Por Melina Furman*
La idea de que hace falta apostar por la educación científica de chicos y jóvenes en un país que busca un horizonte de crecimiento no es para nada nueva. De tanto escucharla, comienza a formar parte del paisaje, y se convierte en una de la serie de obviedades que han sido así desde siempre, de esas que no se pueden cambiar.
A muchos de nosotros esa apuesta todavía nos quita el sueño. Somos los que pensamos que construir una mirada científica como sociedad es una oportunidad para que nos vayamos acercando al mundo desde un lugar más creativo, más crítico, más "preguntón", menos prejuicioso.
Cuando pienso en estas cosas, me vuelve a la mente una frase de Marilyn Cochran Smith, una educadora norteamericana: para emprender caminos difíciles, lo que necesitamos son "pruebas de posibilidad", ejemplos de escenarios donde lo que buscamos realmente sucede, con gente de carne y hueso, en escuelas reales, incluso algunas en las que las probabilidades de éxito juegan rotundamente en contra.
El desafío, entonces, es volver a hacer la apuesta con fichas nuevas, haciendo pie en aquellos casos en los que, vemos, formar mentes científicas es posible.
¿Qué tienen en común estos escenarios? En todos ellos, vemos maestros que no están solos en la tarea de dictar clases que inviten a los chicos a pensar por ellos mismos, a explorar caminos nuevos, a buscar buenos argumentos para convencer y ser convencidos de algo. Vemos docentes que, poco a poco, se convierten en investigadores de sus propias clases, que piensan qué salió bien, qué no tanto, y qué cambiar la próxima vez.
Indefectiblemente, cuando eso sucede, vemos a los chicos (y no sólo a los "buenos alumnos", sino a todos los chicos) disfrutando del esfuerzo de pensar y de aprender a hacerlo cada vez mejor.
La nueva apuesta, entonces, es lograr que estas escenas dejen de ser islas y formen parte de un nuevo paisaje, en el que la obviedad ya no sea todo aquello que no supimos conseguir sino todos los futuros posibles que querramos imaginarnos en conjunto.
* Melina Furman es doctora en eseñanza de las ciencias (Columbia University) y coordinadora científica de Sangari
A muchos de nosotros esa apuesta todavía nos quita el sueño. Somos los que pensamos que construir una mirada científica como sociedad es una oportunidad para que nos vayamos acercando al mundo desde un lugar más creativo, más crítico, más "preguntón", menos prejuicioso.
Cuando pienso en estas cosas, me vuelve a la mente una frase de Marilyn Cochran Smith, una educadora norteamericana: para emprender caminos difíciles, lo que necesitamos son "pruebas de posibilidad", ejemplos de escenarios donde lo que buscamos realmente sucede, con gente de carne y hueso, en escuelas reales, incluso algunas en las que las probabilidades de éxito juegan rotundamente en contra.
El desafío, entonces, es volver a hacer la apuesta con fichas nuevas, haciendo pie en aquellos casos en los que, vemos, formar mentes científicas es posible.
¿Qué tienen en común estos escenarios? En todos ellos, vemos maestros que no están solos en la tarea de dictar clases que inviten a los chicos a pensar por ellos mismos, a explorar caminos nuevos, a buscar buenos argumentos para convencer y ser convencidos de algo. Vemos docentes que, poco a poco, se convierten en investigadores de sus propias clases, que piensan qué salió bien, qué no tanto, y qué cambiar la próxima vez.
Indefectiblemente, cuando eso sucede, vemos a los chicos (y no sólo a los "buenos alumnos", sino a todos los chicos) disfrutando del esfuerzo de pensar y de aprender a hacerlo cada vez mejor.
La nueva apuesta, entonces, es lograr que estas escenas dejen de ser islas y formen parte de un nuevo paisaje, en el que la obviedad ya no sea todo aquello que no supimos conseguir sino todos los futuros posibles que querramos imaginarnos en conjunto.
* Melina Furman es doctora en eseñanza de las ciencias (Columbia University) y coordinadora científica de Sangari
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