19 de junho de 2012

Vientos de Brasil, Rio+ 20, Juan Arias


Juan Arias

El PIB se ha quedado viejo. ¿Se puede cambiar?

Por:  18 de junio de 2012
Una de las propuestas en la conferencia Rio+20 ha sido la de cambiar el PIB, el mecanismo que hoy mide la riqueza producida en cada país. Es posible que la idea sea rechazada por los jefes de Estado presentes. Pero queda ahí como provocación y como un examen de conciencia política y social.
Hoy, el PIB mide sólo el crecimiento de la economía sin tener en cuenta si ese crecimiento contribuye a que los ciudadanos de ese país sean más o menos felices o por lo menos satisfechos con la sociedad en que viven. O si ese crecimiento económico acaba distribuido en manos de unos pocos dejando a la mayoría en la pobreza o hasta en la miseria.
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Un país que construya millones de coches o apueste en energías fósiles, puede acabar con un PIB alto, pero a costa de contribuir a contaminar el medio ambiente y convertir en un infierno las grandes metrópolis ¿Por qué no cuentan también  en el PIB por ejemplo, el tiempo libre, las actividades culturales, el grado de satisfacción personal de los ciudadanos, un sueldo digno, el grado de protección social, la robustez de la  democracia, su respeto a los derechos humanos y no solamente el nivel de la renta?
Buarque en Rio+20La idea en Rio+20 la ha levantado con fuerza, entre otros, el senador y exministro de Educación, Cristovam Buarque, economista, que ya fue rector de la Universidad de Brasilia y gobernador de la misma.
En sus intervenciones en Rio+20 y en varios artículos publicados estos días, Buarque llega más lejos. Ha hecho un análisis duro de la actual coyuntura de nuestra Civilización. “Hay que dejar claro”, ha escrito en el diario O Globo “que la sinergia histórica entre democracia política ,  crecimiento económico,  innovación técnica y  bienestar social, se ha hecho pedazos”.
Y lo explica con crudeza: “El progreso basado en el crecimiento económico se ha agotado”, lo que se desprende del surgimiento de nuevos factores en nuestra realidad social, política y económica .
“Los límites ecológicos", según Buarque, "presentan costes y riesgos al aumento de la producción; la independencia del sistema financiero sin vínculos con el sector productivo y sin control de fronteras; la gran concentración de renta y de patrimonio en manos de pocas personas; la revolución científica y tecnológica que empieza a hacer desnecesario el empleo; el agotamiento de la capacidad de financiación pública para el sistema del bienestar social; el endeudamiento de los gobiernos, incluso en países desarrollados, sin contar la legítima aunque imposible exigencia de grandes contingentes de la población mundial a la voracidad del consumo”.
Según Buarque, un político y humanista de izquierdas, que abandonó el Partido de los Trabajadores (PT) para ingresar en el Partido Democrático del Trabajo (PDT) y que ya disputó con Lula las presidenciales, estamos ante una encrucijada planetaria en la que no se puede seguir pensando el mundo como hasta ayer, y es necesario crear un “nuevo concepto de progreso”.
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Para él, si los jefes de Estado llegados a Rio se van a limitar a presentar sólo algunas enmiendas al actual concepto de progreso, que según él está agotado, todo acabará de nuevo en aguas de borrajas. Y el mundo seguirá sufriendo el desorden de un consumismo ya incontrolable y de una crisis de la democracia con fugas a los extremismos.
Y es en contexto de la búsqueda de un nuevo y moderno concepto de progreso para la Humanidad en este siglo, donde se introduce la idea de un cambio en los mecanismos para medir el PIB, que también se ha quedado viejo y es incapaz de medir además de la riqueza material, la del espíritu, la de los valores, la de la solidariedad de un pueblo, su satisfacción o insatisfacción con los que lo gobiernan y su estado de ánimo en función del grado de felicidad o infelicidad que les envuelve.
Alguien ha puesto un ejemplo muy gráfico, referido a Brasil. Vamos a suponer, se dice, que el PIB de este gigante americano, se disparase y se colocase a la cabeza de muchos  otros países, pero  que al mismo tiempo, los ciudadanos de las grandes o pequeñas urbes, necesitasen cada día encerrarse más en sus casas, armarse y blindarlas con gradas, por miedo a los asaltos; que cada día, como ocurre, menos gente pueda salir de noche a restaurantes o cines, por miedo de ser robados o secuestrados; que los brasileños tengan que soportar políticos corruptos hasta los ojos y una descarada impunidad,  y continúe sufriendo una de las mayores desigualdad sociales del Planeta. O  se siguiera insistiendo en el petroleo más que en las nuevas fuentes de nergías limpias.O no se sea capaz de parar la hemorragia de la destrucción de la Amazonia.
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En ese caso ¿mediría su alto PIB, el real crecimiento de la sociedad civil, su grado de vivir libre, sin tener, los que pueden, que llevar a sus hijos a los colegios en helicóptero por miedo a ser secuestrados, como ya ocurren entre los grandes ricos en Sâo Paulo? ¿O sin tener que esperar un año para poder hacer un tratamiento de quimioterapia contra un cáncer maligno, en la sanidad pública?
Todas esas preguntas no son utópicas ni románticas, ni absurdas. Son reales. Y creo que lleva razón el político Buarque cuando insiste en que es el “modelo de progreso” el que ha entrado en crisis y el que está produciendo todos estos terremotos incluso en la desarrollada Europa. Y lo peor es que nos cuesta aceptarlo, lo que hace más difícil el cambiarlo.

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