Hubo cruces de acusaciones; en 2018 el país volverá a participar
LA NACION
MIÉRCOLES 07 DE DICIEMBRE DE 2016
La única perjudicada es la educación. Ni el ministro nacional actual, Esteban Bullrich , ni su antecesor Alberto Sileoni , ni la OCDE explicaron ni investigarán por qué la muestra de la prueba PISAno cumplió con los requisitos para integrar el ranking trienal que mide los estándares de calidad educativa en alumnos de 15 años. Sólo hubo un cruce de acusaciones y la confirmación de que, en 2018, el país volverá a presentarse al test, actualmente liderado por Singapur. Bullrich habló de "fallas técnicas graves", sin "animosidad". Sileoni negó una "manipulación".
Bullrich brindó una conferencia de prensa, apenas 15 minutos, en la Casa Rosada. Hubo una decena de periodistas, cuatro preguntas específicas sobre el escándalo PISA 2015, que adelantó anteayer LA NACION, con respuestas escurridizas y sabor a campaña proselitista y una sobre cómo podría impactar la paritaria bonaerense para el año próximo en el ámbito docente.
Aunque el informe oficial divulgado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) daba cuenta de los resultados alcanzados por nuestro país, Bullrich no los divulgó. Éstos son: el país obtuvo 432 puntos en ciencias, 425 en comprensión lectora y 409 en matemática. Si no hubiera sido excluida, la Argentina habría mejorado casi nueve puestos en la tabla de posición global en relación con 2012, cuando quedó 59».
Bullrich, además, dijo que no se investigará ni administrativa ni judicialmente las eventuales responsabilidades de que la muestra "sea demasiado pequeña para garantizar la comparación", como argumentó la OCDE para excluirla del ranking. "Los funcionarios que estaban a cargo (cuando la prueba se realizó, entre el 31 de agosto y el 4 de septiembre del año pasado) ya no están en sus puestos", respondió a la pregunta de LA NACION.
Anunció, en cambio, que el país cumplirá la próxima evaluación, en 2018, de la que participarán "13.280" escuelas. "Vamos a trabajar para que en la próxima prueba PISA la Argentina obtenga un resultado sobresaliente", anunció, al aclarar que de las 13.280 que debieron haberse evaluado en 2015 "faltaron 3096".
Bullrich no hizo referencia alguna a que en agosto del año pasado, antes de que se iniciara la ahora escandalosa prueba, Sileoni informó que el universo abarcaba a 7500 estudiantes de 238 escuelas públicas y privadas de todo el territorio y que en 2012 participaron 226 escuelas y 5900 alumnos.
"La mala educación es visible. Queremos ser un país que construya en la verdad, que valore la transparencia. Hubo poco apego y compromiso con las estadísticas. Proponemos que esto no se vuelva a repetir", planteó el ministro de Educación.
Casi al mismo tiempo, Sileoni defendía su gestión y acusaba al macrismo. "No hubo manipulación en la información ni se sacaron las escuelas que daban peores resultados", dijo en declaraciones radiales.
"La prueba -siguió- se ha tomado a menos alumnos, pero los resultados son absolutamente confiables. PISA dice que la muestra no es comparable. Esto les ha ocurrido dos veces a Austria, al Reino Unido y a los Países Bajos. No dice que la muestra esté malversada, porque no hemos dejado de enviar algunas escuelas y hemos olvidado otras. Es muy grosero construir una noticia diciendo barbarie y manipulación por un lado en el país y una ciudad extraordinaria por el otro. Los resultados de la Argentina están publicados y nos ha ido mejor."
La pelea entre Bullrich y Sileoni debería tener varios rounds, pero es probable que se cierre en este primero. La OCDE había anticipado de forma exclusiva a LA NACION anteayer que había descubierto que "un número significativo de escuelas no fue incluido en el listado".
Las palabras habían sido pronunciadas por el responsable de Educación y Habilidades de la OCDE, Andreas Schleicher, al advertir: "Por esta razón no podemos descartar la posibilidad de que los resultados para la Argentina hayan sido afectados. Es imposible saber, sin embargo, en qué dirección fueron afectados".
Aunque la ciudad de Buenos Aires obtuvo un puesto razonable entre los 70 estados evaluados, Bullrich tampoco hizo hincapié en el desempeño de los estudiantes porteños que se ubican en un puesto mejor que los demás países de América latina ni anunció qué medidas se tomarán en el futuro inmediato para resolver la crisis educativa.
Entre los especialistas en educación, el académico Alberto Taquini consideró que "la Argentina necesita diseñar un dispositivo que evalúe a los estudiantes al término de la escuela secundaria. El ejemplo está en los exámenes preuniversitarios de Brasil, Chile y Ecuador. Si lográramos alinearnos con esta tendencia, podríamos evitar que estudiantes de diferentes países, que no han superado las evaluaciones, se incorporen a nuestras universidades nacionales y viceversa".
En la otra vereda, el Sindicato Argentino de Docentes Privados (Sadop) consideró que las pruebas PISA "son negativas porque están dominadas por una visión economicista y unilateral de la educación" y porque la difusión de los resultados tiene por fin "deslegitimar el desempeño docente y, en consecuencia, su justo reclamo salarial", según el documento firmado por el secretario general Mario Almirón.
Dos estilos enfrentados
Esteban Bullrich
Ministro de Educación de la Nación
"Hubo fallas técnicas graves, que nos llevan a esta situación de exclusión. Hubo poco apego y compromiso con las estadísticas. El cuestionamiento no es a la educación pública, sino al funcionamiento de un gobierno"
Alberto Sileoni
Ex Ministro de Educación de la Nación
"No hubo manipulación en la información ni se sacaron las escuelas que daban peores resultados. La prueba se ha tomado a menos alumnos, pero los resultados son absolutamente confiables, están publicados y nos ha ido mejor"
La educación paga los costos del relato kirchnerista
La exclusión de la Argentina muestra al menos incompetencia por parte del gobierno anterior, si no mala fe
MIÉRCOLES 07 DE DICIEMBRE DE 2016
1
Pese a haber participado, la Argentina fue excluida del informe conocido ayer de las pruebas internacionales PISA 2015. Estos exámenes evalúan cada tres años, desde 2000, las competencias de los alumnos de 15 años en lengua, matemática y ciencia. Son realizados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), organismo al que la Argentina aspira ahora a pertenecer, integrado por 34 países, la mayoría desarrollados y dos latinoamericanos: Chile y México. La prueba se toma a una muestra representativa de alumnos de escuelas de gestión estatal y privada de todas las regiones del país. Es construida por la OCDE mediante estratos al azar, pero se basa en una lista de escuelas provista por las autoridades nacionales. Los organizadores consideraron que el listado enviado por las autoridades educativas argentinas, siendo presidenta Cristina Kirchner, era insuficiente para lograr una muestra representativa de la población de 15 años. Es claro que hubo al menos incompetencia. Pero dados los antecedentes de dicho gobierno de ocultar la realidad en los más diversos órdenes, con el Indec a la cabeza, serán necesarias más evidencias para descartar el daño intencional.
Este lamentable hecho no debe impedirnos hablar de educación. El número de sistemas educativos reportados sigue en aumento y llegó a 70 en 2015 (incluyendo las ciudades de Buenos Aires, Hong Kong y Macao). Se dividen por mitades entre países de la OCDE y del mundo emergente. China aumenta de a poco las provincias participantes y este año fueron sólo seis -las más desarrolladas- sobre un total de 33. El desempeño de los nueve países de América latina y el Caribe fue mediocre, pero afianzó una tendencia a la mejora. No debe ignorarse que el nivel sociocultural y económico de sus estudiantes -principal determinante de los resultados educativos medibles- es menor que el de la mayoría de los países testeados. Pero también es cierto que hay países, como Vietnam, con mejores resultados y menores ingresos que todos los latinoamericanos. Se evidencia así, una vez más, que el "misterio del aula" existe y que aun en contextos desfavorables, con buenos directores y maestros, es posible la inclusión educativa con calidad. Perú, Colombia y Chile, en ese orden, fueron los países latinoamericanos que más mejoraron entre 2013 y 2015. Los siguieron Brasil, México y Uruguay. Esta mejora gradual pero sostenida de muchos países de la región derrumba el mito que descalifica la PISA por ser "para otra idiosincrasia".
Hay bastante "tela educativa" para cortar en estas pruebas 2015. Se destaca el caso de la ciudad de Buenos Aires, cuya mejora ha llamado la atención por ser la mayor registrada hasta ahora en dos ediciones consecutivas de la prueba PISA. En sólo tres años subió en matemática 38 puntos y pasó del puesto 52 al 42; en lengua aumentó 46 puntos y saltó del puesto 51 al 37, y en ciencia aumentó la friolera de 50 puntos, pasando del puesto 51 al 38. Todo esto le permitió a Buenos Aires superar a Chile y colocarse así a la cabeza de América latina, como en otros tiempos. La sorpresa no fue sólo por la intensidad de la mejora, sino también porque los resultados son superiores a los obtenidos en la prueba internacional Timss, publicada hace diez días, que mide también competencias en ciencias y matemática, aunque sólo en el cuarto y el octavo año de escolarización. Es muy importante que las autoridades educativas de la ciudad de Buenos Aires expliquen cuáles son a su juicio las causas de esta mejora. Hay quienes la atribuyen a un entrenamiento previo y focalizado -llamado "sensibilización" y que se aplica en muchos países- de los alumnos de las escuelas que habían sido seleccionadas para la prueba, y agregan que esto no sería legítimo. Discrepo sobre este enfoque, porque si con sólo algunos cursos intensivos se logra mejorar un diez por ciento la medición de las competencias en ciencias, matemática y lengua, estamos en presencia de una novedad educativa importante. El riesgo que sí existe -bastante común y criticado en los Estados Unidos- es la "educación para el test" y consiste en que tal es la obsesión por este tipo de pruebas, a veces vinculadas a la remuneración de los maestros, que la enseñanza y el aprendizaje terminan dedicando un tiempo excesivo a la competencias medibles, que no son todas ni todas las más importantes. En todo caso, las autoridades de la CABA tienen la obligación de difundir lo antes posible las políticas y medidas que posibilitaron esta mejora, sencillamente porque abre una luz esperanzadora.
No debe olvidarse, en la misma línea, que la devolución de los resultados a las escuelas y a toda su comunidad educativa es la principal función de las evaluaciones. Si la prueba es censal, se posibilita así que cada escuela pueda identificar sus fortalezas y debilidades y actuar en consecuencia. Si, como en la PISA, se trata de una muestra, igualmente el Consejo Federal de Educación puede hacer idéntica identificación y llevar las conclusiones a una mejora escolar inmediata.
El papelón tampoco debe hacernos olvidar el gran deterioro ocurrido en los logros educativos de los estudiantes argentinos en las últimas dos décadas. Tanto en la escuela primaria (pruebas de la Unesco) como en la secundaria (PISA), tales logros han caído desde el primer o segundo lugar en América latina a entre el cuarto y el octavo. En contraste, por distintos caminos países como Ecuador y Perú están avanzando a tal velocidad que si no mejoramos nuestro rumbo nos postergarán pronto al noveno o décimo lugar en la región (sic). La prueba PISA 2015 también muestra el progreso de países con muy diferentes culturas, logros socioeconómicos y políticas educativas, desde Estonia hasta Chile, desde Singapur hasta Albania, desde Perú hasta Vietnam. No se trata de copiar o recomendar a unos o a otros -y menos aún a casos icónicos como el de Finlandia, pese a que ha sido mucho más citado que estudiado-. Pero sí es bueno aprender con humildad algo de cada uno de ellos, y de varios más, y poner un proyecto en práctica.
Por cierto, lo ocurrido no ayuda a lograr una mayor valoración de la educación por parte de la sociedad argentina, que vaya más allá de la de sus propios hijos. No ayuda porque afianza el triunfo del ¿viste que no valía la pena?, del descreimiento de la posibilidad de la mejora colectiva. Y por eso tampoco ayuda a incentivar a los políticos a encarar la cuestión, porque los cambios educativos suelen generar conflictos y sus resultados se ven, en todo caso, a mediano y largo plazo. Hoy se ven nuevas iniciativas que pueden ayudar a afianzar una nueva etapa. Por ejemplo, un proyecto con estado parlamentario, firmado por legisladores de varios partidos -todos ellos de la Red de Acción Política, RAP- para crear un Instituto de Evaluación y de Calidad y Equidad Educativa -ya existente en la ciudad de Buenos Aires-, que ayudaría a transformar la evaluación en política de Estado. Se cuenta también con la declaración de Purmamarca, firmada por los veinticuatro ministros de Educación, y con el Plan Estratégico Argentina Enseña y Aprende. Sería muy bueno que todo esto se plasmara cuanto antes en una iniciativa de mayor fuste, capaz de generar un mayor apoyo de la sociedad y la política a la mejora educativa.
Economista, ex ministro de Educación de la Nación
a educación paga los costos del relato kirchnerista
La exclusión de la Argentina muestra al menos incompetencia por parte del gobierno anterior, si no mala fe
MIÉRCOLES 07 DE DICIEMBRE DE 2016
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Pese a haber participado, la Argentina fue excluida del informe conocido ayer de las pruebas internacionales PISA 2015. Estos exámenes evalúan cada tres años, desde 2000, las competencias de los alumnos de 15 años en lengua, matemática y ciencia. Son realizados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), organismo al que la Argentina aspira ahora a pertenecer, integrado por 34 países, la mayoría desarrollados y dos latinoamericanos: Chile y México. La prueba se toma a una muestra representativa de alumnos de escuelas de gestión estatal y privada de todas las regiones del país. Es construida por la OCDE mediante estratos al azar, pero se basa en una lista de escuelas provista por las autoridades nacionales. Los organizadores consideraron que el listado enviado por las autoridades educativas argentinas, siendo presidenta Cristina Kirchner, era insuficiente para lograr una muestra representativa de la población de 15 años. Es claro que hubo al menos incompetencia. Pero dados los antecedentes de dicho gobierno de ocultar la realidad en los más diversos órdenes, con el Indec a la cabeza, serán necesarias más evidencias para descartar el daño intencional.
Este lamentable hecho no debe impedirnos hablar de educación. El número de sistemas educativos reportados sigue en aumento y llegó a 70 en 2015 (incluyendo las ciudades de Buenos Aires, Hong Kong y Macao). Se dividen por mitades entre países de la OCDE y del mundo emergente. China aumenta de a poco las provincias participantes y este año fueron sólo seis -las más desarrolladas- sobre un total de 33. El desempeño de los nueve países de América latina y el Caribe fue mediocre, pero afianzó una tendencia a la mejora. No debe ignorarse que el nivel sociocultural y económico de sus estudiantes -principal determinante de los resultados educativos medibles- es menor que el de la mayoría de los países testeados. Pero también es cierto que hay países, como Vietnam, con mejores resultados y menores ingresos que todos los latinoamericanos. Se evidencia así, una vez más, que el "misterio del aula" existe y que aun en contextos desfavorables, con buenos directores y maestros, es posible la inclusión educativa con calidad. Perú, Colombia y Chile, en ese orden, fueron los países latinoamericanos que más mejoraron entre 2013 y 2015. Los siguieron Brasil, México y Uruguay. Esta mejora gradual pero sostenida de muchos países de la región derrumba el mito que descalifica la PISA por ser "para otra idiosincrasia".
Hay bastante "tela educativa" para cortar en estas pruebas 2015. Se destaca el caso de la ciudad de Buenos Aires, cuya mejora ha llamado la atención por ser la mayor registrada hasta ahora en dos ediciones consecutivas de la prueba PISA. En sólo tres años subió en matemática 38 puntos y pasó del puesto 52 al 42; en lengua aumentó 46 puntos y saltó del puesto 51 al 37, y en ciencia aumentó la friolera de 50 puntos, pasando del puesto 51 al 38. Todo esto le permitió a Buenos Aires superar a Chile y colocarse así a la cabeza de América latina, como en otros tiempos. La sorpresa no fue sólo por la intensidad de la mejora, sino también porque los resultados son superiores a los obtenidos en la prueba internacional Timss, publicada hace diez días, que mide también competencias en ciencias y matemática, aunque sólo en el cuarto y el octavo año de escolarización. Es muy importante que las autoridades educativas de la ciudad de Buenos Aires expliquen cuáles son a su juicio las causas de esta mejora. Hay quienes la atribuyen a un entrenamiento previo y focalizado -llamado "sensibilización" y que se aplica en muchos países- de los alumnos de las escuelas que habían sido seleccionadas para la prueba, y agregan que esto no sería legítimo. Discrepo sobre este enfoque, porque si con sólo algunos cursos intensivos se logra mejorar un diez por ciento la medición de las competencias en ciencias, matemática y lengua, estamos en presencia de una novedad educativa importante. El riesgo que sí existe -bastante común y criticado en los Estados Unidos- es la "educación para el test" y consiste en que tal es la obsesión por este tipo de pruebas, a veces vinculadas a la remuneración de los maestros, que la enseñanza y el aprendizaje terminan dedicando un tiempo excesivo a la competencias medibles, que no son todas ni todas las más importantes. En todo caso, las autoridades de la CABA tienen la obligación de difundir lo antes posible las políticas y medidas que posibilitaron esta mejora, sencillamente porque abre una luz esperanzadora.
No debe olvidarse, en la misma línea, que la devolución de los resultados a las escuelas y a toda su comunidad educativa es la principal función de las evaluaciones. Si la prueba es censal, se posibilita así que cada escuela pueda identificar sus fortalezas y debilidades y actuar en consecuencia. Si, como en la PISA, se trata de una muestra, igualmente el Consejo Federal de Educación puede hacer idéntica identificación y llevar las conclusiones a una mejora escolar inmediata.
El papelón tampoco debe hacernos olvidar el gran deterioro ocurrido en los logros educativos de los estudiantes argentinos en las últimas dos décadas. Tanto en la escuela primaria (pruebas de la Unesco) como en la secundaria (PISA), tales logros han caído desde el primer o segundo lugar en América latina a entre el cuarto y el octavo. En contraste, por distintos caminos países como Ecuador y Perú están avanzando a tal velocidad que si no mejoramos nuestro rumbo nos postergarán pronto al noveno o décimo lugar en la región (sic). La prueba PISA 2015 también muestra el progreso de países con muy diferentes culturas, logros socioeconómicos y políticas educativas, desde Estonia hasta Chile, desde Singapur hasta Albania, desde Perú hasta Vietnam. No se trata de copiar o recomendar a unos o a otros -y menos aún a casos icónicos como el de Finlandia, pese a que ha sido mucho más citado que estudiado-. Pero sí es bueno aprender con humildad algo de cada uno de ellos, y de varios más, y poner un proyecto en práctica.
Por cierto, lo ocurrido no ayuda a lograr una mayor valoración de la educación por parte de la sociedad argentina, que vaya más allá de la de sus propios hijos. No ayuda porque afianza el triunfo del ¿viste que no valía la pena?, del descreimiento de la posibilidad de la mejora colectiva. Y por eso tampoco ayuda a incentivar a los políticos a encarar la cuestión, porque los cambios educativos suelen generar conflictos y sus resultados se ven, en todo caso, a mediano y largo plazo. Hoy se ven nuevas iniciativas que pueden ayudar a afianzar una nueva etapa. Por ejemplo, un proyecto con estado parlamentario, firmado por legisladores de varios partidos -todos ellos de la Red de Acción Política, RAP- para crear un Instituto de Evaluación y de Calidad y Equidad Educativa -ya existente en la ciudad de Buenos Aires-, que ayudaría a transformar la evaluación en política de Estado. Se cuenta también con la declaración de Purmamarca, firmada por los veinticuatro ministros de Educación, y con el Plan Estratégico Argentina Enseña y Aprende. Sería muy bueno que todo esto se plasmara cuanto antes en una iniciativa de mayor fuste, capaz de generar un mayor apoyo de la sociedad y la política a la mejora educativa.
Economista, ex ministro de Educación de la Nación
a educación paga los costos del relato kirchnerista
La exclusión de la Argentina muestra al menos incompetencia por parte del gobierno anterior, si no mala fe
MIÉRCOLES 07 DE DICIEMBRE DE 2016
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Pese a haber participado, la Argentina fue excluida del informe conocido ayer de las pruebas internacionales PISA 2015. Estos exámenes evalúan cada tres años, desde 2000, las competencias de los alumnos de 15 años en lengua, matemática y ciencia. Son realizados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), organismo al que la Argentina aspira ahora a pertenecer, integrado por 34 países, la mayoría desarrollados y dos latinoamericanos: Chile y México. La prueba se toma a una muestra representativa de alumnos de escuelas de gestión estatal y privada de todas las regiones del país. Es construida por la OCDE mediante estratos al azar, pero se basa en una lista de escuelas provista por las autoridades nacionales. Los organizadores consideraron que el listado enviado por las autoridades educativas argentinas, siendo presidenta Cristina Kirchner, era insuficiente para lograr una muestra representativa de la población de 15 años. Es claro que hubo al menos incompetencia. Pero dados los antecedentes de dicho gobierno de ocultar la realidad en los más diversos órdenes, con el Indec a la cabeza, serán necesarias más evidencias para descartar el daño intencional.
Este lamentable hecho no debe impedirnos hablar de educación. El número de sistemas educativos reportados sigue en aumento y llegó a 70 en 2015 (incluyendo las ciudades de Buenos Aires, Hong Kong y Macao). Se dividen por mitades entre países de la OCDE y del mundo emergente. China aumenta de a poco las provincias participantes y este año fueron sólo seis -las más desarrolladas- sobre un total de 33. El desempeño de los nueve países de América latina y el Caribe fue mediocre, pero afianzó una tendencia a la mejora. No debe ignorarse que el nivel sociocultural y económico de sus estudiantes -principal determinante de los resultados educativos medibles- es menor que el de la mayoría de los países testeados. Pero también es cierto que hay países, como Vietnam, con mejores resultados y menores ingresos que todos los latinoamericanos. Se evidencia así, una vez más, que el "misterio del aula" existe y que aun en contextos desfavorables, con buenos directores y maestros, es posible la inclusión educativa con calidad. Perú, Colombia y Chile, en ese orden, fueron los países latinoamericanos que más mejoraron entre 2013 y 2015. Los siguieron Brasil, México y Uruguay. Esta mejora gradual pero sostenida de muchos países de la región derrumba el mito que descalifica la PISA por ser "para otra idiosincrasia".
Hay bastante "tela educativa" para cortar en estas pruebas 2015. Se destaca el caso de la ciudad de Buenos Aires, cuya mejora ha llamado la atención por ser la mayor registrada hasta ahora en dos ediciones consecutivas de la prueba PISA. En sólo tres años subió en matemática 38 puntos y pasó del puesto 52 al 42; en lengua aumentó 46 puntos y saltó del puesto 51 al 37, y en ciencia aumentó la friolera de 50 puntos, pasando del puesto 51 al 38. Todo esto le permitió a Buenos Aires superar a Chile y colocarse así a la cabeza de América latina, como en otros tiempos. La sorpresa no fue sólo por la intensidad de la mejora, sino también porque los resultados son superiores a los obtenidos en la prueba internacional Timss, publicada hace diez días, que mide también competencias en ciencias y matemática, aunque sólo en el cuarto y el octavo año de escolarización. Es muy importante que las autoridades educativas de la ciudad de Buenos Aires expliquen cuáles son a su juicio las causas de esta mejora. Hay quienes la atribuyen a un entrenamiento previo y focalizado -llamado "sensibilización" y que se aplica en muchos países- de los alumnos de las escuelas que habían sido seleccionadas para la prueba, y agregan que esto no sería legítimo. Discrepo sobre este enfoque, porque si con sólo algunos cursos intensivos se logra mejorar un diez por ciento la medición de las competencias en ciencias, matemática y lengua, estamos en presencia de una novedad educativa importante. El riesgo que sí existe -bastante común y criticado en los Estados Unidos- es la "educación para el test" y consiste en que tal es la obsesión por este tipo de pruebas, a veces vinculadas a la remuneración de los maestros, que la enseñanza y el aprendizaje terminan dedicando un tiempo excesivo a la competencias medibles, que no son todas ni todas las más importantes. En todo caso, las autoridades de la CABA tienen la obligación de difundir lo antes posible las políticas y medidas que posibilitaron esta mejora, sencillamente porque abre una luz esperanzadora.
No debe olvidarse, en la misma línea, que la devolución de los resultados a las escuelas y a toda su comunidad educativa es la principal función de las evaluaciones. Si la prueba es censal, se posibilita así que cada escuela pueda identificar sus fortalezas y debilidades y actuar en consecuencia. Si, como en la PISA, se trata de una muestra, igualmente el Consejo Federal de Educación puede hacer idéntica identificación y llevar las conclusiones a una mejora escolar inmediata.
El papelón tampoco debe hacernos olvidar el gran deterioro ocurrido en los logros educativos de los estudiantes argentinos en las últimas dos décadas. Tanto en la escuela primaria (pruebas de la Unesco) como en la secundaria (PISA), tales logros han caído desde el primer o segundo lugar en América latina a entre el cuarto y el octavo. En contraste, por distintos caminos países como Ecuador y Perú están avanzando a tal velocidad que si no mejoramos nuestro rumbo nos postergarán pronto al noveno o décimo lugar en la región (sic). La prueba PISA 2015 también muestra el progreso de países con muy diferentes culturas, logros socioeconómicos y políticas educativas, desde Estonia hasta Chile, desde Singapur hasta Albania, desde Perú hasta Vietnam. No se trata de copiar o recomendar a unos o a otros -y menos aún a casos icónicos como el de Finlandia, pese a que ha sido mucho más citado que estudiado-. Pero sí es bueno aprender con humildad algo de cada uno de ellos, y de varios más, y poner un proyecto en práctica.
Por cierto, lo ocurrido no ayuda a lograr una mayor valoración de la educación por parte de la sociedad argentina, que vaya más allá de la de sus propios hijos. No ayuda porque afianza el triunfo del ¿viste que no valía la pena?, del descreimiento de la posibilidad de la mejora colectiva. Y por eso tampoco ayuda a incentivar a los políticos a encarar la cuestión, porque los cambios educativos suelen generar conflictos y sus resultados se ven, en todo caso, a mediano y largo plazo. Hoy se ven nuevas iniciativas que pueden ayudar a afianzar una nueva etapa. Por ejemplo, un proyecto con estado parlamentario, firmado por legisladores de varios partidos -todos ellos de la Red de Acción Política, RAP- para crear un Instituto de Evaluación y de Calidad y Equidad Educativa -ya existente en la ciudad de Buenos Aires-, que ayudaría a transformar la evaluación en política de Estado. Se cuenta también con la declaración de Purmamarca, firmada por los veinticuatro ministros de Educación, y con el Plan Estratégico Argentina Enseña y Aprende. Sería muy bueno que todo esto se plasmara cuanto antes en una iniciativa de mayor fuste, capaz de generar un mayor apoyo de la sociedad y la política a la mejora educativa.
Economista, ex ministro de Educación de la Nación
Debatir sobre qué educación se quiere, la clave
MIÉRCOLES 07 DE DICIEMBRE DE 2016
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La sociedad argentina observa, desde anteayer, el espectáculo que interpretan ciertos funcionarios y ex funcionarios que danzan en torno de los resultados -o, más justamente, de la inexistencia de resultados- de las pruebas realizadas por estudiantes argentinos el año pasado. Bajo el resplandor de los focos mediáticos, que muchas veces parece enceguecer a quienes participan de la arena pública, el juego de afirmaciones y rechazos, acusaciones y desmentidas se construye sobre una confusión que silencia lo esencial, una confusión entre dos conceptos que se usan alternativamente, como si fueran sinónimos: "medir" y "evaluar". En tanto que el primero significa "determinar respecto de una cosa cómo es de grande o de intensa", y ello exige el uso de una herramienta de medición, evaluar significa "justipreciar", "atribuir cierto valor a una cosa". De lo medido, cuando lo comparamos con otra cosa, podremos decir que es grande o pequeño, abundante o escaso. De lo evaluado, al ponerlo en el marco de un sistema de valores o de cierto conjunto de principios que, los hayamos hecho explícitos o no, deberíamos saber reconocer como previos, podremos decir que es justo o injusto, correcto o incorrecto, adecuado o inadecuado. La medición aspira a ser objetiva; para casi todas las cuestiones prácticas de la vida, los errores de medición pueden ser causa de pequeños inconvenientes o provocar grandes tragedias. La evaluación, por su parte, sólo puede ser objetiva en relación con el marco conceptual en el que es realizada. Así como la medición depende de las herramientas, la evaluación depende de las ideas, las creencias y los valores, y por tanto siempre está sujeta a discusión.
En más de 30 años de vida democrática, nuestra sociedad no ha sido capaz de establecer acuerdos básicos acerca de qué es lo que debe medir, cómo medirlo, cómo hacerse cargo de sus resultados. Y allí donde esos acuerdos existían, buena parte de la sociedad fue cómplice de los dirigentes que arrojaron por la borda aquello que apenas se mantenía en pie.
Sin esos acuerdos no puede haber conversación pública, y sin conversación pública de calidad, con buenos fundamentos, con explicaciones honestas de las ideas y de los intereses de cada uno de los que participan en el espacio público, sin la capacidad de adoptar el punto de vista de los demás, sin esas conversaciones, la sociedad se degrada. Para que esas conversaciones sean posibles es imprescindible hablar el mismo lenguaje: discutir sobre valores, principios e intereses, a partir de datos lo más objetivos y contrastables posibles. Expresar ideas distintas en el marco de una misma razón.
Si algo estuvo ausente estos días fueron las discusiones exigentes. En su lugar quedan los restos de acusaciones, exculpaciones, justificaciones que soslayan lo esencial: no sólo cómo educar, sino para qué educar. Una cuestión que, indudablemente, no compete sólo ni principalmente a los educadores ni funcionarios, sino a una sociedad que sigue mayoritariamente persuadida de que la educación es la preparación para el mundo del trabajo. Una idea del siglo XIX que con dificultades logró atravesar el siglo XX, pero que indudablemente carece de sentido en nuestro tiempo. Un estudio de la Universidad de Oxford señalaba, en 2013, que el 47% de la fuerza de trabajo norteamericana está amenazado por la tecnología. Según la revista Forbes, en 2020 el 50% de los norteamericanos no conseguirá empleo.
Nuestra sociedad sigue imaginando un sistema educativo orientado a producir trabajadores en un mundo en el que el trabajo será cada vez más escaso. Se escuchan discursos conservadores camuflados bajo una retórica progresista, y discursos que anuncian una novedad que no es más que un gesto vacío, reiterado desde los inicios de la modernidad. El tiempo, la energía y la pasión invertidos en arrojarse titulares entre unos y otros debería aplicarse a estimular una conversación sobre estas cuestiones. Si el trabajo dejará de ser central en nuestras vidas debemos pensar cómo educar a la gente bajo nuevos paradigmas. Nuevos paradigmas acerca del tiempo, que ya no se dividirá entre tiempo productivo y ocio; nuevos paradigmas de la sociabilidad y de la creatividad. Aun cuando muchos dejen de ser trabajadores serán todavía ciudadanos, y deberemos encontrar el modo de ayudarlos a dar sentido a sus vidas y a que sean útiles a la sociedad. Todos estos problemas son, también, la fascinante oportunidad de repensar nociones que, construidas en la primera modernidad, son cada vez más débiles para enfrentar los problemas del presente. La educación es clave para la reflexión y para la solución. Y mientras los días pasan, los funcionarios discuten acerca de la longitud del metro.
El autor es ensayista y editor
El País, 7/12/2016
Argentina queda fuera del ranking educativo PISA 2015
La OCDE considera que la muestra tomada en 2015 no es representiva
Buenos Aires
Argentina ha quedado fuera de la mayor prueba mundial de calidad educativa, el informe PISA. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que reúne a los países de economías desarrolladas y a cargo de la evaluación, decidió no publicar los resultados obtenidos el año pasado en el país sudamericano por considerar que “la muestra no cubría la población objetivo, debido a la potencial omisión de escuelas del marco muestral”. Es decir que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en el poder cuando se realizó la prueba, excluyó ciertas escuelas y sumó otras en relación al listado presentado en 2012, año de la anterior edición de PISA. La OCDE entendió que estos cambios volvieron incomparables los datos trianuales del caso argentino y decidió excluirlo de la prueba.
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"Esto tiene que ver con fallas graves en la metodología de la construcción de la muestra. Esta información la tenemos desde hace varios meses y dos organismos independientes ratificaron la opinión de la OCDE", dijo en una rueda de prensa el ministro de Educación, Esteban Bullrich. "La verdad que éste es el país que no queremos, ser noticia porque no hicimos las cosas bien. Esto se parece a ese país que no tenía compromiso con las estadísticas y la verdad, y ese es el país que vinimos a cambiar", agregó, en referencia a la gestión que antecedió a la presidente Mauricio Macri. El ministro confirmó que Argentina participará en la próxima prueba, pero "con la muestra correcta". "Hemos logrado al menos que los resultados se publiquen por separado. Pero no estamos en el ranking porque los datos no son comparables", admitió.
El kirchnerismo siempre tuvo una relación de tensión con la prueba PISA. En 2012, el ministro de Educación de entonces, Alberto Sileoni, amenazó con no participar. El argumento fue que la estandarización de las variables no toma en cuenta las particularidades de las poblaciones educativas locales, lo que explicaba que Argentina hubiese pasado del puesto 37 en el ranking de 2000, el primero que realizó la OCDE, al 53 en 2006 y al 58 en 2009. En 2012, Argentina se ubicó en el puesto 59 a nivel internacional y 6 en América Latina. Sileoni propuso abandonar la prueba, pero la decisión de la ciudad de Buenos Aires de participar con una muestra propia convenció al gobierno nacional de la necesidad de quedarse. Fue en el fondo una cuestión de disputa política: en 2012, el alcalde de Buenos Aires era Macri, hoy presidente, y el secretario de Educación era Bullrich, un férreo defensor de las pruebas de calidad educativas y hoy ministro.
El problema de la muestra tomada en Argentina en 2015 fue, según la OCDE, puramente estadísitco. “En Argentina, la prueba PISA fue implementada de acuerdo con los estándares operativos y las guías de la OCDE. Sin embargo, hubo una disminución significativa en la proporción de estudiantes de 15 años abarcados por la evaluación, tanto en términos absolutos como relativos”, sostiene el informe presentado esta mañana en Londres, sobre la base de los resultados obtenidos en 72 países. “Hubo una reestructuración de las escuelas secundarias en Argentina, lo que probablemente afectó la selección de escuelas listadas en el marco muestral”, añade.
La reestructuración a la que refiere la OCDE tiene que ver con la “desaparición” en términos administrativos de miles de escuelas primarias y secundarias que se fusionaron en un nuevo sistema. Esto alteró el listado de escuelas presentado por Argentina en 2015. Los cambios fueron suficientes para que la OCDE considere que los datos de este año no eran comparabales con los anteriores, aunque en ningún momento habló de una manipulación adrede, tendiente a mejorar la estadística. El exministro Sileone defendió el listado presentado por su administración. "No hemos mandado algunas escuelas que habíamos mandado en la muestra 2012 porque esas escuelas no existen más. Esta es una explicación técnica que deviene en una circunstancia política. Esas explicaciones nosotros se la dimos a PISA", dijo Sileoni a la radio argentina Vorterix.
El resultado de 2012 sobre Argentina había determinado que el 53,6% de los chicos de 15 años no superó el nivel mínimo de lectura y el 50,9% no entendió las preguntas relacionadas a temas científicos. En cuanto a Matemática, el 66,5% de los estudiantes no pudo resolver los cálculos de la prueba. El informe incluso alertó sobre el riesgo de abandono escolar. La discusión en Argentina creció ante la evidencia de que el país ya no era un ejemplo regional de calidad educativa,como en años anteriores, superado por países como Chile. Este año, Chile volvió a liderar entre los países de América Latina, seguido por Uruguay, Costa Rica, Colombia, México, Brasil y Perú. Sin embargo, ninguno de ellos logró superar la mitad de la tabla en la competencia global. Allí lideró Singapur, con 556 puntos, apenas por encima de Japón, Estonia, China Taipei y Finlandia.
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