IV Seminar on Science Policy:
Science Between Democracy and Dictatorship
Ciencia, dictaduras militares y gobiernos constitucionales en Argentina
Pablo Miguel Jacovkis
Departamento de Computación, Facultad de Ciencias Exactas
Departamento de Matemática, Facultad de Ingeniería
Universidad de Buenos Aires
Resumen
Cuando se estudia la relación entre la actividad científica y los contextos dictatoriales en Argentina se observa inmediatamente una serie de medidas autoritarias y anticientíficas que perjudican gravemente la investigación científica, así como persecución política a científicos por sus ideologías, o presuntas ideologías. Ésa es la imagen natural que surge, sobre todo en las dos últimas dictaduras militares argentinas, la de 1966-1973 y la de 1976-1983. Dicha imagen es correcta, pero incompleta. Por un lado, existieron siempre sectores en las Fuerzas Armadas argentinas que comprendían la importancia de la investigación científica, sobre todo con un sesgo aplicado a tecnología, aunque más no fuera por sus aplicaciones militares; el fracaso de estos sectores es parte de un fracaso más amplio de los potenciales proyectos nacionales de Argentina. Por otro lado, en muchos casos también gobiernos constitucionales, por acción u omisión, dañaron la actividad científica, y vale la pena analizar similitudes y diferencias en ambos contextos políticos.
1. Introducción
La República Argentina tiene una larga tradición de conflictos entre desarrollo científico (o incluso desarrollo educativo) y gobiernos autoritarios[1]. Entre 1835 y 1852, pese a que era nada más que gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Nación, o sea una especie de primus inter pares (los gobernadores de las otras trece provincias), el brigadier general don Juan Manuel de Rosas rigió con mano de hierro los destinos de la Nación, y entre sus acciones oscurantistas podemos mencionar que dejó de pagar el sueldo a los profesores de la Universidad de Buenos Aires (los sueldos de los profesores y rector debían ser pagados con los aranceles de los alumnos, ver Buchbinder [2005]). La imagen simplificada de que a partir del establecimiento de la república constitucional entre 1852 y 1862 hubo un florecer de la educación y un apoyo a la ciencia se ajusta bastante a la realidad: se puede mencionar la extraordinaria labor del Presidente Sarmiento (1868-1874), que además de apoyar enormemente la enseñanza primaria creó durante su presidencia el posteriormente llamado Servicio Meteorológico Nacional, la Academia Nacional de Ciencias en Córdoba y, en la misma ciudad, el Observatorio Astronómico. En particular, la creación del Observatorio es muy simbólica: se necesitaba una idea muy ambiciosa de lo que significa la ciencia para crear un observatorio astronómico en un país de dos millones de habitantes que acababa de salir de una guerra atroz, en el cual el 80% de la población era analfabeta, situarlo en una ciudad de provincia de treinta mil habitantes, y convencer a un astrónomo de nivel internacional – Benjamin Gould[2] – para que lo dirigiera. El enfoque moderno de la ciencia por parte de Sarmiento tiene otros rasgos muy admirables, como su notable conferencia, de una cultura científica deslumbrante, en homenaje a Darwin con motivo de su muerte, conferencia que dio en el Teatro Nacional, a pedido del Círculo Médico de Buenos Aires, el 30 de mayo de 1882[3]. Pero no solamente Sarmiento: la llamada generación del ochenta impulsó la educación primaria laica; Juan María Gutiérrez, al frente de la Universidad de Buenos Aires, creó el Departamento de Ciencias Exactas, base de la futura Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que dio lugar a las actuales Facultades de Ciencias Exactas y Naturales, de Ingeniería y de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. Podemos seguir con la creación de la Universidad de La Plata, y el apoyo a la ciencia que recibió de su Presidente Joaquín B. González, y con muchos hechos más. No todas fueron luces, sin embargo: por un lado, ni Gutiérrez ni González consiguieron crear universidades realmente científicas (las dificultades para que el futuro premio Nobel Bernardo Houssay ganara en 1919 su cátedra de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (ver Vacarezza [1981]) ilustran acerca de que la cultura imperante en la Universidad no era excesivamente amante de la actividad científica); incluso hubo brotes de autoritarismo que provocaron, por ejemplo, la creación del Instituto Libre de Segunda Enseñanza en 1892, a partir de profesores renunciantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, la institución insignia de enseñanza secundaria en la ciudad para los hijos de la clase alta (ver Sanguinetti [2006]). Pero, en líneas generales, el “país liberal” que funcionó exitosamente entre 1862 y 1930, tanto en su versión de república elitista con voto restringido hasta 1916 como de democracia de masas (de hombres solamente, claro está) entre 1916 y 1930, o bien apoyó el desarrollo científico, o bien no lo obstaculizó[4]. Y no olvidemos que durante ese período, en 1918, comienza la Reforma Universitaria, que entre otras cosas es un intento de modernizar la universidad y se propaga como un incendio no solamente por todo el país sino también por toda América Latina: los reformistas en principio daban apoyo entusiasta a la ciencia (aunque cabe aclarar que el más distinguido de los científicos contemporáneos de la Reforma Universitaria, el ya mencionado Bernardo Houssay, y varios de sus discípulos, no eran para nada partidarios de ella)[5].
2. La irrupción de las Fuerzas Armadas en la política nacional
La situación empieza a hacerse más confusa a partir de 1930. Ese año, un golpe de estado militar dirigido por un general con veleidades fascistas (José Félix Uriburu, a quien sus amigos lo llamaban a veces burlonamente “von Pepe”, para dar una idea de su gusto por el militarismo prusiano) derroca al Presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, y se rompe el largo ciclo de gobiernos constitucionales con continuidad que había comenzado en 1862. El proyecto fascistizante de Uriburu no tiene éxito: de mal grado, debe convocar a elecciones, y un nuevo período de gobiernos constitucionales se instaura, pero esta vez basado primero en la proscripción de los yrigoyenistas y – durante todo el período - en el fraude electoral[6]. Y el primer presidente de esta nueva etapa era también militar: Agustín P. Justo (1932-1938), que había colaborado con el golpe de estado. La Iglesia recupera parte del poder que había perdido durante la república elitista[7], se producen episodios como la cesantía del intelectual Aníbal Ponce a su cátedra universitaria en 1936 (Ponce se debe exiliar en México, donde muere en un accidente de tránsito en 1938) por haber adherido al marxismo, las sublevaciones radicales[8] a favor del sufragio libre son exitosamente sofocadas. Se trata de un gobierno de derecha, de legitimidad puesta en duda por muchos ciudadanos, como ya se indicó. Ahora bien, Justo no responde a la imagen tradicional que después se tuvo de los militares golpistas en Argentina como brutos e ignorantes: era ingeniero además de militar, hombre cultísimo, poseedor (y lector) de una importantísima biblioteca sobre temas de América Latina (biblioteca que después de su muerte, por falta de interés institucional o privado, terminó en la Biblioteca Nacional de Lima). Tal vez sea indicativo de su capacidad intelectual – y de la de sus colaboradores - la habilidad con que Argentina logró paliar rápidamente los peores efectos de la crisis mundial de 1930 (más rápidamente que muchos otros países)[9].
De la misma manera, no respondía a esa imagen tradicional de militar golpista el Gral. Ing. Enrique Mosconi, que fue destituido de su cargo de Director de YPF[10] no bien producido el golpe de estado del Gral. Uriburu. De todos modos, puede considerarse que Mosconi representaba la vieja estirpe de militares respetuosos de los gobiernos constitucionales, lo cual por supuesto es absolutamente cierto. Pero más contradictoria – en el sentido de este artículo - es la figura del general Manuel Savio, golpista con Uriburu, y padre de la industria siderúrgica argentina. En algún sentido, la industria siderúrgica argentina nació “en pecado” por la influencia de Savio. Y en el mismo sentido, Savio puede ser el primer símbolo significativo de un problema que las Fuerzas Armadas argentinas no pudieron resolver nunca mientras ejercieron un inmenso poder en Argentina durante el período 1930-1983[11], sea directamente o presionando (y derrocando) gobiernos civiles: la industrialización era importante para que Argentina “estuviera en condiciones” de enfrentar a Brasil (y/o a Chile)[12], según las hipótesis de conflicto manejadas en esa época; para los militares nacionalistas, en general profundamente derechistas, nuestras Fuerzas Armadas debían ser poderosas, y la industrialización (aunque más no fuera de industrias militares) era importante al respecto[13]. Era claro que la industrialización tenía una fuerte relación con el desarrollo tecnológico, y éste con el desarrollo científico[14]. El problema insoluble es que muchos científicos (no todos, claro está) tenían “peligrosas ideas izquierdizantes”, o al menos desconfiaban de los militares; no debemos olvidar que, como ya se mencionó, a partir de 1930 la Iglesia Católica comenzó a recuperar rápidamente la influencia que había tenido hasta el liberalismo de la generación de 1880, y parte de la estrategia de la Iglesia para lograr esa recuperación fue influir en las Fuerzas Armadas. Savio es un interesante ejemplo: a diferencia de Mosconi que, hasta su muerte en 1940, no fue bien visto por los gobiernos posteriores al golpe de estado de 1930, Savio se desenvolvió cómodamente, y con apoyo, no solamente durante los gobiernos conservadores fraudulentos que sobrevivieron hasta otro golpe de estado en 1943, sino durante el gobierno militar de 1943-46, en su origen mucho más autoritario y de derecha que el anterior y con fuerte influencia fascistizante. En particular, la represión de las autoridades militares contra los universitarios y el encarcelamiento de muchos de ellos parecería (si no fuera por lo trágico de la situación) una caricatura exagerada del odio militar-clerical de la época por la ciencia y las actividades intelectuales. Como ejemplo simbólico baste recordar que las autoridades militares cambiaron durante un tiempo el nombre del Colegio Nacional de Buenos Aires por Colegio Universitario de San Carlos (inspirado en el nombre que el Colegio tuvo durante la colonia, todo un símbolo), colocando a su frente a un presbítero, Juan Sepich (Sanguinetti [2006]).
Es importante acá trazar una línea divisoria entre la relación de las Fuerzas Armadas y la ciencia y la tecnología antes y después de 1930, es decir, antes y después de su irrupción como protagonista (en muchas etapas principal) de la política argentina (hasta 1983, por supuesto). No es que – desde el punto de vista de las Fuerzas Armadas - haya habido un cambio súbito: de hecho, por un lado, como mencionaremos posteriormente, las Fuerzas Armadas siguieron – o intentaron seguir - después de 1930 políticas no muy distintas de las de épocas anteriores; y, por el otro lado, el proceso de ideologización de las Fuerzas Armadas con una mística especial y una cada vez mayor influencia de la Iglesia en ellas fue un proceso continuo que había comenzado antes de 1930[15]. Lo que se produce en 1930 es un cambio cualitativo y cuantitativo de la influencia de las Fuerzas Armadas en la política nacional: en los años anteriores, su influencia – no desdeñable, por supuesto – se manifestaba en la forma tradicional de los países con regímenes democráticos constitucionales (emisión de opinión de militares influyentes, notas en diarios y periódicos a los cuales los cuadros militares tienen acceso, etc.). A partir de ese momento, o bien ejercen el poder, o bien tienen prerrogativa de veto, o bien derrocan a gobiernos que no aceptan la prerrogativa de veto. Pasan a tener un poder y una responsabilidad que antes no tenían, y sus relaciones con los tecnólogos y los científicos, y su interés por la ciencia y la tecnología, pasan a ser en forma muy directa parte de la política nacional.
3. Las Fuerzas Armadas, la ciencia y la tecnología
Ese interés se manifiesta desde los comienzos de la vida independiente de la Argentina. Más concretamente, producida la Revolución de Mayo de 1810, y el reemplazo del Virrey español por un gobierno independiente de las autoridades peninsulares, en septiembre de dicho año la Junta de Gobierno instala una Escuela de Matemáticas, y Manuel Belgrano, vocal de dicha Junta, pronuncia un discurso muy significativo en el cual dice “En este establecimiento hallará el joven que se dedica a la hermosa carrera de la armas, por sentir en su corazón aquellos afectos varoniles que son introductores al camino del heroísmo, todos los auxilios que puede suministrar la ciencia matemática aplicada al arte mortífero, bien que necesario, de la guerra” (Babini [1986]). El período hasta la definitiva constitución del Estado argentino constitucional en 1862 fue de todos modos sumamente inestable, o sea en realidad vale la pena observar las Fuerzas Armadas desde ese momento en adelante, dado que fue solamente a partir de entonces que se pudo discutir sobre proyectos nacionales, tácitos o explícitos; el período 1850-1950 está muy bien descripto en el artículo de Ortiz [1992], y se pueden deducir de dicho artículo algunas conclusiones, como por ejemplo que originariamente el desarrollo científico tecnológico siguió caminos análogos al nacional (en particular, creación del Colegio Militar en 1869, de la Escuela Naval en 1872, de la Escuela Superior de Guerra en 1900, de la Escuela de Aviación Militar en 1912); pero también el comienzo de una tendencia: la separación cada vez mayor de la enseñanza superior militar de la civil, a través de la creación de la Escuela Superior Técnica del Ejército. Así como algunos importantes militares de gran capacidad intelectual habían obtenido su título de ingeniero en las Universidades (Justo, Mosconi) a partir de entonces la formación técnica de los oficiales pasó a ser obtenida en instituciones militares, lo cual contribuyó a la separación de los militares de los civiles y, a medida que aumentaban su dominio de la política argentina a partir de 1930, a crear en muchos de ellos una sensación de casta que se sintió en todos los órdenes de la política y, también, en su relación con la ciencia y la tecnología. No es de descartar que esta tendencia se haya combinado con la influencia alemana en el Ejército (mucho menos en la Armada, más inclinada a Gran Bretaña) y con la influencia de la Iglesia, sobre todo a partir de 1930, como para crear una situación contradictoria entre los deseos (y en muchos casos realidades) pro-industrialistas de los militares y la desconfianza hacia los científicos y tecnólogos universitarios “poco confiables”.
4. La época de Perón
No es intención de este artículo discutir la complejísima personalidad política del general Juan Domingo Perón, que accedió a la Presidencia constitucional en 1946 en las primeras elecciones libres desde el golpe de estado de 1930; durante su gobierno se vio esa dualidad contradictoria, con persecuciones, intervenciones, alejamiento de científicos y universitarios, por una parte (incluyendo su poco lucida actuación en el fiasco de la fusión fría, en el cual creyó en un pseudocientífico embaucador - a quien apoyó - que hizo gastar mucho dinero del estado para un papelón internacional[16]) y la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA) y el desarrollo aeronáutico por el otro. Tanto en el fiasco de la fusión fría como el apoyo a la industria aeronáutica hay participación relevante de científicos y tecnólogos alemanes trasladados a Argentina después de la Segunda Guerra Mundial: en la fusión fría el protagonista fue Ronald Richter, de origen austríaco, y en el apoyo a la industria aeronáutica lo fue Kart Tank[17] (que a su vez influyó para que Richter se radicara en Argentina). Tank desarrolló – junto con otros ingenieros alemanes radicados en Argentina de manera análoga a la de Tank - el modelo de avión Pulqui II, del cual se produjeron cinco prototipos, el último de ellos en 1959. De todos modos, hay una diferencia fundamental entre Tank y Richter: Tank era un ingeniero prestigioso con antecedentes técnicos importantes, mientras que el valor intelectual de Richter no ha quedado nunca claro. La calidad profesional de Tank está fuera de toda duda, independientemente de la discusión sobre el valor real de los modelos Pulqui II[18]; es posible que se pueda criticar acerbamente el ingente gasto en el cual se incurrió con el proyecto Pulqui II, pero por otra parte ese tipo de emprendimientos tiene potencialmente beneficios adicionales difíciles de contabilizar pero no despreciables: capacitación de recursos humanos, empresas proveedoras que después logran sobrevivir con idoneidad profesional pese a que su principal cliente desaparece (derrame de tecnología de punta), etc.[19] Cabe mencionar que antes del Pulqui II hubo un proyecto Pulqui I, también durante el gobierno de Perón, poco exitoso, en el cual tuvo un papel protagónico el ingeniero francés Émile Dewoitine, con problemas en su país natal debido a su pasado colaboracionista con el régimen de Vichy[20].
5. El peronismo proscripto
Lo cierto es que, si bien algunos distinguidos profesores continuaron en la Universidad, pese a la represión política en ella y a la discriminación contra universitarios que no se afiliaran al partido gobernante, una significativa masa de intelectuales, científicos y profesionales, de un amplio espectro ideológico, vieron interrumpida su carrera académica debido a las persecuciones[21], por lo cual no es de extrañar que, a su caída en 1955, producto de un golpe militar con apoyo civil en una sociedad terriblemente polarizada (la autodenominada “Revolución Libertadora”), volvieron con entusiasmo a la Universidad; muchos de ellos contribuyeron en forma significativa al resurgir universitario entre 1955 y 1966, que algunos consideran la “época de oro” de la Universidad argentina[22]. De hecho, se dio el curioso fenómeno de un golpe militar en la Argentina que, a diferencia de los anteriores (y posteriores), apoyó, así fuera porque tuviera que recompensar un apoyo político, la democratización de la universidad y el desarrollo científico y tecnológico (los cuales no son dos conceptos que van siempre juntos: la actitud de Houssay frente a la universidad democrática es un claro contraejemplo[23]). No sólo eso: durante el gobierno de facto que derrocó a Perón y que duró desde 1955 hasta la restauración constitucional (con el peronismo proscripto) en 1958, se crearon el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en 1956, 1957 y 1958, respectivamente: las tres instituciones que, junto con la Comisión Nacional de Energía Atómica, constituían la columna vertebral del aparato científico y tecnológico institucional de Argentina fueron creadas durante otro gobierno de facto.
Durante el gobierno constitucional del Presidente Frondizi, que duró desde 1958 hasta su derrocamiento por parte de las Fuerzas Armadas en 1962, pese al rápido desengaño de muchos intelectuales que lo apoyaron, desengaño debido fundamentalmente a su apoyo a la existencia de universidades privadas con derecho a dar títulos habilitantes y a la firma de contratos petroleros diametralmente opuestos a lo que había sostenido en un influyente libro escrito cuatro años antes (Frondizi [1954]), hubo un apoyo claro del gobierno al desarrollo científico y tecnológico. De hecho, la ideología del gobierno de Frondizi se podía denominar “desarrollismo”, que, muy simplificadamente, significaba (entre otras cosas) la convicción de que el desarrollo científico y tecnológico era básico para convertir a la Argentina en un país capitalista industrial desarrollado, a lo cual Frondizi aspiraba[24]. En ese sentido, aunque en esa época les hubiera resultado muy desagradable admitirlo, no había tanta diferencia entre Frondizi y los científicos y universitarios progresistas (en esa época llamados “reformistas”) que tuvieron mucha influencia en varias universidades, en particular en la de Buenos Aires, y tuvieron el control de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de esta Universidad, a la cual convirtieron en un centro de investigación relevante, incluso a nivel internacional. De todos modos, la táctica de Frondizi para mantenerse en el gobierno, dada la proscripción del peronismo y su falta de legitimidad (ante el peronismo, porque no cumplió lo prometido en el acuerdo secreto que permitió que los peronistas lo votaran y ganara así ampliamente las elecciones; ante los sectores más derechistas, porque sospechaban que estaba influido por los comunistas, y porque dicho acuerdo secreto fue visto como traición al espíritu de la “Revolución Libertadora”) fue apoyarse cada vez más en las Fuerzas Armadas y la Iglesia (con discursos en los cuales recordaba que el país se había fundado con “la cruz y la espada”). La Iglesia por supuesto no estaba particularmente interesada en el progreso científico y tecnológico; su ambición, como era usual – no solamente en Argentina – era controlar la educación y evitar la implementación de proyectos basados en ideas “disolventes” como el divorcio. Pero los militares que derrocaron a Frondizi en algún sentido fueron profundamente contradictorios, siguiendo esa constante de nuestra historia ya mencionada: Frondizi garantizaba el apoyo a todo avance científico y tecnológico, y en este avance estaba por supuesto incluida la ciencia y la tecnología con fines militares. Cuando fue derrocado, las Fuerzas Armadas controlaron el gobierno pese a que se mantuvo un presidente civil (José María Guido), y sobre todo no se animaron todavía a intervenir las universidades nacionales, “focos de subversión”, pero ya se observaron medidas anticientíficas como la destitución en el Instituto de Microbiología Malbrán de su director, Ignacio Pirosky, distinguido científico (esta destitución tuvo un cierto tufillo antisemita), y de algunos de sus colaboradores. Valga la pena comentar que, debido al clima represivo que esta situación provocó, el Dr. César Milstein, futuro Premio Nobel, renunció a su trabajo en el Instituto Malbrán y retornó a Gran Bretaña, donde continuó su brillante carrera hasta su fallecimiento (Hurtado [2010]).
6. La ruptura definitiva entre sectores de la comunidad científica y las Fuerzas Armadas
El interregno militar (con Presidente civil) duró un año y medio. En 1963 asumió la Presidencia el Dr. Arturo Illia (elegido también con proscripción peronista) y las relaciones entre la Universidad, los científicos y el gobierno volvieron a mejorar, pese a que las manifestaciones estudiantiles a favor de un mayor presupuesto educativo contribuyeron en alguna medida a socavar al gobierno. El 28 de junio de 1966 se produjo el golpe de estado contra el Presidente Illia. Dicho golpe de estado contra un Presidente respetuoso de las libertades públicas, durante cuyo gobierno la economía creció a un 7% anual, y que paulatinamente estaba anulando la proscripción al peronismo, indica un grave y profundo descreimiento de la sociedad argentina de la época en la democracia, de lo cual se valieron el integrismo católico y las corrientes que ahora llamaríamos neoliberales para imponer durante varios años sus ideologías. Más concretamente, el gobierno de Illia fue derrocado prácticamente sin oposición; una de las pocas voces de condena provino de la Universidad de Buenos Aires, cuyo Rector publicó una dura declaración contra el golpe.
Al mes del golpe se produjo el acontecimiento simbólicamente más importante de la relación entre las Fuerzas Armadas y la ciencia y la tecnología en la Argentina del siglo XX: la llamada Noche de los Bastones Largos, en la cual la Policía Federal, a las órdenes de un general del Ejército, entró en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, apaleó a los estudiantes, graduados y profesores allí reunidos y los detuvo durante varias horas. Si bien esta agresión fue incomparablemente menos grave (por empezar, no hubo muertos, sólo contusos) que la represión desencadenada por los militares en 1976, que también abarcó a universitarios y científicos, quedó grabada como el símbolo de la brutalidad militar y de su absoluta incomprensión y desconfianza sobre lo que significa la ciencia[25]. El resultado fue la renuncia de alrededor de 1300 universitarios de la Universidad de Buenos Aires (no solamente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales), el abandono de la actividad científica de algunos de ellos, el traslado de otros al exterior, a diversos países de América Latina (esencialmente Chile y Venezuela) y el refugio de otros en el CONICET, donde eran más tolerados por las autoridades militares porque no estaban en contacto directo con los estudiantes. De todos modos, tampoco el CONICET fue un refugio para todo el mundo: pese a que el Dr. Houssay mantuvo su cargo de Presidente de dicha institución, tanto debido a su prestigio personal y científico como a su posición ideológica absolutamente contraria a la izquierda, el CONICET dispuso que el Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE) debía autorizar la incorporación de cualquier investigador al CONICET, lo cual era una eficaz herramienta de exclusión de personas de ideología “sospechosa”[26]. De hecho, en 1970, siendo Houssay Presidente de esa institución (un año antes de su muerte) el Directorio del CONICET propuso al Poder Ejecutivo la designación como Secretario Científico de un personaje sin antecedentes en ciencias ni en su organización, presidente de La Ciudad Católica Argentina, grupo que publicaba una revista antisemita, corporativista, antiliberal, anticomunista y anti Revolución Francesa (Ciencia Nueva [1970]). Houssay votó en contra por la falta de antecedentes científicos del candidato, pero consideró que reunía “buenos antecedentes y condiciones favorables”.
En las instituciones científico tecnológicas no universitarias (INTI, INTA, CONEA y otras) existía por supuesto el filtro ideológico de la SIDE, pero se usó poco durante el gobierno de Onganía. En la mentalidad militar de la época el demonio comunista estaba materializado esencialmente en las Universidades públicas. Es interesante observar el accionar de aquellos sectores de las Fuerzas Armadas que veían con claridad la importancia de la ciencia y de la tecnología, y que se preocuparon por la crisis originada en la Noche de los Bastones Largos (así como se preocuparon cuando fue derrocado Frondizi), y consideraron que el éxodo de los científicos era perjudicial para la defensa nacional. Esos sectores eran evidentemente muy minoritarios[27], y pese a gestiones y al enorme impacto público de esta situación, agravada por el hecho de que entre los profesores apaleados había un distinguido científico norteamericano (el Dr. Warren Ambrose) que envió una carta al New York Times[28], que al ser publicada le dio al hecho trascendencia internacional, el Gral. Onganía, Presidente de facto colocado por los militares, se mantuvo en sus trece y no cedió ni un milímetro en su decisión. Para dar un ejemplo, el científico Marcelino Cereijido (Cereijido [1990]) relata cómo después del ataque a la Universidad de 1966 (tras el cual Cereijido fue dejado cesante por el Rector interventor de la Universidad), fue citado por el brigadier Bosch, Presidente de la Junta de Investigaciones Científicas y Experimentales de las Fuerzas Armadas (JICEFA), quien no solamente se manifestó sumamente preocupado por la pérdida potencial de científicos debido a renuncias y cesantías sino que le ofreció trabajo, entendió perfectamente las explicaciones de Cereijido sobre su tema de investigación (membranas biológicas) y efectuó clarísimas consideraciones sobre la importancia del desarrollo científico en el país y, sobre todo sobre sus aplicaciones concretas (tema sobre el cual no pocos científicos argentinos aún ahora no podrían explayarse con soltura). Y luego lo acompañó al despacho del Director del Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas, contraalmirante Milia, quien también manifestó tener ideas muy precisas respecto de las aplicaciones científicas para el desarrollo y la seguridad nacional, y también le garantizó que podía seguir trabajando. Según Cereijido, alrededor de un centenar de científicos habrían sido protegidos por el brigadier Bosch y el contraalmirante Milia.
En esta misma postura, cuando en 1974 el gobierno civil de María Estela Martínez de Perón intervino la Universidad de Buenos Aires y entronizó en ella a un grupo extraordinariamente retrógrado y oscurantista, fui testigo presencial de cómo el comodoro Vélez, a cargo de un área de investigación del Instituto Nacional de Ciencia y Técnica Hídricas (actualmente Instituto Nacional del Agua) protegió y ofreció trabajo a alrededor de treinta científicos dejados cesantes en la Universidad. Es decir, hubo siempre un grupo de militares que trataron de paliar las consecuencias de las acciones de otros militares (o, como en 1974, de civiles). En general no fue mucho lo que pudieron hacer: el clima general desalentaba el entusiasmo científico, y muchos científicos protegidos por estos militares finalmente se alejaban de la ciencia o de la Argentina[29].
El único esfuerzo exitoso y relevante de tolerancia, e incluso apoyo, militar a la comunidad científica y tecnológica en Argentina puede verse en la CONEA, donde se observa, como hecho casi único en la historia moderna argentina, una política de estado prácticamente constante desde las postrimerías del gobierno de Perón en adelante[30]. Sin embargo, no debe olvidarse que, durante los primeros años de su existencia, había una fuerte oposición de muchos físicos a la significativa cantidad de dinero destinada a la CONEA, que dichos físicos opinaban que sería mucho más productiva destinarla a laboratorios en las Universidades nacionales. Se puede ver al respecto el libro mencionado de Hurtado; Mario Bunge (en comunicación personal) me manifestó que tenía la misma posición, que incluía una gran desconfianza hacia la Marina de Guerra, de la cual, tácitamente, dependía la CONEA (técnicamente no era así, pero en la práctica casi todos sus presidentes, hasta 1983, fueron oficiales de la Armada); lo comenta también en el prólogo al libro de Bernaola ya citado.
Después de una etapa turbulenta, con guerrilla urbana incluida, el gobierno militar (al frente del cual estaba otro general, Lanusse, después de dos golpes de estado dentro del golpe) tuvo que convocar a elecciones sin restricciones, y se inició en 1973 un agitadísimo período en el cual, al imponerse definitivamente la derecha peronista en su lucha interna con los sectores peronistas revolucionarios[31], en 1974 se produjo otra intervención a las universidades (técnicamente fue el reemplazo de rectores de la línea revolucionaria nombrados por el gobierno por otros de extrema derecha); muchísimos profesores y docentes auxiliares sospechosos de izquierdismo fueron dejados cesantes[32], e incluso un decano de la Facultad de Filosofía y Letras, el presbítero Sánchez Abelenda, exorcisó su Facultad, para que los malos espíritus subversivos huyeran. En este movimiento retrógrado los militares no tuvieron nada que ver; el gobierno había sido elegido en comicios absolutamente libres, y los protagonistas fueron todos civiles, con fuertísima influencia clerical: en los ataques contra el pensamiento libre y la ciencia, en Argentina la Iglesia siempre tuvo un papel protagónico[33].
7. La dictadura 1976-83
En 1976 el gobierno peronista a cargo de la viuda del General Perón fue derrocado en el último golpe militar de la Argentina, que inauguró la dictadura más sangrienta del siglo XX en el país. Curiosamente, muchos de los científicos que debieron exiliarse se radicaron en Brasil, regido por otro gobierno militar dictatorial, y pudieron desarrollar cómodamente allí sus carreras científicas y académicas, lo cual indica que las Fuerzas Armadas argentinas tenían características especiales desde el punto de vista ideológico: durante el gobierno militar de 1943-46 llegaron a cambiar las letras de los tangos en lunfardo para hacerlas más “respetables”, durante el gobierno militar de 1966-73 arrestaban parejas en hoteles por horas por atentar contra la moral y las buenas costumbres, durante el golpe de estado de 1976-83 desencadenaron una represión con miles de desaparecidos. La influencia ideológica del fascismo católico integrista en ellas podrá estudiarse, por ejemplo, en consonancia con el enfoque del historiador Federico Finchelstein (ver por ejemplo Finchelstein [2010]). Aquí también es interesante ver el papel especial jugado por la CONEA (como en toda su historia hasta ese momento, como ya se comentó): durante esta dictadura algunos entes científico tecnológicos, principalmente la mencionada CONEA, fueron fuertemente apoyados, y en muchos casos los investigadores de esas instituciones, con ciertas restricciones (más de un científico “desapareció” de la CONEA, sin que pudiera observarse que su Presidente, un marino, el almirante Castro Madero, hiciera algo para impedirlo[34]), pudieron trabajar intensamente. La CONEA y varias de las instituciones relacionadas en un sentido u otro con ella disfrutaron de una estabilidad y de lo que se puede llamar la existencia de políticas de Estado, que llaman la atención en un contexto que, por otra parte, fue tan perjudicial para el desarrollo científico y tecnológico nacional, con secuestro de libros sobre vectores y otros entes matemáticos incluido. Es posible que esa protección, sobre todo a la CONEA, tuviera que ver con secretos deseos belicistas de los militares. De nuevo: para tener una industria bélica importante, y por consiguiente Fuerzas Armadas poderosas, se necesita industria moderna, tecnología moderna y, en última instancia, ciencia moderna. El costo de tener “nichos ecológicos” modernos en algunas áreas, completamente aisladas del estado general de desarrollo del país, suele ser altísimo: el ejemplo interesante y arquetípico al respecto es Corea del Norte, que dispone de la bomba atómica y simultáneamente sufre de espantosas hambrunas; entendemos que una situación similar en Argentina sería políticamente inviable.
Cabe mencionar que las contradicciones de las Fuerzas Armadas no se reflejaron solamente sobre la comunidad científico-tecnológica. En general, los gobiernos militares argentinos, con la excepción del de 1943-46, tuvieron políticas económicas que, en lenguaje actual, podríamos llamar “neoliberales”. Y sin embargo, su nacionalismo los llevó a impedir cualquier privatización de empresa pública en Argentina. De hecho, como ejemplo interesante, puede comentarse que durante el gobierno militar más “neoliberal” de la historia argentina, la dictadura 1976-1983, no solamente no se privatizó ninguna empresa pública, sino que se estatizó una, e importante: la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad (CIADE).
8. La comunidad científica y tecnológica en democracia.
A partir de la restauración democrática en 1983 las Fuerzas Armadas perdieron influencia en el control de los organismos de investigación científica, y a partir de la década de 1990 perdieron toda influencia en el país. Y sin embargo, sólo en los últimos años, a partir de 2003, hubo una real política de estado de apoyo decidido a la ciencia y a la tecnología. Durante el gobierno de Alfonsín (1983-1989), y en la segunda parte del gobierno de Menem (1989-1999) hubo funcionarios competentes a cargo de la entonces Secretaría de Ciencia y Tecnología (el Dr. Manuel Sadosky, distinguido intelectual y figura señera de la computación argentina, y el Lic. Juan Carlos del Bello, respectivamente) y sin embargo, si bien por supuesto desaparecieron totalmente todas las discriminaciones ideológicas a la incorporación de científicos al sistema científico nacional, el presupuesto nacional dedicado a ciencia y tecnología se mantuvo bajo, los sueldos de los científicos y los universitarios fueron magros, el equipamiento científico siguió siendo pobre, la edad media de los investigadores del CONICET fue aumentando peligrosamente y una proporción importante de graduados jóvenes (y no tan jóvenes) se radicó en el exterior, ya no por razones políticas pero sí por razones económicas y de oportunidad laboral. Más aún, el ambicioso proyecto de recuperar parcialmente el tiempo perdido en el área de informática con una formación intensiva de recursos humanos de alto nivel promovida por el Dr. Sadosky fue interrumpido al asumir el gobierno Menem en 1989[35], y buena parte del esfuerzo se malogró. Durante los primeros años del gobierno legítimo y democrático del Dr. Menem los mismos sectores oscurantistas que habían tenido posiciones de poder en todas las dictaduras militares recuperaron dichas posiciones[36], lo cual muestra que el oscurantismo estaba profundamente enraizado en la sociedad civil, y en particular en los sectores intelectuales de la derecha peronista (esos sectores no eran influyentes durante el gobierno de Alfonsín, salvo por el hecho de que en muchos casos su inserción institucional los convertía en poderosos – o las autoridades nacionales pensaban que eran poderosos – y quitaban libertad de maniobra al gobierno; la crítica a Alfonsín pasa más por la indiferencia del gobierno radical – y de sectores influyentes de la sociedad – que por una política oscurantista, que de ninguna manera existió durante su gobierno). En algún sentido el gobierno del Presidente Menem, absolutamente legítimo y democrático, reelecto en 1995, es una alarmante señal de un desinterés e incomprensión de parte importante de la sociedad argentina respecto de la importancia de la ciencia y de la tecnología en un país en desarrollo[37]. Y de esta situación no se puede acusar a las Fuerzas Armadas.
En resumen, se puede decir que usualmente en nuestro país los sectores oscurantistas en lo referente a la ciencia lo eran también en lo referente a la educación; que la Iglesia estuvo intelectualmente detrás de esos sectores, y fue adquiriendo cada vez más fuerza a partir de 1930, y que influyeron tanto en los militares que los convirtieron, en líneas generales, en el brazo armado del oscurantismo nacional. Pero que de ninguna manera eran los únicos. Ni todas fueron sombras en los gobiernos autoritarios ni todas fueron luces en los democráticos.
Agradecimentos
El autor agradece a la Dra. Amparo Gómez su invitación a participar en este IV Seminario de Política de la Ciencia: Ciencia entre Democracia y Dictadura, y al Ministerio de Ciencia e Innovación de España su apoyo económico a través del Proyecto de Investigación FFI2009-09483 y de la Acción Complementaria FFI2010-11969-E. También agradece a Rosita Wachenchauzer y a Israel Lotersztain sus comentarios y observaciones, aunque por supuesto ninguno de ellos es responsable por los conceptos vertidos en este artículo.
Referencias
Aguirre, Jorge (2003). La ESLAI: advenimiento, muerte prematura y proyección, Newsletter Electrónica de SADIO, Nro. 8.
Artopoulos, Alejandro (2007). Proyecto Pulqui II. Una sociología histórica de la innovación tecnológica en tiempos de Perón. Tesis de maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
Babini, José (1986). Historia de la ciencia en Argentina, Ediciones Solar, Buenos Aires.
Bernaola, Omar A. (2001). Enrique Gaviola y el Observatorio Astronómico de Córdoba, Ediciones Saber y Tiempo, Buenos Aires.
Bruera, Rodolfo Lautaro (2009). La Reforma Universitaria y el surgimiento de una nueva generación intelectual argentina con proyección latinoamericana, Tesis de doctorado, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario, Rosario.
Buchbinder, Pablo (2005). Historia de las universidades argentinas, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.
Cereijido, Marcelino (1990). La nuca de Houssay, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
Cibotti, Ema (1996). Bernardo Houssay y la defensa de la Universidad científica en Argentina, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe 7 (1): 41-56.
Ciencia Nueva (1970) Nro. 5, pág. 4 (editorial).
Factorovich, Pablo y Jacovkis, Pablo M. (2009). La elección de la primera computadora universitaria en Argentina, en: Jorge Aguirre y Raúl Carnota (compiladores), Historia de la informática en Latinoamérica y el Caribe. Investigaciones y testimonios, Universidad Nacional de Río Cuarto, Río Cuarto, 83-97.
Finchelstein, Federico (2010). El fascismo transatlántico. Ideología, violencia y lo sagrado en Argentina e Italia, 1919-1945, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. Traducción de Transatlantic fascism. Ideology, violence and the sacred in Argentina and Italy, 1919-1945, Duke University Press, Durham, NC, 2010.
Frondizi, Arturo (1954). Petróleo y política, Raigal, Buenos Aires.
Galison, Peter (2005). Relojes de Einstein, mapas de Poincaré, Crítica, Barcelona. Traducción de Einstein´s clocks, Poincaré´s maps, W. W. Norton, Nueva York, 2004.
Goñi, Uki (1998). Perón y los alemanes, Sudamericana, Buenos Aires.
Halperin Donghi, Tulio (1962). Historia de la Universidad de Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1962. Reimpreso en 2002.
Hernández Andreu, Juan (1987). Una reinterpretación de las crisis económicas mundiales de 1929 y de 1973. Un análisis del sector triguero, Revista de Historia Económica - Journal of Iberian and Latin American Economic History (RHE-JILAEH) 5 (1): 99-117.
Houssay, Bernardo A. (1939). Discurso pronunciado al incorporarse a la Academia Argentina de Letras, Boletín de la Academia Argentina de Letras 8, 317-343.
Hurtado, Diego (2010). La ciencia argentina. Un proyecto inconcluso: 1930-2000, Edhasa, Buenos Aires.
Hurtado de Mendoza, Diego y Vara, Ana María (2007). Winding roads to big science: experimental physics in Argentina and Brazil, Science Technology Society 12 (1): 27-48.
Jacovkis, Pablo Miguel (2004). Reflexiones sobre la historia de la computación en Argentina, Saber y Tiempo 5 (17): 127-146.
Jacovkis, Pablo Miguel (2006). The first decade of computer science in Argentina. En: John Impagliazzo (ed.), History of computing and education 2 (HCE2), IFIP International Federation for Information Processing, Volume 215, Springer, Boston, 181-191.
Klich, Ignacio (1999). Argentina, en: American Jewish Year Book, Volume 99, American Jewish Committee, Nueva York, 263-275.
Lugones, Leopoldo (1979). El discurso de Ayacucho, en: El payador y antología de poesía y prosa, Editorial Ayacucho, Caracas, pág. 305.
Mariscotti, Mario (1985). El secreto atómico de Huemul, Editorial Sudamericana-Planeta, Buenos Aires. Cuarta edición, Estudio Sigma, 2004.
Morero, Sergio, Eidelman, Ariel y Lichtman, Guido (1996). La noche de los bastones largos, Editorial La Página, Buenos Aires.
Ortiz, Eduardo L. (1992). Army and science in Argentina, en: Paul Forman y J. M. Sánchez Ron (eds.), Science and the military in the twentieth century, Kluwier, Dordrecht.
Potash, Robert A. (1981). El ejército y la política en la Argentina 1945-1962. De Perón a Frondizi, Editorial Sudamericana, Buenos Aires. Traducción de The Army and politics in Argentina 1945-1962. Perón to Frondizi, Stanford University Press, Stanford, 1980.
Sanguinetti, Horacio (2006). Breve historia del Colegio Nacional de Buenos Aires, Juvenilia Ediciones, Buenos Aires.
Vaccarezza, Raúl (1981). La elección del doctor Houssay como profesor titular de Fisiología en la Facultad de Ciencias Médicas, en: Virgilio Foglia y Venancio Deulofeu (compiladores), Bernardo A. Houssay, Su vida y su obra, 1887-1971, Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Buenos Aires, 177-181.
[1] En este trabajo nos centraremos en las ciencias y tecnologías exactas y naturales en sentido amplio (incluyendo ciencias de la salud) pero prácticamente no mencionaremos las ciencias sociales y humanas.
[2] Gould permaneció más de quince años en Argentina, donde desarrolló una excepcional actividad científica, en particular registrando estrellas del hemisferio austral. Además dirigió la Oficina Meteorológica Nacional (el futuro Servicio Meteorológico Nacional) creado, como ya se mencionó, por Sarmiento. Un pequeño pantallazo de su actividad profesional en Estados Unidos antes y después de su estadía en Argentina puede verse en Galison [2005]. Para una visión más detallada de la vida de Gould, con especial análisis de su etapa en Argentina, se puede consultar Bernaola [2001].
[3] El texto de la conferencia puede verse en Internet en, por ejemplo, http://es.scribd.com/doc/17652009/Sarmiento-Sobre-Darwin.
[4] En realidad, la segunda opción (que la clase dirigente no obstaculizó el desarrollo científico) se acerca más a la realidad, si entendemos por no obstaculizar no accionar activamente en su contra. Pues salvo una minoría de miembros de la clase dirigente argentina de esa época, entre los cuales se sitúan en primer lugar los nombres citados (y en particular Sarmiento, el político y estadista argentino que más apoyó la ciencia en el siglo XIX y tal vez en toda nuestra historia) la clase dirigente argentina de ese período mostró más indiferencia que apoyo real a la ciencia.
[5] El relativamente escaso éxito de los reformistas argentinos en convertir las Universidades en centros científicos de excelencia requiere un análisis detallado que no es objeto de este artículo. En su libro sobre la historia de la ciencia en Argentina entre 1930 y 2000 (Hurtado [2010]), Diego Hurtado relata en detalle los intentos (también fracasados) de Houssay y de sus colegas de crear universidades privadas con sesgo científico, alrededor de la década de 1940, para paliar la falta de suficiente actividad científica en las Universidades públicas.
[6] La corriente triunfadora de los sectores que apoyaron el golpe de estado de Uriburu se inclinaba más hacia la república elitista previa a 1916; era imposible esa regresión sin fraude electoral. El costo fue el carácter de ilegitimidad que el régimen tuvo para muchos sectores de la población, lo cual provocó que el siguiente golpe de estado, el 4 de junio de 1943, no fuera resistido prácticamente por nadie.
[7] El gobierno necesitaba, justamente por la precariedad de su legitimidad, el apoyo de la Iglesia, lo cual en la república elitista no había sido en general necesario.
[8] Debe entenderse “radicales” en el sentido de organizadas por la Unión Cívica Radical, partido del cual Yrigoyen era jefe, de ideología en algún sentido similar a la del partido radical francés, pero no en el sentido anglosajón de la palabra.
[9] Por ejemplo, Hernández Andreu [1987] señala que “la tasa de crecimiento argentino fue superior a la de Canadá y Estados Unidos durante la década de 1930”.
[10] Yacimientos Petrolíferos Fiscales, empresa estatal de petróleo que competía con las poderosas empresas petroleras extranjeras. Mosconi convirtió a YPF en la década de 1920 en una empresa de significativa relevancia; hasta su privatización en la década de 1990 YPF simbolizó el nacionalismo argentino frente a las grandes empresas petroleras internacionales, tanto para la izquierda y centro izquierda como para la derecha nacionalista.
[11] El poder de las Fuerzas Armadas, que llegó a su cenit durante la última dictadura argentina de 1976-1983, se fue diluyendo a partir de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas (1982) que las obligó a llamar a elecciones. Producidas éstas, el gobierno del Presidente Alfonsín promovió el juicio a las juntas militares y, con altibajos, el poder militar fue disminuyendo significativamente hasta su hundimiento definitivo durante la presidencia de Carlos Menem y sobre todo de Néstor Kirchner. En realidad puede decirse que, simbólicamente, la desaparición del poder militar en Argentina puede representarse por el descabezamiento de la cúpula militar el 25 de mayo de 2003, día en que Kirchner, elegido Presidente con poco más del 20% de los votos, asume su cargo, y por la ceremonia en la cual, bajo la atenta mirada del Presidente, el Jefe de Estado Mayor del Ejército retira del Colegio Militar de la Nación los retratos de los ex dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone el 24 de marzo de 2004.
[12] En la época de mayor crispación anticomunista la hipótesis de conflicto incluyó integrarse junto con Sudáfrica a la defensa del Océano Atlántico Sur.
[13] Vale la pena comentar que la preocupación de los militares nacionalistas por el poder bélico del país, en el contexto de gobierno militar (1943-46) y segunda guerra mundial (en la cual Argentina fue neutral hasta último momento) se refleja en que para 1945 el 43,3 % del presupuesto nacional estaba destinado a las Fuerzas Armadas (Potash [1981]).
[14] Esta contradicción se refiere a las ciencias exactas y naturales, y a sus correspondientes tecnologías. No es objeto de este trabajo referirse a cómo veían los militares las ciencias sociales y las humanidades.
[15] Concretamente, tal vez se pueda fijar como comienzo de esta etapa el discurso pronunciado en Lima por el gran poeta (convertido en nacionalista de derecha) Leopoldo Lugones en diciembre de 1924, en el centenario de la batalla de Ayacucho que aseguró la independencia de las colonias españolas en Sudamérica, en donde figura la desgraciada frase: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada” (Lugones [1979]).
[16] La historia de este fiasco está amena y rigurosamente relatada en Mariscotti [1985]. Es interesante observar que Perón prestó más atención a los científicos e ingenieros alemanes que a la comunidad científica argentina.
[17] La llegada de Tank y algunos de sus colaboradores a la Argentina está descripta por ejemplo en Goñi [1998].
[18] Una detallada historia y discusión sobre el proyecto Pulqui II (con mención del Pulqui I) puede verse en Artopoulos [2007].
[19] De todos modos, esos proyectos de defensa fracasaron casi siempre en Argentina. En particular, el Pulqui II, como describe Artopoulos en su mencionada tesis.
[20] En 1948 Dewoitine fue condenado en Francia (en ausencia) a veinte años de trabajos forzados (Klich [1999]).
[21] En realidad, no solamente debido a las persecuciones. Para amplios sectores profesionales e intelectuales (que por supuesto no eran la mayoría de la población, porque Perón siempre triunfó en las elecciones llevadas a cabo durante su gobierno) el autoritarismo del gobierno, la presión para formar parte del partido gobernante, y lo que se podría llamar, usando un lenguaje algo posterior cronológicamente hablando, “culto de la personalidad” (el nombre del Presidente y de su fallecida esposa atribuido a calles, ciudades, provincias; los manuales escolares alabándolos acríticamente), eran razón suficiente para o bien mantenerse alejado del gobierno, usualmente recluyéndose en la actividad privada, o bien directamente participar en la oposición frontal al mismo.
[22] Buchbinder [2005] da una idea general de la evolución de las universidades en ese período; Halperin Donghi [1962] se explaya sobre la Universidad de Buenos Aires, aunque su visión, si bien es muy detallada, no cubre la fase final de ese período, posterior a la escritura del libro. Como ejemplo particular de avance durante ese período en una disciplina, la ciencia de la computación, pueden verse los trabajos de Jacovkis [2006], y Factorovich y Jacovkis [2009].
[23] La mala relación política entre Houssay y los estudiantes reformistas puede observarse por ejemplo en el debate en el Consejo Directivo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires entre Houssay, que como consejero había propuesto limitar el número de alumnos que podían ingresar a dicha Facultad, y los consejeros estudiantiles que se oponían a tal medida, relatada en Cibotti [1996]. Y su desconfianza respecto de la “politización” de la Universidad (concepto con el cual concordaban la mayoría de los reformistas) se manifiesta claramente en, por ejemplo, su discurso al incorporarse como miembro de número de la Academia Argentina de Letras el 17 de agosto de 1939, discurso en el cual se refiere a su antecesor en el sitial que ocupará, el Dr. Ángel Gallardo, diciendo de él “[f]ue uno de los pocos hombres llamados a dirigirla [la Universidad de Buenos Aires] que no se han contaminado con la llamada política universitaria, que es a menudo lucha de personalismos en afán de predominio” (Houssay [1939]).
[24] Cabe mencionar que durante la presidencia de Frondizi se creó el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) que tuvo activa y valiosa participación en la elaboración de estrategias de desarrollo del país y en el desarrollo de las investigaciones económicas en Argentina.
[25] Ese mismo día – o mejor dicho, esa misma noche – la Policía Federal irrumpió también en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires y, además de ejercer violencia física contra los docentes, graduados y estudiantes presentes, destruyó maquetas construidas por los estudiantes. Este acontecimiento es muy simbólico respecto del sentimiento del nuevo gobierno de facto respecto de las actividades intelectuales.
[26] La resolución respectiva fue aprobada por el Directorio del CONICET a fines de 1967 (Hurtado [2010]).
[27] Tampoco pudieron impedir el derrocamiento de Frondizi, obviamente.
[28] La carta del Dr. Ambrose, fechada el 30 de julio de 1966 (al día siguiente de la irrupción policial en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires) fue publicada el 3 de agosto. Una traducción al castellano puede consultarse en Morero et al [1996]. Incluso antes de la publicación de la carta del Dr. Ambrose, su detención y la golpiza de que fue objeto habían tenido gran repercusión en Estados Unidos. The New York Times informó, en su edición del 2 de agosto, acerca de la preocupación del Departamento de Estado al respecto.
[29] Este tipo de intentos de proteger científicos de las discriminaciones ideológicas duró hasta 1976. La dictadura instaurada ese año aplicó con toda la saña posible sus medidas discriminatorias; varios científicos y tecnólogos de instituciones públicas (no solamente la Universidad) fueron secuestrados y asesinados (o desaparecieron) y muchos más fueron dejados cesantes.
[30] Posiblemente el más exitoso fruto de ese apoyo militar a la CONEA sea haber llevado a término la construcción del acelerador de partículas TANDAR entre 1975 y 1986, descripto por Hurtado en su libro mencionado y en el artículo de Hurtado y Vara [2007]; ese fue un emprendimiento de “big science” que, si bien comenzó y terminó durante gobiernos civiles constitucionales, se llevó a cabo esencialmente durante la dictadura militar de 1976-1983, que lo apoyó política y económicamente.
[31] El turbulento período de universidad “revolucionaria” 1973-74 tampoco se caracterizó por un enfoque serio de los problemas científicos y tecnológicos del país, pero no es objeto de este trabajo el análisis de ese fenómeno.
[32] De hecho, tal fue la represión en la universidad en ese momento que cuando se produjo el golpe militar de 1976 se expulsó a muy pocos universitarios de su trabajo en, por ejemplo, la Universidad de Buenos Aires: en buena medida, el “trabajo sucio” ya había sido realizado por los civiles de extrema derecha.
[33] No es una casualidad que, al comenzar la Reforma Universitaria en Córdoba en 1918, el grito de lucha, o consigna revolucionaria, fue “¡Frailes no!” (ver por ejemplo Bruera [2009]).
[34] Más precisamente, en el sitio http://ate-cnea.blogspot.com/2011/04/35-anos-del-golpe.html hay un listado de los 14 desaparecidos en CONEA.
[35] El proyecto consistió en la creación de la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (ESLAI), institución universitaria de alto nivel, que no sobrevivió al cambio de gobierno de Alfonsín a Menem. La historia de la ESLAI puede consultarse en Jacovkis [2004] o en Aguirre [2003], por ejemplo.
[36] Podemos indicar, como ejemplo, que el Dr. Bernabé Quartino, Rector de la Universidad de Buenos Aires entre 1971 y 1973 (designado durante los gobiernos militares), fue Presidente del CONICET en los comienzos del gobierno del Dr. Menem (1990-1991).
[37] Como ejemplo bastante reiterado, y que caló hondo en la memoria colectiva de la comunidad científica, basta recordar la ocasión en la que el poderoso Ministro de Economía durante buena parte del gobierno del Presidente Menem, el Dr. Domingo Cavallo, se refirió despectivamente a los científicos (y en particular a las científicas) instándolos/las a ir “a lavar los platos”.
Nenhum comentário:
Postar um comentário