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En la Amazonia brasileña vivían seis millones de personas en 1969; medio siglo después, en 2010, la población había aumentado hasta los 25 millones y la superficie de selva se había reducido un 20%, señala un equipo internacional de científicos. Deforestación, incendios, extensión de la agricultura, talas de árboles, sequías y cambio climático... las agresiones se acumulan una tras otra en esa región del planeta extensa y compleja, cuya biomasa retiene unos 100.000 millones de toneladas de carbono, es decir, más de lo que emite en 10 años en todo el mundo los combustibles fósiles. Los ciclos de agua y energía están ya en transición en algunas regiones amazónicas. ¿Existe un umbral de cambio irreversible? "Las selvas tropicales son grandes actores del balance global del clima y del carbono, y el Amazonas es el mayor de esos actores", señala Paulo Artaxo, de la Universidad de São Paulo (Brasil).
Los científicos conocen mucho de la Amazonia, pero ignoran muchos procesos clave para vislumbrar su futuro, y los cambios tienen alcance planetario: la región puede pasar de ser un sumidero de carbono a ser un emisor. "La selva tiene una capacidad de recuperación considerable frente a variaciones climáticas naturales, pero el efecto del cambio climático global y regional interactúa con los cambios del uso de la tierra, la tala de árboles y los incendios de un modo complejo, provocando que los ecosistemas forestales sean cada vez más vulnerables", señalan los investigadores -de EE UU y de Brasil- que, bajo la dirección de Eric A. Davidson (del Centro de Investigación Woods Hole, EE UU), analizan el panorama del Amazonas en Nature.
La Amazonia registra variaciones climáticas naturales, como las sequías e inundaciones debidas al efecto del fenómeno oceánico El Niño-La Niña y al ciclo natural de humedad de 28 años, señalan los expertos. Los árboles están adaptados y resisten esas sequías estacionales, pero cuando son extremas, la vegetación sufre daños notables. Por eso, los investigadores advierten acerca del riesgo "de pérdida de carbono si la sequía se incrementa con el cambio climático".
La deforestación, tanto para abrir espacio a la creciente ganadería, como debida a talas de explotación maderera y a la extensión de la agricultura (el cultivo de soja se ha extendido notablemente), es un problema conocido. Con las medidas de protección, en Brasil se ha pasado de perder casi 28.000 kilómetros cuadrados de selva cada año, en 2004, a perder menos de 7.000 kilómetros cuadrados en 2011. Pero su impacto es enorme.
"El aire que llega del Atlántico aporta dos tercios de la humedad que provocan las precipitaciones en la cuenca amazónica; el resto se debe a la evapotranspiración, sobre todo de los árboles", señalan los científicos. Así la deforestación desencadena cambios importantes en el equilibrio hídrico, provocando a la larga una reducción de las precipitaciones, sobre todo en la región del sureste, donde la pérdida de selva es mayor. "Los cambios en las precipitaciones y en la descarga fluvial asociados a la deforestación que ya se ha observado en el sur y en el este de la Amazonia, demuestran un potencial para alteraciones significativas de la vegetación y posteriores efectos de retroalimentación".
Otro fenómeno clave son los incendios, la mayoría provocados. Durante la estación húmeda el aire de la región amazónica es tan prístino como el aire sobre el océano abierto. Pero cuando hay un incendio, el nivel de partículas llega a 40.000 partículas por centímetro cuadrado en suspensión. Esto influye negativamente en la formación de gotas de agua y llueve menos, al tiempo que se forman nubes densas que disminuyen la cantidad de luz que llega al suelo para la fotosíntesis. El efecto es más sequía, más contaminación y mayor riesgo de incendios.
La vegetación amazónica acumula carbono, pero también emite gases de efecto invernadero. Los procesos implicados son complejos, resaltan Davidson y sus colegas: "Los impactos del cambio del uso de la tierra y del cambio climático en el Amazonas, ¿están sobrepasando el nivel de variabilidad natural del clima, las emisiones de gases de efecto invernadero y los ciclos de carbono, nitrógeno y agua?". No tienen una respuesta para todas y cada una de las consecuencias del cambio del uso de la tierra y del calentamiento global, reconocen. Pero "la deforestación ha desplazado el balance neto de la cuenca desde un posible sumidero neto a finales del siglo XX hacia una fuente neta".
"La selva resiste las alteraciones, pero cuando se alargan o se repiten cambia su estructura y la dinámica de nutrientes, hacia un cambio a largo plazo de la composición de la vegetación y pérdida de carbono", concluyen.
De momento, a escala planetaria, el carbono almacenado en la vegetación tropical (América del sur, África y Asia) es notablemente superior (un 21%) a lo que se había estimado hasta ahora, según otro estudio de Woods Hole. Pero la deforestación tropical es una de las fuentes principales de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático, emitiendo cada año 1.100 millones de toneladas de carbono, advierten los investigadores de este segundo trabajo, liderado por Alessandro Baccini.
Ellos han hecho un mapa del carbón almacenado en bosques, arbustos y sabanas tropicales de los tres continentes combinando datos de satélites con registros de campo. El mapa, consideran los científicos, será muy útil en las políticas de control de las emisiones, al proporcionar estimaciones temporales y espaciales del carbono almacenado y el emitido con la deforestación.
Los científicos conocen mucho de la Amazonia, pero ignoran muchos procesos clave para vislumbrar su futuro, y los cambios tienen alcance planetario: la región puede pasar de ser un sumidero de carbono a ser un emisor. "La selva tiene una capacidad de recuperación considerable frente a variaciones climáticas naturales, pero el efecto del cambio climático global y regional interactúa con los cambios del uso de la tierra, la tala de árboles y los incendios de un modo complejo, provocando que los ecosistemas forestales sean cada vez más vulnerables", señalan los investigadores -de EE UU y de Brasil- que, bajo la dirección de Eric A. Davidson (del Centro de Investigación Woods Hole, EE UU), analizan el panorama del Amazonas en Nature.
La Amazonia registra variaciones climáticas naturales, como las sequías e inundaciones debidas al efecto del fenómeno oceánico El Niño-La Niña y al ciclo natural de humedad de 28 años, señalan los expertos. Los árboles están adaptados y resisten esas sequías estacionales, pero cuando son extremas, la vegetación sufre daños notables. Por eso, los investigadores advierten acerca del riesgo "de pérdida de carbono si la sequía se incrementa con el cambio climático".
La deforestación, tanto para abrir espacio a la creciente ganadería, como debida a talas de explotación maderera y a la extensión de la agricultura (el cultivo de soja se ha extendido notablemente), es un problema conocido. Con las medidas de protección, en Brasil se ha pasado de perder casi 28.000 kilómetros cuadrados de selva cada año, en 2004, a perder menos de 7.000 kilómetros cuadrados en 2011. Pero su impacto es enorme.
"El aire que llega del Atlántico aporta dos tercios de la humedad que provocan las precipitaciones en la cuenca amazónica; el resto se debe a la evapotranspiración, sobre todo de los árboles", señalan los científicos. Así la deforestación desencadena cambios importantes en el equilibrio hídrico, provocando a la larga una reducción de las precipitaciones, sobre todo en la región del sureste, donde la pérdida de selva es mayor. "Los cambios en las precipitaciones y en la descarga fluvial asociados a la deforestación que ya se ha observado en el sur y en el este de la Amazonia, demuestran un potencial para alteraciones significativas de la vegetación y posteriores efectos de retroalimentación".
Otro fenómeno clave son los incendios, la mayoría provocados. Durante la estación húmeda el aire de la región amazónica es tan prístino como el aire sobre el océano abierto. Pero cuando hay un incendio, el nivel de partículas llega a 40.000 partículas por centímetro cuadrado en suspensión. Esto influye negativamente en la formación de gotas de agua y llueve menos, al tiempo que se forman nubes densas que disminuyen la cantidad de luz que llega al suelo para la fotosíntesis. El efecto es más sequía, más contaminación y mayor riesgo de incendios.
La vegetación amazónica acumula carbono, pero también emite gases de efecto invernadero. Los procesos implicados son complejos, resaltan Davidson y sus colegas: "Los impactos del cambio del uso de la tierra y del cambio climático en el Amazonas, ¿están sobrepasando el nivel de variabilidad natural del clima, las emisiones de gases de efecto invernadero y los ciclos de carbono, nitrógeno y agua?". No tienen una respuesta para todas y cada una de las consecuencias del cambio del uso de la tierra y del calentamiento global, reconocen. Pero "la deforestación ha desplazado el balance neto de la cuenca desde un posible sumidero neto a finales del siglo XX hacia una fuente neta".
"La selva resiste las alteraciones, pero cuando se alargan o se repiten cambia su estructura y la dinámica de nutrientes, hacia un cambio a largo plazo de la composición de la vegetación y pérdida de carbono", concluyen.
De momento, a escala planetaria, el carbono almacenado en la vegetación tropical (América del sur, África y Asia) es notablemente superior (un 21%) a lo que se había estimado hasta ahora, según otro estudio de Woods Hole. Pero la deforestación tropical es una de las fuentes principales de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático, emitiendo cada año 1.100 millones de toneladas de carbono, advierten los investigadores de este segundo trabajo, liderado por Alessandro Baccini.
Ellos han hecho un mapa del carbón almacenado en bosques, arbustos y sabanas tropicales de los tres continentes combinando datos de satélites con registros de campo. El mapa, consideran los científicos, será muy útil en las políticas de control de las emisiones, al proporcionar estimaciones temporales y espaciales del carbono almacenado y el emitido con la deforestación.
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