Nora Bär
Ayer se dio a conocer localmente el informe sobre el índice de desarrollo humano (IDH) que elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. En lo que concierne a la Argentina, arroja un resultado con claroscuros: si bien en las últimas cuatro décadas el país logró un alza del 15 por ciento (pasó de 0,762, en 1970, a 0,879, en esta última edición), el crecimiento fue 25% menor que el de los países desarrollados y quedó un 15% por debajo del promedio registrado en América latina y el Caribe. También estuvo un 50% por debajo del de los países que más avanzaron, como China y los del sudeste asiático.
Entre las recomendaciones para acelerar el avance, el estudio sugiere "articular la ciencia y la tecnología con el desarrollo productivo", algo que ya pocos discuten.
De hecho, la transferencia del conocimiento desde los ámbitos de investigación al escenario de la producción domina las preocupaciones de funcionarios, investigadores e inversores que conocen experiencias extranjeras o atisban las posibilidades que esto ofrecería en términos de creación de empleos y, por consiguiente, de mejor calidad de vida.
Pero aunque lentamente van surgiendo iniciativas, el camino hacia una economía basada en el conocimiento es arduo. Entre otras cosas, el problema está en que convertir un descubrimiento científico en un producto innovador es una de esas cosas que resultan más fáciles de teorizar que de llevar a los hechos. Entre los obstáculos, figuran desde factores culturales (como la dinámica tradicional del sistema científico, basada en el prestigio individual y la circulación libre del conocimiento) hasta la escasez de inversores de riesgo y la falta de una política decidida de apoyo del Estado, dotada de recursos acordes con la tarea.
Según explica el estudioso de estos procesos, Hernán Charreau, de Clarke y Modet, un proyecto de innovación dura por lo menos cinco años. Llegar a un producto exitoso no sólo exige que se nos encienda la lamparita, sino también habrá que hacer un riguroso estudio del panorama internacional (conocido como "inteligencia tecnológica") para conocer nuestras fortalezas y debilidades, e identificar amenazas y oportunidades insospechadas. Para esto, probablemente haya que explorar un universo de 90 millones de documentos de patentes correspondientes a 53.000 tecnologías diferentes...
Que la Tierra se agota y estamos obligados a la innovación ya es un secreto a voces. Sin embargo, algo nos detiene: en el mismo lapso que en el país se produjeron 4000 pedidos de patentamiento, en Uruguay (con una población diez veces menor) se registraron 1000... Todo indica que habrá que apretar el acelerador si queremos seguir en carrera...
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