Entrevista a Silvia Duvaboy
Alumna de Carl Rogers, Silvia Duvaboy es una especialista mexicana que logró, junto a un grupo de profesionales locales, traer las ideas montessorianas a nuestro país. Y traerlas de una manera formal, que permita certificar la formación de docentes a nivel internacional. Se la ve entrar a la Fundación Argentina María Montessori, cuya sede –como contamos– se encuentra en el Parque Austral, Científico, Tecnológico y Empresarial, con la naturalidad propia de quien sabe por qué y para qué hace lo que hace. Propio de quien además ama lo que hace, lo que sabe hacer.
–¿Cómo llega al método Montessori y qué pasa en ese momento en su vida?
–¡Uyyyy! ¿En mi vida? Bueno, primero tengo que aclarar que soy una persona mayor y que empecé este camino en 1965, con mi marido y un grupo de padres, fundando la primera escuela Montessori en México. Lo hicimos después de ver a un grupo de niños aprendiendo con este método en el estado de Chihuahua... ¡y nos fascinó!
Mi hijo en ese momento tenía dos años, e ingresó a estudiar con esta corriente y después quedé involucrada en el grupo fundador y en Mesa Directiva. Y cuando estaba esperando mi cuarto hijo llegó el curso de guías a la ciudad y entonces fui a gestionar por un director para la institución, con quienes lo habíamos organizado. Y propusieron que fuera yo.
En ese momento, y como psicóloga que soy, dije “No, yo maestra no quiero ser...”. Pero me convencieron y puse la excusa de estar esperando a mi bebé, y que por ello podía tomar el cargo solo por unos meses y luego me iría. Pero no fue así, y hasta el día de hoy sigo con ellos.
–¿Cómo vivís tu experiencia de educadora?
–Bueno, en 1972 terminé mi curso de guía y estuve en grupos de demostración empecé a formar a tantísima gente, a niños y luego a guías de México (durante 17 años) y del mundo entero. Luego tuve un problema de salud y debí salirme, pero seguí estudiando: hice una maestría y doctorado en España (en la Universidad de Barcelona), por lo cual tuve que abandonar un tiempito mi vinculación educativa. Pero ni bien regresé, no pude abandonar más. Y de hecho vuelvo en 1995 porque me ofrecen un entrenamiento en Toronto, y a su vez comienzo a interiorizarme en cuestiones de neurociencia, que son factores determinantes para que continúe en el mundo montessoriano...
Mi visión es que si yo puedo formar bien a las maestras, los niños no van a tener necesidad de psicólogos... es una contradicción incluso con mi profesión. Y por ello me he dedicado a formar personas, maestros en todas partes.
Una inquietud muy grande que siempre tuve, es que como guías Montessori las docentes hasta los 90 no habían sido muy aceptadas, porque no se valoraba la educación del niño hasta el año y medio, cuando en realidad es una etapa crucial. Pero cuando decidí volver, lo hice motivada porque se empezaban a vislumbrar los efectos de la teoría de María Montessori.
–¿De qué manera lográs vincularte con Carl Rogers y qué significó eso para vos?
–Cuando yo lo estudio a Carl Rogers, mientras estaba tomando el curso Montessori, me dio muchísima emoción su teoría. Y me fui a su Centro de Estudios, justamente a formarme de su mano, y me apasionó. Tuve una experiencia formidable con él y una relación muy estrecha. Porque en realidad, hice en ese momento un ejercicio con él, sin saber que él era Roger. Y eso fue lo mejor, porque mi relación con él cambió y fue hermosa, se sintió muy bien y de allí nació una amistad muy linda, que me permitió acompañarlo por todos lados trabajando en resolución de conflictos. Y es más, aún ahora soy parte del equipo que heredó sus investigaciones, trabajando en el Centro para los Estudios de la Persona...
Y yo siento que he introducido mucho de Rogers en la formación de las maestras. Porque él es para los adultos lo que Montessori es para los niños. Nos habla de un ambiente preparado, de una aceptación incondicional de las personas, de la educación centrada en la persona.
–¿Cuáles serían las cinco palabras para definir la experiencia Montessori?
–Yo creo que esto es una educación para la vida, para crear seres optimistas que puedan promover la paz. Mi trabajo es formar a gente feliz... una gente feliz no busca conflictos, sino que está buscando cómo vivir con otros, cómo colaborar con todos, que quiere respetar el ambiente. Yo creo que por eso sigo trabajando –ya podría jubilarme– porque tengo la esperanza en que estos niños pueden traer algo bueno al mundo.
–Es notoria en su discurso la emoción por lo que hace... ¿Qué rol cumple dicha emoción en la formación, en la educación?
–Lo central es la pasión: la pasión por lo que uno hace. Yo estoy convencida de lo que hago, y el método lo he visto con mis cuatro hijos y once nietos. Ellos han vivido una vida como chicos optimistas: nunca ven al mundo como algo negativo, cualquier reto es un algo interesante, y a todo le buscan lo positivo. Por eso las personas que están cerca de ellos, quieren hacerlo: porque más allá del problema, están buscando soluciones a todo Y creo que por eso he seguido estudiando, viajando, preparándome. Porque mi familia es una familia que me apoya, y es una familia feliz.
–¿Qué características definen a los niños que se busca fomentar en el mundo Montessori?
–Básicamente chicos felices, que vean las crisis como oportunidades de cambio. Es decir, si uno mira con esa lógica, la crisis te está preguntando: ¿Estás listo para lo que viene? Es una forma de estar constantemente probando. Mi idea es trabajar con docentes para que ellas les brinden a los niños la oportunidad de una educación diferente, de un futuro diferente. Los neurólogos de hoy estudian que el futuro está en que los niños tengan seguridad en sí mismos, que tengan carácter fuerte y sepan resolver problemas.
Autora Anaclara Dalla Valle. Este artículo fue publicado en Educ-ar. El Portal educativo del Estado argentino.
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