Un bulto en el hígado
El escritor analiza a los futbolistas del Barça y el Real Madrid y encuentra así un final sorprendente para su serie veraniega
JUAN JOSÉ MILLÁS Madrid 25 AGO 2012 - El País
El redactor jefe me pide que cierre esta serie estival de relaciones imposibles con Leo Messi y Cristiano Ronaldo.
—¿Por qué con ellos? —pregunto.
—¿Cómo que por qué con ellos? —dice molesto, como si le hubiera metido un dedo en el ojo.
—Sí, ¿por qué con ellos? —insisto.
Se ve que tiene ganas de decir que porque lo manda él, pero se reprime para no dar al traste con la fama de tolerante que se ha creado céntimo a céntimo, como el que ahorra para poner un puesto de pipas. Llevo meses intentando que se quite la piel de cordero para que se le vean los cojones de autoritario, pero de momento solo he logrado que enseñe un par de veces los colmillos con los que se comió a Caperucita, que estuvo cuatro días de becaria en el periódico.
—Porque está empezando la liga, idiota —dice—, y la liga es una percha perfecta para hablar de la relación imposible entre Ronaldo y Messi.
La “percha”, en periodismo, significa que para hablar de una cosa tiene que suceder otra. El aniversario de la muerte de Marilyn, por ejemplo, es una percha excelente para hablar de Marilyn, de ahí la peste de artículos sobre la actriz que nos hemos tragado este verano. Ya verán la que se arma cuando se cumpla el cuarto de siglo de la publicación de la Crítica de la Razón Pura. Aclaremos: no es que no puedas hablar ahora mismo de ese monumento filosófico, pero resultaría extravagante, como comer turrón en agosto o visitar al abuelo en la residencia un miércoles. El año pasado, por estas mismas fechas, le propuse al redactor jefe una serie de artículos sobre el Argumento Ontológico de San Anselmo para demostrar la existencia de Dios y me preguntó por la percha.
—¿Y la percha? —dijo.
—No sé —dije yo—, ¿Dios?
—¿Le ha pasado algo a Dios?
Fue el día en el que comprendí lo de la percha y también en el que comenzaron mis dificultades de relación con el redactor jefe.
—¿Sigues ahí? —escucho al otro lado del teléfono.
—Sigo aquí —digo yo.
—Pues mal hecho, ya deberías haber empezado el artículo sobre Ronaldo y Messi.
Cuelgo y entro en Google, donde dice que a Messi le diagnosticaron de pequeño una deficiencia de la hormona del crecimiento cuyo tratamiento costaba 900 euros al mes que el Barça, al ver las habilidades del chico, se ofreció a pagar. En cuanto a Ronaldo, sufrió a los 15 años un problema cardíaco que estuvo a punto de acabar con su carrera deportiva casi antes de que empezara. Hago cuentas de lo que se puede obtener de esos historiales clínicos desde el punto de vista del mal rollo entre los jugadores, pero no hallo nada.
Me entero también de que quizá sean los dos mejores jugadores del mundo y eso sí es un motivo para llevarse mal. Tradicionalmente, los dos mejores de cualquier cosa acaban a palos porque al ser humano no le basta con ser feliz. Para que su dicha sea completa es preciso que los demás sean desgraciados. A Cela, que escribía bien, se le abría la úlcera cuando un colega publicaba algo bueno, sobre todo si era joven, pues significaba que la literatura no moría con él. Cela, además de ganar, necesitaba que los otros perdieran. Históricamente hablando, esta tradición de mal rollo entre el segundo y el primero empezó con Luzbel, el vicedios, y desde entonces no ha hecho más que repetirse a lo largo de la historia. La salud de uno, por ejemplo, es importante, pero no se disfruta del todo hasta que al amigo de toda la vida le encuentran un bulto en el hígado.
Sin embargo, y por lo poco que sabemos de Ronaldo y Messi, no parece que la rivalidad deportiva inherente a su condición les haga desgraciados; al contrario, contribuye a su felicidad. Messi debe de dar todos los días gracias por la existencia del portugués y el portugués por la de Messi, ya que cada uno proporciona sentido a la existencia del rival. Por otra parte, los futbolistas son, en su mayoría, de una sensatez que no se da en ningún otro ámbito de la vida. Escuchas hablar a Casillas y te da pena que no sea ministro de Exteriores. O de Cultura. O de Sanidad. Sería hasta mejor presidente del Gobierno que Rajoy. Al menos no mentiría tanto, no le sale (a ver si va a resultar que el fútbol no es una metáfora de la vida, sino una metáfora de lo que nos gustaría que fuera la vida).
Está luego el asunto de que uno juega en el Barça y otro en el Real Madrid, los dos equipos antagonistas por antonomasia de la liga española. Pero se trata de un antagonismo hueco, diseñado para canalizar a través de él pasiones de otro orden, como cuando se construye un cauce falso para redirigir las aguas de un río. Por otra parte, los jugadores van de un club a otro en función de sus intereses económicos o de sus afectos territoriales. Dos futbolistas rivales hoy pueden coincidir mañana en el mismo equipo. De hecho, coinciden en sus respectivas selecciones nacionales, donde, lejos de hacerse la pascua, luchan por el interés común.
En fin, que no veía yo en Ronaldo y Messi lo que me pedía el redactor jefe, pese a los desplantes chulescos del primero y a la modestia paradigmática del segundo. Hay muchos matrimonios en los que uno de los cónyuges es más extrovertido y no por eso se llevan mal, al contrario, se complementan, como si entre los dos formaran un solo individuo.
Quiere decirse que si cierro los ojos, imagino perfectamente al portugués y al argentino casados, ya un poco mayores, en un café de Lisboa o de Buenos Aires, pues el matrimonio viviría entre esas dos ciudades. Un café con mucha madera y mucho mármol y ahí están los dos, merendando unas tortitas con nata. Ronaldo se pavonea ante los parroquianos de sus éxitos pasados mientras Messi unta la nata en la tortita con la tenacidad con la que ahora regatea al contrario. De vez en cuando, levanta la cabeza y asiente a lo que dice su cónyuge extrovertido, que interrumpe un segundo su discurso para darle un beso en la frente.
—Este —dice luego Ronaldo señalando a Messi— también hizo sus jugadas históricas, pero disfruta más comiendo tortitas con nata que contando batallitas. ¿Verdad, Leo?
—Mmm —dice Mesi con la boca llena.
Total, que la única relación imposible que se le ha ocurrido al redactor jefe resulta que es posible. Este hombre no da una.
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