Rosendo Fraga
Para LA NACION
Lunes 23 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Hace dos semanas llegó a todos los celulares de Trípoli, la capital de Libia, y sus alrededores, un mensaje de texto que convocaba a una manifestación opositora que se iba a realizarse al día siguiente, en medio de la guerra civil que se ha desatado en el país luego de que jefes tribales quitaron su apoyo a Khadafy y las fuerzas armadas se dividieron.
Cabe señalar que en 2001 accedían a Internet 250 millones de personas y hoy lo hacen 2000. Es decir, en una década se han multiplicado por ocho quienes están en la Web. De ellos, sólo un tercio integra las llamadas redes sociales. La más concurrida de ellas, Facebook, acaba de alcanzar los 500 millones de usuarios. Twitter tiene 200 millones, que no se suman porque casi todos estos usuarios también están en la anterior. De la totalidad de la población mundial, entonces, algo menos de una de cada tres personas está en Internet, y sólo una de cada trece, en Facebook.
Por otro lado, diez años atrás tenían teléfono celular 500 millones de personas; hoy son 5000. Se han multiplicado por diez en una década: hoy, cinco de cada seis habitantes del mundo usan celular.
En síntesis: de la población mundial, uno de cada trece está en Facebook, uno de cada tres en Internet y cinco de cada seis tiene celular. Se trata de un promedio mundial y, obviamente, la penetración de Facebook en Estados Unidos es muchísimo más alta que en el Africa subsahariana.
Las rebeliones en el mundo árabe son elocuentes. En esas sociedades, la penetración de Internet y las redes sociales está muy por debajo del promedio mundial. Pero es relevante en los sectores medios, que reclaman más democracia. En cambio, en los sectores populares, que se precipitaron a la protesta por el aumento en el precio de los alimentos, el instrumento de comunicación era el celular.
En América latina las redes sociales siguen siendo un fenómeno de minorías (la Argentina es una excepción, ya que estarían participando en ellas 13 millones de personas, algo menos de una de cada tres). Ya la cuarta parte de la población está en Internet (en la Argentina, dos tercios), y al mismo tiempo hay un celular por habitante (en nuestro país se acerca a uno y medio, pero sólo un millón y medio son de los llamados "inteligentes").
Sin embargo, en materia política y sobre todo electoral hay que tener en claro el significado de las cifras. Por ejemplo, dos tercios de los argentinos están en Internet, aunque están allí sólo el 40% de los que votan. La razón es que el primer porcentaje incluye a los menores de 18 años.
En un análisis sociológico simple, en América latina las redes sociales son eficaces, en promedio, en los sectores altos -ya sea en lo económico como en lo educativo-, Internet lo es en los sectores medios y el celular, en los populares. En la Argentina, su penetración está entre las más altas de América latina y ya casi la mitad de quienes acceden a Internet están en las redes sociales, cuando en el mundo es la cuarta parte.
El teléfono celular es hoy usado incluso por los analfabetos, algo que no sucede con Internet y menos con las redes sociales. Pero al mismo tiempo, el uso del celular comienza cada vez a menor edad.
Cuando vi a mi nieta Violeta, apenas de un año, usando como juguete preferido el celular de su papá, me sorprendí. Pero mirando con más atención, encontré a varios padres a los que les sucedía lo mismo.
En consecuencia, considero que para los países de América latina, en materia de comunicación política, el gran desafío es hoy cómo usar el celular, al que acceden todos los votantes. Esto no implica desconocer la importancia de las redes sociales, como Twitter, en tanto generadoras de contenidos para los medios, aunque sea un porcentaje minoritario el que está en esta red.
En el triunfo electoral de Obama, las redes sociales jugaron un rol importante. Un año y medio después, Antanas Mockus utilizó en Colombia la misma estrategia de comunicación, que resultó muy exitosa en los sectores medios de Bogotá, pero ineficaz para llegar al interior del país y en particular a la zona rural.
Por esta razón, un candidato en la Argentina de hoy, antes que plantearse cómo usar con eficacia Twitter -todavía con mucho menos penetración que Facebook- debería analizar cómo utilizar el celular, que es el medio de comunicación que llega a todos los votantes. El país tiene el récord en América latina de uso de SMS por usuario, con 270 mensajes por mes cada uno. México tiene 138; Brasil, 21.
Mientras tanto, en Libia, la mayoría tiene celular, al mismo tiempo que muy pocos están en las redes sociales. Están conectadas a Internet sólo 350.000 personas en el país, sobre una población total de 8 millones, incluyendo a los inmigrantes ilegales, y sólo un tercio de quienes están en Internet están en las llamadas redes sociales. Por esta razón, llevó a los rebeldes una semana poner online el primer blog que comenzó a difundir las fotos de la represión, una vez iniciada la insurrección. Siria no es muy diferente.
El fenómeno del uso del celular se extiende en forma insospechada. En marzo, una universidad privada argentina lanzó la primera carrera universitaria por celular (la sede Rosario de la Universidad de El Salvador), que se dicta a través de celulares inteligentes para docentes y egresados de institutos terciarios. Se trata de un posgrado de Especialización sobre Educación a Distancia, que dura dos años, con sólo cuatro encuentros presenciales.
En Estados Unidos, el fabricante de los celulares BlackBerry (RIM) lanzó el 19 de abril su Play Book, computadora tablet , para competir con la iPad2, que acaba de lanzar Apple. El nuevo producto pesa 425 gramos y mide, en diagonal, 17,8 centímetros. ¿Es una computadora o un celular? A los pocos días fue presentado el teléfono en papel, una suerte de tarjeta digital, que algunos dicen que reemplazará a los actuales celulares en diez años.
Todo cambia a gran velocidad. Pero si hoy alguien quiere comunicarse con los sectores populares, el instrumento adecuado no son las redes sociales, sino los ya viejos celulares.
© La Nacion
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría
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