6 de julho de 2011

La suma y el resto, por Fernando Henrique Cardoso


La suma y el resto

Por Fernando Henrique Cardoso

El ex presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, cumplió 80 años el mes pasado. Los saludos y felicitaciones que recibió motivaron las reflexiones personales y políticas que, a modo de balance y visión, vuelca en esta columna
Tomo prestado el título La suma y el resto (La Somme et le reste) de la autobiografía del sociólogo, filósofo e intelectual francés, Henri Lefebvre, que rompió con el Partido Comunista y publicó sus razones para ello en 1959. Años más tarde, en 1967-1968, fui colega de Lefebvre en la Universidad de Nanterre en París. Y en esa época iniciamos - junto con los sociólogos franceses Alain Touraine y Michel Crozier, y con el español Manuel Castells, entonces adolescente estudiante académico de ciencias sociales y comunicaciones - una experiencia de renovación de la vieja Sorbonne en el área de las ciencias humanas.

Siempre me gustó el título del libro de Lefebvre y ahora, al escribir estas líneas -sin ninguna pretensión de devaneos psicoanalíticos- recuerdo también que Lefebvre tenía gran semejanza física con mi padre. Pero el hecho es que hay momentos para hacer un balance. En el caso, Lefebvre deducía lo que el Partido Comunista le arrancaba o él mismo veía lo que quedaba: la experiencia dramática de las revelaciones del 25 de febrero de 1956, cuando Nikita Khruschev, primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética (1953-1964), hiciera la exposición de los horrores estalinistas. Esto, sumado a la invasión de Hungría en 1956, provocó una agitación crítica entre la intelectualidad europea, que no dejó de afectar a la brasileña y a mí mismo.

Ahora, al cumplir 80 años, ante el hecho ineluctable de que el tiempo va pasando y de que a veces no deja piedra sobre piedra, yo, que no soy dado a hacer balances de mí mismo (ni de otros), sentí cierta comezón de ver lo que falta por hacer y la suma de las cosas que he estado haciendo. Pero no, no se asuste el lector: El espacio de una crónica no da para inventariar el esfuerzo de ocho decenios tratando de construir algo en la vida, mucho menos para enlistar los muchos errores que cometí, que podrían superar las piedras que eventualmente quedaran en pie. Además de eso, prefiero mirar para adelante que voltear para atrás.

Cuando algún reportero me pregunta lo que pienso que dirá de mí la Historia, acostumbro decir, con el realismo de quien está familiarizado con ella, que de aquí a cien años, probablemente nada; tal vez una línea que diga que fui presidente de Brasil de 1995 a 2003. Cuando insisten en que hice esto o aquello, otra vez mi realismo pondera que, en el transcurrir de la Historia, quien queda en ella es visto y revisado por la posteridad ya sea de modo positivo o negativo, dependiendo de la atmósfera reinante y de la tendencia de quien revise los acontecimientos pasados. Por lo tanto, es mejor no dejarnos mecer por la ilusión de que habrá piedras que queden y que serán siempre alabadas. Por lo demás, y dicho con un poco de ironía, si el juicio que vale para los políticos, e incluso para los intelectuales, es el de la Historia, ¿de qué sirve lo que digan de nosotros después de muertos?

Pues bien, si es así, si lo que vale es el ahorano tengo palabras para agradecer a tantos, y fueron muchos, que se refirieron a mí con generosidad en este pasado mes de junio. Incluso conociendo, repito, lo efímero de los juicios, es bueno escuchar a personas cercanas, a otras no tan cercanas y algunas incluso distanciadas por divergencias que procuraron ver más el lado bueno, cuando no sólo ése.

Expresaron opiniones que me dejaron lisonjeado y, a despecho de mi propio realismo, casi mecido en la ilusión de que hice más de lo que pienso que he hecho. Como no puedo agradecer a cada uno personalmente, ni quiero dejar de lado a nadie ni a los muchos que me expresaron personalmente palabras de estímulo, o las registraron en cartas, correos electrónicos o en la Web, aprovecho esta crónica para reiterar que no sé cómo expresar lo mucho que me emocionó la solidaridad de los contemporáneos.

No puedo quejarme de la vida. Viví la mayor parte del tiempo días alegres, si bien muchas veces tensos. Así como sentí las pérdidas que son parte de sobrevivir. En estos 80 años, he perdido a mucha gente cercana o que admiraba a distancia. Padres, hermanos, mujer, amigos, compañeros de la vida política y académica. Aun ahora, porque no todo fueron rosas, en la víspera de mi aniversario perdí a un compañero de la universidad con quien conviví cerca de 50 años, el sociólogo brasileño Juarez Brandão Lopes. Y en el momento en que escribo estas líneas, veo la noticia de la muerte de Paulo Renato Souza, compañero, colaborador, gran ministro de Educación (1995-2002) durante mi administración, y compañero en el exilio.

Las pérdidas, para quien está vivo, son relativas. Aprendí a convivir en la memoriacon las personas queridas e incluso con algunas más distantes, con las que "converso" de vez en cuando en la imaginación para reubicar lo que pienso o lo que digo. Tomo en cuenta lo que dirían los que ya no están por aquí, pero que dejaron en mí marcas profundas. En suma, no cabe duda, mantuve más amigos que adversarios. No siento rencor por nadie, tal vez hasta por una característica psicológica, pues olvido pronto las cosas que no me gustan y procuro recordar aquellas que me gustan y por las que siento apego.

En fin, para no escribir una página muy azucarada, me reconforta tener tantos amigos y recibir de ellos tanto apoyo; y si bien aprecio la amistad por encima de casi todo, debo confesar que, a pesar de que mi inclinación intelectual es fuerte, en el fondo soy un Homo politicus. Herencia de mis padres y de algunas generaciones de ancestros, vivo la vida en el tono del servicio público, de la polis, y para mí el público ahora no sólo es el brasileño sino que tiene una dimensión global.

Puede parecer "cosas de viejo", pero a estas alturas de la vida estoy convencido de que cada vez más, estamos aproximándonos a una época en la que debemos encontrar una estrategia común para la sobrevivencia de la vida en el planeta y para la mejoría de las condiciones de vida de los pobres en cada país. Si no, habrá riesgos efectivos de ruptura en el equilibrio ecológico y en el tejido social.

No es el caso especificar estas cuestiones en estos momentos. Pero cabe dejar una palabra de advertencia y optimismo: En algunos temas es difícil encontrar caminos que permitan la marcha en común, pero no es imposible. Tratemos.

Vi tanta buena voluntad alrededor de mí en estas últimas semanas que la mejor manera de retribuirla es diciendo: espero poder ayudarlos a todos y a cada uno a ser más felices y a disponer de mejores condiciones de vida. Guardaré las armas del interés personal, partidista e incluso los egoísmos nacionales siempre que vislumbre una estrategia de convergencia que permita días mejores en el futuro.

Con confianza y determinación, esos días podrán llegar.



(Distribuido por The New York Times Syndicate)

© 2011 Agencia O Globo

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