estrado, pero está más cerca de hacer un cenicero de crealina y pintarlo con flores horrendas, como todos lo hicimos. Mientras, dirá cosas como ésta: "Dan Ariely sostiene que somos predeciblemente irracionales. ¿Por qué contestamos de cierta manera? ¿Por qué nos sentimos atraídos por ciertas personas? La ciencia cognitiva se ocupa de entendernos un poco, y lo maravilloso es que igual no nos entendemos".
-Eso te parece genial.
-Casi te diría que una pregunta científica se define como una pregunta que no tiene respuesta. Su respuesta es otra pregunta y eso hace que la zanahoria siempre esté más lejos. El no entendernos es un incentivo.
-Hablabas de los gustos. ¿Qué me dice a mí que alguien es lindo?
-Los estudios clásicos dicen que la atracción tiene que ver con cuestiones reproductivas. En una mujer verás señales (simetría, la piel tiene características jóvenes, un montón de cosas que apuntan a acciones hormonales), pero a mí me puede parecer hermosa una mujer posmenopáusica. Ahí hay un misterio: dónde entra la cultura de la atracción en todo esto, mucho más allá de la biología. Ese es el misterio de lo que somos, una mezcla de lo que traemos de fábrica (genes) con lo que hacés con eso, que en biología se llama el ambiente (amigos, lo que comés...).
-Mi mamá me señaló el pasto y me dijo que era verde. ¿Es posible que lo que yo vea verde, vos lo veas como yo veo al azul, pero jamás nos enteremos?
-La respuesta es: "No tenemos idea y posiblemente nunca la tengamos, porque es una cuestión introspectiva". Yo te digo eso es verde, pero qué está pasando en mi cerebro, vos no lo podés saber. Eso es lo que se denomina qualia, que son las cualidades subjetivas de un estímulo. Porque hay un mundo ahí afuera, pero el mundo que entendemos es el que nos buchonean nuestros sentidos, que son totalmente diferentes y que a veces inventan cosas. Con lo cual hay tantos mundos como personas. La forma más objetiva -si es que las hay- de conocer, es investigar en un laboratorio donde se pueden controlar los estímulos. Puedo dar un estímulo que sea luz puramente verde y ver qué células se prenden tanto en la retina como en el cerebro. Ahí sí podría ser un poquito más objetivo: si se prenden exactamente las mismas en respuesta al mismo estímulo en dos cerebros distintos... y deben estar interpretando lo mismo. De cualquier manera, si eso adentro del bocho es verde o no, no vamos a saberlo. Está buenísima la pregunta y puede dejarte con muchas damajuanas en el piso y medio chiflado.
-¿La cucharita que se pone en la botella para que no se vaya el gas?
-Es recontra trucha. La forma de contestar eso es haciéndolo. Agarrar tres botellas iguales, una tapada, una destapada y otra destapada con cucharita. Dejarlas toda la noche, servir en tres vasos y probar.
-En tu libro El cocinero científico decís que lo de sellar la carne es mentira.
-El enunciado del mito es que al sellar la carne (calentarla bruscamente a alta temperatura) la aislás y mantenés el agua adentro. El experimento para responderle: tomar dos porciones de carne, una sellada y la otra no, mandar ambas al horno y ver si mantienen agua o no (se las pesa antes y después). Si pesa menos, lo más obvio es que se haya evaporado agua. Las dos pesan menos, pero, es cierto, algo pasa con la carne sellada: aparentemente al calentarla así se produce una reacción química muy compleja (reacción de Maillard). Cuando se calientan aminoácidos y azúcares se generan sustancias nuevas, algunas tienen gusto y otras, olores. Cuando comés esa carne sellada le sentís más gusto y, si tiene más gusto, salivás más.
No, no lo odian los cocineros. Ferran Adrià  le hizo el prólogo. Continuemos, que ahora son los signos de pregunta los que están armando un tótem.
-Algo me hace llegar a una carcajada y otra cosa a una sonrisa. ¿Por qué?
-Hay una ciencia de la risa. Si vos forzás una sonrisa algo pasa en tu cerebro, ya que de pronto te sentís mejor. Probá. Eso es rarísimo. En principio es absolutamente contra intuitivo, porque uno piensa que se emociona y luego actúa: estoy contento, luego sonrío. Tengo miedo, corro. Este experimento tan pavo de forzar la sonrisa invierte las cosas. Si en lugar de una sonrisa hacés un 7 de espada o un 7 de oro [las señas del truco, equiparables a una semisonrisa, a izquierda o a derecha], va a ser distinta la reacción: una de las dos la sentirás más contenta que la otra, dado que están controladas por áreas distintas del cerebro. Es un misterio, como también lo es por qué no te podés hacer cosquillas. La cosquilla tiene un elemento de sorpresa, como un remate de chiste, tiene que ser inesperado. Cuando te hacés cosquillas a vos mismo hay una pre-orden: tu cerebro sabe lo que tu mano va a hacer. Para que un chico se ría no tenés que tocarlo, basta con hacerle el gesto. La sorpresa está.
-Tengo miedo, siento que sube desde la panza.
-¡Totalmente! Don Juan (Carlos Castaneda, en Las enseñanzas de Don Juan) enseña a controlar el mundo desde la panza. Dice que, para hacerlo, el chamán tiene que sacar una mano desde allí, que las emociones se sienten ahí. Mi idea es que eso que viene desde la panza tiene que ver con dos glándulas muy chiquititas que están arriba de los riñones. Se llaman suprarrenales, secretan hormonas hacia la sangre. Algunas (como la adrenalina) secretan inmediatamente. Son hormonas que tienen que ver con el estrés, la ansiedad.
-¿Por qué el bostezo es contagioso?
-Lo es. Y es fascinante, un buen ejemplo de que la ciencia está ahí. Parafraseando a John Lennon, la ciencia es eso que te pasa cuando estás ocupado haciendo otras cosas. Por ejemplo, bostezando. Pero antes de que sea contagioso, ¿qué es el bostezo? Uno dice que viene porque se está cansado o aburrido: no, no es sólo eso. No es solamente abrir la boca y tomar aire. Hay gente que dice que tiene que ver con llevar más sangre al cerebro, pero esa teoría está en veremos. Aún no sabemos qué es y hay otro enigma: por qué resulta tan contagioso: con sólo oír hablar de él, ver un perro bostezando o, para una persona ciega, escuchar que alguien bosteza. Hay algo ahí muy raro que aún no tiene respuesta, sólo hipótesis. Dicen que el bostezo, al oxigenar el cerebro, te pone más alerta; ayuda a que un grupo poblacional esté atento. Pero nosotros nos tapamos la boca al bostezar..., entonces, si tiene que ver con empatía hay algo raro. Aunque, volviendo a la cuestión de la empatía, es verdad que hay neuronas que se activan cuando imitás el movimiento o sentís algo que está sintiendo la otra persona.
-El umbral de dolor bajo, ¿existe?
-Es cierto que existen, y también que esos umbrales no son estables. El dolor es un fenómeno evolutivo. Las cosas no te duelen por una evolución masoquista. Te duelen para señalizar y salir rajando; metés la mano en el fuego y duele para que la saques y luego se acabe el dolor; tiene que haber un fenómeno de analgesia endógena. Estas señales son muy variables de persona en persona y, en cada una, muy variables de situación en situación. Las anécdotas de soldados que tienen heridas graves y siguen peleando como si nada hasta que se acaba la batalla y se dan cuenta de que estaban hechos pelota, son ciertas. Durante el orgasmo, el umbral de dolor sube, pero no me quiero imaginar cómo habrán sido los experimentos...
-El olvido y la represión de los recuerdos, ¿son una forma de evolucionar?
-Hay un investigador argentino que vive en Brasil hace mucho tiempo, Iván Izquierdo, que dice algo así como: "Lo más importante de la memoria es el olvido". Uno no puede recordar todo al menos conscientemente, uno no puede ser un Funes, porque Funes en el fondo es un idiota. Si uno recuerda todos los detalles, no puede extraer lo relevante de la realidad. Así seas humano, rata o cualquier otro bicho, tenés que lograr aprender a recordar lo más importante del mundo para poder concentrarte en lo que vale la pena: crecer, reproducirse, evitar ser comido y encontrar comida. Eso implica memorias y olvidos selectivos. El término represión es un término psicoanalítico, tiene su contraparte neurocientífica, pero no sabemos demasiado al respecto. Sí sabemos bastante de memorias conscientes, inconscientes, explícitas, implícitas. El área de la memoria es fascinante y se está avanzando muchísimo. En la Argentina hay grupos de estudio que son líderes a nivel internacional. Están encontrando que hay fases de la memoria más tardías, en las cuales se reconsolida, y que hay formas tanto comportamentales como farmacológicas de modificar distintos pasos de la memoria. Sí, sin duda, la capacidad de olvidar o retener ciertos aspectos en la consciencia es necesaria para evolucionar.
-¿Qué le hizo Internet al tiempo?
-No es sólo Internet. Hay una sensación subjetiva de que los tiempos se han acelerado. La proliferación del acceso a información ha sido revolucionaria. Al mismo tiempo, es cierto que nos cuesta estar preparados para esa tremenda profusión de información. Es algo que nos obliga a la superficialidad, porque manejar tanto indica que podemos rascar menos. No solamente Internet y las redes sociales, sino muchísimos otros fenómenos tecnológicos que a partir de la revolución industrial han acelerado los tiempos. Esto viene desde la invención de la lamparita eléctrica, gran ladrona temporal. Nosotros estamos preparados para un mundo que ya no existe. Nuestra fisiología responde a un mundo en el que hay días y noches claramente diferenciados entre sí. Pero eso ya no existe: se pone el sol y prendés la luz. Hay un conflicto entre cómo estamos hechos y el mundo que hemos creado.
-Invertir en ciencia suele ser latiguillo de campaña política. ¿Qué significa, exactamente? ¿Qué debería ser?
-Vamos a apoyar a la ciencia..., el cambio cultural sería apoyarnos en la ciencia, no a. Marcelino Cereijido [científico y ensayista argentino] dice que cuando la clase dirigente entienda eso, el mundo cambiará. Pero hay que construir un sistema científico que esté a la altura, lo que requiere inversión, hacer política científica y, como cualquier otro hecho de política, repartir la torta. Si dedicás todos los esfuerzos presupuestarios a cuestiones tecnológicas vas a encontrar que no hay mucha gente preparada para hacerlo, y también te vas a quedar sin semillero. Si va todo a la llamada ciencia básica y... voy a tener que comprar tecnología. Si pongo todo en la ciencia aplicada, dejo afuera una fuerza intelectual poderosísima para entender nuestro mundo. Está pasando, será interesante estudiarlo dentro de un par de siglos. Hoy tenemos un ministerio. Simbólicamente, ya es muy importante. Y también tenemos con qué llenar esos símbolos. A la mirada de la sociedad argentina hacia los científicos, que siempre fue compasiva (son bárbaros, unos bochos, ganan premios. pero viven con dos mangos), ahora se le suma otra perspectiva, que dice: ah, mirá lo que están haciendo, está bueno que piensen en estos problemas. La gente puede interpelarnos. Podemos ser un bien social. Para las escuelas tradicionales de ciencia, contar lo que hacían era una pérdida de tiempo, se suponía que el científico tenía que estar en el laboratorio. Hoy la sociedad quiere saber de qué se trata. Y hay que contarle.
-Podemos decir que sos creyente de hechos y evidencias. ¿Qué es la suerte?
-Es un hecho y una evidencia, en todo caso [risas]. Hay un libro, Blink, de Malcolm Gladwell, que se refiere a gente que tiene intuición sin darse cuenta por qué. El argumenta que ese sin darse cuenta es consciente, pero a nivel inconsciente hay otra cosa. Las elecciones que uno hace tienen que ver con su historia, que los sentidos informan al inconsciente. Tomás decisiones que en el fondo tienen cierta racionalidad, te va bien y se lo atribuís a la suerte. Nuestro cerebro está cableado como para buscar patrones aunque haya pocas pruebas. A veces con muy pocos elementos inventamos un patrón, lo llamamos suerte, desgracia o mufa.
-¿De qué te gustaría saber menos?
-De nada. Saber más siempre es mejor.
No sabe por qué la canilla abierta nos da ganas de hacer pis. "Voy a buscarlo. Debe haber algo, ¿no?", dice. Tiene la última palabra y, claro, es una pregunta. Sólo pienso en que lo encuentre y me cuente. Mamá, por culpa de Diego Golombek me pica la cabeza, ¡desde adentro!

HOMBRE ORQUESTA

Diego Golombek es licenciado y doctor en Biología de la UBA. Dirige el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), es investigador principal del Conicet y prolífico escritor. Además de dirigir la colección Ciencia que Ladra (cuyos libros pueden adquirirse todos los sábados, opcional con La Nacion), escribió divulgación (Sexo, drogas y biología; La ciencia en el aula), cuentos (Así en la Tierra, Premio Fondo Nacional de las Artes) y una novela (Cosa funesta, narrativa histórica). A partir del próximo número de LNR, plasmará quincenalmente, en la nueva sección Ciencia a lo loco, su particular modo de encontrar ciencia en cada aspecto de la vida cotidiana.
Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias Bernardo Houssay, la beca Guggenheim, el Konex en Comunicación, el IgNobel. Protagoniza el programa televisivo Proyecto G, que se emite por Encuentro. Integra la Comisión Nacional para el Mejoramiento de la Enseñanza de las Ciencias, la Comisión de Educación de la Feria del Libro y es presidente de la Sociedad Argentina de Neurociencias. Sí, duerme. Eso dijo.

¿QUE ES LA CRONOBLIOLOGIA?

"Tenemos un pedacito del cerebro (reloj biológico) que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es: hora de estar despierto, hora de dormir, de tener hambre. Ese reloj también tiene que ver con sincronizarse con el mundo. Pero si te toca trabajar de noche o volar hacia el Este o el Oeste, en algún momento va a ser una hora y para el reloj cerebral va a ser otra. Y vas a necesitar un tiempo para resincronizarte. En el laboratorio nos interesa saber cómo se pone en hora ese reloj, que no es preciso. La luz es la que le dice que vaya más rápido o más lento. Hay una señal química necesaria para aumentar la velocidad: una molécula llamada guanosina monofosfato cíclico (GMPc). Para llegar desde el sol o una lamparita hasta el reloj biológico, la luz pasa por una puerta, la del GMPc. Si hay más GMPc, la puerta se abre más, por lo tanto el reloj ve más luz y sincroniza más rápido. Hay fármacos que aumentan el GMPc. Uno es el sildenafil, que es la base del Viagra. Hicimos el experimento con hámsteres, y sincronizaron más rápido. Si simulás un jet lag (no es mandar a los hámsteres a París, sino cambiarles el momento en que se prende o apaga la luz), se adaptan más velozmente al cambio horario. Aún no lo hicimos en humanos, pero seguramente no faltarán voluntarios", concluye.

Diego Golombek es asesor científico de Sangari Argentina

Nenhum comentário:

Postar um comentário