Un blog de economía bastante racional.
En la última década los economistas que trabajan en desarrollo económico han promovido intensamente la evaluación rigurosa de distintas intervenciones de política pública que buscan ayudar a las familias pobres. De hecho, buena parte de la evidencia discutida en Poor Economics ha sido desarrollada por los mismos autores, y por un grupo de investigadores nucleados alrededor del laboratorio de investigación que ellos crearon en el año 2003: Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (J-PAL), del que yo también formo parte. Recientemente J-PAL ha lanzado su oficina para América Latina con el objetivo de estimular esta agenda de investigación en la región (que viene rezagada en términos de evaluación de programas sociales, siendo un caso extremo el de Argentina, donde casi ningún programa importante ha sido evaluado aún).
Como ya hemos discutido acá, la evaluación rigurosa del impacto de una intervención pública requiere poder controlar hipótesis que provean explicaciones alternativas para los comportamientos de interés. Idealmente, aunque no exclusivamente, esto se logra a través de la realización de experimentos en los cuales la asignación de los beneficiarios potenciales a una intervención –y a un grupo de control que nos permita identificar el escenario contra fáctico– sea aleatoria.
Una pregunta importantísima que muchos investigadores nos hemos hecho varias veces en los últimos años es la siguiente: muchos de los experimentos recientes muestran que los individuos pobres no adoptan por si mismos soluciones a sus problemas que son altamente costo-efectivas. ¿Cuál es el motivo de ello? Una característica del libro de Banerjee y Duflo que me gustó mucho es que estos autores no le escapan a esta pregunta. De hecho, intentan contestarla.
Una cuestión importante que resaltan estos autores es que los problemas de conocimiento no sólo afectan a los hacedores de políticas, sino también a los beneficiarios potenciales de las mismas. En esta línea, una de las ideas clave del libro es la siguiente: una combinación de falta de información y expectativas incorrectas pueden hacer que los individuos pobres se vean atrapados en la pobreza al no adoptar acciones que mejorarían su nivel de vida considerablemente.
Consideremos como ejemplo la salud de los individuos pobres. Como discuten Banerjee y Duflo, muchos de los problemas básicos en esta área son aquellos para las cuales la tecnología, por así decirlo, es muy simple. Por ejemplo, para tratar casos de diarrea, la Solución de Rehidratación Oral (SRO) ha demostrado ser una cura simple, barata, eficaz y de fácil acceso. A su vez, esta y otras enfermedades transmitidas a través del consumo de agua pueden mantenerse controladas mediante la cloración del agua usando tecnología muy barata y fácilmente disponible. Sin embargo, estas soluciones supuestamente fáciles y costo-efectivas son muy poco utilizadas por los pobres. Lo mismo ocurre con la vacunación de los niños. No hay forma más eficaz de prevenir un gran número de enfermedades que vacunarse. Sin embargo, las estadísticas muestras que las tasas de vacunación completa de los niños pobres son muy bajas, aún cuando las vacunas están accesibles. En cambio, las familias pobres gastan mucho dinero en medicina curativa para tratar de remediar los problemas de salud en que incurren al no haber adoptado medidas preventivas más eficientes.
Banerjee y Duflo argumentan que los pobres cargan con demasiadas responsabilidades sobre muchos aspectos de sus vidas – a diferencia de nosotros, ellos son responsables de asegurarse de que su agua esté limpia, no siempre tienen la presión de vacunar a sus hijos para que puedan asistir a la escuela, no pueden darse el lujo de comer cereales fortificados durante el desayuno y así tienen que trabajar más duro para asegurarse que sus hijos reciban los nutrientes adecuados, etc. Por ello, concluyen estos autores, las políticas sociales deben inducirlos -a través de incentivos, o proveyéndoles mejor acceso a los bienes públicos, o mejor información sobre las consecuencias de distintas intervenciones- a que realicen acciones que están en su propio interés hacerlas, pero que debido a problemas de información, de creencias, o de comportamiento los individuos pobres no llevan a cabo. Estas acciones, claro está, deben ser costo-efectivas. Muchas de ellas, además, tienen importantes externalidades sociales. Es importante darse cuenta que nosotros, quienes no vivimos en la pobreza, justamente por ello, no debemos lidiar con estas cuestiones en nuestra vida cotidiana.
Entonces, siguiendo este argumento, el nivel de conocimiento acerca de cómo funciona el mundo con que cuentan los hogares, es una variable clave a la hora de entender cuál es el espacio de acción que tienen los programas públicos. La información, o el conocimiento, que poseen dichos hogares afectarían su toma de decisiones, condicionando la participación en los programas y la eficacia de los mismos.
El conocimiento con que cuentan los hogares –y no sólo los hogares pobres- es, hemos dicho, limitado. Por ejemplo, la relación que los individuos perciben entre sus acciones y su salud difiere de la real, por dos motivos. En primer lugar, el conocimiento más avanzado de la época – el “best practice” – es en general imperfecto, y puede estar equivocado en mayor o menor medida. En segundo lugar, puede existir una distancia entre el estado del arte, y el conocimiento que efectivamente utilizan los hogares, sea porque éstos no conocen las mejores prácticas, o porque no están convencidos de su efectividad o conveniencia. El hogar, por lo tanto, enfrenta no sólo la familiar restricción presupuestaria, sino también una “restricción de conocimiento”. Un argumento muy importante en Poor Economics es que esta segunda restricción se potencia sustancialmente en los hogares pobres.
El libro de Banerjee y Duflo busca construir un relato coherente sobre cómo las personas pobres viven sus vidas, las limitaciones que los mantienen pobres, y las políticas que pueden aliviar esa pobreza. El libro se focaliza en los individuos extremadamente pobres, aquellos que viven con menos de un dólar por día. Es importante resaltar que utilizando esta definición de pobreza, América Latina, y Argentina en particular, tendrían tasas de pobreza relativamente bajas. De hecho, la mayoría de los ejemplos y estudios utilizados en el libro provienen de de África y el Sudeste Asiático, donde se concentra la mayor proporción de individuos pobres del mundo. Ello no implica que muchas de las lecciones que se derivan en este libro no sean relevantes para entender mejor la pobreza en América Latina. Pero sí implica que no todos los experimentos de política que ellos discuten puedan extrapolarse a nuestra región.
En mi opinión, el libro tiene una gran virtud: expone claramente el poder del método científico para estudiar un problema concreto. Poor Economics muestra que en el contexto de una agenda de investigación rigurosa podemos aprender mucho, no sólo sobre qué políticas son efectivas, sino también por qué lo son, y por tanto, ayudarnos a diseñar intervenciones aún más efectivas en el futuro.
Tanto Poor Economics como More than Good Intentions están escritos para una audiencia general, y sería bueno que todos los actores sociales involucrados en la lucha contra la pobreza los leyesen. Ambos libros presentan una parte importante de lo que se ha aprendido en esta área en los últimos años. Por supuesto, no todos los temas relevantes en el área de políticas sociales son tratados en estos trabajos, ni existe consenso sobre todas las conclusiones a las que llegan estos autores. A pesar de ello, su lectura es muy interesante, y tanto las respuestas que arrojan, como las preguntas que dejan abiertas estimularán la investigación y el debate en el área de la lucha contra la pobreza en los próximos años (en entradas futuras, me ocuparé específicamente de temas concretos como educación, micro-créditos y programas de transferencias de ingresos).
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