1 de setembro de 2011

Condenar al que piensa, ¿otro símbolo del bestiario argentino? Mempo Giardinelli


La sociedad argentina, estos días, parece atormentada por asuntos mucho más trascendentes que los chismes políticos o las especulaciones electorales. Las sonadas ausencias de Candela y María Cash, como el brutal asesinato de
dos turistas francesas en la así llamada y ahora dudosa Salta "la linda", ensombrecen con toda razón el humor social de esta nación. Sumadas al crecimiento del paco y el alcoholismo entre los jóvenes urbanos, se diría que son muestras, más allá de cualquier indicador socio-económico, de las peores facetas de nuestra cultura.
Un caso demuestra lo anterior en toda su crudeza y se constituye en prueba de la facilidad con que ciertas ignorancias contumaces atentan hoy contra todo tipo de valores culturales: cualquiera que pase frente a la escultura "El Pensador", de Auguste Rodin, frente al Congreso Nacional, verá con espanto cómo ese ícono mundial de la cultura, orgullo de nuestro país por generaciones, está siendo burlado, ofendido y destruido por la ignorancia de algunos y la desidia de otros, justamente los que deberían cuidarlo.
"El Pensador" es una de las más celebradas esculturas del mundo moderno y de ella sólo existen dos versiones fundidas en el molde original y firmadas por el autor y una de ellas es ésta, nuestra, tan nuestra como el dulce de leche o Maradona (la otra está en el Museo Rodin, en París). Por lo tanto no es estrictamente una réplica sino una variante del original del autor.
Pero ahora resulta que sobre esta joya algunos resentidos vienen derramando tarros de pintura, de varios colores, y para colmo en la base escribieron, bestiales, este sinsentido con pretensiones: "Pensá de qué te sirvió tanto pensarantes de que se termine".
Casi parangonable en fama con otras memorables esculturas del patrimonio universal, como "La Piedad" o "El David" de Michelángelo Buonaroti, "El Pensador" tiene la virtud, además, de su existencia múltiple pues hay en el mundo sólo una veintena de réplicas vaciadas en bronce, veneradas hoy en el MOMA de Nueva York, en la colección Slim de México y en Barcelona y otras ciudades de alto prestigio cultural.
Creada originalmente en yeso, circa 1880, sólo a fines del siglo XIX y comienzos del XX la obra alcanzó la fama de que hoy goza. Especie de ejercicio de recreación de "La Divina Comedia" de Alighieri, "El Pensador" representa a Dante dudando a las puertas del Infierno, tal como reza el segundo terceto del poema, que considera que "en la selva oscura, áspera y fuerte, en el pensamiento se renueva el miedo".
Muy probablemente es ésta, la versión de bronce patinado que está en la Plaza Lorea y a doscientos metros del Congreso Nacional, una de las obras de arte más valiosas que tiene la Ciudad de Buenos Aires.
Terminada en 1907 por el propio Rodin, por encargo del primer director del Museo Nacional de Bellas Artes, Eduardo Schiaffino, y originalmente destinada a coronar el edificio del Congreso, por entonces en construcción, cuando la obra llegó al país se la colocó donde está ahora.
Y allí estuvo por todo un siglo, resistiendo todos los climas gracias a la nobleza del bronce, hasta que ahora, en pleno 2011, tiene que soportar además el atropello de la ignorancia y la desidia.
Y conste que no digo barbarie, pues eso desencadenaría un debate nunca cerrado acerca de dónde y en quiénes está ella; y dónde y en quienes reside su opuesto: la así llamada "civilización".
Ignoro si el cuidado de esta obra corresponde a las autoridades culturales nacionales o municipales. Sería vana la discusión, sí que vergonzosa. Pero lo que es intolerable es que "El Pensador" esté como está, no cagado por palomas -al fin y al cabo vicio y virtud del aire libre- sino pintado y repintado, desnaturalizado y arruinado por manos bestiales de personas ignorantes. Y sobre todo descuidado por quienes debieran preservar el arte y la estética públicas.
Ysinomecreen,vayanyvean.. .

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